Partida Rol por web

Sonya dejó escapar una sonrisa divertida al ver la tarjeta de Modius. Aquel tipo tenía un orgullo demasiado grande para tener un principado tan decadente.Aburrida, decidió volver a guardar la tarjeta en el bolsillo trasero de su pantalón y decidió seguir al trabajador de la gasolinera. Así podría ver qué aspecto tendría el lugar y, con un poco de suerte, divertirse con aquel humano que acababa de encontrarse.
 

La Lasombra vació la caja registradora y pasó a buscar munición que le fuese compatible con sus armas (Calibre 12 y 25 ACP) ojeó el resto de la colección por si acaso.

Ya... Buscaba que me dijeses algo mas aparte de una descripción de diccionario, don Evasivo.
Cuando dijo que esa mujer no era su presa la miró de reojo a la mujer tendida en el suelo. -Se está muriendo.-Pensó mientras maquinaba algo.

Claro que tengo metas pero me temo que no son asunto tuyo. -Dicho eso caminó en dirección de la mujer hasta llegar a su lado, se puso en cuclillas y comprobó si aun estaba consciente dándole una pequeña bofetada y alzándole un parpado con ayuda del pulgar. Desde luego si Rouse tenia delicadeza, la gastaba poco.

Oye, tu. -Le dijo a la humana. -Has perdido mucha sangre y te estas muriendo... la ayuda no va a llegar y va a ser una muerte lenta y muy angustiosa... Espero que te hayas despedido de tu familia y hecho las paces con Dios. -Alzó sus brazos en una semi cruz, en una mano la escopeta y en otra la palma de la mano abierta. -Pero a pesar de todo estas de suerte, puedo ofrecerte dos opciones: Una muerte rápida o una vida de servidumbre. Elige.

-¿No?- Dijo acercándose unos pasos más. -Está bien...- Comentó con cara de pocos amigos.

De repente trató de arrebatar la cámara de fotos por la fuerza. El vampiro no llevaba del todo bien que le llevasen la contraria.

Aunque vivía entre la mugre y la basura, Jacinthe sintió un leve estremecimiento producido por el asco al desgarrar la piel oscura del enfermero. Pero duró poco, pues la vitae comenzó a fluir por su garganta, potente  y llena de matices metálicos. Cerró los ojos y saboreó la vida que lo llenaba de nuevo y quiso saciarse sin fin.

Sólo cuídate de no comer la sangre, porque la sangre es la vida, y no comerás la vida con la carne.

Pero Jacinthe ya no necesitaba de la carne, sino que era la vida de la sangre la que lo animaba. Así que bebió y bebió hasta que no hubo más, y saciado al fin dejó caer aquel saco de carne tiznada.

El hombre menudo caminaba por la avenida con paso ligero. No tardó en llegar a la altura de una iglesia baptista, sin huellas de haber sido afectada por el incendio que abrasó la ciudad, frente a la que se encontraba un gran parque. Ni la iglesia ni el parque llamaron su atención. Encendió un cigarrillo y se ajustó el cuello del mono. Detrás de la iglesia, se hallaba un edificio de proporciones similares, con gruesos muros de piedra, oscuros, sin signos de fuego reciente. El número de la entrada, que recordaba a las de las casas de los barrios céntricos de Londres, correspondía al de la tarjeta de Modius. El empleado de la gasolinera oyó los pasos de Sonya detrás de él en el silencio de la noche. Le pareció que eran de mujer. Tal vez por eso, se paró y se giró. Comprobó con satisfacción, y alivio, que no se había equivocado. Permaneció quieto, aspirando el humo del tabaco. El fuego del cigarrillo se hizo más vivo y alumbró en rojo una sonrisa perversa y fea.

Juggler sonrió al oír el comentario de Rouse. La recién llegada le gustaba mucho. Parecía perfecta para sus planes. Su manera de actuar, de hablar, eran muy diferentes a lo que encontraba cada noche en los escasos vástagos que aún quedaban en Gary. Esa mujer no iba a pasar desapercibida en la ciudad si decidía quedarse y él estaba deseando verlo. Aun así, prefirió que tomase conciencia del lamentable estado de la población, sobre todo nocturna, por sí misma. Bien, pues cuando sean asunto mío, ven a verme. No será difícil encontrarnos de nuevo. Dicho esto, saltó por encima de la mujer a la que había asaltado y se alejó del lugar corriendo como un niño a por su merienda. Cuando Rouse se acercó a la víctima de Juggler para despertarla, hacerle saber su estado agónico y darle a elegir entre dos opciones que no entendía del todo, solo encontró la imagen del terror reflejada en el rostro de la mujer, suplicando por que la dejara.

Pese a la desabrida actitud del muchacho, Maria se vio sorprendida cuando este trató de arrebatarle la cámara por la fuerza. El incidente no pasó desapercibido para el hombre grande como un árbol que parecía escoltar a la joven y se acercó a ella corriendo. Quién sabe si consciente de lo que podía ocurrir si su acompañante llegaba hasta el chico, Maria lo miró a los ojos mientras forcejeaban y dijo muy seria: Márchate.

Dan obedeció instantáneamente, la orden había sido simple y concisa, se alejó por el mismo lugar por el que había venido, sintiéndose confuso y caminando más por inercia que conscientemente.

Jacinthe absorbió la sangre del enfermero durante unos diez minutos. Diez minutos durante los cuales la víctima fue derrumbándose poco a poco, abandonándose a un placer desconocido desde el sobresalto inicial. Era un placer vinculado al dolor del mordisco, sobre todo al principio, que habría de transformarse en tranquila agonía al final. El hombre solo pudo emitir unos gemidos mientras Jacinthe se alimentaba de él y, no obstante, el vampiro entendió. Tres imágenes se grabaron en su mente al tiempo que drenaba a su víctima: una fiesta de cumpleaños rodeado de su familia, la cara desencajada de un hombre más joven al comprobar que una muchacha moría mientras intentaba reanimarla y un niño gordito, parecido al enfermero, al que otros niños rubios y blancos habían encerrado en una caseta cerca del lago. El hombre robusto quedó seco de sangre, muerto a los pies de Jacinthe, saciado y lleno por completo. Sin tiempo para hacer algo más que pasarse la mano por la boca, una enfermera de edad bastante avanzada apareció con una camilla para dirigirse a la ambulancia y sus luces móviles. Cuando vio a su compañero en el suelo, con rastros de sangre en el cuello, y a aquel hombre desgarbado y sucio a su lado, gritó, se llevó las manos a la cabeza y volvió al hospital. En la camilla, una niña de unos doce años, con la cabeza cubierta por vendas, frágil, casi transparente, dormía sin saber que la habían abandonado en presencia de un monstruo que leía el Deuteronomio.

Sonya siguió los pasos de aquel hombre. La noche era tranquila y parecía tener un rumbo. No fue especialmente sorprendente que la iglesia no fuera un punto de interés para él. Tampoco le sorprendió que pasara de largo por delante del parque. Continuaron así durante unos cuantos metros. Él fumando y ella siguiéndole a unos pasos de distancia. Por fortuna para ella, los pasos del tipo le guiaron hasta la entrada misma de la dirección que le había otorgado Modius ofreciéndole la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro. Y nunca mejor dicho.

Se encontraban ambos ya en la calle de la residencia de Modius, cuando el hombre aquel pareció percatarse de la presencia de la vampira. Ingenuamente decide detener el paso. A Sonya le resultó evidente que pensaba que se trataría de una mera humana indefensa recorriendo las nocturas y vacías calles de la ciudad. Seguro que pensaba divertise con ella.

"Veamos qué guardas para mí" pensó la Tzimisce.
Continuó su camino en dirección al tipo, tratando de aportar cierta inseguridad en sus pasos. Tenía verdadera curiosidad por ver cómo actuaría él cuando ella pasara a su lado adelantándole.

Retazos de la vida de aquel ser inmundo le llegaron a Jacinthe en oleadas conforme el conductor iba abandonándose. Parecía como si se aferrara a recuerdos del pasado y para el Gangrel resultaba del todo desagradable. Eran unos recuerdos enfermizos, obscenos, que a punto estuvieron de estropear el momento.

Estaba seguro de que aquel niño que celebraba su cumpleaños rodeado de otro montón de negros era el idiota que se estaba muriendo entre los brazos. Parecía ilusionado y feliz y su familia lo admiraba con alegría y esperanza, como si estuviera destinado a algo mejor que los pavos de una granja.

Y la vida se había encargado de avisarle de que iría de un fracaso al siguiente: incapaz en su trabajo y con una familia apestosa y marginada. Aquel retoño obeso sufriría una vida innecesaria igual que la de su padre. Pero Jacinthe se estaba ocupando de que para aquel terminaran rápido las preocupaciones. Y pese a todo, cuando terminó y lo dejó caer se sintió renovado y bien dispuesto. Se limpió los labios con su lengua y torció el gesto en una mueca parecida a una sonrisa.

Pero allí al frente apareció una enfermera, que pronto reconoció la obra del vástago y salió de allí huyendo. Podía ser el fin amargo a una noche extraña y dulce, hasta que Jacinthe reparó en la camilla.

Por este niño oraba, y el SEÑOR me dio lo que le pedí. 

Se acercó hasta la camilla, mirando la puerta por la que la enfermera había desaparecido, pero su atención pronto se fijó en el pequeño cuerpo tendido. Agarrando la camilla, la empujó hacia la parte trasera de la ambulancia y una vez dentro, se acercó hasta el cadáver para buscar las llaves.
 

La noche estaba siendo desagradable para el joven Brujah. Aparte del rato que pasó con Tommy para alimentarse, para desahogarse, para que un indigente pudiera pasarle la mano por la espalda y reconfortarlo, sus encuentros no habían sido nada gratos. Un vampiro antiguo que seguía empeñado en sumarlo a una causa que no era la suya, un borracho que decidió orinar a sus pies mientras cantaba el himno nacional y ahora una desconocida que lo obligaba a alejarse de un Elíseo muerto. Se dirigió al centro, a los barrios abrasados en los que solía cazar el Príncipe. Se sentía perdido, enfadado con el mundo y consigo mismo. Necesitaba que alguien lo guiara en las tinieblas de aquella maldita ciudad. Bajó por Broadway, la vía principal de Gary, desolada como las demás. Tras un largo paseo en el que se cruzó con algunos jóvenes que corrían hacia las calles perpendiculares, más pequeñas, más oscuras, con intenciones que podía imaginar fácilmente por su pasado humano, llegó al cruce con Front Street. Una Harley estaba aparcada en la esquina. Modius, el Príncipe de Gary, la miraba, pensativo.

El hombre esperó a que Sonya se acercara. Tuvo la impresión de que lo hacía con recelo ante su repentino giro. Volvió a sonreír. Cuando la joven se acercó lo bastante, le arrojó la colilla del cigarro a sus pies. Esto hizo que la Tzimisce se sobresaltara de verdad. Se recuperó enseguida de tan nimio vestigio del fuego y siguió avanzando hacia el hombre menudo. ¿Te he asustado?, preguntó cuando llegó a su altura.

Dios concedió a Jacinthe lo único que le pedía, una oportunidad para llevar a cabo su misión salvífica. Fue tanta la misericordia de Dios que incluso le perdonó haber matado a uno de sus hermanos. Encontró las llaves de la ambulancia en la ropa que cubría el cuerpo sin vida del que se había alimentado hasta saciarse. Un designio más, una señal más de que el Señor estaba con él. Los siervos de Satán, disfrazados de guardias de seguridad, aparecieron de las tinieblas para intentar detenerlo antes de que pudiera escapar para cumplir la divina voluntad.

¿Se ha ido sin las armas? -Llegó a pensar al ver que se iba corriendo, quizá molesto por la contestación.

Se quedó mirando unos instantes al la mujer, su cara de horror y como gimoteaba semiconsciente, en ese estado no era capaz de formular una palabra. Asi no tenia gracia ninguna jugar con ella.
-Podria darle la eutanasia y seria un gesto de bondad. Pero... ¿Desde cuando soy yo bondadosa?

-Sonrió a la vez que dejaba la escopeta en el suelo. Se mordió la lengua con fuerza creando una herida profunda,
hecho eso sujetó la boca de la chica apretando las mejillas para que no pudiese cerrar la boca y acto seguido vertió la sangre de una boca a otra en un beso largo en el que disfruto bastante tanto por el abuso como por la condenación a la que la sometía al darle de beber su sangre y ghoulizarla.

-Bienvenida al sabbat, bolsa de zumo.

-Te vienes conmigo, vas a ser mi guía por la ciudad.

Dicho eso la obligó a levantarse tirando de su brazo y conduciéndola con ayuda hasta su coche para meterla en el asiento de copiloto.