Partida Rol por web

Guardándose las monedas, ve como se van y les dice al resto de sus compañeros;

-Mis amigas no tienen tanta información, solo el lugar donde se sabe que es el combate, pero según lo que dicen los carroñeros, no me extrañaría ver magia negra y nigromancia en aquél lugar. Quizás la mejor opción no sea ir directo, si no que hacer un rodeo a través del bosque para llegar al castillo, así, si la refriega a terminado cuando vayamos a volver, nos venimos por el camino directo del puente. -Dijo, mirando al resto de los condenados.

Tus palabras son certeras “9 dedos” le respondió Harg que mientras marchaban no dejaba de mirar hacia todas partes. De poder evitarlo, quisiera mantenerme al margen del asunto entre las dos furcias nobles, sus ejércitos y las criaturas del otro lado del Velo que puedan o no estar deambulando por esta zona.

Rodeemos el fragor del combate mientras intentan ubicar al imbécil que han venido a matar, sugirió.

-Supongo que un Nigromante buscaría su material de trabajo en el corazón de la batalla o en aquellos campos que estén sembrados de cuerpos.- Dije pensando en aquel Mog-ur que mencionaron los Carroñeros. -No quisiera cruzármelo, los mendigos no vieron en nosotros una amenaza pero si la ven en ese sujeto y evitarlo sería importante. ¿Qué lugar es el que menos cuerpos tiene?.- Pregunte pensando en qué lugar seria de poco interés para un reciclador de cuerpos.

Este hediondo olor me echa para atrás, nunca he experimentado este tipo de podredumbre en mi nariz. Realizo multitud de arcadas que finalmente llevan a vómitos, pero consigo vislumbrar el camino.

Aquellos olores nauseabundos se metieron en las fosas nasales de Estrilda y no la dejaron en paz. A cada paso el infecto hedor le producía arcadas a la joven, que nunca antes había estado rodeada de tantos cadáveres.

-Joder, como hiede esto, parece una maldita letrina de una posta sin limpiar desde hace un año o dos- Se tapó la boca para reprimir una violenta arcada.

-Huele peor que cuando a Hansen 'El panza' le reventó la barriga llena de gusanos carnívoros, por el basilísco bicéfalo, esto es insoportable-

El fétido aire se arremolina a nuestro alrededor y las viles moscas zumban a nuestro lado, más ansiosas de la carne de los vivos que de los muertos.

Maldigo mientras cubro mi rostro, aguantando la respiración siempre que me es posible.

Comienzo a avanzar a ciegas entre el manto de cuerpos inmóviles y resbalo un par de veces sobre las vísceras y las sangre derramada. Uso mi arma para no perder el equilibrio, mientras sus palabras burlonas y su carcajadas dementes me instan a que siga avanzando.

El viento parece arremolinarse a vuestro alrededor como guiado por una pestilente y malvada mano. Los malos humores atacan gargantas, ojos y piel expuesta. Algunos de los mercenarios convertidos en peones de poderes desconocidos alcanzan a cubrirse con pañuelos mientras que otros, sin quererlo tragan grandes bocanadas de ese fétido aire.

Por si fuera poco grandes nubes de espeso polvo negro parecen rodearos y por un momento incluso llegan a esconder el débil y moribundo sol que os ilumina. Aun así lográis mantener el camino y no desorientaros.

Rufus el ratero nota un terrible escozor en las fosas nasales y en los labios. Cuando el viento amaina y se toca con las puntas de los dedos las áreas irritadas descubre con un estremecimiento como estas quedan cubiertas de una capa de moho negro. Aquereso y purulento rodea como un infame maquillaje su boca y su nariz. Dándole el aspecto de un cadáver que haya empezad a consumirse. Su rostro, no ya muy agraciado, inspira ahora pena y asco. ¿Logrará deshacerse de esa infección o fructificará el moho invasor hasta florecer dentro de su cráneo?

Isvar por su parte es de los que no dudarían en mofarse del Ratero por su aspecto. Si no estuviera muy ocupado doblándose en una horrible tos. Esputos sangrientos y negruzcos salen despedidos de sus fauces, y no solo flema si no que con horror comprueba que hay pequeños pedacitos de carne en cada expectoración ¿Acaso sus pulmones han sido corroídos por los malos humores? Un escalofrío recorre su espina dorsal ¿es esta la condena a una muerte horrible, agónica y cercana?

La tercera afectada es la pobre Estrilda. La sensible artista de circo reconvertida en asesina y mercenaria ha visto, hecho y sufrido quizás demasiado. O quizás su intima conexión con la muerte y los espíritus florece en una nueva capacidad. Como sea cree haber visto en las nubes de polvos legiones de espíritus de los muertos que con paso pesado se encaminan a la horrible no-vida de ultratumba. Cree incluso haber oído el sorber de las lampreas ectoplasmáticas que devorarán su alma mientras esta se hunda en el negro mar sin luz que es el más allá. Un terror eterno ha anidado en su alma, un terror que algun día (en el peor momento) habrá de paralizarla.

El resto logran evitar respirar en demasía, o sus cuerpos lo resisten mejor, las horribles emanaciones de este campo sembrado de muerte. Y así el grupo llega tras una caminata al puente que cruza el rio.

Y descubren que no son los únicos en este lugar.

El puente, de piedra castigada por los años y recientemente por la metralla de las endiabladas armas de pólvora negra, se aguanta a duras penas sobre el rio. Un cauce de agua parduzca que con lentitud pasa entre los dos pilares del mismo que se hunden entre olas cenagosas. Varias decenas de muertos están desparramados por las cercanías o bajan flotando perezosos por el cauce.

Mordisqueando de forma aburrida los hierbajos que crecen en el suelo pisoteado y enfangado tres hermosos caballos de guerra, uno blanco otro negro y otro rojizo, levantan la cabeza al veros llegar. Son animales de gran nobleza, dignos de los más nobles caballeros de esta tierra.

O mejor dicho las herramientas de matanza de los peores malnacidos que este reino maldito ha parido para castigar al débil y al desposeído.

Dos de esos nobles ejemplares de asesinos están sentados en unas ricas sillas de campaña entretenidos en una partida de ajedrez mientras unos sirvientes harapientos les sirven vino. Uno de los caballeros es un hombre joven, bien plantado y rubio, mientras el otro es de edad madura con un sucio pelo negro y una barba larga y enmarañada.

De debajo el puente se oyen unos gritos de dolor que se detienen de golpe. Una figura enorme, un hombretón de más de dos metros y fuerte como un buey, pelirrojo y vestido con ropajes de este mismo color, sale de debajo del puente atándose la parte delantera de los pantalones.

Al veros llegar los tres miran en vuestra dirección, luego entre ellos, y sonríen. Unas sonrisas siniestras, propias de bellacos y asesinos.

Los pobres desgraciados que los sirven mantienen los ojos clavados en el suelo.

Es el más viejo de los dos que jugaban al ajedrez que, tras dar un trago e interrumpiendo el juego, se dirige a vosotros.

Alto ahí villanos. El puente está cerrado. Por nuestro honor lo hemos reclamado y por nuestro honor lo guardamos. Dice con voz altanera. Así que o bien rendíos y arrodillaos a nuestra merced, pagad el peaje del honor o perdeos de vuelta entre las piernas de la ramera que os cagara.

Los otros dos responde, con risotadas el pelirrojo y con una risita afeminada el rubio, a sus comentarios. Incluso el pelirrojo hace una seña para que uno de los siervos le acerque una enorme espada en su funda, como para dar mayor peso a la apenas velada amenaza.

¿Deberíais daros media vuelta? ¿Tragar el insulto y someteros? ¿Cuan sangriento será "el peaje" que estos caballeros reclamen?

La caminata por la miasma que desprendían todos aquellos cuerpos comenzó a afectar a mis compañeros. Aquel llamado Rufus parecía tener el color de los muertos, al parecer aquella peste lo estaba enfermando y temía que eso lo llevara a la muerte.  En más de una ocasión estuve a punto de brindarle mi ayuda médica pero decidí no hacerlo, cuando le ofrecí mi ayuda en el momento en que perdió el dedo no recibí respuesta, tal vez sea una persona que no le gustara que le hablasen y yo no quería montar en furia a nadie ya que mi débil cuerpo no resistiría un enfrentamiento. Isvar tenía un arranque de tos muy terrible y al parecer Estrida también se encontraba mal aunque en apariencia no se comparaba con la tos de Isvar que lo hacía esputar sangre, tenía intenciones de acercarme al sujeto a ofrecerle mi ayuda pero recordé que la mujer lo había acusado de traición y de dejar a sus compañeros así que me retracte, era difícil confiar en esa gente. Finalmente me acerque a Estrida -Si usted lo necesita puedo tratar cualquier malestar que este miasma provoque, dispongo de tratamientos y tengo la capacidad de administrarlo como se debe.- Dije esperando a ver su respuesta. Cualquier expresión de molestia o negación haría que me apartara de ella de manera inmediata.

Al llegar al puente y encontrarnos con aquellos caballeros guarde silencio y retrocedí algunos pasos, no combatiría de no ser necesario pero de todos modos prepare mi ballesta esperando que la situación se pudiera resolver sin derramamiento de sangre.

Mírales. Como se ríen de ti, pobre gusano. Mira sus muecas horribles, sus bastos modales a pesar de su noble cuna. - la voz de la espada se calva en mi mente. -¡Mátalos! ¡Derrama su sangre y sus vísceras por el río! ¡MÁTALOSSSS!

Me adelanto un paso y me pongo en posición de guardia.

- Sus excelencias deberían dejarnos pasar, o no respondo de mis actos.

Mis brazos no flaquean a pesar de mi débil aspecto y les miro con odio.

Observando, asqueado a esos malditos nobles, Rufus, sin pensarlo dos veces, se lanzó con su hacha por el frente para golpear a uno de aquellos que estaba en las sillas, aunque el camino, y los humores, lo tenían ciego. Su perro, en cambio, no dudó en lanzarse a probar la carne joven de los sirvientes, lanzándose sobre uno de ellos y mordiéndole las pantorrillas.

-¡Me cago en la puta ostia! ¿Siempre estamos igual o qué? JODER- Gritó Estrilda mientras cargaba contra los caballeretes, lucero del alba en ristre.

-¿No te acuerdas del tarado de Salvatore? Y sigues haciendo lo mismo que él, estoy empezando a estar hasta el coño de tanta locura gratis-

Demasiado asqueada, cansada y cabreada, por no hablar de aquel viento negro llevado por los espíritus, el ataque de Estrilda fue realmente patético.

Con una gran risotada el caballero rojo vio como cargabais y desenfundó un enorme mandoble. Mientras tanto el caballero blanco y el caballero negro se levantaron de un salto haciendo caer la mesa con el tablero de ajedrez y las copas. Mientras el caballero blanco esquivaba el golpe de Rufus el caballero negro soltó un improperio mientras los dientes del perro de Rufus, el sucio Morpheo, se le clavaban en la pantorrilla aunque sin fuerza suficiente para herirle a través de la malla.

Mientras sus siervos les acercaban las armas, una maza para el caballero blanco y un hacha para el negro el caballero rojo corría a vuestro encuentro riendo y clamando que a alguno no lo mataran, que lo dejaran solo mutilado para, sus propias palabras, “joderlo hasta dejarlo del revés”.

Moviéndose con gracia, como un gato jugando con su presa, el joven caballero agarró la maza que le tendía un sirviente para pivotando sobre un pie tratar de descargar un golpe sobre la testa de Morpheo. El compañero canino de Rufus, algunos dicen que hermano de leche pues ambos habían sido amamantados por la misma perra, esquivo por poco el golpe de la maza que a bien seguro le habría reventado la cabeza.

El más anciano de los tres caballeros, el que vestía de negro, avanzó resuelto hacia Estrilda. En sus ojos brillaba una clara crueldad y por la turbia sonrisa que asomaba bajo su bigote parecía claro que no iba a matar a Estrilda, al menos no por el momento. Le bastaba con herirla, para luego herirla algo más, y luego un poco más…

Pero Estrilda no había sobrevivido en el circo ni en las horribles peripecias que la habían golpeado desde entonces sin unos rápidos reflejos. El hacha silbó junto a ella pero falló su rodilla por muy poco.

Mientras que sus dos camaradas parecían querer mantener la pelea en términos honorables, o quizás aun no habían decidido atacar al resto de aventureros, el tercero y más grande de los caballeros no perdió el tiempo. Fue directo a Lucius, por ser quizás el más cercano, y trató de rebanarle con su espadón la cabeza de un golpe.

Pero Lucius, un alma torturada, goza (o gozaba en ese momento) del favor de Lo Más Alto, el vaporoso poder superior que algunos ingenuos dicen es sostén de la humanidad y cuyo amor nos redimirá. O quizás sencillamente tiene suerte pues cuando retrocede para tratar de evitar el golpe tropieza y cae al suelo. Lo que permite que el enorme espadón pase por donde apenas un segundo antes estaba su cabeza sin rebanársela.

Y de nuevo le protege la fortuna cuando tumbado indefenso en el suelo decide rodar a la izquierda. De haberlo hecho a la derecha la enorme espada del caballero rojo lo hubiese ensartado a él y no al barro de la orilla.

Rufus intento atacar por la espalda al caballero de blanco, quien estaba atacando a su hermano perruno, pero los torpes movimientos de Rufus no eran nada. En cambio, Morpheo intentó atacar, pero el caballero era más inteligente y rápido que el perro, al menos de momento. 

No somos grandes combatientes y menos para enfrentarnos contra unos caballeros más expertos. Pero ya no hay vuelta atrás. Matar o morir, como dice el venenoso espíritu que maldice el acero que sujeto entre mis manos.

Todos los mercenarios que me rodean están en peligro. Aunque no les conozco lo suficiente para prestar mi ayuda a alguno de ellos en concreto, me decanto por librar a Lucius de las garras de la gélida parca. Por ese motivo me dirijo contra el caballero rojo, esperando que el suelo beba su fluido vital y tome el mismo color que su nombre.

Lanzo un poderoso tajo descendente contra aquel que amenaza la vida del indefenso Lucius. Mientras siego el aire sin conseguir herir a mi objetivo, puedo oír la burlona voz de mi arma.
- ¿Es así como piensas morir? ¿Cómo un cerdo en el matadero? ¡Debes buscar una muerte heroica digna de alguien como yo!

Aquellos malditos caballeros tenían una extraña aura que hacia fallar los ataques de sus compañeros. Uno por uno, las hojas amigas erraban con enorme facilidad contra sus enemigos. Por suerte, Estrilda impactó al caballero de rojo, pero unas misteriosas fuerzas le restaron potencia a su golpe.

-AHH- Gritó la chica mientras notaba como las fuerzas de su brazo se desvanecían.