Partida Rol por web

No hubo descanso. Tras cruzar el paso de Tornavacas, y saberos en Verano, ninguno quiso detenerse. Teníais prisa por poner tierra de por medio entre vosotros y Horcajo. Entre vosotros y los Lobos. Entre vosotros y Lo Salvaje. Entre vosotros y Lo Prohibido. Parecía que, así, los miedos, las dudas y las vergüenzas quedaban atrás. ¿Seguro? "Tenemos que llegar con Los Otros", os repetíais. "Allí están las respuestas", os afirmabais. No. No era sólo eso. Un instinto o sensación grande, fuerte, trascendental, os impulsaba.

Atravesasteis el Valle Viejo comprendiendo porqué era tan preciado para vuestro pueblo. Rayos del Sol se explayaba en todo tipo de detalles, sabiéndose el único que había tenido el privilegio de estar allí antes. Aunque Vara Cimbreante sentía una fuerte conexión con el lugar, como si ya lo hubiese recorrido. Aunque sólo hubiese sido un niño. El Valle Viejo estaba cerrado por altas montañas nevadas a izquierda y derecha, muy parecidas a la del Altar de Sangre. Pero aquí el fondo del valle era llano, no como en Lo Prohibido, y las aguas bajaban más mansas, no bravas. El fondo del valle estaba cubierto de prados y bosques en abundancia. Era el paraíso para cualquier vaca. También para Cazadora Lunar y Pardo, que pudieron cobrarse alguna pieza durante la caminata. Masdedos y Ojos de Ceniza recolectaron, no sabiéndose juzgados por duendes en este lugar.

Según avanzaba vuestra marcha, el valle ensanchaba. Y quedaba claro que, al frente, hacia Verano, no había más montañas. Todas las cumbres iban quedando a vuestra izquierda, a vuestra derecha y a vuestra espalda. En el cielo despejado que se os mostraba, algo os llamó la atención. Nubes grises desgajadas y bajas. Restos de un incendio forestal a varios días de distancia, o menos. Os extrañó, era pronto para la época de grandes fuegos. Faltaba mucho para la sequía y para el calor asfixiante del verano. Pero año tras año, todo estaba más seco antes... y cualquier rayo, podía haber hecho aquello. O un Nubero disgustado. A saber. Sea lo que fuere, ya se había apagado.

Paso a paso, un arrullo creciente os llegaba. ¿El río del Valle Viejo? Pudiera ser. Pero no. Le ibais viendo a tramos, y no llevaba tanta agua como aquella que sonaba. No, era el río de las Piedras. Al llegar a un alto, os visteis sobre él. Y el imponente valle del que descendía, a vuestra derecha, se unía con el que vosotros caminabais. El río hacía un codo para salir desde Amanecer hacia Verano por el mismo sitio que vosotros. que estaba coronado, ni más ni menos, que por la Corona de Ataecina. La cumbre más alta de todas Las Montañas de Invierno y Verano. Aquel río ante vosotros, era el agua misma que manaba a los pies de la Diosa mientras dormía. Era el agua misma que ella pisaba en su morada. Era el néctar mismo que se escurría de sus labios mientras bebía. De ahí su fuerza. Capaz de mover y recolocar piedras y rocas a voluntad.

Fue un buen lugar para hacer un alto, pues Sol ya estaba en su punto álgido. Y las vistas eran impresionantes

Pero...

Pero, desde aquel alto, también visteis las Ubres de Agua, más allá del resto de Las Montañas. Allí... allí... allí era de donde salían los retazos de humo del incendio que se consumía. Algo... alguien... las había calcinado, dejando la otrora frondosa Montaña Solitaria totalmente desnuda, mostrando las cicatrices y las arrugas de su vieja roca.

No... el recuerdo de la última despedida en Verano, a los pies de la Montaña Solitaria, os dolía. ¿Tanto era lo que estábais perdiendo en tan poco tiempo? ¿Primero Horcajo, y ahora Ubres? Sus prados verdes os veían a los ojos, para intentar no ver aquella desgracia.

Franqueamos el paso de Tornavacas, la esperanza dando alas a nuestros pies, y fue como despertar de un sueño, un sueño que había durado toda nuestra vida, que nos había impedido ver lo inmenso y fascinante que era el mundo. Una y otra vez habíamos recorrido las mismas sendas, ignorantes de lo que había más allá; pero ahora, al fin, estábamos haciendo nuestro propio camino. Quizá, me dije a mí mismo, éramos Libres al fin, después de todo.

Aproveché el camino para ir recogiendo distintas hierbas y materiales, escuchando con alegría las historias que Rayos del Sol nos contaba acerca de aquellas tierras y los lugares circundantes. Asistí fascinado a todas las maravillas que Ataecina nos mostraba. Ya a mediodía, cuando nos detuvimos a descansar, pude observar que las Ubres de Agua se habían quemado, o quizá era alguien quien lo había hecho. Pero, ¿por qué?

—¿Quién habrá quemado los pastos de las Ubres? —pregunté, con tristeza, cada vez más convencido de que no era probable que aquellas montañas se hubiesen quemado por causas naturales—. ¿Quién haría una cosa así?

Después de bañarme en las frescas aguas cercanas, bebí abundosamente y repuse mi odre. Era hora de continuar. De alguna manera, sentía que todo lo que estábamos dejando atrás era necesario. Estábamos dejando caer la piel de cachorros para convertirnos en adultos.

Aproveché el camino para cazar alguna que otra pieza junto a Pardo pues estaba acostumbrada a cazar junto a perros ya que entre la que antaño fue mi familia no era raro su uso y ayuda en las labores de caza. Ahora teníamos algunas piezas que podríamos cocinar e incluso dejar secar para tener provisiones para el viaje.

Viaje... Yo... ¿Acaso ya había estado aquí? Miré a mi alrededor, me acerqué hasta el agua y las acaricié, dejando que el líquido acariciara mis manos y sonreí.

- Yo ya estuve aquí... O por la zona... No llegamos hasta el Valle Viejo, aunque si llegamos hasta "La Última Barca"... - Seguía acariciando el agua - Es una zona navegable, hay islas y bancos de arena en el río... Se puede pescar y cazar aves acuáticas... Pero, si siguiéramos aguas arriba... Nos encontraríamos con aguas bravas y peligrosas... 

Comencé a quitarme la ropa sin apenas pudor, acostumbrada como estaba a bañarme en masas de agua con otras gentes de mi familia, de mi clan, y ahora quienes me acompañaban eran mi familia, así que no debía existir el pudor o quizás no lo conocía... Me adentré también en el agua y bañé mi cuerpo, dejando que estas acariciaran mi piel. 

- Si cruzamos el río aquí hay un atajo a otros de los valles que usa mi pueblo... eso nos llevaría al corazón de Verano sin tener que ir por las Ubres de agua pero... Nos arriesgaríamos a quizás encontrarnos con alguien... 

El camino no fue dificil y ante nosotros se abrieron campos que no recordaba, montañas y rios. Mis compañeros se dedicaron a recolectar bayas, hierbas y a cazar algo para comer, daba la impresión que yo era un inutil contemplativo, embobado con todo lo nuevo que veía, absorviendo la posición de cada arbol, piedras y montañas que encontrabamos por el camino.

Llegamos a una zona en la que se observaba una montaña quemada a la que llamaron Las ubres del agua y parecía que mas allá de ella se encontraba el Valle Viejo. Nos detuvimos a orilla del rio, manso y ancho. Me acerqué al agua y bebí unos tragos. Eso calmó mi sed e inmediatamente me senté e una piedra y observé el entorno. No comprendo por qué pero la felicidad volvió a mi, sentía el movimiento de las hojas de los árboles, veía lo que los pájaros veían, fluía como el agua del rio, escuchaba los sonidos de la tierra y sentía la luz sobre mi piel, un amor inmenso me embriagaba y me sentía feliz.

Cazadora se despojó de la ropa y se metió en el rio y la noté fluir, la noté como parte de mi y de madre tierra como si fuesemos uno. Miré a Pardo que me devolvió la mirada y vi en sus ojos que sentía lo mismo, nos comprendía, nos sentía, nos amaba.

Me quité la camisa, cerré los ojos y dejé que el sol bañase mi piel.

Los recuerdos frescos de una niñez feliz aparecen en su memoria al avanzar por el camino, mostrando ímpetu y alegría, incluso al llegar a las aguas, Cazadora y Pardo dieron cuenta de sus habilidades para hacerse de buenas presas, por su parte, indicaba el camino a cada paso y cada brizna de hierba, algunas cosas habían cambiado, pero no todo, o al menos hasta ver aquella columna de humo, o lo que quedaba de ella, y tuvo un mal presentimiento.

Al final llegaron a un río de aguas tranquilas, notó cómo cazadora se despojaba de sus prendas y se metía al agua tras lo dicho por ella, ahora eran una familia, bueno, al menos en un primer plano.

- Un atajo... Puede ser, pero dices que podríamos encontrarnos con alguien ¿Será peligroso?

Se despojó de la capa de lobo y de sus prendas, y fue entrando al agua, se sentía fría, pero agradable, no era hielo que calaba hasta los huesos, le gustaba ver a Cazadora, si que le gusta esa chica.

Aprovecha para limpiarse las horribles cicatrices de su extremidades, acariciando la piel roja de estás hasta hacer menguar el dolor que cada vez es menor, ni siquiera se había dado cuenta de eso.

Luego habla Ojos, y no supo que responderle, no tenía una idea clara de que o quien haría algo cómo eso.

Las frías aguas del río abrazaron los cuerpos de Cazadora y Rayos, mientras los rayos del Sol calentaban el cuerpo de Vara. La piel se os estremeció, con el cambio de sensaciones. Había placer en ello. Y deseo. Y calma. Y el anhelo de un abrazo.

Ojos, aunque en el agua también, no parecía estar para dejarse llevar por instintos. Miraba fijamente la columna de humo, el incendio que había calcinado un lugar tan trascendental y espiritual como aquél. Imaginaba a todas las familias llorando, en cuanto cruzasen desde Horcajo. Sumando desgracias a las desgracias. ¿Qué se podía hacer para remediarlo? Nada, parecía ya.

Masdedos os observaba abstraída desde la orilla, acariciando rítmicamente a Pardo.

Estuve en el agua un buen rato, dejando que su pureza se llevase la suciedad del camino y el sudor viejo y rancio del miedo. Allí me quedé hasta que mis dedos estuvieron tan arrugados como los de un anciano, momento en el que, avisando antes a mis compañeros, salí del agua para permitir que el aire fresco y el calor de Sol al mediodía secasen mi cuerpo. Lo cierto era que no se estaba mal allí. Era un lugar que ayudaba a hacer cicatrizar las heridas del corazón, producidas por los acontecimientos del pasado reciente.

Situándome en un lugar cercano desde el que fuese fácil divisar los alrededores, hice una pequeña fogata y empecé a preparar la comida. Iba a ser mejor no demorarse demasiado por aquellos andurriales, lejos de todo. Vi entonces a Masdedos, acariciando a Pardo, y le sonreí desde lejos, saludándola con la mano. Parecía que mi perro se sentía bien en su compañía, y Pardo siempre había tenido buen ojo para las personas.

Cuando la comida estuvo lista, avisé a los demás para que pudiesen unirse a mí.

—Creo que mejor será ponernos en camino cuando terminemos —les dije, una vez estuvimos todos reunidos alrededor de la hoguera—. No sabemos si aún nos siguen, y aunque hayamos atajado mucho, Alcaudón y los otros son buenos rastreadores. No nos perderán la pista fácilmente.

Estaba en el agua mientras observaba y escuchaba al resto. Mis ojos fueron hacia Rayos cuando entró también en el agua y no pude evitar que mis mejillas se sonrojasen, algo que no entendía pues no era el primer hombre que veía despojado de sus ropas bañándose en las aguas conmigo...

Negué débilmente con la cabeza y centré mi atención en las palabras de Ojos. 

- Estoy de acuerdo contigo... No podemos demorarnos mucho y nos siguen personas expertas en rastreo y caza...

Veía a Cazadora nadar, su forma bella y estilizada la hacían parecer una hermosa criatura de las aguas, parecía fluir con ella cómo si fuera una sola entidad con el elemento de la vida, el se sumergía y dejaba que los cabellos se dispersaran por la débil corriente, limpiándose y flamando, imaginaba que desde la superficie podía verse el cristalino brillo mesclado con el dorado.

Una vez salió y se reunió con los demás, escuchó a ojos mientras sutilmente observó a Cazadora, cuando ella negó con la cabeza, él aparta la mirada y se frota cómo para aclarar la vista, o dar un nuevo enfoque, centrándose en su amigo.

- Si, debemos irnos... Pero ¿No sería divertido ir dejando trampas para ellos? Ellos se creen muy listos, podríamos hacer cosas que dejen en evidencia su arrogancia, no digo matarlos, pero si hacer que reduzcan la marcha aún más,algo cómo una trampa evidente, pero que oculte una sorpresa, que crean que somos lo suficientemente tontos cómo para dejar una trampa de animales, y luego ellos caigan en ellas.

Rayos pensaba en una rama que pudiera dar un fuerte latigazo, pero que está contara con pinchos, y se colocará a la altura de los muslos o las piernas, pero antes quería saber si su idea era buena, la opinión del grupo es lo más importante.

El sol bañaba mi piel, la ausencia de aire permitía que el frío día se alejase de mi cuerpo con el baño de calor que Dios Sol proporcionaba a mi cuerpo. Me encontraba relajado, no me dolía la herida y casi podía decir que me encontraba en perfectas condiciones. A mis oídos llegaban murmullos de chapoteo en el agua, trinos de pájaros y el retozar de Pardo jugando con algo o alguien.

Claramente llegó la voz de Ojos a mis oídos, tenía razón y no debíamos demorar nuestra partida, algo de descanso no nos vendría mal, aunque tenía ganas de pasar el valle viejo y llegar cuanto antes junto a los otros, allí deberíamos estar a salvo o al menos eso es lo que creía, ¿por que nos deberían de aceptar? ¿que les podíamos ofrecer a cambio de su hospitalidad? Preguntas que ahora no tenían respuesta y que intenté apartar de mi cabeza para volver a centrarme en sentir el calor en mi piel.

Cazadora había hablado al llegar de un sendero mas corto cruzando el río para llegar a Verano sin tener que cruzar las Ubres y me parecía perfecto, así tendría algo mas de tiempo para descansar. volví a intentar dejar de pensar y centrarme de nuevo en como el calor se adueñaba de mi piel, casi podía decir que el calor llegaba por desigual a las diferentes zonas de mi cuerpo como si el calor fuese transportado, por una sutil brisa, en pequeñas bolsas que iban impactando sobre mi piel y se expandían repartiendo el calor sobre ella.

Rayos propuso dejar trampas para los Lobos, pero no me pareció buena idea, cualquiera podría caer en ellas y aunque hablaba de no hacer demasiado daño, la idea de tener que enfrentarme a un herido me hacía sentir débil.

Reconozco que no les odio, aunque la huida fue muy rápida y casi no hemos tenido tiempo de digerir lo que allí ocurrió, si tengo la sensación que todo se debió a un error, un gran error motivado por la desesperación. ¿Realmente pensaban que así iban a salvar a nuestro pueblo? Les compadezco, cuan equivocados están. Hasta podría dudar de que nos quisiesen seguir, ¿que ganaban con ello? Nada creo yo. Tengo intención de visitar a los otros de verano y a los otros de Atardecer y aprender de ellos. Estoy seguro que allí encontraremos respuesta a nuestros problemas y algún día podremos volver a Horcajo y mostrar todo lo aprendido para mejorar nuestra comunidad y perdonar a los lobos si ellos aceptasen nuestro perdón para poder seguir viviendo en comunidad mas fuertes que nunca.

Intenté dejar de pensar en ello, no valía de nada, no estaba bajo los influjos de las hierbas y todo era un futuro incierto, mas bien irreal, imaginario y me estaba empezando a afectar. Abrí los ojos para alejar estos pensamientos y observé todo a mi alrededor.

Salí del agua, tomando algo con lo que secar mi piel para ir vistiéndome poco a poco mientras escuchaba lo que Rayos comentaba.

- No creo prudente poner trampas... Podría caer cualquier otro animal que no lo merece, dejándolo a merced de otros cazadores cuando en situaciones normales quizás podría huir... Si ponemos trampas y nos marchamos lo que haríamos sería interferir en el ciclo del lugar, poniendo en peligro su equilibrio... Y en cuanto a nuestro destino... Lo mejor será evitar la zona quemada, pues no sabemos quién o qué ha podido producir ese fuego... ¿Qué opináis? 

Terminé de vestirme y comencé a peinar un poco mis cabellos, dejándolos al aire para que terminasen de secarse. 

—Por no decir que podrían herir a algún caminante que hiciese el mismo camino que nosotros —secundé las palabras de Cazadora. Yo tampoco creía que fuese buena idea poner trampas en el camino. Cierto, retrasarían a nuestros perseguidores, pero no deseaba tener sobre mi conciencia la posibilidad de que algún inocente quedase malparado. Luego, levanté la vista hacia las montañas—. No me gusta el aspecto que tienen las Ubres del Agua. El paraje espiritual estará muy convulso por esa zona. Será mejor dar un rodeo, a menos que no tengamos más remedio que ir por allí.

La franqueza y gentileza de sus amigos es algo que agradecer, pues ellos habían visto algo que el no, él sólo pensaba en destruir a Alcaudon, y sembrar el terror en los lobos, pero no había visto que sus trampas podrían causar destrucción a la vida y alterar el equilibrio, sin contar que los caminantes comunes también podrían terminar heridos.

Muchos siglos pasarían para que las futuras naciones usaran las trampas para cazar y hacer daño a otro ser humano en contiendas incluso a nivel global, pero eso lo desconocía, un muchacho cómo él apenas tenía idea de lo basto y extenso que es el mundo más allá del horizonte, su gesto pasó de una sonrisa a una mueca de preocupación y reflexión.

- Tenéis razón, nosotros no somos cómo esos malditos lobos, quería matarlos a ellos, pero no quiero lastimar a nadie más, tanto animales cómo caminantes, por otro lado, dar un rodeo s las Ubres de agua es lo mejor que podemos hacer -

Esto no era un juego podían correr peligro, los espíritus deben estar bien csbreados.

Tras descansar cuerpo y espíritu en el río de las Piedras, os pusisteis de acuerdo en hacia dónde ir. Mejor dicho, hacia dónde no ir: Las Ubres del Agua. La desolación de aquel paraje familiar y espiritual, donde habíais pasado tantos buenos momentos, no era otra pena más que queríais sumar al resto. Así pues, cruzaríais el río de Piedras aquí, en La Última Barca.

Y nada de trampas... otra carga que no queríais llevar en vuestros corazones. Rayos lo comprendió, pero seguía seguro de que el peligro vendría por la espalda.

Tras recoger todo, Cazadora os llevó en un corto paseo hasta la zona de la ribera donde, ella creía recordar, se sacaban las barcas del agua para que las fuertes riadas invernales no se las llevasen. Pero no estaban. O no parecían estar. Cazadora os dijo que se dejaban ocultas, para que ningún Otro ni ser extraño las robaste o rompiese.

Mientras buscabais, Cazadora os contaba que la barca era plana, y está hecha por troncos largos y rectos atados con mimbre entre sí. Tenía que haber varias. Eran grandes, porque en ellas también cruzaban las reses. Se impulsaba con una pértiga que iba metiéndose hasta el fondo del río. En esa zona era más ancho, y por tanto más somero. Pero no se hacía pié. A veces, la barca se enganchaba en ramas o piedras sumergidas, y había que meterse en el agua a desatascarla. O incluso a nadar empujándola.

Según Ojos, Masdedos y Vara escuchaban, un miedo fue creciendo en ellos: no sabían nadar.

Llegamos hasta aquel lugar, allí donde yo sabía o recordaba que habían barcas que nos permitirían navegar y movernos por las aguas pero mi mente no paraba de ser bombardeada por los recuerdos... Recuerdos de tiempos felices en donde me dedicaba a bañarme y jugar con mi hermano, a pescar y bromear con barro y juegos... Tan absorta estaba en mis propios recuerdos que mi mente era incapaz de recordar dónde se guardaban las barcas y mis ojos incapaces de apartarse de aquellas aguas...

¿Por qué amaba tanto el agua? ¿Por qué amaba tanto el reflejo de la luna sobre ésta? Acaso no podría volver a perder entre sus frescas y limpias corrientes... 

Se inició el camino, yo me mantuve a una distancia prudente disfrutando del paisaje de la ribera del rio. Después de hablar el tema, Rayos entendió que no era buena idea poner trampas y una vez iniciada la caminata Cazadora iba comentando lo que recordaba del lugar, en el que se cruzaba el rio, como eran las barcas que se empleaban y como se movían.

Voy unos metros por detrás de ellos tres y unos pocos metros también por delante de Masdedos y de Pardo que iban jugando totalmente despreocupados. De vez en cuando Pardo me adelanta a la carrera como en busca de algo o como para hacer acto de presencia y decir que estaba por allí  y al rato vuelve corriendo en dirección a Masdedos.

Llegados al supuesto punto en el que deberían estar las barcas, algo parece ir mal y da la impresión de que lo que recordaba cazadora no era del todo correcto o quizás habrían desaparecido las barcas. Todos trataron de buscar por la zona y de manera relajada yo también ayudé en la búsqueda.

Es increíble que Masdedos sea tan compañera con Pardo, se ven cómo si en un tiempo anterior, ambos hubieran sido amigos o hermanos.

Pero ahora, veía al resto, y parecía que cada uno estaba perdido en sus pensamientos, Cazadora muestra una expresión intrincada, pero que comprende, está recordando viejos y buenos tiempos, su ensoñación la hacía verse linda, solo que el tiempo no estaba de su lado y corrían peligro.

El se puso a buscar en el suelo de la ribera, siempre las cosas dejan rastro, nunca había visto una balsa, pero seguro la reconocería en el momento de verla.

No tardamos en decidirnos: iríamos dando un rodeo a las Ubres del Agua, tratando de avanzar con cierta premura para compensar el retraso que supondría la vuelta que tendríamos que dar. A pesar de todo, parecía la alternativa más sensata. Quienquiera que hubiese incendiado las montañas aún podría estar allí, y lo que es más: los espíritus del fuego pueden enfurecerse cuando sopla viento y ha habido un incendio reciente. Ese lugar podría convertirse en una trampa mortal.

Así, avanzamos hasta la ribera del río, con la intención de tomar una barca que nos permitiese continuar sobre el agua. Fue entonces cuando cobre consciencia de que, en aquella zona, el agua cubría. Un sudor frío me bañó cuando recordé la crecida que casi se llevó a mi familia. La Serpiente de Agua. Necesitábamos encontrar una de aquellas balsas escondidas, o no podríamos cruzar por allí. Pero, por más que mirásemos, no aparecía ninguna. ¿Quizá se las hubiese llevado la corriente? ¿Tal vez quienquiera que hubiese estado por allí antes que nosotros las hubiese desatado de la orilla?

¿Qué íbamos a hacer si no encontrábamos ninguna?

No quería pensar en los Lobos, ni en los nuestros. No quería pensar en nada más que en la paz que me daba la sensación de hallarnos más cerca de una promesa de libertad, descanso y seguridad. Suficiente dolor había sido ver el otrora intenso verdor de las Ubres reducido al gris tizón de flora calcinada. Pardo ayudó bastante en apaciguar mi dolor, ofreciendo su cabeza sobre mis piernas como objeto de mimos mientras le daba la espalda a la montaña.

Confieso que me pensé demasiado la propuesta de las trampas antes de negarme, producto de las últimas trazas de mi rencor, ¿pero cuándo nos había transformado el miedo en enemigos de nuestra propia sangre? Ya era difícil asumir la separación quizás permanente de ellos pero después de una primera noche sin pesadillas no quise regresar a ese estado mental.

Acordamos seguir el atajo que conocía Cazadora, quien nos explicó cómo solían cruzar. Aferré la cuerda con la que llevaba a Pardo a ratos, nerviosa, ¿cómo que a veces encallaban?

Bueno, eso era si había barca. Porque en teoría debería haberlas, apartadas de la orilla para protegerlas pero deberían haberlas. Y yo no sabía nadar. Ese miedo me azuzó a buscar incluso en el agua o en la otra orilla, ya que mi paranoia me susurró algo terrible al oído.

— Oye Cazadora, y si se usan para cruzar al otro lado, ¿se quedaban en la otra orilla hasta que hicierais el camino inverso?

Buscasteis por el bosque de ribera las balsas que os había descrito Cazadora. Debían de ser grandes, pero no era fácil buscar troncos entre otros troncos, y más aún si habían permanecido todo el invierno ocultos con maleza. 

Por suerte, nada se escapaba a Rayos, que dió con una de las barcas entre unos fresnos. Las zarzas y helechos crecían por encima y alrededor de ella. Rápidamente, Masdedos y Vara se acercaron a ayudarle para meterla en el agua. Les había parecido la balsa también, pero no se habían sentido totalmente seguros. Lo recordarían para la siguiente vez.

Súbitamente, un grito cortó el aire y se escuchó una fuerte zambullida. Decenas de pájaros salieron volando en todas direcciones. Era Cazadora.

Cazadora se había distraído... y había tropezado con un tronco caído, con tan mala suerte de despertar a una colmena. Las abejas, enfurecidas, la picaron. Pero ella logró ser rápida y echarse de cabeza al río. Bajo el agua, contuvo la respiración hasta que los bichos se marcharon. El agua fría calmaba el dolor incipiente de los picotazos.

Pardo, que en ese momento estaba con Ojos, ladró al agua repetidas veces.