Partida Rol por web

Bien, la situación es correcta según la planteas. Cada uno de ellos está a lo suyo. Unos mirando las puertas, otro atendiendo a los heridos... otro "ausente".

Si quieres intentar algo descríbeme qué es lo que haces y veremos si hay suerte.

El soldado Hans pudo observar que los heridos presentaban un aspecto lamentable. Dieter al menos conseguía apañárselas con un torniquete y evitar que la pierna acabase peor de lo que ya estaba, pero el pobre Doctor Grüber apenas se movía. Permanecía en el suelo, allí donde lo habían colocado, retorcido sobre sí mismo y lanzando lastimeros quejidos de agonía.

Bajo él, un gran charco de sangre comenzaba a formarse tiñendo las maderas del suelo.

De nuevo al suelo y la mirada perdida. Nikolai se agacho agarrándose con los brazos a lo largo de su delgado cuerpo buscando su propio refugio interior a la espera de saber que nuevo horror sería el siguiente. Tal vez fuera mejor no verlo...

Que estúpido fuí al dejarme atrapar por estos sucios y asquerosos alemanes en mi propia tierra. Debería haber ido con más cuidado. Haber estado más atento...

El soldado Hans era quien más cercano a él se encontraba y fue, por tanto, el primero en percartarse de que Grüber había dejado de moverse. Su corazón dejó de luchar y finalmente el doctor se sumió en la oscuridad. Sus ojos permanecían abiertos, la mirada perdida, el gesto contraído en una mueca de dolor. Quieto, muy quieto.

Todos dejaron escapar el aire contenido y se hundieron un poco más allí donde se encontraban. Los hombros cayeron, las cabezas apuntaron al suelo. Alguna lágrima escapó de los ojos de aquellos que más le conocían.

Grüber había muerto.

Justo en ese momento, un sonido procedente del piso superior les sobrecogió el alma.

Se aferraron a las maderas del suelo con los dedos y las uñas. Apretaron los dientes y abrieron desmesuradamente los ojos. Alguien dejó escapar un grito: ¡Dios! ¿Qué es esto?

Una mujer lloraba en la habitación que se encontraba inmediatamente encima de ellos.

Al escuchar el grito Octavius lo relacionó con sus malditas pesadillas y sus paranoicas visiones. Mientras agarraba el tablón de madera más cercano con sus uñas con tal de calmar su ansia.

¿C-creeis que deberíamos subir ahí? dijo entre dientes A mí no me da muy buen karma subir al piso sin necesidad alguna... No hay mujeres en nuestro batallón...

Pieter había abierto la puerta y miraba hacia adentro de la habitación cuando el llanto de una mujer rompió el silencio de la casa. Se giró lentamente hacia sus compañeros, y se quedó quieto intentando adivinar de donde venían los llantos. Miró a su hermano y a los demás que aún estaban en la entrada. Fue entonces cuando fue consciente de que Gruber ya no respiraba y que se hallaba medio tumbado sobre un charco de su propia sangre. Demasiadas cosas al  mismo tiempo, su cerebro no parecía capaz de reaccionar.

- Tranquilos – dijo finalmente en voz baja pero audible - no hay que perder la calma. Evidentemente la casa no está vacía como pensábamos, y esa mujer puede que no sea la única que está aquí. Quizás sea una trampa, quizás haya enemigos – miró a los prisioneros que ahora no eran más que una carga y que podían convertirse en una amenaza si había más rusos en la casa -. Vosotros, - les dijo – ni una palabra para llamar la atención o no viviréis para pronunciar otra. Propongo que busquemos una habitación más resguardada, esta por ejemplo - dijo señalando la puerta que acababa de abrir - Uno de nosotros se queda con los prisioneros, atados quizás,  vigilándolos y los demás vamos a investigar. –Miró al soldado herido - ¿Qué tal estás Dieter? Con el botiquín de Gruber intentar emos vendar tus heridas. Vamos, y sin ruido, no perdamos más tiempo.

Dicho lo cual, entró con precaución en la habitación.

Muerte...

Dolor...

Terror...

Muerte...

Esos sentimientos llegan a tu mente.

Las campanadas del reloj no hacen más que sobresaltarte con cada una.

Comienzas a sudar...

Comienzas a temblar...

Debes salir de allí...

La muerte acecha por doquier...

Pieter emujo las dobles puertas, las cuales se abrieron acompañadas de un siniestro crujido de la madera. La sala era una gran habitación dedicada tanto a la lectura como a la música. Había estanterías, un piano y un arpa. Las estanterías estában repletas de libros, la mayoría bien ordenados, uno junto a otro mientras que algunos en algunos sitios, los libros estában tumbados y desordenados. En el centro de la sala  se podía ver un gran piano, junto a un arpa, la cual parece ser antigua. En el piano había un pequeño banquito, y sobre sus teclas, pudieron ver una hoja de partitura.

Una gran lámpara colgaba del techo, con muchas de las bombillas fundidas. Sólo un par de ellas alumbran la sala, dandole un aire lobrego y mortecino.

En la pared del frente vieron una puerta y justo en la pared de la derecha , otra puerta.

Aquel llanto no había gustado nada a Hans. No señor.

El artillero ya estaba lo suficientemente acongojado, como para que encima, un grito lo importunase más. ¿Acaso había alguien más en esta casa?. Por el llanto, era evidente que alguien tenía que haber. Las casas no lloraban solas. Pero... ¿Quién podía haber en un lugar así? ¿Quizás unos rusos escondidos?.

Sin perder tiempo, y recordando lo que estaba haciendo, Hans miró el charco de sangre sobre el que el Doctor estaba tendido. Apenas se movía. Hans se acercó, y lo golpeó un poco en el hombro, e intentando que recuperase algo de conciencia, dijo- Doctor, ¿me oyes? tú eres médico. ¿Puedo hacer algo por tí?.

Sabía que lo más probable es que no encontrase respuesta, pero Hans lo hizo para intentar consolar a aquel hombre en sus evidentes últimos momentos de vida. Una vez dijo eso, pregunto a Dieter- ¿Qué tal esa pierna Dieter? ¿Necesitas algo?.

En ese momento, Hans recordó el llanto. Tal vez había una mujer rusa ahí arriba, y sollozaba por la guerra. ¿Sabrían los prisioneros si aquí vivía alguien?. Ni corto ni perezoso, Hans giro su mirada hacia los presos, para decir- A ver, ¿alguno de vostros sabe alemán? ¿me entendéis alguno?. Espero que sí. ¿Sabéis que es este lugar, y recordáis a alguien que haya vivido aquí?. Estaría bien saber eso.

En cuanto venga Pieter, le diré que vayamos a ver quién hay arriba. No pienso subir yo solo. No en un sitio como este...

Nikolai permanecía sentado en el suelo con las manos sobre sus mejillas frías frotandóselas para entrar en calor. Cuando escucho el grito observó el techo de la sala asustado y se volvió hacía el resto de presentes observándolos. Fijo su vista en los camaradas rusos que estaban encerrados con él, ahora que estaban más o menos a salvo es cuando ellos se tendrían que preocupar.

Tan cegado estaba en sus meditaciones que no se percato de que uno de los alemanes parecía haber tomado el mando del resto de supervivientes dando ordenes y registrando la sala. Sin embargo cuando uno de esos puercos alemanes le dirigió la palabra nikolai se giró hacía él. Si bien no entendía muy bien su idioma si que era lo suficientemente inteligente como para comprender que le estaban hablando a él así que asintió con la cabeza ante sus palabras antes de responder.

Mino conocer lugar - es lo que nikolai buenamente pudo responderle al alemán que parecía ser más sensato de todos ellos.

Al entrar en aquella sala, Octavius miró al prisionero y rió. Su carcajada sonó falsa, no era más que una guarida improvisada para su miedo.

Aún así entró en la sala y miró de forma panorámica sus alrededores. Una vez dada la vuelta, se agachó para recobrar el equilibrio perdido. No era por su ligera pirueta, sino más bien por esa nueva visión que se pasó por su cabeza. No, no era por la vuelta que acababa de dar.

Joder, debe ser por el puto polvo... dijo escusándose sanamente.

Octavius cruzo la arcada, la cual  conducía a un espacio grandioso y regio, a doble altura, presidido por una doble escalinata que ascendía por ambos lados, uniéndose en un rellano a media altura, para subir entonces una sola hasta el piso superior, que se adelantaba sobre el inferior en una balconada. La barandilla era de piedra y
recorría las escalinatas en toda su longitud, incluyendo la balconada que se asomaba sobre el piso noble. En ambos lados la escalera daba un pequeño giro, y allí las barandillas se engrosaban, formando sendas bases de columna en cuyos capiteles se levantaban lámparas de múltiples brazos.
En el suelo era evidente que había habido una gruesa alfombra granate, pero ahora sólo persistían jirones de ella, manchados y llenos de mugre, algunos conservando el color original, y otros salpicados de colores indefinidos.

Al otro extremo de la sala rectangular había una vieja puerta de madera que permanecía cerrada. los pasos de Octavius resonaron en el viejo piso como los latidos de un viejo corazón a punto de expirar, no pudo evitar un escalofrío que subió por su columna y se extendió hasta la punta de los dedos amenazando con no dejarle seguir

Pieter miró alrededor observando los detalles de la sala de música. Todo parecía en orden…salvo por las luces. ¿quién las había encendido?. Definitivamente, no estaban solos. La cuestión era saber si los otros ocupantes de la casa eran sus habitantes  originales - ¿cómo es que no habían huido unos civiles con el frente prácticamente en el patio de su casa? – o soldados de un bando u otro que hubieran buscado refugio como ellos.  Sentía que se ponía cada vez más nervioso, y respiró hondo para mantener la calma. Volvió hacia la puerta para dirigirse a su hermano y a Dieter que seguían en el hall de entrada junto con los prisioneros.

- Es una sala de música o una biblioteca. Será mejor que entremos todos. Luego exploraremos el resto de la casa. Dieter ¿te quedarás tú vigilando a los prisioneros?

Nadie lo había visto, pero mi cuerpo se tensó preparado para actuar. Y entonces lo noté. Una ráfaga de miedo, de pavor, me detuvo casi en seco, y empecé desesperadamente a boquear en medio de las sombras del amplio vestíbulo en que nos encontrábamos.  Eso hizo que mi oportunidad desapareciera. El maldito alemán eligió ese momento para girarse a mirarnos y preguntó algo.

No fui ni capaz de respoder. Ese llanto me había arrebatado mi oportunidad. Probablemente ya no habría otra. Negué con la cabeza a su pregunta y me acurruqué lo mejor que pude.