Partida Rol por web

Y, como todas las desgracias llegan juntas, así el sheriff y sus hombres acabaron asomándose por el rancho Ithaca, tirando de algunas reses marcadas con la I especial. Pero eso fue un par de horas después de que el hijo del tendero se marchase, rumiando ideas sulfurosas, y de que, en ese intervalo de tiempo, los vaqueros pudieran organizarse. Miles y Bonito condujeron a Príamo hasta el edificio aledaño a los establos en que los hombres tenían su dormitorio, lo ayudaron a subir las estrechas escaleras y, obligado por el capataz, el hombre se echó a descansar en el jergón que antes ocupase el joven Clayton. La discusión entre la viuda y su hija Josie se dilató una enormidad, y cuando salieron de la habitación, Jeremy ya había insistido en levantarse y Gertrudis le había puesto el desayuno. El crío tenía más preguntas que años y acosó con ellas al centinela Lewis, a quien veía como un aventurero de leyenda. Cuando Miles y Buckner estuvieron aseados, el capataz ordenó que se repusiesen las cabezas del grupo selecto para el transporte a Austin el sábado y que fuesen yendo marcadas. En éstas estaban, chapoteando con sus botas sobre la tierra embarrada, cuando Lewis, haciendo callar de un modo severo a Jeremy, observó llegar a Gabriel “Buentino” Garrison y seis ayudantes, y corrió a avisar a los suyos.

El sheriff traía en el rostro esa sardónica y perenne sonrisa, ese brillo cruel en los ojos, mezcla de efluvios alcohólicos y de su cinismo inveterado. Se detuvo delante del porche, donde aguardaban la viuda, su hija, el capataz y Lewis; en la calle, a su izquierda, comparecieron de pie, cerca del carro, algunos con lazos, todos con los revólveres al cinto, Miles, Bonito, Sarah y Buckner. Corrían en aquellos momentos un viento racheado y gélido que agitaba las faldas de los abrigos y las alas de los sombreros. Entre los seis ayudantes, Miles y Buckner pudieron distinguir a Sam Cooper, un tipo de mediana edad con la cara marcada por el acne y que los miraba con aires de superioridad.

“Buentino” vestía de negro riguroso y llevaba unos elegantes guantes de cuero que había arrebatado a un presunto tahúr al que había liquidado. Mascó tabaco con fruición antes de dignarse a pronunciar una palabra. Su mirada, un tanto lúbrica, oscilaba entre la viuda y Josie. Escupió en el suelo. Su caballo se inquietó. Se limpió los labios con el dorso de su mano derecha. Llevaba al cinto un revólver de cachas nacaradas. El tono de su voz era seductor:

-Bueno, bueno, bueno. ¿Qué tenemos aquí? Si son Catherine Wales y su hija, dos bellezas sureñas sin parangón. Aunque me temo que se han metido en un lío… Oh, vaya que sí.

Catherine se aclaró la voz y repuso:

-Explíquese, sheriff Garrison.

Gabriel rió.

-Por favor, déjese de tantas formalidades, ya le dije que puede llamarme por mi nombre de pila. Gabriel: me gusta cómo suena mi nombre en sus labios –Hizo un gesto hacia las cuatro vacas que traía consigo y explicó: -Las encontramos en el cañón de las Águilas. Las demás, algunas decenas, estaban todas muertas, aplastadas, un feo espectáculo. Había sangre y carne atravesada por la madera. Las utilizaron para cortar el paso de la diligencia, ¿sabe? Estaban todos muertos y el dinero puff desapareció, se volatizó en el aire -Precisó: -No, por supuesto que no: se lo llevaron.

-Esta noche nos robaron ganado.

-Ajá. Y aquí mi ayudante, el señor Cooper –hizo un gesto hacia el tipo, quien sonrió enseñando mucho los dientes – dijo que esta mañana se encontró con dos de sus subalternos a la entrada del rancho y que estos no le dijeron nada al respecto. ¿Qué le parece?

-Eran Miles y el otro, jefe, el gigantón –intervino Sam con insidia.

-Hemos tenido nuestros propios problemas aquí, sheriff. Han matado a uno de nuestros hombres. Su cuerpo está en ese carro.

El sheriff ordenó a uno de sus hombres, un tipo con rasgos comanches, que se acercase a echar un vistazo. El tipo descabalgó y pasó entre Buckner y Sarah sin miramientos. Se subió al carro y destapó el cuerpo del chico.

-Es el botararate de Bobby, jefe.

Gabriel chasqueó la lengua y dijo:

-Qué feo pinta esto. Qué extraño todo. ¿Les roban el ganado y asaltan el rancho? Por favor, que alguien me explique a mí ahora.

Lewis observó con cierto desdén al sheriff y sus secuaces, que más parecían un grupo de bandoleros que de "defensores de la ley". De hecho ni siquiera le resultaba descabellado pensar que hubieran sido los causantes de todo ese embrollo, pero no podía hacer más que apretar el rifle entre sus manos y aguardar con cierta frustración las distintas acusaciones que se estaban vertiendo sobre los presentes.

-Puedo explicarle la parte de la que he sido partícipe... Ayer por la noche Bobby nos avisó de que unos cuatreros se habían hecho con el ganado, así que la mayoría de presentes montamos con premura y seguimos el rastro entre la lluviosa noche. Por desgracia se dividieron, así que tuvimos que seguir al grupo que parecía más numeroso. Recuperamos varias cabezas de ganado, las que puede ver dentro de la cerca, las otras supongo que fueron usadas para lo que usted comenta- evidentemente Lewis no se sentía responsable por ello aunque no le agradara que el ganado hubiera acabado de tal forma, pero ahora le tocaría a la señora Wales o a su hija explicar lo ocurrido en el rancho ya que él seguía sin conocer todos los detalles por mucho que se lo hubieran explicado.

Observo como se adentran en el rancho el grupo de "ayudantes" del sheriff y él mismo. Terminamos de marcar otra cabeza de ganado antes de dirigirnos hasta el final del cerco y me quedo tras el vallado escudriñandolos desde allí - tienen más pinta de pistoleros que de otra cosa - escupo al suelo y me quedo mirándoles mientras recojo el lazo y lo dejo encima de uno de los postes de la cerca.

Pendiente de lo que se habla, y de lo que no, ni me inmuto cuando Cooper habla de nuestro encuentro, me mantengo en alerta, el sheriff tiene un historial de rumores inciertos a sus espaldas...

Sarah estaba un poco confundida con lo acontecido durante la visita de Andy, la verdad es que también estaba un poco emocionada por haber dado con Buckner o bueno, de que la vida los hubiera juntado pues hacía tiempo que no se sentía familiar de nadie y si bien Buckner no llevaba su sangre, al menos la conocía poco más que los demás y sabía que no siempre había sido esa Sarah; era algo poco real de algún modo.

Pronto todas sus idas al pasado, sus paseos por los recuerdos y esos tirones de trenzas, se vieron opacados por la presencia del sheriff, a Sarah no le agradaba mucho, después de todo había sido un criminal antes de ser la autoridad y ella pensaba que los humanos tenían mañas que eran muy difíciles de cambiar, casi como en los animales. Después de todo ellos también eran animales. Observó al hombre en silencio, preguntándose cuánto podían confiar en él, hasta dónde era posible que confiaran en él.

Los demás no parecían tampoco estar muy convencidos de aquella visita y hasta la señora Wales parecía no estar muy satisfecha con aquella visita, en especial cuando Sarah había sentido que les acusaba de robo.

Bonito observaba la escena en silencio... Una última memoria viva del joven con quien, quizá a causa de tanto amigo muerto durante la cruenta guerra, nunca terminó de estrechar lazos. Aún así, un muerto era un muerto y bien podría el chico haberse llevado el destino del joven veterano a causa del mal destino...

Si acaso hubiera quedado yo en el rancho... Quizá mis cesos estarían desparramados y yo... Yo sería el que en breve comienza a pudrirse...

Los pendencieros se aparecen en la vista del vaquero que, instintivamente mira por el rabillo del ojo que su compañera se encuentre en su sitio...

Mala espina los justicieros... Mala espina.

Echó un rapido vistazo a la disposición de todos. Bonito y Lewis eran vaqueros experimentados y sabían disparar, asi que no le sorprendió que tuvieran las armas prestas a cualquier movimiento de las visitas, cada vez menos bien-avenidas. Sarah y Buckner eran otro cantar, pero si permanecían tras la valla todo estaría bien.

Luego él, que tenía el rifle por dentro del cercado contra la valla. Se había colocado a la mano de recogerlo si era necesario, manoseó el revolver cargado y listo.

Siguió observando con fijeza al scheriff, desde luego era uno de los más peligrosos.

Desde luego el aspecto de Buckner había mejorado considerablemente, aunque notaba un ligero picor en la garganta, y la nariz algo más húmeda de lo habitual, pero si eso era todo lo que había pillado durante la noche, podía sentir más que satisfecho.

Se dispuso a ayudar con el ganado cuando la llegada del sheriff cambió bruscamente los planes de la gente del rancho. Obviamente no le gustaba su tono, de ahí que ahora comprendiera mejor el porque del silencio de Miles con respecto a lo sucedido, no se fiaba de él, y con razón, no le hacía falta mucho para demostrar el porque de esa desconfianza.

Cuando el tal Sam pasó entre medias, empujando de esa manera, lo primero que al gigantón se le pasó por la cabeza fue arrancarle esa altanería de cuajo, podría hacerlo sin dificultad, pero lo único que hizo, fue acercarse de nuevo a la joven Sarah, para evitar que volviera a ser empujada, pues eso podría hacer que contenerse le fuera mucho más complicado que habitualmente.

No debía hablar, no en este momento, se sentía nervioso, se supone que eran representantes de la ley, pero se comportaban como unos vulgares matones de salón. Busco con la mirada a Miles, pero este se encontraba pendiente de otras cosas, unas que escapaban a la aún inexperta mente del joven, que si las cosas se torcían, no conocería otro estado.

Dentro del curtido vaquero, cual semilla que germina en cardo espinudo, fue creciendo un dificilmente controlable deseo de ajusticiar a los matones devenidos en justicieros.

Inmovil y tenso, con el corazón bombeando cada vez más rápido un torrente irrefrenable por sus venas, "Bonito" movía solamente sus ojos del Sherif a sus auxiliares...

Sentía calma ¿La calma que precede al huracán?

El sheriff procedió a escudriñar uno por uno los rostros de los compañeros, ofreciéndoles una sonrisa indescriptible que dejaba entrever unos dientes regulares y sorprendentemente nacarados. Adoptaba aires de superioridad y sus ojos refulgían despiadados; los entornó y comenzó a argumentar, girando la cabeza lentamente hacia Catherine:

-La verdad, no acabo de explicármelo: cómo ha podido contratar a tantos hombres en tan poco tiempo. Pese al miserable fin de su esposo, se ve que supo dejarla bien provista. ¿No le parece, señor… Potter? –Coronó el sarcasmo con una risotada que sus hombres corearon. Cuando regresó el silencio, siempre tenso, prosiguió: -Está bien, no creo que fuesen una turba de estúpidos tales como para dejar pruebas en el lugar del asalto, pero sigue sin quedarme claro qué ha pasado aquí. Si alguien mató al chico, ¿es porque robaron las reses de aquí mismo, de la granja?

-Así es –respondió rotundo el capataz. -El cadáver de su asesino yace por ahí (Lewis, indícales); yo mismo lo maté.

El sheriff hizo una señal a un par de sus ayudantes para que acompañasen al explorador, sin dejar de mirar al capataz, pensativo:

-Richmond, Taylor, id con ese.