Partida Rol por web

Roy Church era un hombre algo ocupado en su nueva vida. A pesar de que su relación no hubiera salido bien el cambio de "aires" le había permitido convertirse en un anticuario conocido e incluso poseer su propia tienda de antigüedades, las cuales sabía valorar muy bien. Nuestro hombre yacía ahora mismo en un periodo de descanso profundo, roncando suavemente sobre la mesa de su pequeño despacho en la tienda, decorado muy al estilo del siglo pasado, el XXI. 

Aquel hombre recordaba aún sus días en los que todo era muy diferente a ahora, un trabajo de tubos y empalmes que finalmente le valió un largo viaje que le supuso convertirse en el hombre que era hoy en día. Pero aún no sabía que esto iba a cambiar una vez más, y que aquel viaje solo sería el principio de una aventura mayor. Más, como siempre, las aventuras empiezan de la forma menos esperada, con un acto mundano que sucede todos los días, solo que ligeramente diferente... particular... Roy se despertó debido al sonido del teléfono de la tienda. Parecía que llevaba un rato sonando. Finalmente dejó de sonar, pero para entonces nuestro cansado anticuario ya estaría despierto. Una luz roja parpadeaba en el contestador. Quien quiera que fuese había dejado un mensaje... ¿Qué querrían a estas horas de la madrugada?

Había sido una noche larga para Roy, pero una madrugada corta. Se había quedado estudiando cosas referentes a la monarquía británica para una clase que debía dar en una universidad la semana entrante, pero como sabía que tendría una semana ocupada decidió adelantar el trabajo que debería hacer en algún momento. Tanto estudio lo terminó venciendo y quedó dormido en su despacho, ni siquiera pudo arrastrarse hasta su cama para poder dormir un poco más cómodo. No era la primera vez que le ocurría.

En un tiempo que le había parecido apenas unos segundos después de quedarse dormido, escuchó un ruido que lo molestaba. El teléfono. ¿Quién podría llamar a la tienda a esa hora? Solo un loco, y mejor no hablar con él. Se quedó entonces tirado sobre el escritorio intentando encontrar una posición en la cual sus brazos fuera un obstáculo entre el ruido y sus oídos, pero no la encontró. Decidió entonces ir a atender o desenchufar el teléfono, lo decidiría en el camino.

En el momento en que se puso de pie para ir a ver, el ruido se terminó, la otra persona había cortado. Como de cualquier forma ya se había levantado, prefirió acercarse hasta el teléfono para desconectarlo, pero al ver la luz de los mensajes titilando la curiosidad fue más fuerte. Escucharía el mensaje y después sí, desenchufaría el teléfono para poder seguir durmiendo. Apretó el botón para escucharlo.

Aún después de un siglo el sistema de mensajes no había variado mucho, aunque gracias a los nuevos teléfonos con ordenador integrado ahora se podía dejar algo más que solo voz en el mensaje. Al apretar el botón se reprodujo la voz de una mujer, hablaba en un tono modulado y susurrante, bastante atractivo. Era una voz que Roy no conocía para nada, pero que quizá no le molestaría conocer. El mensaje era el siguiente.

"Al señor Roy Church, me temo que debo hacerle un encargo de parte de un amigo... Quizá necesitemos de nuevo sus diestras manos de plomero. Le adjunto mi dirección. No me haga esperar demasiado..."

El pitido señaló el final del mensaje mientras una dirección se mostraba en pantalla. La dirección pertenecía a un barrio acomodado con apartamentos de primera categoría en la zona nueva de la ciudad. Aunque era curioso que alguien necesitara a un plomero a estas horas... y más aún que alguien supiera la antigua profesión de Roy... Pero por supuesto, siempre podía tomarlo como los desvaríos de una ricachona aburrida. O no...

Roy frunció el ceño y se quedó mirando la pared por unos instantes, apoyándose con el puño sobre la mesa. Resonaban en su mente las palabras del mensaje, el cual volvió a reproducir.

"(...) DE NUEVO sus diestras manos de plomero (...)"

En esas pocas palabras eran demasiadas las cosas que no cerraban. Por empezar Roy nunca había sido plomero, sino que se daba maña con muchas cosas de la casa: un poco de plomería, algo de electricidad, quizás carpintería. Las veces que había hecho trabajos para otros había sido únicamente por brindarles una ayuda, no como trabajo. Y en todo caso, hacía más de un siglo (por decirlo de alguna manera) que no había ayudado a nadie. ¿Quién podría saber que se hacía idea en lo que a plomería se refería, al menos en esa época? Y más aún, ¿quién podría requerir DE NUEVO sus servicios?

Dio una vuelta por la sala, que estaba semioscura. Todos los caminos conducían a una sola persona. La persona que lo había depositado allí, la única persona que lo había visto en acción y que había estado con él en dos tiempos distintos. Pero esa persona se había ido... ¿Habría vuelto? Eso sería fácil teniendo una TARDIS.

Se duchó en casi nada de tiempo, se vistió aún en menos, tomó sus cosas, y salió rumbo a la dirección que la pantalla había mostrado. El corazón le latía con fuerza. Hacía mucho que no se sentía tan estimulado.

La noche fuera era oscura y fría. La calle estaba iluminada por las luces de las farolas LED y los neones distantes de la publicidad. No había nadie por la calle a estas horas, pues te encontrabas en una zona comercial y todas las tiendas estaban cerradas de noche. A lo lejos en la calle ves una entrada del metro emanando la luz del submundo en que aquello se había convertido, ya había tiendas en toda la red subterránea e incluso algún pub. Llevabas el mapa en tu consola de mano por lo que no te sería difícil llegar. Sin embargo aún no habías podido llegar a comprarte un coche en este siglo de modo que no tenías un trasporte.

Quizá pudieras llamar a un taxi, o bajar al submundo y tomar el metro. También podías ir caminando, pues no eran más de 15 minutos, o tal vez 20, los que tendrías que andar hasta la dirección indicada por el mapa. No sabías cuán urgente era la llamada, aunque aquella voz femenina te había dicho que no la hicieras esperar demasiado. Sin embargo no tenía una voz que indicase urgencia o alarma, más bien parecía tener tiempo. ¿Qué harías entonces?

Roy lamentó en ese momento más que nunca su fallida relación. Si hubiese ahorrado todo el dinero dedicado a ella en cenas, regalos, salidas, quizás no tendría un coche si no dos.

Miró a su alrededor. No había nadie, no sabía qué tan cerca o lejos el metro lo dejaría de aquel lugar ni cuánto podía llegar a tardar a esa hora, ya que no circulaba mucha gente. Pero principalmente se miró a él. Si bien había cuidado su físico porque era joven y estaba soltero (y no pretendía seguir estándolo el resto de su vida), su forma de vestirse y comportarse había cambiado. Ya no era el muchacho de barrio que vivía con ropa deportiva, sino que se comportaba y se lo veía como el anticuario y profesor que era. No volvería a subir para cambiarse, pero sintió ganas de correr.

Se alejó de la boca del subterráneo y fue directo al lugar que señalaba el mapa. Al trote posiblemente fueran 10 minutos en lugar de 15, aunque sus pulmones se lo recriminarían. Pero valia la pena. El solo pensar en el Doctor y recordar esos viajes lo hizo sentirse con unos años menos. Se sentía alegre y vital.

Echaste a andar casi a la carrera por las desiertas calles nocturnas del Londres del siglo XXII. La escasa luz te permitía ver las tiendas cerradas al rededor, poco a poco fuiste pasando de una larga avenida comercial donde se encontraba tu tienda de antiguedades al distrito financiero y de ahí pudiste girar y encontrarte con aquel barrio de viviendas lujosas. Por suerte para ti no hubo sobresaltos en el camino, estabas en un buen barrio e incluso encontraste algún coche de policía paseando para velar la seguridad de las calles.

A esa velocidad no tardaste más de 10 minutos en alcanzar el bloque de apartamentos, genial, pues no eran aún ni las 02:30 horas de la noche, no habías tardado demasiado. Te acercas al portal, que parece que cuenta con una cámara y un transmisor de voz para los pisos superiores. No ves ninguna cerradura en la gran puerta que se alza frente a ti, de aluminio reforzado y plexiglass antibalas, pero bastante elegante y refinada. Mucha seguridad, pero conocías... "cosas" que podrían atravesar eso fácilmente.

Te acercaste al panel de mandos donde estaban los interfonos, para cuando te diste cuenta de que en realidad no sabías cual era. Más un segundo después pudiste percatarte de que no era necesario, la misma voz de mujer aunque más seria esta vez te dijo simplemente. - Sexta planta, sube - Entonces sonó el ruido de la cerradura electrónica al abrirse y la puerta se separó a penas unos milímetros esperando a que la empujaras para dejarte entrar. Dentro, al fondo del recibidor se encontraba un ascensor con forma de cápsula grande y paredes de plexiglass transparente que, por la parte de atrás, daba a lo que parecía ser un jardín en el centro de la finca. A ambos lados del ascensor se encontraban unas escaleras bastante señoriales aunque de apariencia poco usadas.

Roy se sorprendió por su estado físico. Pudo trotar todas las cuadras hasta su destino, y si bien estaba cansado, tampoco era que estaba por escupir los pulmones. Nadie lo molestó por el camino y en pocos minutos había llegado.

Una vez en el lugar, apenas pudo darse un instante para admirar su belleza. No le molestaría para nada tener que vivir allí, además cerca de su trabajo. ¿Qué más podía pedir? Entonces la voz de la mujer se escuchó. No le extrañaba, en un lugar tan seguro como ese debían haber cámaras por todos lados. La puerta se abrió y él la atravesó.

Miró las escaleras y pensó que eran seis pisos. Ya bastante había sido correr hasta allí, mejor no abusar. Subió al ascensor que ya estaba en la planta baja y apretó el "6". La ansiedad aumentaba, quería saber de qué se trataba todo eso.

Atravesaste el portal del edificio y te dirigiste hacia el ascensor de cristal. Al entrar te das cuenta de lo espacioso que es por dentro. Aunque eso te trae ciertos recuerdos de algo más espacioso por dentro que por fuera... Pulsaste la tecla "6" y el ascensor comenzó a moverse con delicadeza. Se cerraron las puertas y ascendió despacio para que pudieras disfrutar de las vistas del jardín central del edificio, que tenía una forma de U. 

Finalmente llegaste al sexto piso y viste que estabas en un recibidor con una puerta a cada lado, de las cuales una de las dos estaba abierta. Podías suponer que ese era el umbral que debías cruzar. Al otro lado se abría un largo pasillo, iluminado por la luz eléctrica de unas lámparas en forma de candelabros. Al fondo había una gran puerta abierta que parecía dar a una espaciosa sala.

La sala era rectangular y espaciosa, con grandes cristaleras al otro lado. Estaba decorada con gusto, poseía una mesa larga a un lado rodeada de al menos séis sillas, una larga estantería al otro lado con dos sillones de lectura separados por una mesita baja. Pero desde luego había algo más llamativo en la sala. Algo que quedaba fuera de la decoración. En el centro de la sala se veía una cabina azul de policía como las que se usaban hace siglo y medio. La puerta estaba cerrada, en otro lugar quizá no fuera llamativa, quizá a otra persona simplemente le resultaría un elemento estrafalario de decoración. Pero tú sabías de qué se trataba. Sabías lo que encontrarías al abrirla. Esa era la TARDIS.

Entonces una voz te sacó de tu ensoñación, una voz que procedía de más allá de la TARDIS, de detrás de ella para ser exactos, pues la habitación continuaba, aunque tu mirada no hubiera seguido más allá. La misma voz de mujer que antes.

- Por aquí, señor Church - Decía aquella voz tan peculiar. La mujer estaba sentada frente a una mesa de café, junto a la gran cristalera con vistas al jardín. Tenía una taza de té frente a ella en la mesa, caliente aún. Al otro lado había otra silla y otra taza de té caliente. La mujer estaba ligeramente recostada en la silla y tenía las piernas cruzadas en una postura un tanto llamativa, provocadora. Era una mujer de mediana edad, que a la vez evocaba seriedad y energía, parecía una persona dinámica por su postura, su hablar era formal pero su tono... tenía algo peculiar y magnético.

- Me alegro de que haya podido venir justo a tiempo, siéntese, le estaba esperando, espero que le guste el té - Añadió, señalándote la silla frente a ella.

A pesar de la ansiedad, Roy avanzó lenta y cautelosamente. Aún así no con todo el cuidado que hubiese debido, ya que se dejaba distraer por los lujos del lugar y su excelente decoración, que no desentonaban para nada con el resto del edificio.

Al llegar a la sala la vio. La TARDIS estaba allí. Pero no cualquier TARDIS, algo le decía que era la misma TARDIS que conocía, en la cual había viajado y la cual había reparado. Era la TARDIS azul del Doctor, sin dudas. ¿Pero dónde estaba él?

Una vez más quien interrumpió sus pensamientos fue la voz de la mujer. Al escucharla le pareció claro que que no se reencontraría con el Doctor, al menos por el momento. La mujer tenía una personalidad fuerte, avasallante, y si bien Roy no solía dejarse impresionar, sí estaba sorprendido por ella y se sentía algo inhibido, como si no supiera cómo debía comportarse. No sabía si la mujer pretendía seducirlo o si siempre se comportaba así.

_¿Conoce a muchos ingleses a los que no les guste el té?

La pregunta en realidad apuntaba a intentar ocultar su nerviosismo, aunque no sabía si había dado ese resultado. Se sentó donde la mujer le había señalado pero no tocó el té. Imaginaba que la mujer estaba del lado del doctor, pero aún no sabía nada de ella. ¿Y si era un enemigo? No podía confiar del todo, ni siquiera para tomar el te, aunque se veía muy tentador.

_Bueno, he cumplido, vine lo más rápido que pude. ¿Me cuenta qué ocurre aquí? -dijo haciendo un gesto con la cabeza hacia la TARDIS-. Por cierto, gracias por el té.

La mujer sonrió ápliamente mientras te miraba, todavía con las piernas cruzadas. Llevó una mano a la taza que ella misma tenía delante y se la llevó despacio a los labios, dando un sorbo y después volviéndola a dejar sobre la mesa. Parecía que paladeaba el té. Después miró a Roy y a la TARDIS y se dispuso a contestar.

- Lo que pasa es que cierto amigo nuestro quizá necesite ayuda... Pero no es algo que pueda hacer yo sola... Quizá se haya metido en problemas. Usted es conocido suyo, por lo que tengo entendido. De modo que vengo a solicitar su ayuda. - Explica la mujer rubia mientras te mira atentamente como si te estuviera evaluando. Mientras tanto ella coge de nuevo su taza de te y vuelve a beber.

- Sin embargo no podría marcharse así. Necesitaré de sus habilidades técnicas, vaya a su casa y recoja lo que necesita, si decide venir conmigo. Le esperaré aquí una hora. Tiene ese tiempo para ir, coger lo que necesite y regresar. - Explicó de nuevo con una sonrisa en la cara. Parecía estar probándote, pero ¿Cómo?

Escucho atentamente a la mujer. Cuando me mira le sostengo la mirada, no voy a dejarle creer que me intimida o que me siento presionado por ella. Si tengo una hora es porque no es nada urgente, o al menos podemos anticiparnos a esa urgencia, quizás apareciéndonos en algún lugar antes de que eso urgente se vuelva urgente. ¡Qué complicado de explicar!

_Deberé contar entonces con tan solo 55 minutos -respondo con toda tranquilidad-. O menos, si es que tarda más de 5 minutos en explicarme un poco mejor qué es lo que ocurre aquí, razón por la cual le agradecería que fuera al grano. Si nuestro amigo es quien yo creo, me gustaría saber cómo me conoce usted, pues yo no la conozco y no recuerdo haberme tomado fotografías con él. Por otro lado, si es quien yo creo, no es del tipo de persona que se va de vacaciones y deja a otro las llaves de su casa para que se la cuide -digo haciendo un gesto hacia la TARDIS-. Así que quizás quiera usted explicarme brevemente cómo me conoce, en qué problema se metió nuestro amigo, y qué está haciendo usted con esa caja azul.

La mujer sonría al escuchar tus preguntas, parece divertida con tus respuestas, agradada, aunque por supuesto no se está riendo de ti. Se da cuenta de que no has tocado aún tu té y sonríe un poco más. En ese momento bebe otro pequeño sorbo del suyo, que ya está por la mitad, y toma de nuevo la palabra.

- Me alegra su confianza en poder cumplir el plazo, el tiempo es importante - Comienza, haciendo una breve pausa tras esta frase. - Le conozco porque he leído sobre usted en los registros y escuchado la historia por mi misma. Varias veces debo admitir. - Añade esto último rotando ligeramente los ojos, recordando la manía del Doctor de a veces rememorar demasiado una historia y tender a repetirse. - En cuanto al problema en sí en realidad no conozco más que el principio, pero no es usted al único que voy a pedir ayuda de modo que, cómo no me gusta repetirme, se lo contaré todo cuando nos reunamos con los demás. - Aquí hizo una pausa un tanto más larga que la anterior, al parecer no pretendía contar nada más por el momento. Giró la cabeza unos segundos para contemplar el jardín y luego se volvió una vez más.

- A decir verdad lo haz juzgado bien, el no le dejaría su TARDIS a cualquiera, pero a su mujer... - Añadío haciendo énfasis en esta última palabra, tratando de darte a entender algo y mirándote directamente. - Bien, si quiere puede ir a recoger sus cosas. Nos vemos aquí en... - Miró su reloj. - 56 minutos y 20 segundos - y volvió a mirarte esperando que te levantaras.

Si hasta ese momento Roy había intentado mantener una pose, al escuchar que esa dama era la mujer del Doctor no pudo evitar que sus ojos se abrieran grandes por la sorpresa. ¡El Dr. casado! ¡Eso sí que era una novedad! Bueno, después de todo no estaba intentando seducirlo a él, eso en cierta forma le aliviaba y eliminaba cualquier tipo de tensión sexual que hubiera podido haber durante la aventura que tenían por delante. De repente más confiado, tomó un poco del té.

_¿Quiere decirme al menos a dónde o a cuándo vamos? Porque lo único que podría llegar a querer buscar sería ropa de mi propio siglo. Debo reconocer que no conozco tanto al Dr., pero hasta donde sé, sus viajes son cortos. Si ganamos podré volver en cualquier momento a buscar mis cosas, y si perdemos lo más probable es que el universo sea destruído así que de todos modos no me servirá demasiado lo que pueda llevar. Entonces a menos que usted crea que debo llevar algo en particular o que no luzco bien o algo por el estilo, ya estaría listo para partir. Por cierto, aún no me ha dicho su nombre.

- No se exactamente a cuando, o cuandos vamos, pero desde luego no creo que sea corto o fácil. O si haremos un sólo viaje. Créame, si no puedo encontrarle, no debe ser tan fácil. - Dijo la mujer con total seguridad. - En cuanto a lo que necessita, olvidese de ropa. ¡Herramientas! Eso es lo que necesitaremos ¿No tiene nada en su casa? ¿Algo en su oficina? No creo que nos vengan mal. Por muy bueno que sea como manitas no creo que trabaje usted solo con las manos ¿Verdad? - Le dijo la mujer antes de volver a mirar su reloj. - 53 minutos, 15 segundos... el tiempo corre... Aunque a él no le guste esa expresión. - Se levantó entonces y se terminó de un sorbo lo que quedaba de su te. - Por cierto, mi nombre es River Song. - Terminó presentándose.

Roy también se terminó su té. Se puso de pie pero en realidad no le encontraba sentido a todo eso. ¿Herramientas?

_Sra. Song, si quiere que me vaya me iré, pero no entiendo qué espera que traiga. No soy carpintero o herrero, soy un profesor de historia y anticuario. No tengo ninguna herramienta que no haya en la TARDIS, ninguna quea sea mejor que las que tiene el Dr. para cuando algo se descompone. En mi casa solo tengo lo básico. Si por algún motivo desea que me vaya lo haré, pero no sé qué espera que traiga exactamente. Eso sí, viendo que no pasa sobresaltos económicos, le agradecería un poco de dinero para tomarme un taxi, de esa manera llegaré más rápido.

- Como ya le he dicho, señor Church, el Doctor no está aquí, lamentablemente no contamos con sus herramientas e imagino que usted manejará menos las suyas propias que alguna otra de otro tiempo que le pueda conseguir, aunque sin duda tendrá... Tiempo de aprender. - Señala la mujer con una sonrisa algo sarcástica al nombrar la palabra "Tiempo". Después retoma la palabra mientras se acerca a la TARDIS. - En cuanto a la ayuda económica... No se si el Doctor se lo dijo, pero acostumbramos a viajar sin dinero... ¿Qué le hace pensar que esta casa es mía? - Añadió con una pícara sonrisa. Entonces se metió en la TARDIS y esta comenzó a desmaterializarse hasta desaparecer, no sin antes darte un mensaje.

"49 minutos, 50 segundos" sonó en toda la habitación antes de quedarte solo en la misma.

Y con su característico sonido, la TARDIS desaparece, como si nunca hubiera estado allí. Ahora te encuentras solo de nuevo, en mitad de aquella habitación, que sin la TARDIS ocupando el espacio central parecía todavía mucho más amplia. La apariencia era lujosa, de eso no cabía duda Pero si no era de aquella mujer... ¿de quien era entonces? A lo mejor estabas metiéndote en problemas sin saberlo. Estabas en una vivienda en el sexto piso de un edificio lujoso, aquello debía de tener algún tipo de alarma seguramente ¿La habría desconectado la mujer? ¿No? Podrías marcharte ahora mismo o intentar buscar la alarma, si es que la había, y desactivarla, o tal vez buscar herramientas o algo de valor en el inmueble. No sabías si algo podría haber alertado a las autoridades, quizá la casa fuera segura y por ello la mujer estaba allí, quizá era la TARDIS lo que le daba seguridad para estar allí. Pero ahora debías decidir qué hacer. De momento todo parecía tranquilo.

Claramente esa mujer quería sacarse a Roy de encima, aunque él no sabía por qué. Roy sabía que el Doctor no iba por la vida cargando herramientas, tan solo su destornillador sónico, pero había otras herramientas que guardaba en la TARDIS y él sabía dónde, de hecho la había arreglado con ellas. Sin embargo en ese lugar no tenía nada más que hacer si estaba solo. 15 minutos de ida y 15 de vuelta, sobrarían 20.

Fue caminando hasta su casa y una vez allí se puso ropa cómoda, desconectó los artefactos eléctricos y tomó su caja de herramientas. No había mucho allí, de hecho estaba más familiarizado con las del siglo pasado que con esas, pero decidió llevarlas con tal de no escuchar más a esa mujer. Antes de salir envió un muy breve correo electrónico a sus clientes, amigos y a la universidad: "Debo irme de viaje de forma imprevista. Lamento no poder darles más detalles ahora, quizás a la vuelta. Profesor Roy Church.". No podía escribir más, si ni siquiera sabía de cuánto tiempo sería su ausencia. Solo quería dejar a todos avisados para que pudieran cancelar sus compromisos.

Salió, aún le sobraba tiempo pero no quería estar demasiado justo, llevando la caja no podría correr. Decidió nuevamente caminar, ése podía ser su último paseo en ese tiempo.