Partida Rol por web

Mientras Zaina explicaba aquello a Caperucita, el Hada de pelo corto pareció quedarse un momento escuchando algo en la distancia. Luego suspiró y se encogió de hombros.

—Jo... qué desconfiados sois todos —dijo—. Ander dice que si quieres saber la respuesta a esa pregunta, se la preguntes en persona. Él dice que está buscando a John, y que lo entenderás. Supongo que no quiere pasar información, aparte de la que ya se sabe, para que nadie pueda engañaros si la escucha. La verdad es que el chavalín es listo...

Miró a Zaina sonriendo otra vez.

—Bueno, creo que eso debería despejar tus dudas, ¿no?

Caperucita se quedó con los ojos como platos al escuchar a Zaina. No parecía poder creerse aquello, pero la verdad es que debía sonar sorprendente. Miró a Anette y Kolda, mientras el Hada blanca asentía para corroborar las palabras de la gitanilla.

Parecía deseosa de salir de aquella situación... pero no volvió a escaparse. La última vez que lo había intentado, la cosa no había acabado bien. Aunque tampoco se fiaba un pelo del tema, estaba claro... 

-Sí, sí... ya sé que se ha separado del resto...– dijo algo enfadada la niña preguntándose como iba a encontrarse con alguien que ni si quiera sabía donde estaba– Sí, ahora te creo. ¿Sabes dónde está? ¿Puedes llevarnos hasta él?

El Hada meneó un poco la cabeza, juguetona.

—Pues... —dudó—. Puedo intentarlo. Pero en realidad, depende mucho más de vosotros que de mí. Aunque Ander lo está haciendo bien, si sois la mitad de hábiles que él, estaréis todos juntos otra vez en menos que canta un gallo.

Se llevó un dedo a la frente y sonrió más.

—Depende de vosotros —repitió—. Pero deberíamos movernos. Pueden mandarnos más cosas feas...

-Pues vamos- decidió Zaina. No iba a quedarse allí parada mientras al resto podían estar pasándole cosas terribles. Además, tenía que solucionar los terribles entuertos de Caperucita y de la pobre Anette. Y por si fuera poco, habían atrapado a la Reina Hada, eso tenía que servir de algo, aunque fuese para subirles a todos la moral y darles fuerzas.

El Hada de pelo corto asintió, satisfecha. Parecía tener ganas de alejarse de allí.

—Muy bien, tú guías —dijo a Zaina.

Y revoloteó hasta colocarse al lado de Kolda, volando a la par que ella. Como el Hada blanca seguía mirándola con desconfianza, le sonrió de oreja a oreja.

—Hola —le dijo, aunque no pudo evitar que su voz sonase burlona.

Kolda no respondió al Hada naranja. Se apoyó en el hombro de Zaina y le susurró al oído.

—No me gusta, Zai... ¿Estás segura de que es buena idea que venga con nosotros?

Mientras tanto, Caperucita Roja y Anette miraban a Zaina, esperando que ella dijese por dónde ir. La cerillera la observaba expectante, con los ojos muy abiertos. Parecía totalmente dispuesta a seguirla a donde fuese. Pero estaba claro que Caperucita, aunque intentaba aparentar normalidad, todavía no se fiaba de todo aquello y se podía leer en sus ojos su deseo de alejarse lo antes posible del extraño grupo.

–¡Oye! Pero tu eres la que sabe donde está Ander. Si no sabes llegar, describe el sitio ¿no? ¡Por cierto! ¿Qué pasará cuando lo veamos? ¿Habrá dos tús?

La niña no contestó inmediatamente a Kolda, ya que temía que la otra hada le oyese. Ya no desconfiaba tanto, pero... Era diferente a las otras hadas. Las malas eran rojizas, las buenas blancas y sin embargo ella... era dorada. Zaina se fijó también en la mirada de Caperucita. La entendía perfectamente.

–Si quieres podemos dejarte en casa de tu abuela... te acompañaremos para que no te pase nada.

El Hada de pelo corto vio cómo Kolda susurraba algo al oído de Zaina y alzó una ceja, divertida.

—¡Eh! ¿Qué cuchicheáis? ¡Sois todos una pandilla de desconfiados! 

Se rió, como si encontrase aquello muy gracioso. Después se encogió de hombros al responder a Zaina.

—Yo sé dónde esta Ander... pero no puedo llevaros directamente. Las cosas aquí no funcionan así, sólo podemos movernos usando vuestra voluntad. Tenéis que concentraros en acercaros los unos a los otros y no sucumbir al miedo de la Oscuridad, si no... cada vez estaréis más lejos. Que es lo que ella pretende, claro...

Dio una voltereta.

—Resumiendo, que sólo puedo ir intentando echaros una mano para que os acerquéis, pero al final depende todo de vosotros. Aunque si lo haces tan bien como Ander, no creo que tengas muchos problemas. ¡Desconfiada!

Y volvió a soltar una carcajada.

Caperucita escuchó el ofrecimiento de Zaina, y durante un momento no dijo nada. Sin duda podía volver ella sola, porque conocería bien el bosque... pero seguro que tenía miedo de volver a encontrarse con uno de esos seres grises. Así que asintió.

—Vale... —dijo—. Será lo mejor, si no se van a preocupar...

–Bien, entonces nos moveremos en dirección a tu casa– a Zaina no se le había pasado que el hada amarilla no había contestado a su otra pregunta, pero de momento no insistiría.- Si lo que dices es cierto puede que nos encontremos allí con Ander. 

La niña tranquilizó a Kolda tocándole la mano con el dedo. Desconfiaban de aquel vibrante ser, pero eso no era motivo para tener miedo.

-Desconfiando o no, no tengo miedo. Lo que hice con la Reina puedo hacerlo con cualquier ser.

Aquello era un farol, pero la pequeña hada dorada no tenía porque saberlo

Nada más decir aquello, Zaina pudo notar con el rabillo del ojo que a la nueva Hada se le había borrado la sonrisa durante un instante fugaz. La recuperó enseguida, pero aquella vez no respondió nada. 

Caperucita se colocó al lado de Zaina y ambas abrieron camino, con Anette andando detrás de ellas muy cerca, y Kolda cerrando la marcha. No paraba de dar vueltas como una veleta, vigilando que de los arbustos y árboles de alrededor no saliese ninguna amenaza más. Pero curiosamente, nada les molestó durante ese trecho del camino.

Después de unos cinco minutos andando en silencio, Caperucita aceleró un poco. Los demás la siguieron, pero entonces paró en seco. Cuando Zaina la miró, se fijó en que tenía el ceño un poco fruncido.

—Qué raro —dijo la niña de la capa roja—. No recuerdo esta parte del bosque...

Miraba alrededor, como buscando una pista de por dónde continuar, pero parecía totalmente confundida. Y un poco asustada...

Aquello era una mala señal... o una buena, según se mirase. Quizás estaban avanzando hasta Ander. Zaina miró los árboles, intentando pensar con claridad. De pronto se acordó de Hansel y Gretel y las miguitas que iban dejando. Podían hacer algo parecido para no dar vueltas. Decidida se agachó y cogió una piedra e hizo una señala Anette para que se acercase. 

–Ve haciendo señales en los árboles así– explicó frotando la piedra contra la corteza antes de tenderle la piedra– Caperucita y yo iremos dejando señales en el suelo y arbustos para ver si damos vueltas. ¿Vale? Así, si por lo que sea desaparece la señal del árbol tendremos otra en un arbusto o en el suelo. 

Ni corta ni perezosa, Zaina cogió una rama de árbol. Aquello serviría para hacer señales en el suelo y para golpear en la cabeza a cualquier bicho malvado.

–Oye, ¿qué pasará cuando veas al hada que está con Ander?– preguntó de sopetón al hada brillante, que cada vez más, iba adquiriendo un nombre en la cabeza de la gitanilla, pero que aún no se atrevía a decirlo en voz alta para no hacerla real.

El Hada naranja miró a Yuki Zaina, sorprendida por la pregunta. Pero luego exhibió aquella sonrisa suya que dejaba claro que nada la turbaba.

—¡Ah! —dijo—. Ya lo verás cuando llegue el momento. Pero no tendría mucho sentido ser dos cuando basta con ser una, ¿no?

Y le guiñó un ojo mientras enseñaba los dientecillos blancos.

Mientras, Anette había asentido obediente a las instrucciones de Zaina, y había empezado a marcar árboles mientras caminaban. Kolda, por su parte, seguía vigilando alrededor mientras Caperucita intentaba orientarse. 

Pero entonces escucharon algo. Un gruñido, que parecía provenir de alguna parte a su izquierda, entre los arbustos.

–Tened cuidado– susurró– Puede ser un lobo...

Una cosa estaba clara. Fuese lo que fuese estaba acechando, esperando a que saliese. Zaina gruñó tan fuerte como el lobo y entonces sacó la escopeta de perdigones. Se le acababa de ocurrir que era una buena forma de llamar la atención de Ander y de asustar a lo que quiera que estuviese escondido. Sin fijarse muy bien donde apuntaba, pues no quería disparar a matar ni a hacer mucho daño a algo que no sabía que era, Zaina disparó al aire.

–¡Sal de ahí!

El disparo resonó entre los árboles. Pero no hubo pájaros que salieran volando de las ramas, y eso a Zaina le pareció muy raro. Aunque recordó casi al momento que aquél no era un bosque normal. Anette y Caperucita chillaron, y la cerillera incluso se agachó y se tapó los oídos. No debían haber visto nunca un arma de fuego...

Pero lo que fuera que había gruñido entre los arbustos, no hizo nada. Se quedó quieto y en silencio. ¿Se habría asustado también con el disparo? Pasaron los segundos y todo siguió en calma. Parecía que el tiempo se había detenido...

—¿Qué... qué ha sido eso? —preguntó Caperucita, mirando sorprendida la escopeta de Zaina—. ¡Au!

La niña se había quejado de algo, y se llevó una mano a la cabeza. Por un momento fugaz, Zaina temió haberle dado con el tiro... pero desechó la idea al instante. No le había apuntado, era imposible. Pero parecía que a Caperucita le había hecho daño algo. Fruncía el ceño y se frotaba la sien con dos dedos.