Partida Rol por web

Las horas pasaban, y alex pensaba.

Justo cuando lo sacaron e intentaron llevarle opuso una leve resistencia, -Un momento- Alex intentó hacer fuerzas para que no se lo llevaran todavia - puede que haya tenido un error en desafiar la ley, pero sin ella no habria salido mejor parado de lo que ya estoy, es a ella a la que le debo la vida, si no no habria llegado ni siquiera aquí, creo que se merece una segunda oportunidad como todos...creo...si quieren sacar a alguien, saquenla a ella antes que a mí, no podria soportar el salir de aqui solo.

Diana respondio con un bufido al guardia. No estaba conforme con nada de lo que decian. Cuando oyo que Alex pedia que le sacaran a ella primero, levanto la cabeza, y dijo:

-No te preocupes por mi, marchate.-le hizo un gesto con la mano para que se fuera.

Volvio a bajar la mirada al suelo, conteniendo la rabia que sentia. Todo esto no paraba de atrasar la mision, y ¿querian ellos meterlos en un juicio? Asi si que llegarian los Truil sin encontrar apenas defensas en las murallas.

Caminas por las calles de la periferia, notando demasiado a menudo cómo los rostros de la gente se vuelven a mirarte. Maldiciendo, te das cuenta de que tus heridas están llamando la atención. 

Te diriges a una de las calles menos transitadas. Sabes que no es la zona más segura de la ciudad, pero tu apariencia sigue siendo lo suficientemente peligrosa como para amedrentar a la mayor parte de los salteadores. De hecho, la herida de tu cabeza te da un aspecto aún más inquietante, por lo que cualquiera se lo pensaría al menos dos veces antes de meterse contigo.

Durante unos minutos que se te hacen eternos, caminas por los callejones de la Periferia, pero nada ocurre. Cuando vuelves a una de las calles principales, ves a una mujer tendiendo la ropa en un pequeño patio. Te acercas a ella, que se sobresalta al verte. Cuando le ofreces dinero por una de las capas que está tendiendo ver el reflejo de la avaricia en sus ojos. Finalmente llegáis a un acuerdo. Probablemente hayas pagado tres o cuatro veces el valor de una capa nueva, pero es algo que en estos momentos no te importa. Si el trabajo ha salido bien, Asceltis se encargará de que no te falte el oro.

Con cuidado, te echas la capucha sobre la cabeza, tomando precauciones para que no roce las quemaduras producidas por el rayo. Murmurando una vez más contra los cobardes hechiceros Ulds, te diriges hacia el Grifo Ardiente.

Entras en la posada. El dueño te reconoce e inclina la cabeza a modo de saludo. Nunca habéis mantenido una relación muy estrecha. De hecho, apenas habéis mantenido conversaciones más allá de la comida del menú o del abrasante calor del verano. Sin darte cuenta correspondes a su saludo moviendo casi imperceptiblemente tu cabeza, lo que hace que la capucha roce la herida y te produce un estremecimiento de dolor.

- ¡Cállate! - brama uno de los guardias dándole un empujón a Alex. Pese a oponer algo de resistencia, la fuerza bruta de los dos guardias acostumbrados a tratar con maleantes es demasiado para él.

Casi arrastrándole le sacan por la puerta que da a la sala común, dejando a Diana sola en su celda.

Atraviesas la sala de los guardias. Varios de ellos están vueltos hacia ti, con las manos sobre las empuñaduras de las porras que cuelgan de sus cinturones, alertados por los gritos en el interior de la celda. Te arrastran hacia una puerta lateral, que da a una pequeña sala con una mesa. En ella se sienta un hombre de unos treinta y pocos años, ataviado con un uniforme del ejército de Uldholm. Un teniente, de acuerdo a sus galones.

Te mira con expresión severa, pero cuando habla se dirige a los guardias. 

- Dejadnos solos, por favor - dice seriamente. Con una inclinación de cabeza, te sueltan los brazos y se vuelven hacia la puerta. - Siéntate - ordena el hombre.

Mientras ocupas la silla al otro lado de la mesa, tienes tiempo para fijarte en él. Tiene la mirada cansada y preocupada, como si estuviese pensando en sus problemas y estar allí atendiéndote fuese una molestia menor.

- Bien, Sömersen me ha informado del altercado en la puerta. No voy a entrar a discutir sobre ese asunto, pese a que me parezca completamente impropio de un soldado de Uldholm es algo irrelevante ahora mismo, pues según él traéis información importante de la frontera Truil.

Habla de forma seca, pero sincera. Se calla por un momento, y se te mira esperando que le cuentes tu historia.

Transcurren un par de horas, y el hechizo de transformación pierde su efecto, devolviéndote a tu forma de centauro. Intentas escuchar algo del otro lado de la puerta, pero, después del revuelo inicial cuando sacaron a Alex de allí no has vuelto a escuchar nada que te llame la atención. La frustración empieza ha hacer mella en ti cuando se abre la puerta una vez más. El oficial Sörensen entra de nuevo en las celdas.

- Bueno, bueno... - dice. - Parece que después de todo la información que traéis le ha resultado interesante a alguien. Bien, necesito que me cuentes exactamente qué ocurrió en la batalla cuando murió el capitán Johan.

Acerca un taburete del otro lado del estrecho pasillo y lo coloca frente a la puerta. Sentándose en él se dispone a escucharte con calma una vez más.

La chaqueta un tanto larga de alex ya no tenia aquel color blanco tan divino, sino que, era un color blanco un poco más desgastado. Al igual que su ropa, aunque sus pantalones rojos oscuros no habian adquirido ningun tono diferente, por raro que pareciese.

El muchachos se sentó mirando a su interrogador, que obviamente seguro que le preguntaria las mismas cosas y mayor información.

-Y realmente así es, no voy a entrar en muchos detalles si no deseas, pero los Truil se estan acercando por las fronteras, y es cuestión de dias que lleguen aquí, las tropas han sido diezmadas, y si quiere saber algo más...

Diana volvio a resoplar. Ya estaba harta de la actitud de los guardias. Se levanto, y se acerco a los barrotes, como otras tantas veces habia hecho.

-El capitan Johan fue atravesado por la lanza de una amazona Truil-repitio, acordandose de que habia dicho las mismas palabras a los supervivientes de la batalla.-Nos ordeno que huyeramos, y lo hicimos. Mas tarde nos reunimos con los demas Ulds que habian huido de la batalla. Al dia siguiente de una noche sin dormir, los Truil nos encontraron y ellos dieron su vida en una nueva batalla para dejarnos venir hasta aqui y avisar. Y ya estamos aqui. ¿Ahora avisareis del peligro que corre esta ciudad?

La ciudad hace horas que ha despertado. Mercaderes de todo tipo conducen sus carretas llenas de mercancías por las calles y todo tipo de personas caminan entre ellas. Por un momento te paras a disfrutar del espectáculo, fijándote en la gente que corre como si llegase tarde en contraste con otros que pasean tranquilamente mirando algunos puestos de venta. El bullicio de la ciudad contrasta con el Jakko, aunque parece que hace eones que lo abandonaste.

Preguntas a un viandante por el lugar donde la guardia retiene a sus prisioneros. Te indican distintos cuartelillos por toda la ciudad, generalmente en los Barrios Medios, más o menos próximos a las puertas de la muralla. En ellos se mantienen encerrados a los delincuentes menores hasta decidir qué hacer con ellos. Sin embargo, en los Barrios Centrales, se encuentra la Prisión de Uldnacht, no demasiado alejada del palacio del gobernador. Es un edificio de máxima seguridad, comunicado con la sede de la guardia de la ciudad, donde sólo los miembros de los Gremios con algún permiso especial pueden adentrarse.

Mientras te planteas hacia dónde dirigirte, notas algo que se frota contra tu pierna. Miras hacia abajo y allí está Fawkes, bostezando mientras se estira restregando sus uñas en los adoquines de la calle.

- Veo que la noche te ha sentado bien - dice cuando se aleja el hombre al que acabas de preguntar. - ¿Dónde nos dirigimos ahora?

Una señora que pasa a vuestro lado se queda mirando con cara de estupefacción al gato, obviamente dudando si dar crédito a sus oídos.

Merak sonríe ante tu desprecio.

- Hemos venido a una asamblea importante de nuestro Gremio - contesta usando asimismo el plural mayestático, como mofándose de ti. - ¿O acaso habéis olvidado eso también con la absenta, querida? ¡Ah, no! No tardasteis mucho en revelar esa información confidencial a vuestras compañeras, las... ¿cómo la llamábais? Górgonas.

Se sienta en la mesa, sin despegar la mirada de ti, desafiándote a perder el control.

A ganarnos unas monedas, querido bocazas. -Digo mientras lo agarro por el pescuezo. Me subo a una caja, y poniendo en el suelo mi cinto a modo de vasija para las monedas digo:

Pasen y vean al gran ventrílocuo, o sea, yo! Capaz de predecirte el futuro, oler tus enfermedades y hacer chistes sobre fruta, ¡todo al mismo tiempo! Pasen, pasen y comprueben los secretos mágicos de mi querido amigo magoo!!

Miro al gato con una expresión interrogante y le susurro:

con esto podremos comprar algunas voluntades, espero. Tu tan solo habla, que es lo tuyo.

Con un trocito de tela improviso un vestido para fingir que Fawkes es un muñeco de ventriloquía, mal hecho, y desde dentro le agarro por el cuello, mientras finjo que hablo y dejo que diga todas sus tonterías, con la esperanza de ganar algo de dinero.

Zorya, pálida por la escena que está presenciando en su cocina sin haberlo esperado, parece recuperar ligeramente la compostura. Echando a Merak una mirada foribunda, se levanta y te coge del brazo, empujándote suavemente hacia la puerta.

- Bueno, querida. Lamento este... brusco desayuno - te dice con expresión compungida - pero si te entendí bien antes, tenías prisa por irte. Ya tendréis ocasión de discutir vuestras diferencias en otra ocasión... - el "lejos de mi" resuena en tu cabeza pese a que no ha llegado a decirlo.

Apoyando una mano en tu espalda, te acompaña hacia la salida. Miras hacia atrás y ves la sonrisa triunfal de Merak, aún sentado en la mesa, mientras te guiña un ojo. Estás a punto de montar en cólera cuando la suave voz de Zorya te calma una vez más.

- Lamento mucho lo ocurrido, querida. Nunca hubiera imaginado... Ayer no me dijiste... En fin, hablaremos luego. ¿Quieres que le pida a mi cochero que te lleve hasta tu casa? Viendo lo que ha ocurrido esta mañana creo que es mejor que no estéis juntos... ¿Quién me lo iba a decir, después de lo de anoche?

Visiblemente afectada, te acompaña hasta la puerta de salida de su casa.

Después de un momento de vacilación entre irse de casa de Zorya o entrar y darle a Merak su merecido, Ilsa se decide por lo primero, y acompaña mansamente a la anfitriona hasta la puerta.

-Agradezco mucho tus cuidados. Lo de Merak es como una herida mal curada: al final siempre reaparece. No es culpa tuya. Después de la decisión del Consejo convocaremos una reunión seguramente. Nos vemos entonces. Excelentes pasteles, y un vestido extraordinario. No hace falta que avises al cochero.

Y sin mucho más, Ilsa sale por la puerta y alza el vuelo tan pronto como puede (aderezado con un poco de teatralidad). Se dirige a casa, por supuesto. Aunque cubre sus espaldas como si estuviera en territorio de guerra.

El soldado te mira con gesto aburrido, cansado.

- Parece que no lo has entendido. Quiero que me digas todo lo que recuerdas. Luchásteis una batalla y perdisteis. ¿Dónde? ¿Cuántos Truil eran? ¿Qué tácticas utilizaron? ¿Cómo reaccionó vuestro capitán? ¿Qué ocurrió después? ¡Maldita sea! - exclama elevando la voz - ¡Quiero que me digas hasta el color de los ojos de su caudillo!

Mira hacia un lateral y respira hondo, como intentando calmarse. Cuando se vuelve hacia ti su mirada es algo más serena.

- Lo siento muchacho, hoy está siendo una mañana... complicada. Sin embargo creo que no te das cuenta de la gravedad de tu situación. Haberos enfrentado a los guardias de la puerta será el menor de vuestros problemas si os acusan de deserción. - Levanta la mano en un gesto apaciguador cuando abres la boca para protestar. - Tranquilo, personalmente no creo que seais desertores, pero necesito saber, con pelos y señales, todo lo que me puedas decir de la batalla y de lo que ocurrió después.

El hombre te mira desde el otro lado de los barrotes.

- A ver como te lo explico. El capitán llevaba un batallón de refuerzo, una cohorte de unos quinientos hombres de infantería, incluyendo arqueros, unas decenas de hechiceros y algunas mujeres de caballería. Lo justo para permitirle marchar a ritmo rápido hasta la frontera. - Por la información que te da y la seguridad al decirlo, te da la impresión de que está recordando más que tratando de aproximar los números. - Además, Johan era experto estratega. Si se enfrentó a un grupo de Truil diría que estos no podían exceder a nuestras tropas en más de... digamos 2 a 1. Eso significa mil truils, ¿me equivoco?. Cabría la posibilidad de que os hubiesen cogido por sorpresa y su número fuese mucho mayor, pero entonces no estaríais aquí para contarlo...

Sonríe sarcástico. - Entonces, ¿crees que un millar de truils se van a adentrar una semana en Uldholm para asediar la capital? ¡Por favor! Nuestros hechiceros los barrerían de un plumazo en cuanto se aproximasen...

Se levanta del taburete y da un par de pasos a cada lado.

- Así que, aclarado ese punto, te sugiero que hagas memoria y me digas algo un poco más interesante, pues no estás en situación para permitirte otra cosa.

En medio de tu "interpretación", Fawkes se gira, bufando enfadado y, dándote un arañazo en la mano, salta al suelo escabulléndose entre unas cajas. Cuando te vuelves hacia él ves cómo un par de guardias se acercan hacia ti, llevando una casaca con el emblema personal del gobernador Thorsten.

- Vaya, vaya, vaya... ¿Qué tenemos aquí? Yo diría que es un mendigo que intenta conseguir unas monedas en los Barrios Medios. ¿Tú qué opinas Jeoffrey?

- Mmm - el segundo guardia te mira, fingiendo interés - igual nos equivocamos y es un miembro del gremio de músicos...

- ¿Músicos? Con ese aspecto yo diría que es un erudito. Sí, seguro que está ensayando sus conjuros. - Los guardias te rodean mientras mantienen su sarcástica conversación, en un tono que augura problemas. La gente a tu alrededor comienza a separarse de vosotros. - Pero, démosle una oportunidad - dice volviéndose hacia ti. - Caballero, es usted tan amable de enseñarnos el emblema de su gremio, que a buen seguro llevará encima para practicar sus artes en medio de la calle confundiéndonos para hacernos pensar que es usted un mendigo.

Humedeces unas sábanas limpias en agua hirviendo y las dejas enfriar un momento antes de empezar a limpiarte las heridas. La noche en el cobertizo ha hecho que se ensucien más de lo que deberían, pero tu perseguidora no te dejó muchas más opciones. Con cuidado, pasas el paño por encima de las quemaduras, limpiando la suciedad y los restos de piel muerta y cabello chamuscado de las heridas. Ahogas un grito de dolor cuando el trapo roza alguna ampolla, maldiciendo a los cobardes hechiceros Ulds.

Cambias a menudo la tela, metiendo nuevamente en el agua la primera, para volver a desinfectarla con el calor. Cuando acabas de limpiarte, colocas un improvisado vendaje alrededor de tu cabeza. Sabes que te vendría bien un ungüento para curar las quemaduras, pero es algo que tendrá que esperar.

Agotado, te tumbas en la cama durante un rato. Estás a punto de dormirte cuando algo te sobresalta. Miras la puerta de tu habitación, desconfiado, y la atrancas con una silla antes de volver a la cama. Cuando se alivia el dolor de las heridas tras la cura, no tardas mucho en quedarte dormido...