Partida Rol por web

Jalabert salió tan disparada escaleras abajo que a José y a Zoey casi no les dio tiempo a verla marchar.

Zoey observó a su compañera salir disparada escaleras abajo acompañada de dos de esos agentes de apoyo.

En la puerta todavía se encontraba un absorto Balmaceda indeciso. Dentro de la estancia le había parecido ver una pequeña mesilla junto a la cama con una caja semiabierta con algún tipo de sello postal pero ahora la oscuridad era casi absoluta y no podía verse apenas nada.

Carley bajó la escalera a toda prisa. Tan rápido que alguna vez tuvo que agarrarse al inestable pasamanos que terminó de confirmar ese aspecto de inestabilidad que hasta ese momento solo anunciaba.

En poco más de un minuto Jalabert estuvo en el patio. Varios agentes apuntaban a una figura que se encontraba frente al mural que vieron en el patio antes de subir. Esa figura era la de aquel camello estrafalario que traficaba en el Zothique. Vestía con ese abrigo largo de color rojo y sobre la cara, aún mantenía ese velo de color amarillo que le tapaba la boca y la nariz. Estaba mirando a la entrada del edificio de tal manera que su mirada se cruzó con la de Carley Jalabert cuando ésta apareció en el patio con su pistola en la mano.

En la mano derecha sostenía una pequeña maleta de color negro.

Tracé un arco alrededor del sujeto, manteniendo las distancias a la altura del resto de agentes. Sin dejar de apuntarle miré al resto de agentes y asentí.

Así que parecía que estaba tratando de huir —¡No te muevas! —grito en alto. —Tienes que venir con nosotros, no hagas gestos bruscos, deja la maleta en el suelo y pon las manos en alto —. No parecía que fuera armado pero no podía arriesgar.

Zoey dio un paso siguiendo por inercia la estela de Carley al salir disparada, pero se detuvo antes de llegar a seguirla realmente. Por un lado escapar de aquel olor nauseabundo sería un alivio, pero era muy consciente de que ella no era agente así que no iba a poder ayudar en la detención. Su trabajo era justamente estudiar las escenas de los crímenes y tratar de entender a los asesinos tras ellas, así que se armó de valor, hizo de tripas corazón y se quedó arriba. 

Sacó el teléfono móvil y encendió la linterna para apuntar hacia la habitación. Buscó con la mirada alguna ventana que pudieran abrir para tener más luz y después movió el haz de luz para poder echar un buen ojo al lugar. Todo era tan extraño en esa casa vacía de muebles que era difícil comprender cómo vivían esas personas... Y qué las había llevado a vivir así. 

José dudó de nuevo. Algo que no le gustaba pero que se repetía demasiado últimamente. Solía ser mucho más expeditivo. Esta misión le estaba sacando de sus casillas. Nada drástico de momento, pero sí irritante.

Tosió y una arcada asomó a su garganta, aunque pudo reprimirla, se apoyó en la puerta con la mano que empuñaba el arma para ver cómo Jalabert corría escaleras abajo.

- ¡Qué no escape! Abrid fuego si es necesario, pero lo queremos vivo. Tiene mucho que contarnos.

Después reparó en un detalle de la escena, en uno de los pocos muebles que había en la habitación. No sabía porqué le había llamado la atención ese sello pero quería verlo con más detenimiento así que examinó la caja con cuidado y la llevó a una zona con más luz.

—Le he pedido que me acompañe, pero la anziana no quería volver a zu vieja patria. Zupongo que era demaziado orgulloza. Dizcúlpenme, por favor, zólo me he detenido un inztante para recoger algunaz cozaz. Pero no puedo quedarme máz tiempo, ezte zitio apezta, ¿lo notan?

La figura de Carcosa se mantenía impertérrita frente al mural de la pared, mirando alternativamente a Jalabert y los agentes que le apuntaban incesantemente.

Una leve ráfaga de viento movió el pelo de Carley y el sonido de una ventana abrirse proveniente de lo más alto del edificio, perturbó el masticable silencio tras las palabras de Carcosa.

Zoey entró en la estancia tratando de no respirar ese apestoso aire viciado. Con la iluminación de su teléfono consiguió llegar a la ventana para abrirla. No entraba mucha más luz pero era mucho mejor que la absoluta oscuridad anterior.

Desde ahí podía ver a Carley junto a algunos agentes más apuntando a ese Carcosa que estaba plantado frente a ese mural de la pared que vieron al entrar. Se mantenía impertérrito ante las palabras de Jalabert que desde esa posición Zoey no podía oír con claridad.

En la estancia, una miríada de juguetes sexuales y pornografía, tan retorcidos y abyectos que casi reprimían el hálito: consoladores de formas tentaculares, reptilianas, insectoides, anfibias, alienígenas. Revistas con individuos disfrazados de forma aparatos y grotesca, fornicando con ayuda de artilugios tenebrosos. Buena parte del material estaba usado, manchado y desperdigado por la habitación.

Balmaceda echó un vistazo a esa caja medio abierta sobre la cómoda cubierta de artilugios de látex y cuero. Al fondo de la caja había un consolador enorme, a pilas. en su interior, una bolsa de plástico, de buen tamaño, con no menos de medio kilo de ese polvo blanco. El remitente era Susurros en la Oscuridad, en Salem.

El maldito Carcosa parecía confesar un crimen —¿Has matado a tu madre? Te lo repito, deja la bolsa en el suelo y levanta las manos ¿Llevas polvo? —hice un gesto de asentimiento al resto de agentes para que avanzaran un paso hacia él junto conmigo. Se trataba de cerrar el círculo ya que no tenía escapatoria. Poco a poco iríamos cerrando el cerco.

—Lo ziento agente, no puedo quedarme —dijo encogiéndose ligeramente de hombros—. Zalgo de viaje, ¿zabe?

Los agentes obedecieron las órdenes de Jalabert de inmediato. El individuo estaba cercado pero ni siquiera miraba al resto de agentes. Su mirada estaba clavada en Carley Jalabert. Un instante después de acabar sus palabras dio un minúsculo paso atrás y se quedó quieto.

Una vez abierta la ventana, Zoey miró hacia el interior de la habitación y sus labios se fruncieron de inmediato en una expresión de desagrado. 

—Oh, joder... —maldijo para sí misma al ver aquella cantidad de juguetes sexuales de formas extrañas.

Si realmente aquella mujer de la cama era la madre del sospechoso... No quería ni pensarlo. Apartó la mirada para ver lo que hacía Balmaceda. 

—¿Qué hay ahí?

Estiró el cuello para intentar atisbar lo que José tenía entre manos, pero cada vez que abría la boca sentía ese olor repugnante meterse por su garganta y revolverle el estómago así que se quedó cerca de la ventana. Tras esa pregunta, sus ojos volvieron a dirigirse al exterior, para comprobar si Carley y los otros agentes ya habían detenido al tipo. 

—Pero a dónde iba a ir el tal Carcosa, estaba rodeado —me dije a mi misma.

Busqué con la mirada al agente Tackleberry y asentí. Tackleberry era un agente que destacaba por su corpulencia física. Ya teníamos bastante encerrado a Carcosa, apenas unos metros más y lo habríamos atrapado. Ignoré sus palabras, solo trataba de despistarnos pues no tenía donde ir.

Cuando dio un paso atrás traté de coordinar al equipo —¡Ahora! ¡Arriba las manos por última vez! —grité y me acerqué sin dejar de apuntarle junto con el resto de agentes, la idea es que Tackleberry lo apresara con las esposas. Si Carcosa hacía algún movimiento extraño dispararía.

Zoey vio como Jalabert daba una orden a una de las agentes que apuntaban a Carcosa, que seguía impasible frente al mural. La agente avanzó unos pasos con las esposas en la mano hasta estar a escasos centímetros de ese Carcosa y, una vez ahí, se giró hacia Jalabert con la cara completamente desencajada. Se encogía de hombros y tras unas palabras de Carley que Zoey no pudo escuchar, acercó la mano al dibujo de la pared.

Zoey no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Parecía que ese tipo se había fundido de alguna forma con el mural de la pared. Era como si Carcosa fuera una pintura fresca en el mural, junto al árbol de carne, tan inerte e impasible como este.

Tackleberry se acercó decidida con las esposas en la mano. En su retaguardia, Jalabert y un par de agentes más mantenían sus pistolas apuntando a la figura de Carcosa. La agente Tackleberry estaba a escasos centímetros de Carcosa cuando giró la cabeza y miró a Jalabert con la cara desencajada. Se encogió de hombros y pasó la mano por la pared.

Jalabert no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Parecía que ese tipo se había fundido de alguna forma con el mural de la pared. Era como si Carcosa fuera una pintura fresca en el mural, junto al árbol de carne, tan inerte e impasible como este.

A José no le sorprendió la exclamación de Zoey. Cuanto más se percibía de la habitación, peor pinta tenía, casi era mejor la ignorancia de la oscuridad.

Sin embargo allí había material para varios sueños eróticos de los peritos del FBI, así que decidió ser cauto.

- Mira sin tocar lo que quieras. Habrá que avisar a Perlman y que envíe un equipo de recogida de evidencias. Y que saquen fotografías de todo.

Sacando una bolsa y unos guantes tomó la bolsa de la caja con delicadeza.

- Esto nos lo llevamos nosotros directamente. Aquí puede haber oro. - releyendo el remitente con atención añadió - aunque no creo que "Susurros" aparezca en la guía telefónica. 

- ¿Ves algo más de interés Zoey? ¿Cómo van ahí fuera con Carcosa? Creo que deberíamos bajar con ellos si aquí no hay nada más que llame tu atención.

Miré atónita a Tackleberry, parecía que hubiera visto aquello todos los días cuando se encogió de hombros.

—¿Pero qué...? —dejé la pregunta sin terminar, —¿Hay un micro? —doy unos pasos hacia el mural. Paso la mano sobre la pintura, entonces parece que se me nubla la vista, me veo obligada a echar pie a tierra y llevarme las manos a las sienes tirando la pistola a un lado... —No.... esssss poooosibllllle —balbuceo mientras creo oir en mi cabeza las palabras que me aturdieron en el psiquiátrico...

—¿P-pero qué...? 

Zoey oía de lejos la voz de Balmaceda, pero no la escuchaba porque el latir de su corazón se había convertido en un ruido atronador en sus oídos. Sus ojos se habían abierto como platos y sus manos habían comenzado a temblar. Su rostro palideció a toda velocidad y ni siquiera el sonido de su teléfono al caer al suelo fue suficiente para que apartase la vista del exterior. 

Aquello era, había sido... ¿Cómo lo había hecho? Era imposible. Un escalofrío la estremeció por entero, desde la nuca hasta las rodillas que sentía flojas. Y así, con los ojos desorbitados, los labios entreabiertos y pálida como la luna, la joven apoyó la mano en el alféizar de la ventana. Sentía que estaba a punto de desplomarse por la impresión. 

- ¡Qué ha pasado?

José corrió hasta la ventana y sostuvo a Williams entre sus brazos. No era un abrazo paternal, simplemente un soporte para que la mujer no cayera redonda. Como pudo aprovechó para sacar la pistola que casi acababa de enfundar para recoger la droga.

- ¿Estás bien? ¿Qué has visto? ¿Qué ocurre?

A continuación miró al exterior, hacia abajo, esperando lo peor...

Tackleberry seguía con la cara desencajada retrocediendo unos pasos a pesar de ver que Jalabert estaba en posición de debilidad. El resto de agentes estaban paralizados, como si el tiempo se hubiera detenido a su alrededor.

Ese maldito camello había vuelto a escapar. ¿O quizá nunca estuvo allí? Había varias preguntas en la cabeza de Carley pero no era eso lo que se agolpaba en su cabeza. Estaba empezando a pensar que todo esto era algo más que un asunto de drogas o asesinatos en serie. ¿O simplemente era sugestión?

Balmaceda pudo sentir el acelerado ritmo del corazón de Zoey tan pronto como se acercó a ella. Casi no le hizo falta tocarla. Miró por la ventana y la escena no era demasiado halagüeña. Frente al mural de la pared se encontraba Carley Jalabert de rodillas. A su lado una agente miraba desencajada la escena que se representaba en el mural mientras retrocedía unos pasos completamente asustada. El resto de agentes permanecían inmóviles mirando la escena del mural.

José ya había visto esa escena antes de subir pero algo había cambiado, ahora la escena también representaba a ese camello con el que estuvo hablando en Zothique. ¿Cómo podía ser posible que no lo hubiera visto antes? ¿Qué demonios le pasaba a Jalabert?

José abrazó a Zoey amable pero firmemente.

- ¿Estás bien? Debemos bajar a ayudar. Ya dije al subir que ese mural no me daba buena espina. Y creo que Carcosa nos la va a jugar con él ahora.

Y condujo a su compañera escaleras abajo, rápidamente. No necesitó mirar más que unos segundos por la ventana para saber que la cosa era urgente.