Partida Rol por web

Cuando Claudia consiguió recuperar por completo su magullada y maltrecha consciencia, se encontró en un planeta rojizo, de cielos oscuros, con una luna de cromo, sobre su cabeza, en la que creyó reconocer la colonia en la que había estado con sus compañeros 75 años antes. La atmósfera era pesada, parecía respirar algo más que aire y los pútridos olores del lugar, pero poco más podía hacer más que tratar de sobrevivir.

Al ponerse en pie vio que estaba en una llanura (Punto AMARILLO) desde la que podía ver más o menos todo el entorno de la peculiar isla en la que había aparecido tras cruzar aquel inesperado portal.

No muy lejos vio una zona pantanosa (PUNTO VERDE) que parecía ir a dar a una cantera de rocas de una consistencia carnosa como nunca había visto (PUNTO AZUL). Un poco más abajo, desde su localización, vio una peculiar torre roja (PUNTO ROJO) y un poco más allá, en un punto aun más por debajo, una columna de humo constante, como la que causaría el choque de una nave sobre la superficie del planeta, pero desde allí era incapaz de precisar el verdadero origen de aquella columna gaseosa.

Aún conmocionada por este cambio, observo atentamente a mi alrededor. Quizás debería estar muerta, quién sabe que maldita broma del destino me permite seguir respirando.

El humo llama mucho mi atención y me dirijo hacia el lugar del siniestro, con la esperanza de encontrar algo útil entre los restos.

La marine, aun estando asombrada por su peculiar suerte, si es que podíamos hablar de tal cosa, arrancó a caminar hacia la columna de humo que veía en la distancia. Tardaría algunas horas en alcanzarla, pero estaba segura de que se trataba de un fenómeno producido por una colisión de alguna otra nave en el lugar.Era imposible saber qué encontraría allí ¿Habría supervivientes? Peor la idea de tener que pasar junto a la torre roja para llegar a su destino no dejaba de ser aterradora...

Claudia comenzó a avanzar, sin pausa, hacia aquella columna de humo, como si de una señal divina se tratase, sería maravilloso que hubiese una zarza en llamas al final de aquel camino, que le dijese cuál era el fin último de su sufrimiento y le diese una clave final para poder morir feliz, pero mientras el terreno se iba convirtiendo en un cúmulo restos de distintas naves, parcialmente cubiertas por la tierra y lodos de décadas a la intemperie, iba tocando desechar esas fantasías para tratar de ser práctica, tratando de seguir viva tanto tiempo como pudiese. Para eso la habían entrenado... Para eso y para matar, claro...

Seguía paseándose entre aquellos costillares, columnas y huesos de naves abatidas cuando se topó con un contenedor, teñido por los colores de aquellos barros rojizos, peor que parecía mejor conservado que todo lo que le rodeaba, por algún extraño motivo. Parecía sencillo de abrir, ya que su portezuela ya estaba parcialmente doblada, lo que había hecho que se partiese el cierre de su candado.

camino entre los restos de las naves y observo el cementerio que me rodea. No parece haber nada útil y sin duda el destino está anunciándome que esto es fin.

Me llama la atención una caja, en la cual sin duda encontraré algo que puede ser útil. Con mucho cuidado tiro de la tapa...

En el interior del contenedor había un estuche de guitarra, en cuyo interior reposaba el cuerpo de un bajo Azureglo Rickenbacker 4001C64, con un acabado en esmalte rojo cereza. A un lado del bajo se escurría una ametralladora, apoyada sobre cuatro cargadores.

En su tercera hora de camino, cuando ya casi lograba ver los restos de la nave siniestrada bajo la columna de humo, Claudia encontró el cuerpo de lo que parecías ser otro marine, no en demasiado mal estado, más allá de que yaciese destripado, lo que indicaba que no debía llevar más de unos días allí tirado, a no ser que algo en la atmósfera del planeta preservase los cadáveres, por algún caprichoso motivo.

Y cuando ya no faltaba demasiado para alcanzar su objetivo, la marine comenzó a escuchar un aleteo húmedo en la distancia...

Reviso el contenido de la caja. El instrumento musical no es lo que estoy buscando, aunque sé que vale mucha pasta. El arma es lo que más me interesa, le pongo un cargador y me guardo el resto.

Continuo caminando. El cuerpo del marine me hace detenerme y me dispongo a examinarlo, para buscar alguna identificación. Tengo curiosidad por saber quien es el pobre desgraciado.

- Mierda - susurro al oír el aleteo.

Tengo que ser precavida, puede ser algún ser hostil. Busco cobertura y me preparo para disparar.

Claudia consiguió esconderse bajo unas elevaciones del terreno, que en un principio podrían parecer formaciones naturales, pero eran planchas metálicas cubiertas de limos y barro. Aun sintiendo la molestia de los líquidos goteando sobre ella y con el miedo a descubrirse si se movía en aquel escondrijo, la marine consiguió mantenerse oculta mientras el aleteo húmedo aumentaba, que dio paso a una extraña distorsión en el cielo del horizonte cuando cuatro criaturas aladas, de medio metro de largo, pasaron a sobrevolarla. Sus aleteantes extremidades, de aspecto similar al cuero, contrastaban con sus desagradables cuerpos, similares a enormes babosas grises, sin patas ni órganos sensoriales visibles, brillantes por los jugos que exudaban.

Me oculto tan bien como puedo y les veo venir. Las criaturas aladas hacen que abra los ojos como platos y la garganta se me seque. No puede ser verdad lo que mis ojos ven. Esas bestias son totalmente antinaturales y por un momento pienso en abrir fuego y enviarlas al infierno de donde vinieron.

Me mareo unos instantes por la horrenda visión y separo mi dedo del gatillo, creo que es mejor esperar y no hacer que esas cosas se fijen en mi. Aún tengo algo de aprecio a mi miserable vida.

La marine consiguió mantener la frente fría mientras aquellos horrores abandonaban el aire sobre su cabeza, avanzando en la dirección por la que había venido. Su aleteo húmedo, increíblemente desagradable, acompañaría sus sueños por algún tiempo, eso era seguro, pero la Claudia consiguió seguir avanzando tras reposar su frente contra la fría alma por unos instantes.

Al fin había logrado llegar a la base de la columna de humo, donde reposaban los restos de una nave, escrito en gigantes letras blancas, en su costado, ponía DEFIANCE. Había cuerpos de lo que parecían ser marines y trabajadores por doquier. Puede que con ayuda de un mecánico se pudiese salvar aquel cacharro, o que al menos sirviese para improvisar un deslizador con el que moverse dentro de la atmósfera del planeta, pero por desgracia Claudia no disponía del equipo necesario y sus conocimientos mecánicos eran limitados. Aun así no le costó localizar la bodega de carga de la nave, que parecía estar intacta, pero estaba cerrada por un sistema electrónico que le exigía una clave desde su pantalla digital intermitente. Puede que, si se parase demasiado tiempo allí, atrajese a alguna otra criatura como aquellas polillas horribles o a saber qué otros horrores que pudiesen arrastrarse por allí.

Un poco más allá se erigía una torre roja de aspecto bastante sobrecogedor.

Observo la nave y los cuerpos tendidos sin vida. Parece un anuncio de mi propia muerte.
Lamento no poder arreglar este maldito cacharro para poder continuar mi viaje, aunque tampoco tengo muy claro cual es mi destino.

Visto el panorama que me rodea prefiero dormir en el interior de la bodega y hago saltar el cierre de seguridad, que parece dañado, de un golpe seco. Espero que el sitio esa tan acogedor como yo lo espero.

Claudia se las apañó para abrir el paso al corazón de la nave, encontrándose con la zona de descanso en la que estaban las cápsulas de criosueño de todos aquellos a los que había visto despedazados en la llanura. Aparte, pudo acceder a la bodega de la Defiance, donde reposaban, impasibles, decenas de barras de oro, junto a un cargamento de marfil rosa, compuesto alimentario de algas en cantidades industriales y unas enormes garrafas que contenían más de 200 litros de jarabe de arce.

Era una jodienda saber que con todo aquello podría haber sido medianamente rica durante unos años, si encontraba compradores para todo ello y estiraba el uso de los lingotes, pero ¿A quién pretendía engañar? Estaba en un planeta muerto, puede que fuese la única alma (O al menos la única humana) en todo aquel cuerpo, y era casi seguro que no encontraría otra nave funcional en aquel lugar.

Dormir... Descansar... Si... Aquello si que se lo podía permitir.

Los sueños fueron extraños, muy vívidos, peor fuera de su limitada imaginación, sin duda. No sabá de dónde salían, peor no de su magullado subconsciente, eso seguro.

Claudia se veía encerrada en el cuerpo de algún tipo de criatura tentaculada, no lograba verse, pero sus congéneres eran enormes moles musculares que cortaban y movían tremendas piedras en la superficie de aquel mismo plantea. Parecían estar edificando una ciudad, más allá de la torre roja, si era capaz de reconocer el terreno que había visto antes de bajar hasta allí, pero los edificios parecían criptas. Ella sabía en su fuero interno que iban a morir. Estaban fabricando su última morada.

La marine, cansada por la intensidad del sueño, se levantó para beber y comer un poco de entre la reserva de alimento de la bodega, antes de volver a caer en el letargo. Esta vez fue otra criatura, alada, más menuda. Veía cómo criaturas marinas saltaban de las profundidades sobre la planicie del planeta, dejándose morir lentamente. Un varón de su especie le indicó que era tiempo de tomar su lugar en su cámara mortuoria. Ella habría preferido que hubiese sido su cámara de apareamiento, peor sus alas la desplazaron igualmente en aquella dirección. A lo lejos se escuchaba la canción de la muerte.

La mujer volvió a abrir los ojos, inquieta, mirando al techo de la cámara, antes de que se volviese a despertar a si misma con un leve ronquido. Cuando recobró la conciencia estaba pasmada, mirando su impresionante mano de ocho largos dedos huesudos. Acababa de llegar con los suyos al planeta. Estos estaban desmontando los motores de su colosal nave viviente, matándola para llevar sus reliquias a la ciudad que ya viera en sueños anteriores. También venían a morir.

En un último sueño, Claudia se descubrió dentro del cuerpo de una criatura con un sistema de visión distinto al suyo, como si lo viese todo a través de las decenas de ojos de un insecto con distintos filtros para algunos de ellos. Los suyos también habían venido a reclamar su última morada, peor antes habían construido una puerta a otro mundo. Un umbral por el que podrían venir sus demonios, y con un poco de suerte morir, por falta de alimento, peor eso no pasaría hasta dentro de decenas de años...

Los sueños parecían querer decirle cuál era la esencia de aquel planeta: una enorme necrópolis a la que decenas de distintas especies habían venido a morir, voluntariamente, durante siglos... Otra cosa era aquella pesadilla sobre el portal al infierno, pero había algo que le resultó familiar al ver aquella edificación: brillaba con el mismo fulgor que había brotado de Rex cuando este la había absorbido para escupirla en aquel lugar. ¿Se había convertido el pelirrojo en un seguidor de los demonios de aquella última especie en la que se había visto? ¿Era eso lo que tanto ansiaba? ¿Abrir una puerta para que aquellas criaturas encerradas allí pudiesen huir y alimentarse de los humanos u otras especies que encontrasen en el cosmos?

La marine no podía estar completamente segura, peor parecía que había algo de todo eso en aquella confusión de pesadillas alienígenas.

Es este planeta encontraré una muerte segura, pues es una necrópolis de seres de pesadilla. Por un instante dejarme morir es una idea tan buena como cualquier otra.

Aunque algo que no logro explicar me insta a seguir adelante, a no permanecer quieta y desaparecer sin más. Es posible que sea lo último que haga, pero iré a ver la ciudad roja. Quizás encuentre sentido a toda esta locura.

Cuando Claudia consiguió llegar a menos de un kilómetro de la torre, pudo apreciar que entorno a ella no quedaban más restos de naves, cadáveres, basura u obstáculos, era como si el edificio fuese un faro que hubiese empleado un rayo desintegrador para limpiar un círculo en derredor. Y cuando se acercó más a ella se dio cuenta de que la tipología del edificio no le era ajena. Aquella muela roja, cortada contra el horizonte, era un edificio ergonómico prefabricado de uso común en misiones de exploración. Si recordaba bien sus estudios, la parte que sobresalía servía como baliza, centro de toma de lecturas ambientales y estación de telecomunicaciones, mientras que hacia abajo solían estar los barracones, salas comunes y armería, con una distribución similar a la de un búnker estándar, claro que, tras ver cómo terminaban todas las naves aquí y dependiendo del nivel de desesperación de aquellos que la habían erigido, dentro podía haber cualquier cosa.

No hubo más indicio de aleteos húmedos, ni de otras posibles amenazas, así que Claudia fue capaz de aproximarse a la entrada sin mayores complicaciones. El acceso al edificio era una boca arrancada de la fachada del edificio, de la que colgaban algunos dientes de cristal roto y estructuras de acero rotas. Entrar tampoco fue problema. Las luces verdes de seguridad titilaron y se convirtieron en luces blancas convencionales, dando la bienvenida a su visitante.

Aquella primera planta se componía de un recibidor, con suelos de azulejo preinstalados rotos, una sala de espera en la que una torre de sillas destrozadas simulaba el costillar de una extraña entidad geométrica que nunca existió, rodeada por macetas rotas con plantas momificadas esparcidas sobre una alfombra desgarrada, y un armario contenedor sobre el que alguien había escrito VIVOS DENTRO, con espray rojo. No se escuchaba nada más allá de los sonidos pulsantes de la electricidad, zumbando a través de las instalaciones, tras algún tiempo ausente.

Más allá había una sala de descanso en la que colgaban carteles con frases motivacionales completamente absurdas en aquel contexto, del palo de 'HOY ES EL MEJOR LUNES DE LA SEMANA' o 'SONRÍE A LA CÁMARA, ESTÁS VIVIENDO'. Había bandejas de plástico y útiles varios tirados por el suelo. Alguien había escrito CORRED POR VUESTRAS VIDAS sobre la pared del fondo.

También había una habitación de mantenimiento sin puerta. En su suelo había una portezuela que debía de dar al piso inferior, atrancada con un hacha. Al fondo del piso había varios ascensores, con frontales de vidrio reventados, que no estaban operativos. Junto a ellos, el hueco de una puerta que iba a dar a unas escaleras que descendían...

Abro el armario con mucho cuidado, no sé lo que encontraré en su interior y espero que me sea útil.

Claudia abrió el armario ta lenta y silenciosamente como pudo, a pesar de sus nervios, mano temblorosa y enfermiza atmósfera general, que habría hecho que a cualquiera se le crispase el alma (En caso de creer en ella). En le interior del armario reposaba un bulto que parecía roncar. Un bulto envuelto en una chaqueta de guarda de seguridad, con un torso y una cabeza cenicientos, cubiertos de pequeñas bocas. Unas parecían susurrar algún tipo de cántico casi inaudible, otras simplemente parecían tratar de tomar grandes bocanadas de aire o emitir estertores mudos. Donde terminaba el borde inferior de la camisa, el cuerpo se convertía en una larga cola negruzca cubierta de secreciones blanquecinas, como si de una babosa gigante se tratase. Las luces de emergencia del exterior parecían haber devuelto una mínima consciencia a aquella criatura, que comenzaba a removerse mientras una ranura, que no resultó ser una boca, si no un ojo lechoso, se abrió en su cuello.