Partida Rol por web

••• Reprimir a la Bestia
Como los supremos depredadores del mundo natural que son, los Vástagos están en gran armonía con la naturaleza bestial que habita en todo corazón mortal. Un vampiro que desarrolle este Poder puede imponer su voluntad sobre un sujeto mortal (animal o humano), subyugando a su Bestia interior, y al hacerlo sofoca todas las emociones más fuertes e intensas (esperanza, furia, amor, miedo) del objetivo. El Vástago tiene que tocar a su objetivo o mirarlo fijamente a los ojos para canalizar su voluntad con éxito.

Los mortales que carecen del fuego de sus Bestias internas son bastante dóciles y reaccionan con indiferencia incluso ante situaciones de estrés. Hasta el más valiente o furioso mortal se vuelve apático e indiferente, mientras que un individuo especialmente sensible puede sufrir alguna fobia mientras esté bajo la influencia de este Poder.

Sistema: El jugador tira Manipulación + Intimidación si se somete a la Bestia mediante el miedo, o Manipulación + Empatía si se la lleva a un estado de complacencia. La dificultad de la tirada es 7 en ambos casos.
Se trata de una acción extendida que requiere de tantos éxitos como Fuerza de Voluntad tenga el objetivo. Este Poder no afecta a los Vástagos. Aunque no se puede acobardar a la Bestia de un vampiro con esta habilidad, el Narrador puede permitir a los personajes que usen la versión “calmante” del Poder para sacar a un vampiro del Frenesí. Con tres éxitos o más, el vampiro en Frenesí puede volver a tirar para salir del mismo, usando la misma dificultad del estímulo que causó el Frenesí en un principio.

Me coloco delante del vástago de mi clan para intentar calmar a la bestia. No es bueno para Marcel ni para nadie que se descontrolen las cosas, pero no soy lo suficientemente habilidosa, no soy tan ... bueno esta mierda de la sociedad no es lo mío. 

Cálmate extranjero o te meterás en un muy buen lío. 

Joder podrían estar el resto por aquí pero no están en otra maldita planta, mierda.

-¿Otra vez?- Ya le vuelven a crecer la garras es tan predecible. Pero esta vez es distinto, siento que he hablado más de la cuenta. Joder, James tiene mucha más paciencia… Dejo las cartas que me ha dado Antoine hace un momento sobre la mesa, valen demasiado.

Doy un paso hacia atrás sin perder de vista al Gangrel. -Si te acercas a mí no pienso ser tan magnánima como antes...- Creo que cualquier cosa que le pueda decir solo lo estropearía más. Bueno yo le he avisado.

Flexiono las rodillas, si me ataca tengo que estar preparada para esquivarlo, no quiero que me toque con esas zarpas. 

De repente, inesperadamente, Lavonne se da la vuelta hacia mí. Sin que yo acierte a reaccionar, la mujer detiene mi avance con una mano y una mirada que no admite réplica. Nos miramos en silencio durante unos segundos silenciosos, y me pregunto qué sucede, qué pasa por su mente en estos momentos. Un vistazo de reojo a mi alrededor me hace comprenderlo repentinamente: en el salón, aparentemente ajenos a nosotros, están mi Sire y Morgaine, la Primogénita Toreador. Una punzada de sospecha y aprensión se apodera de mí; ¿y si Alan descubriese mis senstimientos? Pero, aunque lo hiciese, ¿qué es lo que descubriría?

No tengo tiempo de contestarme a mí mismo. La mano de Lavonne sujeta con fuerza mi muñeca y tira de mí, y comprendo que lo mejor que puedo hacer es seguirla. Ambos subimos por las escaleras, como dos fugitivos en mitad de la noche. En un punto, Lavonne se detiene, y yo lo hago junto a ella. Me mira, y vuelvo a caer prendado. Toda la confusión y la preocupación se arremolinan en un torbellino de caos que tiñe una serie de pensamientos fugaces, esbozados a medias, que desaparecen antes de que pueda llegar a comprenderlos.

—Lavonne, tenemos que hablar —le digo, recuperada la compostura—. Desde que te conocí, siento que algo dentro de mí es diferente. Algo no encaja, y necesito que me ayudes a saber qué es. Debo de parecerte un completo ingenuo, pero lo cierto es que no sé de que otro modo decirlo. Puedes pasar una década atrapado con alguien y no saber quién es; o mirarlo tan solo un instante y descubrir un universo. Nunca antes había sentido que puedo entenderme con alguien sin necesidad de hablar. No de este modo.

Mis manos amagan el gesto de ir a tomar a Lavonne por los hombros, pero finalmente me detengo. Hay duda en mis ojos.

—No quiero asustarte. Solo he de saber si esto es solo un espejismo, una percepción fatua… o si sabes de lo que te estoy hablando.

Miro a Lavonne con una intensidad extraña detrás de un rostro aparentemente tranquilo. Necesito una respuesta.

—Sé de lo que hablas —admitió en secreto tras unos segundos en los su mirada buceó en la claridad azul de Sebastian, perdiéndose en su turbulenta profundidad—. Es como... Un sueño del que no terminas de despertar, porque es real y a la vez no. Y quema, y...

Al darle vida a aquellos pensamientos con voz propia no pudo evitar encogerse ligeramente, cohibida por su propio peso. Claro que comprendía de lo que hablaba. ¿Lo sabía? Pero no era exactamente así como había imaginado que pasaría, reencontrarse, no en medio de la fiesta, en medio de todo aquello. No era un juego aunque quería que lo fuese, pero acaba de tomar un cariz mucho más serio, dando un giro extremadamente peligroso que ya había visto con anterioridad.

Apretó los labios intentando esbozar una sonrisa nerviosa que terminó muriendo, manteniendo ambas manos ocupadas en sostener el libro y el plato, pegadas a su cuerpo; quietas, donde debían estar.

—Es solo que —dudó, intentando sacar en un susurro aquellas palabras que se agarraban a su garganta. Su pecho creció llenándose de aire que inevitablemente escapó en un trémulo suspiro—. Bailaría contigo hasta el amanecer, Sebastian. No hay nada que quiera más en este mundo. Pero no puedo.

Escucho a Lavonne con atención. El modo en que se expresa parece salido de mi propio pecho, de mi mente. El brillo de sus ojos parece aumentar de intensidad para poco después debilitarse. Hay algo que la inquieta, una sombra oscura que pende amenazante sobre sus pensamientos, que echa raíces en todo aquello que siente o recuerda. Ambos conocemos muy bien el amargo sabor de dicha sensación. Mi corazón parece calentarse cuando advierto su duda, su temor. Ojalá pudiera apartarla de todo, de todos, para preservar su dulce y arrebatadora vulnerabilidad.

—Quizá no hasta este amanecer, o hasta el de mañana… —murmuro, en un tono solemne que suena a juramento, aunque dejo la posibilidad a la imaginación—. Entretanto, habremos de conformarnos con fingir que somos absolutos desconocidos. —¿Y acaso no lo somos? No. En mi fuero interno, sé que puedo entrever la verdad que hay en ella. Pero, ¿significa eso que ella puede verme también a mí?—. Si fuésemos desconocidos, lo primero que te preguntaría es de dónde eres, cuál es tu historia, y por qué pareces tan triste a pesar de la sonrisa que te esfuerzas por esgrimir toda la noche.

Se sintió derretirse, fundirse como la nieve ante la dulce y tibia calidez de los rayos primaverales que portaban sus preguntas con un cariño inusitado. Como si no se conocieran.

—Oh, Sebastian. —Una fugaz sonrisa amaneció en sus labios, ladeando el rostro ligeramente. ¿Por qué sentía que con él era demasiado fácil arrancar la verdad de su pecho? —Por la misma razón por la que tú buscaste refugio donde no había nadie que pudiese escucharte.

Hubo un amago en su cuerpo y su postura, apenas un temblor confuso que podría haber pasado por nada, en el que contuvo una de esas ideas esquivas y abrumadoras que empezaban a dar forma a la nébula de sus pensamientos. Una nimiedad de todo ello que encubrió recogiéndose el pelo detrás de la oreja, dejando caer la mirada hacia otro lado, rompiendo aquel extraño conjuro que embebía sus sentidos. Se fijó, de casualidad, en sus zapatos tan pulcros y relucientes, y se preguntó cómo habrían quedado después de bailar en el barro de aquel lugar olvidado.

—¿Te importa si caminamos? —preguntó, recuperando cierta normalidad al soltar todo el aire y la tensión por la nariz. Apuntó hacia arriba con el mentón para después hacerse a un lado esperando que él la acompañara. Casi se había olvidado de la porción a medio terminar que tenía entre las manos. — Nací en 1884, en Rochford, al sur de Inglaterra. Mi nombre completo es Purity Marie-Lavonne. Hendrox de soltera; Lady Drummond después de desposarme a los dieciocho con un General. Nos mudamos a Londres en pleno bullicio. Éramos el centro del mundo —pronunció con nostalgia, contemplando resplandecientes recuerdos con la mirada perdida —. Tuve tres hijos, tres varones. Oswald falleció a una edad temprana, se lo llevaron las fiebres. Cornelius y Francis se casaron, tuvieron descendencia. Sé que tengo bisnietos en alguna parte, pero siempre me resultó muy duro estar cerca después de... Bueno, ya sabes. Jeremiah me mató en 1911. —Y, sí, no veló aquel acto terrible como hacían todos llamándolo Abrazo. Lo llamó por lo que era y, por extraño que pareciese, lo pronunció con la misma naturalidad con la que uno habría leído el titular del periódico, justo antes de llevarse el último pedazo a la boca, dejando el plato y el tenedor sobre una repisa. —¿Y tú? ¿Cómo terminaste en Nueva Orleans?

Vale.

Me cago en la puta.

No puedo evitar dirigir una mirada ceñuda hacia Jane, ¿es que no has aprendido que no hay que apretarle las tuercas a vampiros desconocidos? ¿Y si es un brujah, por el amor de dios? Bon sang!

Bueno, análisis de la situación: tenemos a un vampiro de mecha corta, un montón de vampiritos refinados que no querrán hacerle frente, mi querido Nigel Porter que no puede convertirse en un montón de cenizas en mi fiesta, y, por supuesto, todos los vampiros útiles en otra planta. Estupendo.

-Los mortales, que vayan evacuando la sala, por favor -indico en voz alta, haciendo un gesto hacia todos los camareros y crupieres del casino para que pongan los pies en polvorosa. Yo misma comienzo a retroceder. 

Si hay alguien que puede salir muy MUY perjudicado durante un frenesí, es alguien a quien que puede morir desangrado. Y ese alguien puedo ser yo perfectamente.

-Vamos, chérie, ¿dónde quedaron tus modales de caballero? -Murmuro, con voz trémula, mientras retrocedo hacia la puerta.