Partida Rol por web

Alguien lo está increpando para que se ponga en pie de nuevo.

¿Madre?

Desde el suelo, el Dindavara enfoca la vista hacia el rostro de la anciana arrugada vestida con sedas verdes y amarillas. Su madre lo mira con expresión severa. Sus ojos reflejan reprobación.

Yi Fan sabe lo que está pensando. No necesita expresarlo con palabras.

¿Es que tu padre y tu hermano murieron por nada? ¿Es que ya no recuerdas la promesa que me hiciste? Si caes hoy, el honor de nuestra familia nunca podrá ser limpiado. ¿Vas a morir aquí?

¡NO!

Con este grito de rabia, el Dindavara gira sobre sí mismo en el suelo. El dolor es terrible, pero entonces su mano se cierra sobre la empuñadura de su Filo y eso parece insuflarle nuevas fuerzas. Antes de darse cuenta, hinca una rodilla en el suelo, escupe un gargajo sanguinolento a un lado y usa su arma para alzarse de nuevo.

Observa que la hoja de la Dinda está manchada de rojo. Yi Fan no lo recuerda, pero debe de haber herido a su adversaria, que más allá, hace girar a su caballo.

Pronto volverá a la carga. Pero la mirada del guerrero busca al hechicero, y comienza a dirigir sus pasos hacia él. Sin su magia, el joven está totalmente desprotegido y va a necesitar su Filo para protegerle.

La amazona observa a Yi Fan y deduce su intención de dirigirse hacia su líder.

- NE! - grita en su idioma espoleando su caballo para cortarle el paso.

Mientras se lanza hacia el guerrero, reprimiendo el dolor en su costado, mira a Hatysa con expresión preocupada, como si tuviera la sensación de que se le acaba el tiempo. Al ver la situación crítica de la mujer, decide atacar nuevamente a Yi Fan casi a la desesperada.

La mujer del medallón está, efectivamente en una situación complicada. El golpe de Henry a terminado con su caballo, interrumpiendo su carga hacia el hechicero. Sin embargo, como maestra jinete, consigue saltar a un lado y levantarse antes de que el animal le aplaste la pierna. Mientras se endereza volteando su lanza para bloquear cualquier posible ataque, os fijáis cómo su boca empieza a expulsar espuma.

De repente recordáis las historias sobre los salvajes caras azules, que se drogan con algo llamado Kratig antes de la batalla, y entendéis qué es lo que la mujer se llevó a la boca hace unos segundos.

Miro de refilón hacia mi espalda el yermo me llama, podría salir huyendo ahora mismo, están atentas a otras cosas. Y a mí me duele mis heridas a horrores. Lo más sensato es huir. Pero sorbiendo el dolor ataco a la lider con mi daga, estoy tan mareado que casi vomito, un brazo lo tengo insensible e inútil, y en el otro la daga se vuelve pesada y lenta, la amazona esquiva sin ninguna dificultad. Miro por un segundo a Yi-Fan y sonrío.

- Vaya- es lo único que digo- igual no salgo vivo de aquí- me dejo caer apoyando una rodilla en tierra, se me abren las heridas y la sangre está calando a través de mis ropas y cae al suelo perezosamente.

Sosteniendo la mirada de Alex, Yi Fan avanza hacia él a trompicones. Por extraño que parezca, escucha perfectamente las palabras del joven, a pesar de la conmoción, del mareo y de los ruidos propios del combate.

Viviremos o moriremos, hechicero. Le responde. Pero lo haremos juntos.

Lo que no oye el Dindavara son los cascos del caballo de su adversaria, ni su grito de guerra. No, hasta que no es demasiado tarde.

Con el rabillo del ojo capta el brillo del filo del hacha de guerra. Inmediatamente, planta los pies con fuerza en el suelo y lleva su mano a la empuñadura de la Dinda.
Pero antes de ser capaz de darse la vuelta y enfrentarla, el hachazo le alcanza en plena espalda.

En esta ocasión, lo siente todo. Como el filo traspasa seda, piel y carne, hundiéndose profundamente. Un golpe que le hace rechinar los dientes y que amenaza con levantarlo por los aires y lanzarlo como un fardo contra el suelo de nuevo, esta vez para que no se levante nunca jamás.

Son los reflejos y el instinto lo que salvan a Yi Fan una vez más. No hagas frente al impacto, fluye con él. Eso es lo que hace. Fluye. Deja que el mismo golpe le haga girar sobre sí mismo, con lo que siente como el filo del hacha sigue su camino, saliendo de su cuerpo, mientras, con un grito, desenvaina la espada Dinda y la proyecta hacia lo alto con toda la potencia que es capaz de imprimir, aunque prácticamente a ciegas.

La hoja de acero Dindavara se convierte en un rayo de luz, en una estrella fugaz. La estela corta algo en lo alto. Cuero y carne.

El caballo termina de pasar a su lado. Yi Fan deja de girar sobre sí mismo y por algún tipo de milagro, queda allí plantado, de pie, mirando con sus ojos oscuros como la amazona se aleja de nuevo unos metros y hace girar de nuevo a su montura para encararse de nuevo frente a él.

Y de pronto, la mujer se inclina a un lado, cae de su caballo, y se estrella contra el suelo, quedándose allí. Inmóvil.

Ha vencido. Él aún se mantiene en pie. Ella yace sobre la tierra. El Dindavara asiente para sí mismo, y ayudándose una vez más de su arma a modo de apoyo, camina en ayuda de Alex, dejando tras de sí un rastro de sangre derramada que empapa el suelo de la Frontera...

Evidentemente afectada por la droga, la líder de las amazonas no se percata de la muerte de su compañera o, si lo hace, no parece inmutarse lo más mínimo.

Con la boca llena de espumarajos, emite un gruñido más propio de un animal rabioso que de una persona y se lanza nuevamente sobre el hechicero. La mujer carga con su lanza, ignorando a Henry y a Yi Fan que se acercan a ella cada uno por un lado, flanqueándola, mientras se centra en su ataque a Alex despreocupándose de cualquier posible defensa.

El goteo incesante de la sangre marca el camino de Yi Fan.

La vida se le escapa a borbotones por las dos terribles heridas sufridas; una en el pecho y la otra a la espalda. Necesita con desesperación detener la hemorragia pero ahora no puede detenerse para hacerlo, no puede permitírselo: La líder de las amazonas se dispone a rematar a Alex.

Avanzando a trompicones, el Dindavara puede ver con detalle como la mujer carga con su lanza contra el hechicero. La brillante punta ensangrentada ya ha probado la sangre y está ansiosa por saborearla de nuevo.

Un último esfuerzo… Con un grito semejante a un rugido, Yi Fan salta hacia adelante, impulsándose sobre su pierna sana y blandiendo la hoja en un ataque de arriba abajo para interceptar la letal trayectoria de la lanza…

La poseída guerrera se lanza a por mí. con los ojos en sangra y lanzado maldiciones. Sólo quiere matarme, es su únicao objetivo y me tiene apresado como una serpiente a un conejo, sus ataques son demasiados rápidos, estoy muy herido y sin magia. Aun así no me quedo cruzado de brazos. Mis compañeros se acercan por ambos lados y yo salto hacia atrás torpemente, intentando quitarme de su trayectoria...

Henry observa cómo Yi Fan se acerca a la amazona dispuesto a atacarla y, por un momento, titubea. Sin embargo su duda dura únicamente un instante. Aprovechando el movimiento del dindavara, se acerca a la amazona por el otro lado, flanqueándola entre los dos para facilitar su ataque.

La mujer lo ignora y, con su odio por los hechiceros exacerbado por la droga que ha consumido, acelera hacia Alex dispuesta a acabar con su vida, aún a costa de la propia.

La dinda de Yi Fan golpea a la líder de las amazonas. El terrible tajo habría cortado en dos a alguien de menos valía, pero la mujer soporta el golpe con estoicismo, echando la rodilla a tierra.

Henry se acerca a Hatysa, pero sus puños carecen del alcance necesario para frenarla a tiempo y deja pasar la oportunidad de patear la pierna arrodillada, sabiendo que eso sólo conseguiría alargar inútilmente el combate. Durante un momento, su sonrisa se congela, viéndose incapaz de hacer nada por salvar al hechicero.

El tiempo parece congelarse por un momento. Con una rodilla en el suelo, desequilibrada y con una herida en el pecho capaz de matarla, la mirada de Hatysa se clava en el hechicero y sus ojos reflejan el intenso color rojo del medallón. Con todas las fuerzas que le quedan, echa el brazo hacia atrás y lo estira bruscamente.

Se escucha un chasquido, y luego otro más cuando Henry por fin llega a alcanzar a la amazona en el mismo lugar donde golpeó Yi Fan. La mujer cae inconsciente con el medallón aún brillando y siseando cuando la sangre que entra en contacto con él empieza a hervir.

Pero no es sólo sangre truil.

Alex deja caer su daga y se lleva la mano al cuello. Con gesto incrédulo, la retira y mira la sangre que empapa su brazo sano y sale a borbotones de su carótida seccionada. Durante un instante, mira a Yi Fan con una súplica en sus ojos y cae de rodillas. Alarga la mano hacia su amigo dindavara y se desploma hacia adelante en un charco de sangre. Su cuerpo queda allí, inerte, junto al de la mujer que le arrebató la magia y la vida.

¡¡ALEX!!

Cayendo al suelo ante el chico, olvidando sus propias heridas, Yi Fan se arrastra hacia adelante, pasando junto a la amazona caída y estirando los brazos para aferrar al cuerpo del joven y para darle la vuelta después, sosteniendo su cabeza entre sus manos, mientras le llama por su nombre, mientras trata de hacerle reaccionar…

Pero Alex ya se ha ido. Se ha ido demasiado lejos. A un lugar al que Yi Fan ya no alcanza a llegar.

El Dindavara cierra los ojos cuajados de lágrimas con fuerza, haciendo que se derramen por sus mejillas, mezclándose con la sangre, mientras niega con la cabeza y ahoga sin éxito un desgarrador sollozo. Porque le ha fallado. Le ha fallado y ahora está muerto. Le dijo que saldrían de aquí juntos. Los dos. Por su propio pie.

Le ha fallado a Alex. Se ha fallado a sí mismo.

Sosteniendo entre sus brazos al joven al que ha llegado a considerar un hermano pequeño, Yi Fan comprende que nunca tendrá la oportunidad de compartir esa nauseabunda cerveza en un bar de Uldnacht y reírse de lo sucedido aquí. Nunca podrá volver a regañar al chico por ser tan quejica. Nunca oirá de nuevo su franca risa ni verá otra vez su mirada sincera.

Y no podrá hacerlo porque le falló. Porque Alex ha muerto cuando había puesto su vida en sus manos.

La culpa atraviesa al Dindavara como el más letal de los filos.

Esta es la herida más grave que ha sufrido esta noche. Y no le ha desgarrado el cuerpo, pero sí el alma...

Ahora sólo le queda llorar por él.

Perdóname, Alex. Perdóname, mi hermano…

Henry se abalanza sobre el cuerpo inerte de la amazona y se encarga de rematarla sin mostrar el más mínimo interés por el hechicero caído a su lado. Durante unos segundos sus manos exploran el cuerpo de la amazona con gestos acostumbrados a registrar un cadáver. En breves momentos parece contento con sus hallazgos y se levanta con el medallón de la mujer truil en una mano mientras que con la otra guarda algo rápidamente en su zurrón.

Cuando se levanta te mira sorprendido. Seguramente no esperaba esa reacción por parte de un noble dindavara, pero tú mismo no estás seguro de qué ha cambiado durante estas semanas para que te afecte de esa forma la muerte del chico.

- Levántate guerrero... Salvo que quieras seguir el mismo destino que el hechicero - dice señalando hacia el campamento.

El humo parece cubrir todo el horizonte en la zona donde señala, pero no ves rastro de las llamas que provocaron los dos exploradores. Al parecer las amazonas de los Caras Azules han conseguido controlar el fuego y no tardarán en organizarse para preparar una batida. Si tienen algún medio de localizar a su líder, no tardarán en venir hacia vosotros.