Partida Rol por web

Stepjen niega con la cabeza cuando hablas de los asesinos.

- Ilsa, esos hombres... se están enfrentando al gigante - explica. - No trabajan con Alder, luchan contra él. - Sorprendida, miras a tu sirviente y amigo, que se encoge de hombros a modo de respuesta, dejando claro que sólo te está contando lo que ha visto. - Tal vez quien te atacó no trabajaba con ellos - sugiere incapaz de diferenciar tu herida entre las quemaduras de los rayos y el hollín del humo.

La consejera interrumpe a Stepjan.

- Ahora no hay tiempo para eso. No creo que haya nadie ahí dentro ayudando al danzallamas, así que no tendremos que preocuparnos por ningún asesino - señala. - Ven conmigo - le dice finalmente a Ilsa.

Volvéis a la casa por el agujero que has abierto en el muro y Yael se queda mirando el cuerpo de Merak. No resulta evidente que sus quemaduras no están completamente causadas por el fuego, pero la mujer conoce bien el elemento que controla.

- Ya me explicarás qué ha ocurrido aquí - dice con tono severo. - Pero frenar a Alder es más importante. Conozco un conjuro que te otorgará gran resistencia al calor, similar a la que tenemos los hechiceros de mi escuela. ¿Qué tal se te da bailar? - pregunta mientras ella misma empieza a girar sobre sí misma. - Tienes que dejarte llevar por las llamas y, mientras dances con ellas, el fuego se negará a tocarte.

La Consejera mira tus torpes pasos de baile, más orientados al baile de salón que al movimiento fluido que emula a las llamas y levanta una ceja sorprendida. - Tendrá que valer - dice mientras ella misma entra en movimiento para lanzar el conjuro.

En ese mismo instante, el calor de la habitación parece disminuir. El aire sofocante ya no te afecta igual que hace unos segundos y estás a punto de parar tu baile a causa del contraste.

- ¡Sigue moviéndote! - te avisa la mujer. - El hechizo tiene efecto mientras te mantengas bailando. El fuego ya no te hará nada, pero el humo aún puede asfixiarte - te advierte.

Sin más dilación, empieza a caminar a través de las llamas hacia el centro de la casa, moviéndose sin dejar de bailar ni por un sólo momento. La sigues por los pasillos, danzando con un acompañante imaginario. Tus movimientos distan mucho de la gracia de la consejera, pero después de todo, ella lleva toda la vida practicando.

Durante un instante estás a punto de tropezarte y quedarte parada, cuando se te ocurre una idea. Merak te introdujo en esta casa para acabar contigo. Si Yael pretendiese lo mismo, no tendría más que interrumpir su hechizo para que las llamas te hiciesen arder como un palillo. ¡Y habrías sido tú misma quien se hubiera metido en este infierno!

Sin embargo, no parece que la mujer tenga intención de traicionarte. Empiezas a notar cómo escasea el oxígeno y boqueas con fuerza tratando de respirar. Es entonces cuando Yael se para.

- Allí está - dice en un susurro, señalando entre el fuego. - Tus conjuros pueden hacer que interrumpa su baile para romper los hechizos que está manteniendo, ¿no? Lleva mucho tiempo sin parar, así que estará cansado...

En el centro de una gran habitación ves cómo Alder baila sin parar, dando vueltas sobre sí mismo una y otra vez. En sus manos tiene un alfanje que mueve con maestría al mismo tiempo que ejecuta sus pasos de baile. Sin duda el hombre es un gran guerrero además de un hechicero, pues parece utilizar el arma como una extensión de si mismo mientras danza con las llamas. El espectáculo sería hermoso si no supieras que ese baile es el causante del error del exterior.

Ilsa se aproxima lentamente al corazón del incendio, buscando con la mirada a Alder continuamente, tratando de concentrarse en sus movimientos, y superando el fuerte dolor que la acosa desde varios costados. El fuego es sofocante e Ilsa tiene serias dificultades para respirar, pero de pronto todo desaparece cuando por fin ve a Alder, realizando movimientos constantes alrededor de una gran sala.

Ilsa lo ve y, ensangrentada, cansada y sedienta, comprende que no hay nada que hablar, que no hay absolutamente nada que decir, en este infierno. Así que lo mira y grita unas palabras que se pierden en las llamas mientras lanzo mi conjuro hacia el hechicero.

Te asomas a la habitación en la que el inmenso hechicero tatuado baila para mantener el control de sus hechizos. El hombre te ve en uno de sus giros incluso antes de que puedas pensar en lanzar tu conjuro. Con una mirada de reconocimiento que no tarda en convertirse en odio, cambia la dirección de su baile y extiende la espada hacia ti en un movimiento pefectamente fluido.

El filo del alfanje se aproxima peligrosamente a tu ala izquierda que, si no hubiera estado ya rota por el impacto del rayo de Merak, probablemente habría sido amputada por el tremendo tajo. En vez de eso, es tu brazo quien sufre las consecuencias. Con un grito de dolor notas cómo la pesada hoja corta limpiamente tu biceps y llega a clavarse en el hueso. Pero el golpe no acaba ahí, porque al retirar el arma mientras continúa el giro, la punta de su espada curva roza también tus costillas produciendo otro pequeño tajo en tu ya dañado torso.

Tambaleándote y aferrándote a tu consciencia a pesar del dolor, consigues terminar de pronunciar tu hechizo...

El enorme hechicero sale despedido por el aire gracias a la potencia de tu conjuro. En el mismo momento en el que sus pies dejan de tocar el suelo, la masa de llamas a tu alrededor parece extinguirse de golpe, dejando únicamente varias lenguas de fuego alimentadas por la pared.

Alzas la vista hacia Alder y ves cómo se eleva por la pierna del gigante, mientras que el coloso se va desvaneciendo poco a poco al paso del hechicero. Cuando al fin llega a la máxima altura, el gigante sigue desapareciendo, como si el fuego del que está formado le estuviera consumiendo desde la parte inferior de su cuerpo. Durante un instante, gira su inmensa cabeza hacia ti y te mira con odio. Levanta un brazo, como si estuviera dispuesto a aplastarte de un manotazo y lanza el golpe hacia ti... Pero según va descendiendo, su mano desaparece de la misma forma que su cuerpo unos instantes antes. El rostro flota en el aire durante un instante y, abriendo la boca como si pretendiese emitir un grito, se esfuma en una explosión de fuego.

Mientras tanto, el hechicero cae sobre el suelo de la sala que había escogido cuidadosamente para sus rituales de baile.

Ilsa ve con alivio y furia cómo el gigante comienza a desvanecerse mientras el gigantón se eleva por el aire y cae a continuación como un trozo de plomo al suelo. Nadie salvo un Ironbone podría haber sobrevivido a una caida semejante. El fuego todavía no se había extinguido completamente, y tampoco estaba seguro de que no lo llegara a hacer definitivamente, e incluso cabía la posibilidad de que todo se viniese abajo. No obstante, ahora no cabía otra opción, salvo seguir atacando, de modo que emitió los sonidos arcanos de su Escuela y de nuevo elevó al maldito Alder por el aire. Durante un instante, vio a Rowan en sus clases, vio un cementerio de cadáveres, cuya mirada de algún modo le resultaba insoportable. Deseaba terminar con aquella pesadilla, pero también sabía con certeza que aunque Alder y su gente muriese, de algún modo, su proyecto era inacabable y la tarea de Ilsa y Cerberus no tendría fin.

Alder golpea el suelo y, rápidamente, levanta la cabeza para mirarte con odio. Sin mediar palabra, y sin hacer ningún gesto de dolor a pesar de que el impacto le ha tenido que sacar todo el aire de los pulmones, salta hacia ti alfanje en mano, decidido a rematar su venganza contra el gremio de hechiceros en la que probablemente pueda ser su próxima consejera.

Sin embargo, al mismo tiempo que Alder cae al suelo, ves cómo por el lado opuesto del salón aparece una figura que te inspira cierta esperanza. Completamente cubierto de hollín y con la cara ligeramente chamuscada, Eric empuña su espada buscando al culpable que ha generado todo este caos.

El hechicero tatuado se lanza hacia la magullada Ilsa, que trata de protegerse lanzando otro conjuro, aunque no sabes si será suficientemente rápida para hacerlo. Al mismo tiempo, un hombre con el uniforme de la guardia parcialmente quemado y cubierto de hollín y ceniza, entra en la sala espada en mano tratando de interceptar a Alder.

- Acaba con él - dice Henry señalando al hechicero que hasta hace no demasiado tiempo había sido su compañero en las filas de Asceltis.

El Rey Sombra siempre ha tenido una cierta debilidad por el efectismo y la teatralidad grandilocuente. Quizás forme parte de su particular complejo de inferioridad (algo nada extraño en un hombrecillo tan deforme y desagradable a la vista) que obviamente compensa con el comportamiento megalómano de un villano de opereta... pero lo cierto es que disfruta como nunca haciendo una entrada triunfal en el último momento, cuando nadie se lo espera, para actuar como una divinidad siniestra que dispensará la muerte a unos y salvará la vida in extremis a otros.

En esta ocasión, Ilsa Svletana sale beneficiada... mientras Adler, el loco hechicero Danzallamas que ha causado todo este caos y destrucción, sufrirá indiscutublemente la peor parte: una puñalada por sorpresa cuando el hombrecillo se deja caer desde las vigas del techo enarbolando sus dos dagas gemelas, como el doble agijón de una alimaña venenosa.

El soldado que llega a la puerta clava su mirada en Alder. Con los ojos inyectados en sangre y una ira que Ilsa jamás había visto en el tranquilo guerrero, corre hacia el danzallamas con la espada en la mano, con la punta hacia abajo ligeramente retrasada.

- ¡BASTARDO! - Grita mientras se dirije hacia él. Alder se gira ligeramente, y tal vez eso sea lo que le hace perder su oportunidad de atacar a Ilsa en el momento adecuado.

Eric, el guardia, frena en seco a pocos centímetros del enorme hechicero, lanzando un tajo ascendente con su espada, que aprovecha toda la inercia de su carrera.

Alder no tiene ninguna oportunidad. El recién llegado se mueve demasiado deprisa como para poder esquivar su golpe, centrado como estaba en vengarse de la hechicera que había interrumpido su letal baile. Su cabeza prácticamente se separa del cuerpo incluso antes de que Ilsa termine de pronunciar la palabra que invoca el hechizo que le lanza nuevamente hacia arriba.

Mientras eso sucede en el piso inferior, Oligis Ledoma, el Rey Sombra, busca la posición adecuada para dejarse caer sobre el hechicero. Cuando lo hace, saltando con sus dos dagas dispuestas para acabar con la vida de Alder, se encuentra con que éste sale disparado hacia él a toda velocidad. El choque casi le hace perder el equilibrio cuando sus dos hojas se hunden hasta la empuñadura en el cuerpo del hombretón, sumando la velocidad de caída del asesino al impulso generado en su blanco por el conjuro de la maestra Svletana.

Cuando ambos caen al suelo, la cabeza de Alder termina de separarse del resto de su cuerpo por el impacto. Poca gente podría haber sobrevivido al ataque de Eric, pero nadie saldría vivo de la combinación de hechizos y ataques que habéis concatenado en a penas unos instantes.

Eric mira al cadáver cayendo al suelo con el asesino encima y se vuelve hacia Ilsa. Niega con la cabeza mientras susurra una sola palabra. - Biza...

De repente vuelve a ponerse a la defensiva, cuando un hombre sonriente se deja caer junto a la hechicera.

- Tranquilidad - dice Henry con tono seguro. Lleva las mismas ropas que el Rey Sombra, el uniforme de aprendiz del Gremio de Asesinos. Aunque, por lo poco que Ilsa conoce a Oligis, está bastante segura de que no es ni de lejos un aprendiz, igual que el recién llegado. - Maestra Svletana, oficial Eric - dice saludando a los presentes con una ligera reverencia sin perder sonrisa bastante cínica. - Consejera Yael - añade sin darse la vuelta, forzando con sus palabras a que la mujer entre en la habitación, ahora que su magia de fuego sí puede encontrar algún oponente al que pueda afectar. - Mi nombre es Henry, compañero del Maestro Ledoma - dice señalando al hombrecillo que se separa del cuerpo de Alder.

Espera un momento a que Oligis se acerque y podéis observarle con detenimiento. Parece estar completamente desarmado y nada en él indica que conozca ningún tipo de hechicería.

- Asceltis les envía sus respetos... junto con algo de ayuda. Lamenta no haber podido acudir en persona y el retraso al enviarnos. Su antiguo asociado - dice señalando el cuerpo del hechicero - parece que enloqueció buscando venganza y tardamos más de lo esperado en descubrir su traición. - Con lentitud, se vuelve hacia Eric y le coloca la mano en el hombro. - Lamento su pérdida. Sabemos lo que su cuñada significaba para usted...

El soldado, con el responsable de la matanza en los Barrios Centrales muerto, mira a Henry con ojos vidriosos y asiente lentamente mientras apoya la punta de su espada en el suelo, moralmente derrumbado.

Ilsa observa a su alrededor unos segundos. Apenas unos segundos, contemplando cómo Alder cae entre todos los ataques. La grotesca imagen de su cabeza inclinada contranaturalemente y lejos del cuerpo del propio hombre constituye una imagen que se le queda grabada en la mente, como un cuadro a la osadía y locura humanas. No obstante, Ilsa ha adquirido una determinación mayor, que de ningún modo puede quitarse de la cabeza, ya herida y agotada, dolorida por las heridas que sus infinitos rivales le han infligido.

Ilsa solo puede pronunciar una palabra antes de abrir los labios para otra cosa. Señala a Ledoma y sin piedad de su boca brota un impreciso rayo que sale en su dirección.

La palabra era: Matadlos.

El Rey Sombra ha medrado siempre en el asesinato y la traición, podría considerársele un auténtico experto, un sabio en el tema... pero no se esperaba la reacción irreflexiva y tan cruelmente errada de la Maestra Lenguatormentas. Él había venido aquí a salvar la vida de Ilsa Svletana, a neutralizar al loco irracional que amenazaba la nueva estabilidad que están construyendo para que la ciudad libre de Uldholm salga adelante.

Se ha esforzado lo indecible para que la civilización, a la que su hermandad parasíta desde tiempos inmemoriales, sobreviva a esta amenaza y se reponga, incluso depurada y fortalecida... pues los suyos necesitan un huesped sano del que alimentarse. No hay nadie más leal a la nación que quienes necesitan que el status quo se perpetue para continuar beneficiándose impunemente a su costa. Ningún glorioso general defenderá con mayor ahínco sus intereses que quien egoistamente la necesita a salvo para salvaguardar su modus vivendi.

Y sin embargo, ahora que había triunfado, incluso a costa de colaborar en la arriesgada empresa de aupar a Asceltis al poder en su propio Gremio para garantizar la paz dentro de sus fronteras... ahora... es víctima de la furia ciega de Ilsa.

¡No le queda otra que intentar esquivar desesperadamente su rayo!