Partida Rol por web

Nieve Carmesí III

La Mansión

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10/03/2009, 16:28
Hans

El familiar sonido de un obús al surcar el cielo hizo que Hans se encogiese sobre sí mismo mientras se preparaba para el impacto. Con los ojos llorosos y anímicamente al borde de la extenuación, sus labios amoratados y sangrantes dejaron escapar un gemido al tiempo que rodeaba su cabeza con sus brazos para protegerse del ruido. El impacto del segundo obús le sorprendió hecho un ovillo junto a un tronco, temblando por el frío y el miedo. Tras horas de viajar sin rumbo, de huir a tientas en medio de aquél infierno, el hombre de familia que era, cultivado y tranquilo, estaba al borde de un ataque de nervios y sólo la presencia del resto de sus compatriotas a su lado le hacía conservar la cordura.

Cita :
 

¡Corred, soldados! ¡Corred y no perdáis de vista a los prisioneros! ¡Debemos llegar a esa casa antes de que el fuego de artillería nos convierta en confetí!
 

La voz potente y acuciante del teniente le hizo volver en sí y, con un respingo, comenzó a correr hacia delante en pos de sus compañeros sin ser apenas consciente de por dónde pisaba. Algunos de sus compañeros vigilaban atentamente a los prisioneros pero no así Hans el cual, llegado ese punto de su vida, se movía por el único y primario instinto de seguir con vida y la única motivación de lograr que su hermano llegase al final de aquella pesadilla sano y salvo. Con el fusil firmemente sujeto ante sí más por costumbre que por deseo suyo, el hombre corrió entre los montones de nieve y los hoyos de viejos obuses caídos en dirección a la mansión donde esperaba podrían encontrar refugio durante unas horas. 

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10/03/2009, 16:41
Grüber

Grüber se sobresaltó tras la primera explosión y aunque la seguna no le tomó tan desprevenido, supo enseguida que estaban cerca, demasiado cerca. Nuevamente se maldijo por estar allí, quizás era mejor que se rindiera y muriera congelado que a manos de los malditos rusos pero entonces escuchó una orden y estaba acostumbrado a cumplirlas, sucediera lo que sucediera, además, le debía a toda esa gente del pueblo, no sólo a él y a sus compañeros. Alzó la mirada, sus piernas pesaban, era casi un niño perdido y sin embargo, había tenido que comportarse como un hombre desde que lo habían mandado a esa estúpida guerra. Echó una mirada atrás, antes de pedirle a Dios que le diera fuerzas para llegar, de pronto ya no quería morir congelado aunque quizás ni se iba a enterar cómo moriría. Vio al hombre que les gritaba que corrieran a la mansión y parecía otro, por un momento Grüber lo desconoció, claro, las consecuencias de horas y horas de camino, de frío, de temor. Tuvo una ligera sensación de estar haciendo el tonto y entonces echó a andar de nuevo. Los prisioneros no le importaban, aquella no era su jurisdicción; sólo esperaba que no tuvieran que matarlos y que él tuviera que ver aquello.

Como médico estaba acostumbrado a la muerte pero no a matar, odiaba aquello como nadie y sin embargo, hacía su mejor esfuerzo para que no se notara, no quería quedar como una niña delante de la compañía. Aunque ahora todo era distinto y pensaba que si tenía que matar para salvar a alguno de aquellos hombres, lo haría porque sabía en el fondo de su corazón que cualquiera de ellos lo haría para salvarlo a él. Miró al cielo con un nuevo retumbido, parecía una amenaza pero no lo era, era una advertencia que claramente les decía que estaban cerca. Quizás la mansión les brindaría un remanso para volver a ponerse tibios aunque aquello no les salvara la vida. Dejó de pasearse en sus pensamientos y siguió a sus piernas que parecían correr más rápido que su alma, más rápido que las voces de sus compañeros, un paso más y estaría frente a la casa, listo, dispuesto a cruzar las puertas. Sólo esperaba que nadie más diera con la mansión o los encontrarían y los encerrarían como a ratones en una madriguera pero no lo dijo, Grüber era de pocas palabras.

-¡Ya estamos allí, muchachos!- fue todo lo que dijo intentando imprimir cierto optimismo a todo el asunto.

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10/03/2009, 16:58
Director

Todos corrieron hacia la mansión, sin mirar atrás. El Teniente los espoleó con su voz, grave, penetrante. Los soldados no podían hacer otra cosa que avanzar.

Llegaron a la reja de la entrada de la mansión, la cual dejaba ver su silueta ante las bombas que caían cada vez más cerca.

Los soldados no titubearon un segundo en abrirla y continuaron corriendo hasta llegar a la puerta de la mansión. Varias veces giraron su cabeza hacia atrás, para mirar al Teniente que con su mano los obligaba a seguir avanzando.

La luz de los obuses al impactar contra el suelo hacen que el paisaje se torne cada vez más tétrico a medida que los soldados y prisioneros acortaban distancias hasta llegar a la escalera que subía hacia la puerta de la mansión.

La puerta de la entrada era una gran puerta de madera de dos hojas, en las cuales había unos llamadores de hierro fundido, con la forma de cabezas de león.

El soldado Grüber obligó a la campesina a abrir las puertas de la mansión, la cual resuena entre bomba y bomba con un chirrido espeluznante.

Todos entraron a la mansión, espoleados por el Teniente, el cual se quedó unos metros rezagado, hasta que todos encontraron refugio dentro de la mansión. Fue en ese momento cuando todos se giraron para mirar al Teniente, el cual se colgó su fusil al hombro y sonrió, mientras caminó lentamente hacia la entrada de la mansión.

Todos cerraron los ojos cuando un obús de artillería pesada, golpeó el suelo a un metro del Teniente. Todos se cubrieron la cara y el cuerpo con las manos, cuando la onda expansiva de la explosión los alcanzó.
 
A los pocos segundos, los soldados y los campesinos se quitaron las manos de la cara, sintiendo la humedad de la sangre, que los había cubierto a todos de arriba abajo.
 
Junto a ellos, el cuerpo del Teniente se retorcía entre estertores. Sus ojos estaban completamente abiertos y sus manos… sus manos intentaban contener los intestinos que sobresalían por la parte de debajo de su abdomen… sus piernas… ya no existían.
 
La sangre goteó por sus orejas y por sus ojos, los cuales reventaron como dos burbujas de jabón cuando la onda de la explosión lo alcanzó. Sus manos continuaban metiéndose las tripas hacia dentro, entre toses plagadas de sangre y de materia fecal, la cual no dejaba de salir por su boca y nariz.
 
No había salvación para el Teniente, pero por alguna extraña jugarreta del destino, aún continuaba vivo. Lentamente, como pudo, el soldado moribundo volteó su cuerpo con sus manos y ciego como estaba, comenzó a arrastrarse hacia vosotros, muy despacio, arrastrando tras de sí sus intestinos, dejando un rastro de heces y sangre.
 
Sus dedos rebuscaron entre sus cosas, y sufriendo los temblores de la muerte, logró sacar un libro encuadernado en cuero…
 
Después, sólo dejo de moverse, exhaló su último suspiro… y dejó de moverse, sobre un charco de sus excrementos y sangre.
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10/03/2009, 18:45
Director

No sabes que es...

No sabes que significa esa sensación...

Pero cuando corres por el nevado jardín, y entras a la casa... comienzas a tener una sensación extraña y agobiante...

Sientes el mal... un poderoso y antiguo mal que se encuentra dentro de la casa...

 

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10/03/2009, 19:17
Grüber

Grüber no podía creer lo que acababa de pasar y no porque no hubiera visto antes heridas de tal magnitud, sino porque simplemente, había continuado con  vida e incluso se había intentado acercar a ellos. Con una mueca de asco, de horror en la cara, se acercó al cuerpo sin vida y cogió el libro con cierto recelo, había sangre en ella. Hubiera querido taparle la cara al hombre pero era tarde y no quería una nueva sorpresa, así que dijo algo en voz baja, una especie de plegaria y corrió de nuevo hacia dentro de la mansión donde estaban los demás.

-Bien, tenemos que seguir... No podemos quedarnos aquí. Vamos, no hay nada que hacer.

Tenía un nudo en la garganta pero no dejó escapar las lágrimas, era demasiado hombre para eso o quizás era demasiado cobarde. Miró el libro y se dijo que cuando estuvieran dentro, le preguntaría a los demás que creían que su jefe querría que hicieran con él. Por el momento tenían que buscar un buen resguardo. Sabía que aquello había sido demasiado fuerte para todos pero tenían que continuar, es lo que él hubiera querido y además, ya no tenía sentido pensar en ello; aunque seguramente, tendría pesadillas durante mucho tiempo.

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11/03/2009, 06:48
Octavius

Octavius siguió corriendo hacia la casa.Sus botas negras se hundieron en un charco especialmente profundo pero siguió adelante, encañonando al prisionero mientras avanzaba.La reja se fue acercando hacia ellos,una alta reja de bronce decorada con… -¿qué era eso?- no tuvo tiempo de averiguarlo, cuando llegó a la amplia puerta, espoleado por el teniente, sólo pensó en seguir adelante, y así lo hizo. Entre el ruido de los proyectiles,sudando de agotamiento y con el fusil firmemente sujeto,alcanzó en unas cuantas zancadas la base de las blancas escaleras, y frenó un poco para dar una orden en ruso a su prisionero: - SUBE - Superó una a una las amplias escaleras,sintiendo cómo sus muslos protestaban por el esfuerzo adicional.Una vez arriba se detuvo, esperó jadeante a que abrieran las puertas, mientras su dedo acariciaba con cuidado el gatillo del fusil. Cuando las grandes puertas empezaron a girar, el resplandor de una explosión lejana le permitió atisbar algo extraño grabado en las puertas. Como la vez anterior no hubo tiempo para mirarlo con más detalle, pero algo pugnaba por salir de su memoria mientras sus botas le llevaban hasta el interior de la casa.
Traspasó el umbral, dio un par de pasos hacia el interior y se giró. Mientras colocaba la culata del fusil en el suelo y se apoyaba en él para recuperar el aliento, una sensación fue penetrando poco a poco en su conciencia. Como si fueran los fríos hilos de la niebla,una extraña percepción empezaba a recorrer su cuerpo poniéndole los pelos de punta cuando...
La visión de la muerte del teniente fue más de lo que podía soportar en ese momento.Súbitamente, un espasmo en su estómago le hizo doblarse por la mitad y vomitar todo lo que quedaba en sus tripas. Se agarró como pudo al fusil para evitar caer, mientras sucesivas oleadas contraían sus músculos abdominales e iban acabando con el resto de sus fuerzas. Terminó por posar una rodilla en tierra mientras un único deseo se apoderaba de él: - HUIR, SALIR, CORRER-

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11/03/2009, 09:59
Pieter

Pieter corría con rapidez hacia el lugar indicado por el teniente, a cada zancada que daba el agua llena de barro de aquel lugar salpicaba sobre su uniforme, dejándolo completamente mojado. Sus botas ni siquieran se diferenciaban del resto del traje, a cada paso quedaban incrustadas en el suelo llenándolas de barro, lo que le impedía avanzar con mayor rapidez.

A pesar de las inclemencias del tiempo, el cansancio y las continuas explosiones que se escuchaban cada vez más cerca, Pieter seguía su camino sin dejar de apuntar con su fusil en ningún momento a los prisioneros.

Al fin habían llegado a la verja que daba entrada a la mansión la cual habían abierto rápidamente, encontrándose con una puerta de madera que los conduciría dentro de la casa; una campesina consiguió abrir la puerta y todos entraron para ponerse a salvo, siguiendo las instrucciones del teniente.

Cuando todos estaban dentro, Pieter, por curiosidad, miró al Teniente que aún se encontraba en la entrada de la mansión colocándose su fusil con una sonrisa victoriosa en su rostro y caminando lentamente hacia el interior de la mansión. Pieter sonrió al ver que el Teniente se sentía satisfecho por haberlos puesto a salvo. Pero... de repente, no pudo creer lo que acababa de ocurrir.

Una explosión repentina había ido a parar sobre el cuerpo de Diedrick, dejándolo prácticamente muerto. Lo peor, era que a pesar de aquellas heridas ezpeluznantes el hombre seguía con vida, intentando sobrevivir metiéndose los intestinos hacia el interior de su cuerpo. Brotaba sangre y heces. Pieter nunca había visto aquella situación, era horripilante.

Aún así, se armó de valor y salió hasta la entrada de la casa, donde se encontraba el teniente, y tapándose la nariz, cogió aquel libro lleno de sangre que había dejado en el suelo.

 

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11/03/2009, 18:16
Hans

Con la mente embotada por el frío y el cansancio Hans corrió como alma perseguida por el diablo en dirección a la entrada de la mansión.  Detrás suyo el Teniente les espoleaba para que avanzasen más rápido pero el artillero no necesitaba de ello ya que ahora que la esperanza de la salvación se había abierto através de su mente sólo el deseo de ponerse a salvo le guiaba. Pasando sobre las huellas de sus compañeros traspasó la verja y llegó hasta las escaleras del porche en unas cuantas zancadas, parándose junto a la puerta mientras esperaba que la campesina rusa la abriese. Una vez dentro apenas tuvo tiempo de comenzar a respirar con normalidad cuando el ruido de un obús acercándose y una explosión junto a ellos le hizo caerse al suelo entre una lluvia de cascotes. Algo húmedo le salpicó las manos con las que se cubría el rostro pero, hasta que no las retiró para comprobar ansioso que su hermano estuviese bien, no descubrió el cuerpo maloliente y agonizante del teniente. Con el cuerpo sacudido por fuertes arcadas se dobló sobre su estómago y vomitó sobre el suelo del hall, los ojos abiertos por el horror y la conmoción. Desde que aquella maldita guerra había comenzado había visto visiones como aquella a diario pero tras horas de caminata a la intemperie, con los nervios destrozados por la ansiedad, aquello fue más de lo que pudo soportar. Sin ser consciente de ello se derrumbó como una madeja y abrazándose a sí mismo comenzó a balancearse en busca de consuelo.

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11/03/2009, 18:16
Alexeva

Alexeva estaba asqueada y sentía nauseas mientras se frotaba el dorso de sus manos en la falda, en un intento por limpiarlas. No estaba asqueada por la muerte, ya que ella misma había matado a muchos, sino por su forma. Las muertes de Alexeva eran muertes "limpias", un disparo certero desde una distancia segura y el blanco caía. Ahora que había visto la cara más brutal de la guerra empezaría a tomarse las cosas con otro tono.

Las cosas parecían estar empeorando, sobre todo cuando el soldado Gruber la obligó a abrir las puertas de aquella enorme casa, si se hubiese tratado de el teniente lo hubiera comprendido, si vas a arriesgar a alguien debe ser el de menos valor táctico, pero en el caso de Gruber había sido simple cobardía, o el mero deseo de seguir vivo... no importaba.

Sin embargo había algunas cosas buenas: Por una parte los alemanes parecían casi deshechos, ya estaban malos al atraparla y esta caminata en el duro clima de la Rodina no era para cuerpos blandos acostumbrados a Europa. Y por otra ahora Alexeva sabía que a las puertas de la casa había un fusil, había marcado mentalmente el punto como lo hacía con su propio escondite, sabedora de que la nieve ocultaría el arma en un corto tiempo.

Mientras discurría todo esto caminaba lentamente hacia atrás, alejándose de la puerta mientras miraba a los otros prisioneros con cara de susto, aunque estudiando las posibles capacidades de cada uno para una fuga.

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11/03/2009, 20:04
Director

Grüber cogió el diario del teniente y se sorprendió al ver una página marcada con una cinta roja. El soldado decidió mirar que contenía ese diario, ya que en su último suspiro, el Teniente Diederick se los entregó.

Lentamente, como si se tratara de algo sumamente importante, Grüben lo abrió... y lo leyó en voz alta para todos.

Cita :
Diario del Teniente Diederick, frente Ruso, 15 de Enero de 1915.

En algún lugar al norte de Varsovia.

Aquella ventisca iba a matarnos. ¡Maldita tormenta! Parecía como si el
propio diablo estuviese resoplando sobre las arenas de aquel jodido
desierto.

El viento nos azotaba sin piedad, con aquella cadencia constante que te
sumerge en la desesperación más absoluta, castigando por igual el
cuerpo y la mente. La arena arrastrada por el aire a una velocidad
endiablada se clavaba en la piel, allí donde ésta no se encontraba
cubierta por varias capas de recia ropa. Teníamos que avanzar con la
vista fija en el suelo para evitar que los ojos resultasen dañados de forma
fatal por los elementos. Las fuerzas comenzaban ya a fallar, no nos
quedaba comida y las cantimploras apenas resguardaban los últimos
restos de un agua tan valiosa como necesaria. Llevábamos más de doce
horas vagando sin rumbo, tropezando y cayendo de rodillas para volver a
levantarnos una vez más sobre manos ensangrentadas y pies
destrozados.

Perdidos. Estábamos perdidos. Aquella ventisca iba a matarnos.
Todo había comenzado la noche anterior. Los oficiales habían dado la
orden de avanzar contra el enemigo desde sus posiciones en las
trincheras. ¿Señor, cómo es posible que el mundo cambie tanto en tan
sólo un palmo de terreno? Pasamos en un segundo de la relativa
seguridad de las zanjas a tener que enfrentarnos a un terreno horadado
por las bombas, plagado de cráteres, alambres de espino y árboles
destrozados. Trampas mortales para todo aquel que en su loca carrera
tuviese la mala fortuna de pisar donde no debía. Ni tan siquiera eran
necesarias las balas enemigas para acabar con nosotros. Y por si todo
eso fuera poco, encima nos rodeaba aquella condenada niebla que
impedía ver nada más allá de tu propia mano. Era como avanzar a través
del mismo fin del mundo, y aún así lo hicimos. Algún mandamás
engreído, sentado en la comodidad de su sillón, allá en la seguridad del
puesto de mando en retaguardia, demostrando una inteligencia
únicamente equiparable a su más que arrastrado valor, había tenido la
genial idea de que aquella niebla nos beneficiaba. ¡Nos permitiría coger al
enemigo por sorpresa! ¡Será una victoria aplastante! Lo que no pensó
aquel privilegiado de rango inmerecido es que para ello en primer lugar
debíamos llegar hasta las filas de esos Rusos, ratas de las estepas, hijos
de las hienas. Y este primer objetivo básico no se consiguió, al menos no
llegamos a verles, aunque ellos a nosotros sí. Los hombres caían a
nuestro alrededor como cuentas de un rosario cuyo hilo hubiese sido
segado por un cuchillo mohoso, trofeos tanto de las balas y la artillería
como de la misma tierra, que reclamaba su propia cuota de sangre. Fue la
peor ofensiva de la historia, al menos la peor de cuantas tuve la desgracia
de participar. Nos disgregamos sin orden ni concierto, sin rumbo ni otro
objetivo más que la pura supervivencia, como rastrojos en el viento. ¡Y
qué viento!

A las pocas horas de iniciado el ataque se desató la tormenta. Una
implacable ventisca de arena con la que la naturaleza quizás pretendiera
ajustar cuentas, justificar el desagravio y arrastrar los despojos humanos
que habían quedado esparcidos por el campo de batalla. Me encontré
vagando perdido por aquel desierto de tierra, nieve y malas hierbas que
son las estepas rusas, con la única compañía de dos de mis hombres: el
Sargento Karl, un militar de familia, con un alto sentido del honor y del
deber, un buen hombre; y el soldado Pieter, un joven y fanático seguidor
de las doctrinas, ideas y símbolos de superioridad que iniciaron la guerra,
sin piedad ni conciencia, aunque respetuoso y obediente con sus
superiores. Caminamos a la deriva durante horas sabedores de que
debíamos hallar algún lugar seguro donde guarecernos o aquella
ventisca nos mataría. El día ya comenzaba a extinguirse cuando nos
encontramos con otro de los supervivientes del ataque suicida, un
soldado de otra unidad de nuestro ejército al que a punto estuvimos de
abatir a tiros antes de poder identificar su uniforme. Su nombre es
Octavius y nos ha contado que pertenecía a una unidad de artillería que
fue sorprendida por un ataque relámpago de las tropas rusas. Tuvo que
huir para salvar la vida, como hicimos nosotros, pero en su caminar se
tropezó con dos campesinos a los que tomó como prisioneros para que
le hicieran de guías en este desolado averno. Es un hombre extraño,
como poco.

Ahora somos diez almas caminando contra el viento. La ventisca va a
matarnos. ¡Maldita tormenta!

No se realmente como lo hacen los demás, como logran colocar un pie
delante del otro para seguir avanzando. En mi caso, creo que me
mantengo en pie únicamente gracias a la imagen de mi querida Kerstin
que se mantiene en todo momento fija en mi cabeza y se superpone al
vuelo de la tierra a mi alrededor. Su rostro, su hermoso rostro, me guía y
me impide caer. En mi mano derecha sostengo el fusil, en mi mano
izquierda, encerrada en el puño, guardo la última carta que he recibido de
mi esposa. Tres semanas atrás nuestra unidad quedó aislada del grueso
del ejército y el correo se interrumpió. Ahora aquel papel cargado de
líneas y sentimientos muestra tantos pliegues como granos de arena mi
rostro, aunque por mi propia vida juré que impediría que uno sólo de
aquellos sucios trozos de tierra deshonrara su pureza. La carta
permanece en mi mano izquierda, casi puedo sentir el calor que
desprende, fruto del amor y el cariño. El fusil sigue en mi mano derecha,
noto su gélido contacto, invención del odio del hombre, que dedica sus
esfuerzos a ingeniar nuevas formas de matar. ¡Kerstin! ¿Qué estará
haciendo ahora? ¿Cómo será aquel mismo día en nuestra preciosa
Bacharach a tantos kilómetros de allí? ¿Volveré algún día a verla? ¡Ojalá
pudiera estar ahora mismo a su lado, paseando por las floreadas calles!
Un pueblo pequeño, de casas blancas y tejados inclinados, de vigas de
madera vieja y macetas en las ventanas. Con olor a leña y chimenea, con
sabor a tradición y hogar. Situado a orillas del Rin, en uno de sus
recodos, una de sus idas y venidas, serpenteando a través de un valle
verde como ningún otro. Un lugar donde la vida no pasa ni transcurre,
sino que se desliza, dejándose llevar por el ritmo lento de sus aguas. Un
lugar sin tormentas de arena, sin muertos, sin fusiles… sin dolor.
¡Maldita ventisca! ¡Maldita guerra! ¡Maldita sea la avaricia, el orgullo, la ira
y la prepotencia de los hombres!

Vamos a morir aquí como no encontremos pronto algún lugar donde
refugiarnos. Los campesinos rusos nos guían campo a través, pero
sospecho que andan tan perdidos como nosotros. La situación se
descontrola por momentos. Pieter no oculta sus deseos de pegarles un
tiro y abandonarles como cadáveres anónimos en mitad de la nada,
aunque de momento el sargento Karl consigue mantenerlo apartado de
ellos. Y Octavius… Octavius no dice nada, apenas habla.

¡Un momento! ¿Qué es aquello? ¿Acaso…? ¡Si! ¡Es una luz! Una luz en la
distancia, débil pero se percibe a través de la niebla. Es posible que se
trate de alguna granja o una casa de campo. Sea lo que sea se trata de
nuestra única oportunidad. Los demás ya la han visto y corren hacia allí.

Todos corremos...

 

Y exactamente al final de la última palabra, el viento cerró la puerta de la mansión con un sonido atronador.

 

 

 

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11/03/2009, 20:10
Dieter

Dieter negó con la cabeza al escuchar las sentidas palabras que estaban escritas en el diario del Teniente. Él no sabía que su superior los observaba, tampoco tenía constancia de un diario tan detallado. ¿Qué diran las demás páginas?

Pero ahora no es tiempo de pensar en eso. Las palabras del Teniente le habían llegado hondo, pero no podía pensar en nada más que en su supervivencia y en la de sus compañeros. Si tenía que matar a los malditos campesinos para comerse su carne, lo haría. Su supervivencia era imperativa, la suya y la de sus camaradas de armas.

Por un momento pensó en cerrar los ojos del teniente, pero la simple imagen de su cuerpo destrozado, lo hacía flaquear y caer. De no ser por su gran fuerza de voluntad, habría vomitado sobre los restos de su antiguo superior. Pero Dieter supo como sobreponerse.

No es momento de flaquear. No es momento de mostrarse débil ante el enemigo. Penso para sus adentros mientras miraba los rostros de los prisioneros.

 

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11/03/2009, 20:21
Nikolai

Nicolai se halló tendido en el suelo tras el impacto cercano del obus, Un pitido cortante  e hiriente taladraba sus oídos. Sus espalda y pelo estaban empapadas en sangre militar. Aturdido se dio la vuelta, se medio incorporo sentado. Sus ojos comenzaron a percibir la realidad de la situación y entonces vio al trozo de carne con vida reptando por el suelo...

Dios mío, dios mío, dios mío….. – Gimió con tono de desesperación mientras se tapaba la cara con las dos manos –

De repente Nicolai se ladeo, sus manos se abrieron y una mezcla de bilis, y alimentos medio digeridos salieron a presión de su boca. Dejadme ir! dejadme ir! solo soy un humilde campesino - gimió cuando recupero de nuevo el aliento - 

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12/03/2009, 12:53
Octavius

Mientras Grüber leía parte del diario del teniente, Octavius fue recuperando poco a poco el control sobre su propio cuerpo, aunque su razón amenazaba con desequilibrarse debido a lo que estaba experimentando.El intenso miedo que sentía le hizo intentar ponerse en pie y avanzar una primera vez, pero fue inútil, su estómago aún se estremecía mientras Grüber desgranaba una palabra tras otra. Al segundo intento lo consiguió. Intentando echar a correr hacia la salida, afianzó primero uno de sus pies y luego el otro con el apoyo del fusil, e inició un avance tambaleante hacia la puerta que se veía dificultado por el suelo húmedo y deslizante. Su cara, con una palidez como de muerte,mostraba claramente sus sensaciones. Mientras iba ganando velocidad poco a poco, un grito dirigido hacia sus compañeros salió de su garganta : - CORREEEED -. Se abalanzó hacia el exterior sin importarle resbalar, y ya empezaba a ver el cielo por encima de su cabeza cuando la puerta se cerró con un golpe justo delante suyo. No pudo evitar estamparse contra la madera y caer, pero inmediatamente se incorporó un poco y comenzó a forcejear con frenesí para abrir la puerta.

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12/03/2009, 16:35
Grüber

Grüber leyó todo aquello, no sin cierto aire de desesperación, de miedo, de frustración, todos los sentimientos desagradables en uno solo. Era quizás lo que todos pensaban o quizás a alguno le gustaba aquel manicomio sangriento, el médico no lo sabía y no lo quería saber. Ya tenía suficiente con sus propios miedos, sus deseos de volver a casa sano y salvo y la necesidad de no perder a ninguno de sus compañeros. Tal vez lograran salir con vida todos y entonces irían a beber algo juntos o quizás no podrían verse a la cara nunca más porque las secuelas serían una verdadera tortura; Grüber no lo sabía y con un nudo en la garganta, se obligó a pensar que no le importaba pero en el fondo no era así. Mientras imaginaba el pueblito del teniente, no podía evitar en el suyo propio, donde le esperaban para curar enfermedades, niños y ancianos, hombres y mujeres, sin duda aquello habría sido mucho mejor. Se esforzó para no derramar lágrima alguna, no quería quebrarse en ese momento. Tras terminar de leer y apenas consiguiendo respirar, el azotón en la puerta lo hizo sobresaltarse levemente, repasó las caras de cada uno de los presentes y entonces reparó en Octavius.

-¿Qué diablos le pasa? ¡Ha perdido la cordura!

Su primera reacción fue la de ir tras él y contenerle pero no se podía mover, estaba pasmado ante la imagen de aquel soldado fuerte queriendo huir como si hubiera visto un fantasma pero luego cuando la puerta se le cerró en las narices, Grüber se puso en pie y guardó la libreta en su mochila. El aire les estaba jugando una mala pasada y con los ánimos como estaban, todo parecía estar mal. Se colgó el rigle al hombre.

-¡Soldado, nos está asustando! ¡No podemos ir afuera de nuevo!

Claro, él no era quién para decirlo pero en vista de que habían perdido al teniente y de que nadie parecía coger al toro por los cuernos, la debilidad, el miedo, el hambre y el cansancio, hacían parecer a Grüber otro hombre. Quizás incapaz de escibir un diario, incapaz de un amor lejano como la bella Kirsten, incapaz de cualquier cosa pero no de dejar perder a la que ahora y por el momento, era su familia. No se acercó a él, no eran tan cercanos pero esperó a que el soldado respondiera. Miró en derredor, quizás había algo que todos los demás habían pasado por alto pero confiaba en que aquello simplemente se devía a un delirio del soldado. Eran tan vulnerables, a las armas, a la escasez, a los miedos, el hambre, los sueños... Pero eran más vulnerables a sus propias mentes, habrían de empezar a tranquilizarse.

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12/03/2009, 18:57
Alexeva

A Alexeva le importaban poco las tribulaciones del teniente que acababa de morir, era una mujer práctica, y no iba a perder ahora el tiempo con los desvaríos de un muerto. El portazo le había cortado el camino hacia el fusil del teniente, pero de todos modos no tenía intención de recuperarlo ahora, lo que seguramente sería un suicidio.

Alexeva no podía dejar de notar la diferencia de los dos grupos.Todos estaban cansados, medio congelados y temerosos, pero mientras los alemanes no dejaban de moverse ni de gritar órdenes, los rusos permanecían en un silencio casi sepulcral, ninguno había intercambiado palabras con nadie, y esa especie de hermetismo los hacía aún más extraños. De todos modos no era ella quien iba a romper ese silencio, al menos no de momento.

Ahora había menos luz, y eso hizo que Alexeva, por alguna razón, no se alejase demasiado del resto. Por otra parte quería ver cómo resolvían el tema con el soldado que había corrido hacia la puerta. Evidentemente estaba loco, y en el ejército ruso eso se arreglaba con una bala... a ver cómo lo hacían los alemanes.

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12/03/2009, 20:26
Grigori

Con esfuerzos casi sobrenaturales, el machacado cuerpo de grigori alcanzó, junto al grupo, la luz, lo cual era finalmente una misteriosa casa. -¡Oh, cielo misericordioso!-, pensó, y avanzó lo más que pudo por el jardín del lugar. Tropezó con un pequeño matorral en la tierra y calló al suelo herido. No obstante, se arrastró lo más rápido que pudo hacia la puerta de la mansión, pensando que no llamaría la atención de ningún alemán porque estaban tan desesperados como él. Las escaleras no supusieron un obstáculo para él, increiblemente, y entró a gatas. Esbozó una sonrisa ya adentró del lugar, una pequeña sonrisa de satisfacción, pero que no duró demasiado. La explosión le tomó por sorpresa, y la sangre se salpicó en su espalda y brazo.

Tirado en el piso de la mansión, él miraba hacia dentro de ella, por lo que Grigori no supo exactamente lo que pasó. Sabía que un proyectil hbaía impactado cerca del lugar, pero al parecer había impactado sobre alguien, porque en el ambiente se percibía un olor rancio y putrefacto. Vió como dos de los alemanes se echaron a vomitar, pero apenas podía oír. Al parecer otro alemán estaba recitando algo, pero no entendía nada de lo que decía. Al haber terminado, uno de los expulsantes de alimentos y un campesino ruso entraron en pánico, mientras que la otra prisionera seguía conservando la calma. La observó fijamente y con mucho esfuerzo le dijo en ruso: -Hey... tú... ¿qué pasó?-. Su estado le impedía pensar algo más.

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12/03/2009, 22:05
Nikolai

Nikolai tras vomitar se levanto con la mirada perdida, vio a grüber con el diario moviendo los labios sin embargo las palabras no llegaban a sus oidos, aún perduraba el terrible pitido después del impacto. Sus ojos recorrieron a cada uno de los abatidos y desencajados seres que allí se hallaban. La oscuridad que albergaba el recibidor de la mansión  impregnaba la escena de tonos grises y negros volviendo más tetrico si cabe el dantesco espectaculo.

Esto no puede estar pasando -pensó para si mismo-   El campesino se llevo las manos a los oídos y comprobó que el gesto habitual de quitar el cerumen no resolvía su problema. De pronto el ligero ruido de una puerta cerrándose le hizo girar la cabeza. Habra sido el viento - supuso al ver que no habia nadie junto a ella-

AQUÍ ESTAREMOS A SALVO Y PODREMOS ESPERAR A QUE PASE LA TORMENTA, ¿QUIEN QUIÉN MANDA AQUÍ AHORA? - hablo en tono muy alto sin ser conciente de ello- Su mirada recorrió el grupo para ver quien hacia mención de contestar algo- 

 

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13/03/2009, 01:27
Alexeva


Cita:

-Hey... tú... ¿qué pasó?-.

"Vaya, parece que al fin se va a romper el silencio" pensó Alexeva mientras miraba a su interlocutor, era un ruso delgado y alto, bastante maltrecho pero con un brillo muy intenso en los ojos... y una mirada inteligente.
-Un obús se acaba de cargar al mando alemán...- respondió Alexeva, para continuar señalando a Gruber -... y ese otro ha leído unas notas que traía el difunto que...- iba a continuar diciendo "que no dicen nada importante" cuando fue interrumpida por una pregunta hecha casi en un grito:


Cita:

-AQUÍ ESTAREMOS A SALVO Y PODREMOS ESPERAR A QUE PASE LA TORMENTA, ¿QUIÉN MANDA AQUÍ AHORA? -

Era el otro ruso, el que había estado vomitando. Este parecía mas entero el resto (seguramente estaba más acostumbrado a la vida dura en la estepa) y tenía un rostro honrado.
-Imagino que serán éstos.- dijo Alexeva en ruso señalando a los alemanes -que siguen conservando las armas.-
Alexeva sabía positivamente que algunos alemanes la habían entendido perfectamente, y lanzó la pulla adrede, para ver si se alteraba el "balance de poder" dentro de la casa.

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13/03/2009, 02:20
Grüber

-¡Hey! ¡A callar vosotros!

Grüber no era por regla general alguien violento, ni quería decir o pensar que los rusos tuvieran menos derechos que ellos allí mismo, si lo pensaba bien, en realidas los tres rusos eran tres pobres diablos como él que habían caído allí fortuitamente; una verdadera desgracia para todos pero bueno, por el momento lo más importante era que se enteraran de una vez por todas qué le sucedía a su compañero. Se acercó hasta él y le puso una mano en el hombro desde atrás, no pensó Grüber en las consecuencias que esto podría arrastrar si es que él soldado no se controlaba pero tampoco es que le preocupara, al hacerlo, evocó aquella ocasión en que el gobernador había ido a su casa para decirles a sus padres que el pueblo iba a encargarse de su educación; por un instante Grüber casi estuvo en su casa, evocando el olor a campo y la cocina de su madre. Le invadió una sensación de tranquilidad que le duró poco por que de pronto la realidad, las explosiones, le recordaron qué sitio era aquel. Sus piernas flaquearon, el olor a carne podrida, la imagen del teniente tan reciente, le vinieron a la mente y soltó instintivamente a Octavius como si su contacto le quemara.

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13/03/2009, 14:06
Octavius

Octavius luchaba por abrir la puerta sin conseguirlo.Su actual estado de ánimo hacía que sus movimientos impulsivos fueran poco prácticos para lo que quería. Medio agachado,respirando entrecortadamente y moviéndose de forma compulsiva, con la ropa y el pelo mojados y manchados con todo tipo de inmundicias, su patético aspecto era el de un loco, un hombre que hubiera perdido completamente la razón.
Al notar por el rabillo del ojo la forma que se aproximaba, y sentir la mano fría que le tocaba cerca del cuello, su cuerpo se tensó como si hubiera recibido una descarga, se levantó de golpe , y giró mientras sacaba el cuchillo de su cinturón. Levantó el brazo para matar, y sólo una mirada a la cara del que él consideraba su enemigo, le hizo recuperar la consciencia de dónde estaba. Volvió a caer al suelo soltando el cuchillo, con su cuerpo desmadejado, mientras sollozaba - Nooo, vamos a moriir, vamos a morir todos -