Partida Rol por web

Mientras Zaina hacía aquellas extrañas presentaciones, Kolda se esforzaba por contactar con Melhi y escuchaba intensamente. Pero su gesto pronto mudó en una expresión de preocupación.

—Me... ¿Melhi? —dijo el Hada—. ¿Puedes oírme? ¡Melhi!

Luego miró a Zaina.

—La he perdido —dijo—. Me ha dicho que estaban bien, en unas escaleras que subían. Pero luego he empezado a oírla cada vez peor... como si se estuviera alejando o algo se interpusiera entre las dos. Y he oído... gritos.

En ese momento, la niña que a todas luces era Caperucita Roja, se fijó en Kolda. Abrió mucho los ojos y la señaló.

—¿Qué... qué es eso? —exclamó—. ¡Parece un... hada o algo así!

Dio un paso atrás y se aferró con los dos brazos a su cesta, que se colocó frente al pecho como para protegerse con ella.

Mientras la niña de la capa roja decía aquello, Zaina notó un calor extraño... que venía del sitio donde se había guardado la carta de la Reina Hada. Y no sólo eso, si no que aquella cosa parecía estar... ¿vibrando?

–Sí, es un hada, y se llama Kolda. No te preocupes, es buena...– Zaina miraba con los ojos muy abiertos al hada, que parecía haber perdido el contacto con Melhi. De pronto Zaina empezó a preocuparse. Ellos no habían salido de aquella casa. Y Caperucita estaba allí. A la gitanilla le empezó a invadir un temor...que sus amigos a partir de ahora solo la viesen en algún cuento. ¿Y si todos los niños de los cuentos eran en realidad almas atrapadas por la oscuridad?La gitanilla respiró pesadamente. Aquello no iba a pasar, y si pasaba sería una heroína de cuento que salvaría al resto y encontraría el camino para salir de allí. –Ella es buena, pero hay otras que no, y algo está persiguiendo a mis amigos y...

Zaina dio un salto. Había empezado a notar algo raro en la carta que llevaba encima. Probablemente era el Hada Malvada que quería salir, pero si era así, no lo permitiría.

–Ay... Creo que pasa algo–la niña sacó la carta que tenía cuidadosamente envuelta....

Zaina sacó con cuidado la carta del bolsillo donde la había guardado. Estaba caliente, y zumbaba como una avispa enfurecida. Cuando la desenvolvió, pudo ver que el fondo de la ilustración se había ennegrecido, y que la Reina Hada estaba justo en el centro, encogida sobre sí misma y temblando. Pero lo peor era su rostro, que se contorsionaba en una sonrisa horrible.

—Está creciendo... —siseaba—. Puedo sentirlo... ¡Ahora es más fuerte!

Y lanzó una carcajada que heló la sangre de la gitanilla en las venas. ¿Tendría aquello algo que ver con sus amigos?

Kolda lanzó una exclamación de rabia. Aquello no le gustaba nada. Revoloteó y zumbó, incapaz de estarse quieta.

—¡Zaina, tenemos que hacer algo! —dijo—. Tenemos que pensar... ¿qué puede significar esto?

Señaló a Anette y a la niña que era Caperucita Roja, con cuidado para no decir en voz alta a qué se refería. El Hada buscaba a toda prisa una explicación a lo que estaba pasando.

-Esto no puede ser... Tenemos que volver- Zaina arrugó la frente y miró la carta, ocultando su desasosiego con una expresión huraña. -Dime que estáis haciendo, o haré que las otras cartas te visiten. La rueda te aplastará.

Zaina sacudió la carta en la que la Reina Hada estaba atrapada, pero esta no se inmutó. Parecía completamente ajena a lo que pasaba, sumida en esa especie de trance siniestro. La gitanilla tuvo un mal presentimiento, aquello no era una amenaza hueca...

Anette se había acercado a Zaina y se agarraba a su brazo. Todavía parecía tímida y apocada, pero Zaina era la única persona que podía decir que conocía un poco...

—Zaina... —dijo—. ¿Qué está pasando...?

Mientras tanto, la niña con la capa roja había dado un par de pasos atrás, en silencio. No parecía gustarle lo que estaba viendo...

Echándoles una última mirada entre asustada y sospechosa, se dio la vuelta y echó a correr para perderse entre los troncos.

—¡Eh! ¡Espera! —Kolda trató de que la niña que parecía ser Caperucita Roja no huyese, pero fue inútil—. ¡Maldita sea!

Aleteó un par de veces y luego tomó aire profundamente para intentar calmarse.

—Vale... vale, vale —se obligó a hablar despacio para recapitular—. Veamos. Están apareciendo... bueno, eso que ya sabemos. Así que todo esto tiene que ver con cuentos. Estamos en un mundo fuera de... lo que conocemos como real, y están apareciendo cosas que tienen que ver con cuentos —evitó mirar a Anette al decir aquello—. En realidad, es un poco lo que pasa con nosotras. Las Hadas, tanto las buenas como las malas, salimos de la mente de John. ¿Puede que la Oscuridad esté perfeccionando su habilidad y aprendiendo a sacar más cosas de la mente de John? Eso explicaría... bueno, lo que acabamos de ver.

Era lo único que se lo ocurría. Aunque en cuanto lo puso en palabras, tragó saliva. Aquello tenía implicaciones terribles...

Al ver que Caperucita salía corriendo a toda velocidad, Zaina se planteó perseguirla, pero era demasiado lenta para ello. En su lugar, lanzó una advertencia.

–¡No vayas por el camino corto! ¡Es una trampa!– la niña miró a Kolda. El corazón le latía desbocado, y las palabras del hada no hacían más que acelerarlo aún más. Las palabras del pequeño ser confirmaban lo que suponía, pero había algo aún peor –Kolda... ¿Es posible que yo sea... o que me convierta en... uno de ellos?

Kolda escuchó la pregunta atemorizada de Zaina, pero negó con la cabeza.

—No lo creo —dijo—. Estas... cosas, igual que nosotras, salen de la mente de John. La Oscuridad puede coger una idea y transformarla en algo real para corromperla y utilizarla, como hace con las Hadas malas. Pero no puede transformar algo real y que ya existe en una idea. Tú y tus amigos sois reales, no puede cambiar eso.

Miró el camino por el que Caperucita había huido.

—De todas formas —siguió—. Parece que no controla a estas nuevas creaciones. Si no, ya nos habrían atacado... Quizá no pueda hacerlo o... todavía no sepa. En cualquier caso, está claro que está experimentando y es más fuerte. A eso debe referirse la Reina. Me preocupa que pueda seguir fortaleciéndose y se vuelva capaz de controlar a estas nuevas creaciones o de... sacar de la mente de John cosas peores.

Anette escuchaba a Kolda, pero no entendía del todo lo que decía. Arrugó un poco el entrecejo, tratando de seguir las cavilaciones del Hada.

—Zaina... ¿qué hacemos ahora? —preguntó—. No podemos quedarnos aquí. Tengo que volver a casa...

Zaina miró preocupada hacia donde había desaparecido Caperucita Roja. Al menos a ella no le esperaba un mal final, y la había avisado el lobo malo. ¿Se lo encontrarían ahora ellas? No había tiempo de comprobarlo. Maldito John, ¿qué más cosas saldrían de su mente?

–Si una puerta nos ha traído aquí, otra puede sacarnos– razonó– Iremos al pueblo y entraremos en algún lugar.

Mientras se ponían en marcha, Zaina se propuso introducir poco a poco a Annete en aquel mundo. Cuando llegase el momento. Y por supuesto sin decirla que ella no era real, porque era evidente que, de algún modo, lo era. Sufría, tenía miedo y había disfrutado del bocadillo que le había dado. ¿Cómo no iba a ser real?

–Oye... Si las hadas sacan cosas de la mente de John... ¿Vosotras podéis sacarlas también? ¿O sacarlas de la mente de otro? ¿O volver a meterlas?

Kolda negó con la cabeza.

—No... ojalá pudiéramos, pero no tenemos esos poderes —dijo—. Eso sólo puede hacerlo La Oscuridad. Nosotras no podemos influir en la realidad de esa forma. Y las Hadas malas son por completo esclavas de La Oscuridad. Sólo nosotras, las Hadas buenas, tenemos libertad para hacer lo que queremos...

El Hada se interrumpió y miró hacia los arbustos.

Zaina y Anette también habían oído algo. Era un chasquido entre los arbustos, como si algo hubiera partido una ramita.

Aquella noche, o día o lo que fuese estaba resultando ser demasiado larga. Y para colmo de males, algo las seguía...Habían visto a Caperucita, y donde hay una Caperucita hay un Lobo Malo. Y eso no. Sin dudar un momento, la niña cogió una piedra del suelo y la lanzó con fuerza a los arbustos. Iban a ir al pueblo, y ningún lobo antropoloquefuese se lo impediría. Si se habían enfrentado a la Reina de las Hadas, aquello sería pan comido.

–¡Largo, bicho! No nos das miedo.

Anette estaba asustada, pero en cuanto Zaina cogió aquella piedra y la lanzó contra el arbusto, la pequeña la imitó. Se agachó y lanzó la piedra con todas sus fuerzas, arrugando el ceño con decisión.

—¡Vete! —gritó.

Las dos piedras se perdieron entre la hojarasca. Oyeron un ruido raro, y los arbustos se estremecieron un momento, pero lo que fuera que había allí debió salir huyendo, porque pudieron ver cómo la maleza se movía a su paso, alejándose del lugar.

Todo quedó en calma durante unos segundos... pero entonces, desde la dirección opuesta, pudieron escuchar con claridad un grito de terror. Era un grito infantil... y venía de la ruta por la que había huído Caperucita.