Partida Rol por web

Bobby empezó a tener miedo, pero sólo un poquito porque ya empezaba a ser mayor y los mayores no tenían miedo. A lo mejor papá y mamá se habían ido al cine y le habían dejado para ver si se portaba bien, o mamá se había puesto malita y habían tenido que ir al médico. Quizás lo mejor era esperar viendo la televisión o ir a la cama. Sí, lo mejor sería ir a la cama con un peluche grande y esperar a la mañana. Seguro que mamá le daba un regalo por portarse bien.

Pulsó el interruptor para guiarse por el pasillo y se dirigió a su cama.

Robert pulsó el interruptor de la luz... pero la luz no se encendió. ¿Se habrían fundido los plomos? La verdad es que habiendo una tormenta fuera, no sería muy extraño. Pero menuda mala suerte...

Sin más remedio que guiarse por la casa a oscuras, Robert se dirigió a su cuarto para acostarse otra vez. Tardó una eternidad en llegar, y en cada rincón parecía haber sombras acechándole. Afuera, tras las ventanas, podía ver aquellas luces extrañas. Se movían lentamente, por lo que no eran estrellas, eso estaba claro.

Robert llegó a su habitación. La puerta estaba cerrada. Aquello fue inquietante, pues el chico no recordaba si había cerrado la puerta habiendo salido como un torbellino hacia la habitación de sus padres. Estaba pensando en aquello cuando le pareció oír un ruidito proveniente del interior de la habitación. Era como si algo diera golpecitos rítmicamente en una superficie dura...

Las cosas empezaban a ponerse serias. Bobby era un chico valiente, pero estar a solas en su casa, de noche, sin que las luces funcionaran, era demasiado para un niño pequeño. Y lo peor era que había cosas que no entendía, como por qué la puerta estaba cerrada.

Luego vinieron los golpecitos. Al principio se asustó, puesto que en la quietud de la noche cualquier pequeño ruido era atemorizador, pero luego pensó que quizás serían sus padres, que habían vuelto. ¡Sí! Quizás se habían dejado las llaves y querían que les abriera. Ya todo acabaría y podría meterse en la cama con ellos.

Abrió la puerta como una exhalación y se dirigió a la ventana.

Bobby abrió la puerta esperando ver en la ventana a su madre, con una sonrisa azorada y encogiéndose de hombros, dando a entender que habían olvidado las llaves de la casa. Entró enseguida con una sonrisa... que se le borró al instante.

Lo que había en la ventana no era su madre. No era un ser humano.

No bien hubo puesto un pie en el interior de su cuarto, los seres que hasta ese momento se habían agolpado en la ventana echaron a volar, como las moscas que están sobre una fruta madura cuando alguien las espanta con una mano. Pero Bobby no tuvo duda alguna de que eran Hadas. Al menos cinco... y parecían haber estado intentando abrir la ventana para entrar.

Bobby retrocedió unos pasos rápidamente en cuanto vio la escena que se estaba desarrollando junto a la ventana y se golpeó con la pata de la cama. Dolorido y asustado, dejó que una lágrima recorriera su mejilla hasta caer al suelo, y empezó a temblar. Quizás, pensaba que todo lo sucedido en el bosque había sido un sueño, pero ahora las cosas parecían muy reales. Papá y mamá no estaban, no había luz y él estaba sólo. Una oleada de lágrimas y llanto empezó a correr hacia fuera desde su pecho, y a sabiendas de que se iba a poner a llorar de un momento a otro, Bobby saltó sobre su cama y se cubrió con las sábanas. Hacía tiempo que no abrazaba a sus peluches, pero cogió con fuerza al Capitán Tan, un regalo de sus padres que le había visto crecer. Él le protegería y le daría ánimos.

Bobby se metió bajo las sábanas tan aprisa como hacía muchos años que no recordaba, esperando así que el miedo se quedara fuera y poder escapar a tan angustiosa situación. El Capitán Tan no dijo nada, pero su simple presencia le reconfortaba un poco...

Entonces escuchó algo más. En algún lugar de la casa, se había roto un cristal.

El cristal, el cristal se había roto. ¡Alguien había entrado en casa! Bobby estaba temblando de miedo, y de lo que tenía más ganas era de quedarse bajo las sábanas y abrazarse fuerte al Capitán Tan. Él le protegería.

Pero, ¿y si no era así? ¿Y si era el único que podía proteger la casa? Mamá y papá seguro que, estuvieran donde estuviesen, confiaban en él. ¡Tenía que proteger la casa! Saltando de la cama como un cosaco, con su espada de pirata en una mano, y el Capitán Tan en otra, buscó la habitación por la que, quien fuera que hubiera entrado, ¡iba a encontrarse con Booby El poderoso!

Bobby salió de la cama, con un valor del que jamás se habría creído poseedor, dispuesto a enfrentarse con lo que fuera que se había colado en su casa. El Capitán Tan estaba en su mano, así que no se sentía tan solo. Pero no tuvo que buscar mucho...

Nada más salir al pasillo, pudo ver dos de aquellas repugnantes luces blancas, iluminando los muebles con su resplandor blanco y tenue. Eran Hadas, no cabía duda.

- ¡Mira, mira! -dijo una de ellas, señalándole-. ¡Está allí, allí mismo! ¡Jijijiji!

Luego empezaron a revolotear una alrededor de la otra, sin parar de reír, como burlándose de él y desafiándole a que las atacase.

Bobby contuvo el aliento en cuanto las vio, quedándose paralizado. La primera vez que había visto a una de esas criaturas había pensado que eran fantasmas, quizás el fantasma de una niña que quería jugar. Estaba seguro de que sus padres le felicitarían por algo así, pero ahora no las tenía todas consigo. Quizás era debido a lo que dijeron esas niñas en la calle, o algo más. El caso es que, aunque tenía al Capitán Tan a su lado, tenía algo de miedo.

- ¡Fuera de mi casa! - gritó, deseando no llorar - Si no os vais... mis... mis padres vendrán y os echarán a escobazos. ¡Fuera!

Las dos Hadas se rieron convulsivamente de las palabras de Robert. Abrieron tanto los ojos que daban miedo, mientras le señalaban con sorna y daban vueltas sobre sí mismas.

- ¡Creo que tus papás no van a poder ayudarte, pequeñín! -gritó una de ellas, entre carcajadas-. ¿Qué opinas tú, nos lo llevamos nosotras?

Su compañera no dijo nada, pues estaba demasiado ocupada riéndose para contestar. Por toda respuesta, asintió con la cabeza muy rápido, sin dejar de desternillarse de risa. Las dos profirieron un grito espantoso y se lanzaron hacia el pobre Robert.

El primer instinto de Robert fue echar a correr por la casa huyendo de aquellas criaturas que, con sus luces brillantes, no paraban de atormentarle. Sin embargo, ¿qué clase de pirata huiría?

Guiado por el valor que le infundía su muñeco empezó a agitar su espada de plástico rápidamente, como esas veces que jugaba montado en las tablas de obras del porche a vencer a tiburones imaginarios.. Por desgracia aquellos seres eran reales y aún sentía suficiente miedo como para ser capaz de mantener los ojos abiertos. Así pues, sus estocadas no llevaban un objetivo claro. A pesar de tener sus párpados cerrados, los ojos empezaron a escocerles y varias lágrimas resbalaron por sus mejillas.

Mamá.. Papá.. venid ya, por favor..

Las Hadas arremetieron contra Robert, aprovechando su miedo para tratar de hacerle todo el daño posible.

Sin embargo, el niño no estaba dispuesto a dejarse derrotar así como así. Alzó su espada de plástico, que tal vez no fuera un arma letal, pero sirvió para desviar los mordiscos y arañazos de ambas Hadas. Las dos se retiraron, frustradas. Ya no sonreían, aunque una de ellas chilló con voz estridente.

- ¿Has visto? ¡El pequeñín sabe defenderse!

La otra asintió con fastidio, doliéndose del brazo donde le había alcanzado un espadazo de Robert.

- Eso parece... ¡habrá que llamar a las demás! ¡Jijiji!

Y las dos desaparecieron a toda velocidad por el pasillo. Estaba muy claro que habían ido a buscar refuerzos. Robert tenía que pensar rápido, o la próxima vez no se enfrentaría sólo a dos Hadas...

Cuando su espada chocó con algo, el chico no pudo menos que sorprenderse y entreabrir ligeramente un ojo. No pensaba que lograría acertar a alguna de esas hadas, sin embargo, ahora que las veía retirarse empezó a dar saltos de alegría y, una vez que las siluetas de aquellas hadas ya se habían perdido en la oscuridad, sacarles la lengua.

-¡Ya soy un chico grande, sí señor! - Dijo mientras se enorgullecía de haber hecho huir a aquellas hadas. Sin embargo poco después, y tras recordar que probablemente estaría en problemas si no hacía algo pronto, un escalofrío recorrió su espalda.

En ese momento decidió que lo mejor sería salir de casa e ir a buscar ayuda. Aquello no pintaba bien, papá y mamá no estaban allí para protegerlo y sabía que si aquellas hadas decidían volver, estaría en serios problemas.

Robert decidió que, cuantos más fueran, más posibilidades tendrían. Así que salió de su casa y corrió a la de sus compañeros más cercanos, Ander y Kate. Lo primero que le llamó la atención fue el frío horrible que hacía en la calle a pesar de ser verano. Podía incluso ver el vaho de su respiración. ¿Cómo era posible?

Llamó a las puertas de Ander y Kate, pero nadie contestó. No tenía ni idea de dónde podían estar, y el cielo sobre su cabeza seguía lleno a rebosar de aquellas luces titilantes y amenazadoras. Además, no agunataría mucho en el exterior con el frío que hacía...

En eso estaba pensando cuando oyó a lo lejos, al final de la calle, un ruido lejano. Había sonado como si un cristal se hubiera roto en alguna parte...

-Pero.. ¡qué frío hace aquí! - Exclamó el chico mientras se acurrucaba cerca de una de las puertas. Sus dientes se entrechocaban produciendo un inquietante ruidito mientras en su cabeza solo parecía rondar una única y repetitiva pregunta - ¿Dónde estarán todos?

En ese momento se escuchó al final de la calle el ruido de un cristal rompiéndose. ¿Qué sería aquello? No parecía nada amistoso.. ¿sería mejor volver a casa? Pero.. ¿y esas hadas?. En cualquier caso con ese frío no podría aguantar mucho más tiempo fuera así que debía decidir pronto.

-Jope.. - Dijo desanimado y asustado mientras poco a poco se levantaba y, con paso lento y con el mayor sigilo posible, marchaba hacía donde había sonado aquel ruido.. Aún tiritaba debido al frío y al miedo.

Por favor.. que sea Kate, ella sabrá ayudarme.. o Ander.. o cualquiera, pero no una de esas feas hadas..

Robert, atenazado por aquél frío imposible de explicar, corrió tan deprisa como pudo, mientras exhalaba vaho al respirar. Sin embargo, no pudo llegar al final de la calle en la que había oído el ruido. Una luz que pasó como una exhalación justo por delante de él casi hizo que se cayera de culo.

Inmediatamente después, pudo ver cómo Kate y Ander pasaban corriendo ante sus narices, aunque no parecieron verlo. No cabía duda de que eran ellos, la niña con sus coletas rojas como el fuego, y el pequeñín con su casco de aventurero espacial. ¡Al menos no estaba solo por completo en aquél pueblo que se había vuelto siniestro por momentos!

-¿Kate? ¿Ander? - El chico no podía creer que de verdad fueran ellos. Sin embargo, tras frotarse un par de veces los ojos, aquellos dos chicos seguían allí junto a él - ¡Chicos! ¡Por fin os encuentro!

Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas debido a la emoción. Por momentos pensaba que jamás volvería a verlos, incluso llegó a pensar que en aquel mundo ya solo quedaba él y.. aquellas feas hadas. Sin embargo, estar juntos a sus amigos le infundía valor y ánimo como para enfrentarse, de nuevo, a cualquier problema.

-No podéis ni creer lo que me ha pasado - Dijo mientras se secaba las lágrimas con la manga de la camiseta y se levantaba de nuevo - Me desperté en mi casa y ni papá ni mamá estaban en ella.. Sin embargo había dos hadas feas y tontas que no paraban de decirme cosas malvadas. ¡Pero deberíais haberme visto! Cuando vinieron a atacarme les golpeé con mi espada. ¡Así, mirad! - En ese momento sonrió lleno de orgullo y emuló, con su espada de plástico, aquella estocada de la que tanto presumía - Salieron huyendo, pero me dijeron que traerían a más de ellas.. Pero, ¿qué hacéis vosotros aquí? ¿Y por qué hace tanto frío?