Partida Rol por web

Fue en el preciso momento en que el mesonero respondió a la última pregunta de Payne, cuando se abrió la puerta y entró en el local una mujer de raza negra, vestida con una túnica de mago. Sin duda se trataba de una hechicera, un chamán o algo similar, aunque eso no era lo que más destacaba, sino que iba acompañada por un ser gélido, un elemental de hielo. Las conversaciones y las risas se detuvieron unos momentos, pero tras unos segundos tensos, vieron que todo iba bien y siguieron a lo suyo.

- No creo. - Contestó finalmente el elemental tras haber permanecido en silencio hasta entonces. Su respuesta llegó tras ser meditada bien o puede que simplemente fuera demasiado lento con las palabras.

Había una joven de belleza sin par hablando con el tabernero, de una hermosura casi onírica. Su cabellera pálida y reluciente como el oro hilado estaba recogida en una alta trenza. Sus ojos eran grandes y luminosos, salpicados por el fuego azul de dos zafiros gemelos situados bajo unas pestañas doradas y unas cejas suavemente arqueadas. Su piel, blanca como el mármol, contrastaba con el rojo intenso de sus labios que escondían unos dientes perfectos y delicados como las cuentas de un medallón.

Iba protegida con un camisote de malla erizado de púas que semejaba la plata bruñida. Se vestía de los pies a la cabeza de un blanco impoluto, y su capa estaba cerrada por un broche dorado con el símbolo de un látigo de siete colas. La mujer dedicó una mirada a los recién llegados, reconociendo el símbolo de Áuril que portaba la mujer, y regaló una sonrisa a Terrigan.

—Gracias, amable posadero. Eso es todo por el momento —dijo, y dedicó una segunda mirada de reojo a la recién llegada—. Veo que tenéis más clientes. Quizá deberíais avivar el hogar para que se sientan más cómodos.

Payne se sonrió.

- ¡Oh, si! - Exclamó. - ¡Claro, claro! - Confirmó y se acercó a Payne susurrándole al oído. - ¿Tiene frío? Creo que se está a gusto ya... - 

Entonces se separó de Payne y miro hacia la mujer que acababa de entrar. Le inquietaba un poco el extraño ser con el que viajaba. 

- Buenos días... - Saludó. - ¿Desea algo? - Le preguntó. 

El calor de la estancia debía agobiar a Lissandra, pero la hechicera hacía tiempo que había dejado de sufrir por las altas o bajas temperaturas. Prefería el mordisco frío del invierno al calor del hogar, pero llamar la atención sobre eso haría que las miradas, ya de por sí recelosas gracias a la presencia de Glacis, se centrasen aún más en ella.

-Espera fuera -ordenó a su elemental. La criatura salió de la posada, había que darle órdenes o hacía lo que se le antojaba, como entrar en la posada/taberna/loquefuese junto a ella.

Detectó el lugar más alejado del calor del hogar y se dirigió hacia allí. Al fijarse en la mujer de blanco impoluto se dio cuenta de su símbolo.

"Loviatar" reconoció. Lanzó un suspiro, si se trataba de una sacerdotisa, es posible que estuviese captando feligreses a los que torturar y no quería ser una de ellas. Lissandra la hubiese ignorado si ella no hubiese eso aquel comentario. Sin inmutarse, la hechicera la miró brevemente y luego se sentó en aquel rincón oscuro y apartado. Cruzó las piernas.

Vestía una túnica del tipo que usaban los magos en aquellas tierras, de azul hielo, demasiado abrigada para zonas sureñas. El cabello lo tenía blanco como la nieve, la piel oscura por el sol que golpeaba con fuerza en el norte, y los ojos como dos glaciares, infinitos e inexpresivos. Tenía el pelo recogido en una larga trenza que le caía por la espalda y en la mano portaba un bastón, pero no se veía por ningún sitio el grimorio que debería portar todo mago.

-Agua, por favor -le dijo al posadero-. Fría. No me gusta del tiempo.

- ¿Agua? - Preguntó el incrédulo posadero. - ¿En serio? - Se rascó su blanca calvorota. - Hay agua en las albercas o en el pozo... - Se encogió de hombros. - Aquí servimos licor... o cerveza. Vino si quiere...

-Pues licor... -sin alcohol-. Con mucho hielo, por favor.

Lissandra se preguntó qué diantre estaba haciendo allí cuando el posadero quiso preguntar qué de donde podía sacar el hielo.

-Traiga un estilete, por favor. Glacis, entra, por favor.

El elemental helado entró. Al menos podría refrescar el licor con su lugarteniente.

- Licor sin... - Frunció el ceño confuso. - ...alcohol... - Se rascó la cabeza. No parecía entender el concepto. - ¿Un... estilete? - Miró con incredulidad a la mujer extraña que acababa de entrar en su local para perturbar su mente. - Miraré que puedo hacer...

Se agachó bajo la barra y empezó a murmurar algo ininteligible. Estaba realmente confuso. Confuso y enfadado. ¿Por qué no había dado ya una patada en el culo a aquella mujer para sacarla de su local? ¿Quizás porqué parecía peligrosa? Si, seguramente era por eso...

- Tengo zumo de pera. - Dijo el mesonero. - Es algo grumoso. Casi podría decirse que es un puré, pero no lleva alcohol...

- He entrado. - Desveló o obvio el elemental. - ¿Me necesita, mi Señora? - Preguntó aquel enorme y descerebrado trozo de hielo, aunque en realidad, tenía bastante más cerebro que un trozo de hielo normal y corriente y era mucho menor guardaespaldas.

- Mi Señora... - Le susurró al oído el esbirro a Payne. - ¿No cree que la seguidora de Auril está llamando ostensiblemente la atención?

Era sorprendente que Grune se inmiscuyera de nuevo en sus asuntos, pero lo más sorprendente era que hubiera reconocido, al igual que ella, el símbolo que pendía del cuello de aquella mujer de apariencia gélida.

—¿Y qué? —le contestó en voz alta Payne al lacayo que le había murmurado al oído—. Mientras no vaya por ahí congelando a la gente puede adorar a quien ella le plazca.

Al fin y al cabo, ella también llevaba un broche a Loviatar en su capa. Tenía entendido que aquellas gentes timoratas adoraban a dioses del bien, pero eso no quería decir que pudieran cargar de grilletes o quemar en la hoguera al primer visitante que profesara una fe distinta a la suya. Podrían ponerle todos los ceños que quisieran, que mientras no causaran problemas no tendrían de qué acusarlos.

Payne se repantingó en la silla y miró a ver en qué terminaba todo aquello del para-elemental y el estilete.

- Si, mi Señora... - Se apartó y acabó sentándose en la misma mesa que ésta. - Era por... - Se encogió de hombros. - Es igual. No debí... - Bajó la mirada.

El resto de la banda se sentó alrededor de la misma mesa que Payne, mientras esperaban a ver que diablos hacía la hechicera con el estilete. Es más, el propio Glacis, también esperaba paciente instrucciones de su señora. 

—Tenemos que encontrarnos con Proscurian en la Taberna Terriban. En marcha. - Recordó Glÿnmaer

Fue lo último que Glÿnmaer le escuchó decir a Payne antes de emprender el vuelo. Posiblemente se encontrase pues, en dicho lugar. Glÿnmaer revoloteó por la zona y no encontró ninguna taberna de dicho nombre, pero si una llamada Terrigan. Igual Payne había procunciado mal o puede que él hubiera escuchado mal.

Resultó que la posada estaba bastante cerca de donde había dejado a Payne y los otros tres humanos y muy cercana a una lonja de leche.

Se trataba de una taberna bastante humilde. Era más bien una posada de clase baja, aunque la construcción era sólida y en piedra. Un cartel algo raído indicaba el nombre del establecimiento y en el exterior, se hallaba una cartel con una lista de precios. No parecía que sirvieran comida, como tampoco alojamiento, pues la carta tan solo consistía en una serie de precios de bebidas que iban desde las cervezas de todo tipo, pasando por licores y acabando en varios tipos de vino.

El interior era un lugar algo lúgubre, pues estaba iluminad deficientemente y había pocas ventanas y pequeñas. No estaba demasiado limpio, aunque tampoco era una pocilga. El salón estaba a un cincuenta por ciento de ocupación aproximadamente y prácticamente eran todo varones a excepción de una mujer con una verruga en la punta del mentón que reía de forma escandalosa alrededor de varios tipos y de otra moza algo rechoncha que conversaba en la barra con dos hombres feos como el culo de un trasgo.

Por suerte, allí estaba Payne, sentada en una mesa junto a sus tres esbirros y frente a ella una extraña mujer de tez morena, que vestía una túnica del tipo que usaban los magos en aquellas tierras, de azul hielo, demasiado abrigada para zonas sureñas. El cabello lo tenía blanco como la nieve y los ojos como dos glaciares, infinitos e inexpresivos. Tenía el pelo recogido en una larga trenza que le caía por la espalda y en la mano portaba un bastón, pero no se veía por ningún sitio el grimorio que debería portar todo mago y junto a ella, un enorme elemental de hielo y un sorprendido mesonero.

Me cuelo a hurtadillas en la posada y, sentado sobre una viga, escucho la conversación que tiene lugar entre la sádica del látigo y su amiga, la que parece a punto de morir de hipotermia. Intento averiguar si Proscurian es ella o su amigo, el muñeco de nieve.

La hechicera descubrió demasiado pronto que allí la gente de Hommlet era igual de estúpida que en el norte. Decidió dejarlo estar porque ni quería beber, ni quería hacer nada más de lo que ya había hecho. Solo buscaba el camino hasta su objetivo, el templo extraño que estaba en la frontera. De modo que nada pintaba en ese sitio llevo de ignorantes.

-No quiero nada, gracias.

Volvió a mandar a Glacis afuera y estaba decidiendo marcharse cuando escuchó a la fiel de Loviatar.

-¿Y qué motivos tendría para hacer eso? -le preguntó a la mujer

A Payne le hizo gracia la respuesta de Lissandra.

—Sí, ¿qué motivos podrías tener para convertir en una estatua de hielo a un paleto timorato e ignorante de colmillo retorcido? —rio la sacerdotisa—. Yo diría que tendrías que encontrar los motivos para no hacerlo, y que estarías haciendo gala de una notable autodisciplina.

Sonrió de medio lado.

—Mi nombre es Payne, por cierto.

Lissandra lanzó un suspiro. Al fin alguien que entendía por lo que estaba pasando.

-Así es -le comentó a la recién llegada-. Pero aún así, no voy congelando a las personas por que sí. Es un gasto de energía y recursos, como te puedes imaginar. Y tengo mejores cosas que hacer que andar disciplinando a la gente. Sin ofender.

Tras una pausa, Lissandra la invitó a sentarse con ella. Tanto le daba hablar desde la distancia si la de Loviatar no quería mover el culo.

-Payne, yo me llamo Lissandra. Soy de más allá del Norte del Espinazo del Mundo. ¿Y tú?

Payne se encogió de hombros.

—Lo dices como si estuviera en mi interés disciplinar a todo el que me encontrara—respondió la sacerdotisa de Loviatar. Lo que pudiera haber oído de su clero y lo que ella entendía del mismo parecía distar bastante—. Estoy intrigada, Lissandra, acerca de lo que hace una mujer como vos aquí, tan lejos de su hogar. ¿Os gustaría hablar conmigo, en un lugar donde haya menos... oídos indiscretos?

Sonrió de medio lado.

—Tranquila, mi látigo se quedará donde está. No tengo intención de... disciplinarte —dijo, y se dirigió a sus esbirros:—. Y vosotros os ocuparéis de que no seamos interrumpidas.

-No conozco la esfera de tus intereses, Payne -respondió con toda tranquilidad-. Y tampoco conozco el grado en que un comentario te puede ofender, he encontrado gente de piel muy fina mientras viajaba hasta aquí. Me sorprende la capacidad de las personas por tomarse a pecho ciertas cosas.

Sonrió cuando habló de su látigo, en otras circunstancias habría desconfiado, pero es que no tenía nada más que hacer allí y la presencia de una fiel de Loviatar en medio de ninguna parte era una señal de que algo podía estar relacionado.

-A mí me intriga tanto saber a qué se dedica una sacerdotisa de Loviatar como a ti las razones de por qué estoy aquí. Así que sí, vamos a hablar en un sitio más discreto.

Terrigan les ofreció a Lissandra y a Payne una habitación anexa al salón, donde podrían hablar en confianza y sin que el resto de clientes se enterase de los pormenores de su conversación. Se traba de una estancia pequeña, pero fue abrir la puerta para acceder a su interior y enseguida notaron que el terrible ruido de la sala, se amortiguaba. Era un buen sitio donde parlamentar, aunque claro estaba, que no seria gratuito y que Terrigan les pediría unas monedas por ello.

Grune, Lutipold y Fredaric se quedarían en la puerta, para evitar que nadie molestara a las dos damas mientras conversaban sobre sus asuntos. Lo cierto era que con esos tres hombretones a las puertas, a pocos se les ocurriría entrar a la fuerza y porqué sí, en aquella estancia y menos sin una buena razón.