Partida Rol por web

13 de abril de 989

Entre tanta gente era difícil vislumbrar a María, pero ni haciendo esfuerzo localizaron su cabellera roja. Jules tomó la voz cantante enseguida.

-Hay que encontrarla. Celeste, ¿no hay ningún modo de hacerlo mediante... ya sabes?

La conciencia de Aleph vibró

¿Puedes hacerlo? Si no, más nos vale empezar a buscar algún templo, capilla o monumento relacionado con el fuego... Con tanta gente, esto puede ser una carnicería

Con Sandor, al menos, estaban en una iglesia abandonada. Esta vez, sin embargo, el peligro había aumentado exponencialmente

-Lo siento mucho Jules. Este lugar es demasiado grande. Me siento incapaz de cubrir todo el área, y no creo que fuera útil gastar parte de mi energía, sin garantía de resultados. No soy una mina inagotable. Lo siento.

Mientras empezaba a caminar entre la gente, Celeste empezó a pensar si realmente era cierto lo que había dicho. Sí, necesitaría gastar una cantidad inmensa de Zeón para poder cubrir toda la zona, y quizá aún así no iba a encontrar nada concluyente, pues su método de rastreo no sería para nada preciso. Pero... realmente, ¿era capaz de hacerlo?

Ya que le costaría mucho moverse por el parque entre la gente, decidió una nueva estrategia. Empezó a rebuscar por su cabello buscando su broche. Allí estaba, como siempre dispuesto a ayudar.

Lo cogió, y tras susurrar unas palabras tiró al aire su pasador de pelo, el cual adquirió la forma de una bella libélula y empezó a volar hacia lo alto.

-Akuma, tienes que ayudarme. Trata de buscar a María, la has visto antes, y vuelve para decirme dónde está. Se precavida. ¡Ah! Si ves algo relacionado con el fuego, avisa, puede ser una pista.

Celeste dio unas órdenes a su homúnculo antes de dejarlo partir. Le daba un poco de miedo dejar que su pequeña libélula se fuera sola, pues era muy frágil y corría el riesgo de perderla. Pero la recompensa de encontrar a su maestro era demasiado apetitosa.

Siempre podía volverla a crear...

-¡Sí, Celeste! -dijo la criatura, apresurándose a cumplir con el mandato de su ama.

-Si yo fuese ellos -dijo Jules pensativo-, no podría hacer nada frente a todas estas personas que pasean. Vosotros no conocéis bien los Jardines, pero yo sí. Creo que, de estar en alguna parte, debería ser en la zona del mausoleo del Duque. Allí no suele haber mucha gente y es un lugar bastante cubierto.

El burgués echó a andar y Tristán se apresuró a seguirlo.

Creo que sé dónde pueden estar. Tengo esa sensación... Tu libélula puede encontrarnos luego, ¿verdad?

Por supuesto Jules, es más, podría vigilar el recinto.

Celeste sonrió para sus adentros. Ya estaban cerca de encontrarse de nuevo... lo sentía. Algo dentro de su cuerpo se removía, podría...

vengarse.

Celeste echó a andar detrás de Jules sin decir nada. Si él sabía donde estaban, o dónde podrían estar era suficiente para ella. No era momento de elucubraciones, si estaban en otro lugar ya tenía un "espía" informando, por lo que ponerse manos a la obra era providencial. El tiempo es oro.

Oro negro.

Damien resistió la tentación de colocarse derecha de Jules con la mano en el pomo de la espada, no sabía lo que les esperaba en el lugar y menos cual sería el comportamiento de Serena, que todavía estaba con ellos.

-Vamos, no sé que estarán intentando hacer con María, pero no creo que sea nada bueno.-hizo un ademán para que la asesina frustrada siguiera a Tristán y a Jules y se dispuso a seguirlos al lado de la mujer. Sin quitarle el ojo de encima.

Siguió al grupo, con expresión poco decidida

Jules... ¿Tuvo algún tipo de incidente el mausoleo? Quizás algún incendio de hace tiempo...

Jules negó con la cabeza.

-Están hechos de piedra, hay poco que quemar. Pero si yo quisiera llevarme a alguien, retenerlo y hacer algún tipo de ritual satánico, lo haría en los mausoleos. No sé, es una premonición... Por aquí. Estad preparados por lo que pueda ocurrir.

Junette acudió al hotel. Allí le explicaron que el señor Lázarus y sus acompañantes se habían marchado en carruaje. Preguntando a los cocheros se enteró de que se habían dirigido a los Jardines Funerarios, un parque al que acudían los poderosos a pasear y a pasar el día en familia. Junette se encaminó hacia allí perseguida por el ansia de saber más y de reunirse con su primo y sus compañeros.

Siguió su pista hasta los mausoleos. La gente los había visto y era difícil no hacerlo, con el gigante Aleph cargando con un arma exótica y enorme. Mientras Junette inspeccionaba el lugar desde la seguridad de unos setos, escuchó una voz a su espalda que le resultó familiar.

-Tú. -Se trataba de la mujer de pelo rapado, aunque esta vez llevaba un pañuelo que lo ocultaba-. Sabía que no estabas sólo tomándote un café...

Jules dice en voz alta lo que todos pensamos después de lo último que vimos, ojalá esto fuera una cita romántica de un noble y una cantante. Pero todos nuestros instintos gritan lo contrario. Pensó Damien.

Continuó detrás de Jules, sin fijarse en la belleza de los jardines o en los paseantes nada más que para descartarlos como amenazas.

Sabía que en el fondo no debería estar haciendo lo que estaba haciendo y se sentía como una niña que se escapaba de casa para ir a jugar donde no debía. Por un momento había pensado en salir sólo brevemente y volver rápido para que Elisabeth no se diera cuenta de su ausencia. Pero la pista que la conducía a los Jardines Funerarios era demasiado jugosa como para no seguirla. ¿Qué habrían ido a hacer allí? Si Maria estaba desolada, ¿no era más sensato que fuera a un sitio menos público? ¿O estaban persiguiendo algun otro propósito? Preguntas y más preguntas se agolpaban en su cabeza.

Cuando por fin localizó al grupo, se mantuvo rezagada momentaneamente, observando desde lejos. Esta vez quería asegurarse de que actuaba correctamente y que, irrumpiendo en lo que fuera que estuvieran haciendo, no estropearía nada. Una mirada reprobadora de Aleph no era algo que quisiera repetir. Y obtener una de Jules no era una opción. Por desgracia, la voz que estaba a sus espaldas le indicó que había vuelto a fallar en cuanto a sutileza se refería. Admítelo, tus dotes detectivescas son una mierda. Se giró poco a poco, intentando adoptar una pose de inocencia que seguramente no casaba con su rostro blanquecino por el susto.

- ¿Yo? Sí, yo soy yo. Pero tú... a ti no te conozco de nada. - dijo con una sonrisilla nerviosa - ¿Qué dices de un café? La verdad es que me apetece uno... - Esta debe estar entre las frases más tontas que has dicho nunca, maja. Observó atentamente a la mujer, esperando encontrar algun detalle nuevo en su indumentaria que le diera alguna nueva pista sobre su identidad. Porque dentro de poco lo único que le quedaría sería correr, en dirección opuesta a sus amigos, y cualquier detalle podría ser valioso.

La mujer entornó los ojos y levantó una mano frente a ella.

-Duerme.