Partida Rol por web

Por la tarde, tras comer, se reanudó la marcha. El barón os anunció con semblante más serio (al volver a pensar en lo de la vieja que le decían "soguiña" o algo así), que no abandonaría la caza, y que si fuera preciso, pasaríais de batid la noche en el bosque. Adentrádoos aún más, comenzó a hacer frío y laa luz iba desapareciendo progresivamente. Los dos ballesteros comenzaron a estar nerviosos, y el cazador, yendo el único de pie, comenzó a echar pestes acerca de los planes que le habian venido tan de repente (sin comerlo ni beberlo, aunque bien comió ese día de manos de Sancho), y las monturs asomabn asustadas e inquietas, como agitadas.

Las sombras, cada vez más grandes, agitaban la espesura, se acallaban los ruidos y cesó el viento. El sendero se hizo entonces casi inexistente (a medida que avanzásteis), imposibilitando el paso de los caballos, que llegó un momento en que quedáronse aterrorizados (¿sería ese instinto que decíanle "animal"?).

-No, no es a ver a su Señor. He encontrado unos cuerpos en el bosque y venía a notificarlo.

Respondo rápidamente ya que el tema para mi urgía.

¡Es imposible seguir así! -Refiriéndose a los caballos y las otras monturas-. Habremos de caminar a pie -y el barón se bajó raudo del animal-.

El asunto se ponía cada vez más interesante. Algo había en aquel oscuro bosque que hacía que mi corazón se acelerara. Extraña e inquietante sensación, a la par que gratificante. Anhelaba aquello, pues se parecía a lo que la batalla causaba en el corazón del hombre. Era una mezcla de miedo, incertidumbre, y una extraña necesidad de demostrarse a uno mismo de que era capaz. Así era yo.

- Si es menester cruzar oscuro et siniestro bosque en plena oscuridad, sea. - El Barón podía contar con mi ayuda, y más lo hacía por lo interesante que se me hacía aquello que por el propio Barón. Desmonté de mi viejo caballo, y tras darle unos ligeros golpes para tranquilizarlo, hablé a uno de los hombres del señor: - Cuidad de aquesta montura, como si la vida vuestra os valla en ello, pues quizá así sea. -

Desabroché las correas de las alforjas, y de ellas saqué un desgastado zurrón que colgué a mi espalda. También saque varias antorchas, un pequeño candil con su aceite y una pesada capa de paño que vestí sobre la armadura. Hacía ya bastante fresco, y la noche apenas acababa de asomar. Una cuerda, de cáñamo, enorme y pesada fue lo último que saqué de las alforjas.

- Prosigamos pues, cuan antes comenzemos antes finiquitemos. -

¿Cuerpos? ¿Cómo cuerpos? ¡Aguardad! -dijo el soldado desde lo alto-. Y dio una tremenda voz para que abrieran el portón. A los pocos minutos ya estabas dentro, en la plaza de armas de por la mañana. Ese mismo soldado fue a por ti, y enseguida le diste las explicaciones de los cadáveres en mitad del bosque.

¿Y qué pretendes que hagamos? -te preguntó-. El barón ha ido ya en batida, habrá sido esa... -pero lo omitió-. Será mejor que no vayas al bosque -te aconsejó-; un bosque... siempre es peligroso...

¡Bien dicho, Diego! -dijo el Barón en un ápice de alegría-, ¡E vos, soldado! -le dijo al otro ballestero-, haga caso y tome además estas otras dos mulas -la de Euxeo y Ladia-, que ya tenemos suficiente con buscar a esa hideputa que se esconde... Señora -se refierió a Ladia-, me va a disculpar, pero en queriendo venir, habrá de caminar, como cualquier otro, durante la noche...

Pero aún no era de noche, pues tan sólo asomaba, y en éstas que en dejando a un ballestero, y con Ibai el cazador a la vanguardia, una espesa niebla comenzó a levantarse. ¡Qué digo! ¡Que no la quisiera yo para mi, ni encontrármela siquiera! Además, a cada paso, el silencio es sobre natural, tenso y helado, pues habí que poner el resto de sentidos bien avizor, pues la vista apenas os daba información a causa de la neblina. Ésta cayó sobre la vegetación, sobre el propio suelo, sepultándola (fíjense si era densa). En cuestión de segundos ya no se ve nada, ni siquiera a Ibai que abre la marcha unas varas por delante.

Tras andar durante un rato, llegásteis a un pequeño claro. Volvisteis a ver a Ibai, que, a pesar de que avanzaba y no lo veíais, sabíais que estaba ahí por el sonido de sus pasos. Ibai estaba parado mirando el suelo boscoso. Cogió una de sus flechas y empezó como a barrer el terreno, quitando algunas hojas de los árboles caídas.

¡Mirad, señor! -no quedó claro si se refería al Barón o al propio Diego-; ¡aquí hay huesos!

Efectivamente, enterrados entre el humus formado en la tierra (que el ballestero y el propio Ibai escarbarbaron) había ciertos huesos dispersos, visiblemente de hace tiempo. Mientras íbain quitando la tierra, se discernía que aquellos huesos y algunos otros que sobresalían eran como de animal, como de lobo (además le quedaban algunos trozos de piel podrida). Además, entre ellos brillaba asomando la empuñadura de una espada, como metido el filo entre sus restos (presumiblemente como si esa arma le hubiera dado muerte una vez). Claro que, extraordinariamente, la espada no había perdido ni su filo ni estaba oxidada.

A medida que los dos tipos excavaban sacaban sacaban más huesos, por todo el claro.

Mi señor -ahora al Barón-, aquí debe haber más huesos o cuerpos -decía levantando el espinazo y echando una ojeada rápida al claro-, u otras cosas... -miraba la bella espada-.

- Pues, pretendo que traigamos los cuerpos. Igual alguno es del pueblo, y les demos sepultura. Os gustaría morir en el bosque y que las bestias se alimentaran de vosotros siendo posible daros divina sepultura?

Pregunto amablemente intentando que el interlocutor se pusiera en la situación opuesta.

Sorprendiome tal hallazgo, más aun el estado de aquella espada, que carente de oxido et herrumbre desafiaba la misma natura. Con cautelosos pasos acerqueme a los huesos, pues mala sensación recorría el mio espinazo.

- Alcanzadme tal espada Ibai. - Dijele al cazador. Et una vez con aquesta en mano enseñésela al Barón.

- ¿Reconoceis aquesta arma don Sancho? - Pregunté intrigado. Quizás el pomo de la espada revelara la identidad de su portador.

- Seguid rastreando buen Ibai. Quizá dieres con algo más que arroje luz sobre aquestos restos. Los muertos muchas veces fablan, aunque no con palabras. - Dicho lo cual me dirigí a Ladia; - Et vos Ladia de Taramundi, como curandera et sanadora que sodes, debieres también echar ojo al hallazgo, pues los vuestros ojos pudieren ver cosas que los del cazador non vieran. -

PNJOTIZADO.

Dicho lo cual por el de Zúñiga, Ibai se puso a escarbar de nuevo, junto al otro ballestero. Ladia hizo lo propio y comenzó a mirar a medida que el cazador y el soldado iban quitando tierra húmeda, hojas y pedruscos. Euxeo hizo lo propio, escarbar también. La dama se agachaba y comenzaba a ver ciertas evidencias, según lo que había apuntado Ibai. Se levantó de nuevo y miró a su marido.

Euxeo... ¡creo que aquí hay muchos cuerpos!, ¡parece una fosa! -Y Euxeo asentía mientras esperaba, al menos, encontrarse una buena pieza que poder adquirir-.

Don Sancho tomó intrigado la espada de manos de don Diego. La gocio horizontalmente con cuidado y pareció examinarla bien. Subió un poco sus labios y giró levemente su cabeza, en señal negativa.

Jamás la vi, aunque no se si tiene algo de especial, yo creo que no -declaró ante el rápido vistazo-. Tóma, llévela vos, parece que le ha caído en gracia.

Cuando se la devolvió Ibai y el ballestero parecían llevarse las manos a la cabeza. Algo había bajo vuestros pies.

Los dos tipos comenzaron a desenterrar lo que parecían los cuerpos de dos caballos, y entreteniéndose un poco en comprobar si había más, ¡encontraron los restos de hasta una veintena de lobos!, cinco hombres (con parecidos a solddos y también a siervos), un caballero de buen porte (cuando hubiera vivido, claro está), y un monje o clérigo, sin demasiada especificación. Aquello era una fosa que bien había sido tapada y clausurada para la eternidad con el tiempo. Mientras Ladia miraba los cadáveres sin mucho que diagnosticar (debido a la gran descomposición provocada por los seguramente años o tal vez décadas), el cazador también halló algunos restos de armas y armaduras herrumbrosas (no como esa bella espada), aparte de algo de equipo podrido, todo inútil.

Ninguno irá... -dijo refiriéndose al resto de soldados que desde la plaza de armas o desde lo alto del adarve de las almenas miraban la charla-. El propio Barón pidió voluntarios para la batida, y sólo dos accedieron... Aquí casi todo el mundo... -hizo una pausa, como costándole lo que te iba a decir-, le debe algo a esa puta vieja... Hazte un favor si valoras tu vida: olvida lo que hayas visto...

En esos momentos apareció Malena, la acompañante de Diego, y se soprendió al verte en el patio de armas... Entonces el soldado se retiró y se internó ya en la puerta de muralla para subir al adarve.

¿Qué haces aquí, Iñaki? -te preguntó-, ¿no habíaste ido por tu cuenta? Creí que seguirías con el peregrinaje por tu cuenta... ¿has visto a Diego y los otros?

Agradecí a don Sancho que me permitiera conservar tal espada. Su bella manufactura, et más que probada durabilidad, hacían de ella una pieza magnífica. Intuía yo, de alguna manera, que algo especial, ya fuere benigno o maligno cerníase sobre aquesta. Aún así non podía yo despreciar tal hallazgo et obsequio, e a buen seguro Malena podría decirme más sobre tal arma.
 

-Hola Malena. No, sencillamente decidí no ir en batida con ellos. Fuí en la dirección que indicó el cazador y me encontré unos cuerpos en el bosque. Ahora estoy buscando ayuda para por lo menos darles sepultura. Pero aquí, los soldados en cuestión, parece no importarles lo que ha ocurrido allí.

Respondo a Malena con tono fuerte, indignado por la actitud de la gente de este pueblo. La verdad, había algo que no me terminaba de cuadrar con la mentalidad de las gentes del pueblo. Unos asesinatos, o unos cuerpos encontrados en el bosque, siempre eran bienvenidos para romper la monotonía del pueblo y tener tema de conversación durante días para todo el mundo. En especial las viejas y correveidiles, que harían de las suyas, inventando chismes y conspiraciones. Pero aquí no, aquí parecía no importar a nadie.

Si, a excepción del Barón, que parece que ha visto su honor como mancillado, y con la irrupción de anoche -dijo Malena-. Parece que todos temen a esa vieja que irrumpió ayer. Será mejor que me entere de algo en el castillo. ¿Vos que haréis? ¿Os quedaréis o marcharéis?

- No, yo me marcho a traer esos cuerpos como buenamente pueda. Quizás esta pandilla de haraganes no me ayuden, pero esos cuerpos no se quedarán en el bosque más tiempo del necesario. Respondo mientras vuelvo a dirigirme al bosque en la misma dirección por la que vine.

Continuo examinando los restos encontrados en la fosa, con el propósito de intentar descubrir algún dato que pueda ser de utilidad, mientras, dirigiéndome a ambos nobles, digo:

- Mis Señores, ¿creen ustedes que todo esto es obra de la mujer a la que intentamos encontrar? -