Partida Rol por web

Crodos colocó el virote en la ballesta con un movimiento experto y luego le dio eficientes vueltas a la manivela para tensar la cuerda del artilugio. La levantó y apuntó al osgo tumbado, un deplorable ser -obviamente malvado- además de un blanco relativamente fácil. Pero entonces, justo en el momento exacto en que accionó la llave, le sobrevino un terrible estornudo que sonó con un estruendo metálico dentro del casco. El virote se estrelló en el suelo a escasos centímetros de su pie. ¡Diablos, qué contrariedad!

Irritado, volvería a cargar otro virote en la ballesta y lo intentaría de nuevo, si es que no se veía obligado a soltarla en el caso de que el osgo se levantara y cargara hacia él.

Desde donde estaba no podía ya disponer de un blanco claro y además, estaba en peligro, puesto que con el arco apenas podía defenderme, así que antes de disparar, lo lógico era que me moviese a otra posición más alejada de los problemas, mientras preparaba mi arco para soltar una nueva flecha al enemigo que tuviese más a mano y al que pudiera acertarle con más claridad.

La situación distaba mucho de estar bajo control y no podía perder el tiempo si quería que todos sobreviviésemos. Puede que aquellas criaturas no fuesen excepcionalmente dañinas, pero sí resistentes, y nosotros cada vez estábamos más cansados.

Sin embargo, me di cuenta de que el osgo rojo estaba demasiado cerca de Questin, así que no tuve elección. Me quedé plantado en el mismo lugar, apunté... y disparé contra él.

El arma espiritual avanza sobre la tierra temblorosa sin que esta le haga efecto alguno y ataca a uno de los osgos. - Crodos, voy a alterar el poder de la ballesta. - Y dicho esto murmuré un conjuro para aumentar su poder, al igual que hice con la de Lerissa. - Esta vez no la tires. - Pues lo mismo la uso yo.

Y es que si podíamos aguantar a base de ataques a distancia, prefería eso a que me hiciesen una nueva herida... ya tenía bastante con aquel agujero y seguro que a Mitil no le iba a gustar que llegase con uno de más.

El enorme osgo rojo se concentró para seguir avanzando y finalmente logró salir de la zona afectada por el conjuro de Ruru. Sonriente al sentir que sus pies tocaban de nuevo sobre firme, agarró su poderosa maza y la alzó junto al mediano y con toda la fuerza que pudo acumular, lanzó un tremendo golpetazo contra el pobre Himmble. 

El golpe fue demoledor. Dejó a Questin hecho un guiñapo sanguinolinete, aunque quizás más por orgullo que por la fuerzas que le quedaban siguió en pie dispuesto a darle guerra a aquel enorme ser de rojo pelaje.

Dos de los osgos que luchaban por ponerse en pie, lograron alzarse y caminaron junto al oso del druida, aunque debido a lo inestable que era el firme, no pudieron llegar a hacer mucho más. Sin embargo, ya fue bastante más de lo que lograron los otros dos, quienes mareados como estaban, no pudieron llegar a ponerse en pie.

Redrick, al ver lo destructivo que podía resultar aquel osgo, agarró una pequeña bolsita de componentes que portaba en su cinturón y extrajo un puñado de mica molida, mientras efectuaba una serie de pases mágicos con las manos. 

- ¡Brilantaj eroj blindigos vin hundo! - Exclamó antes de colocarse el polvo en la palma de su mano, acercarlo hasta su boca y soplar dispersándolas.

Una nube de partículas doradas rodeó entonces al osgo rojo, cubriéndole de brillo y aquel polvo quedó flotando en el ambiente y creando un efecto cegador para todo el que se encontrase en la zona y a quien mirase hacia ésta.

El combate me tiene tan entretenido que ni me fijo por dónde voy volando y me llevo un terrible coscorrón contra el techo. Por un momento se me apagan las luces y temo que me haya quedado muñeco, pero poco a poco la negrura da paso a un montón de puntitos blancos y finalmente recupero la vista. Me llevo mis garritas a la cabeza, donde ya empieza a formarse un buen chichón y descubro con cierto alivio que no me estoy desangrando ni se me están saliendo los sesos por ahí.

¡Esto me pasa por ayudar! Ya me lo decía mi madre: Ninguna buena obra queda sin castigo...

Dolorido y escarmentado, decido buscar una lámpara o en defecto algún otro lugar con buenas vistas donde sentarme a disfrutar del espectáculo.

—¡Morid, morid malditos! —grito teatralmente, como si todavía estuviera tomando parte activa en la batalla, animando a los míos y desanimando a los contrarios (suponiendo que entiendan mi idioma)—. ¡No sois rivales contra los campeones de Seyran!

El murciélago sobrevoló la zona donde se encontraba el osgo de pelo rojo. Preparó un gargajo en su diminuta boca colmilluda, apuntó y le disparó a los ojos. Con suerte lo cegaría. Si dejaba ciego a ese bastardo, igual el bueno de Himmble tenía alguna oportunidad de salir con vida de aquella, pues de quedarse allí a pelear, difícilmente lo contaría.

La enorme osa cayó al suelo debido al inestable suelo que estaba pisando. Sorprendida, Señor Pinckels rugió asustada al encontrarse de bruces en el suelo, pero aún así, decidió lanzar un zarpazo por tal de eliminar a alguno de los enemigos de los que estaba rodeada, por desgracia no logró acertar contra su objetivo.

Por su parte, el oso negro logró ponerse en pie y se encaminó hacia la zona libre de suelo movedizo, asegurando así, que no volvería a caerse por culpa de aquellos adoquines rebeldes y se posicionó junto al osgo pelirrojo.

El insectoide saltó de encima de las cajas donde había permanecido hasta ese momento y se situó junto a la criatura pelirroja. Enseguida empezó a lanzar una serie de ataques rápidos y sanguinarios con sus garras y también con sus fauces, que en pocos momentos bañaron toda la zona de color carmesí.

Ahora si había llegado el momento de actuar, pues con un poco de suerte aquello acabaría rápido y podrían saquear lo que hubiera en el interior de aquel templo. Quizás de esa forma ya habría cumplido su deuda con el pixi oscuro al salvarle la vida y podría apartarse de aquellos peligrosos seyranitas y seguir con su misión principal. O con más suerte aún, podría acabar también con ellos y llevarse un botín todavía mejor.

El escupitajo de aquel murciélago, logró lo que el complejo conjuro de Redrick no había conseguido, cegar al osgo de pelaje rojo. Ruru sonrió con su boca de murciélago al ver como el osgo no podía defenderse de alguno de los ataques de Krath-TK, que de haber estado en plenas facultades, podría haber detenido.

Fue entonces cuando el mediano, con gran equilibrio al permanecer todavía en la zona de adoquines movedizos, aprovechó que el osgo no veía nada, para incrustar su poderosa espada larga entre sus costillas. Un pinchazo demoledor, que sin duda le dolió horrores a la bestia y que la debilitó sobremanera. El mediano también sonrió satisfecho, pues le había devuelto el golpe a su enemigo.

El corazón de Crodos latía enardecido con el fragor de la batalla y los gritos triunfales de Glÿnmaer, quien sin duda sobrevolaba la zona lanzando terribles relámpagos que destrozaban y derribaban a los osgos. Aunque los relámpagos también debían ser invisibles, porque el paladín no llegaba a diferenciar qué osgo se caía por las piedras traicioneras del suelo o por los poderosísimos rayos mortíferos que no alcanzaba a ver con sus humildes ojos humanos.

Percibió cómo la ballesta que tenía en las manos empezó a brillar sutilmente gracias al poder de Seyran que su sacerdotisa fiel había vertido sobre ella.

— ¡Magnífico! No temáis, mi buena Akta. Tuve que desembarazarme de la mía para acometer a los viles enemigos cuerpo a cuerpo, pero no maltrataré la vuestra.

Sin embargo, las piedras vivientes le movieron el objetivo, que justo volvía a caer de bruces, justo cuando disparó el virote. También era que claro, esa no era su ballesta, con sus vicios, y le estaba costando atinar, francamente...

Al final iba a tener que hacer lo que me prometí a mi misma no hacer jamás: ser una curandera. Pero el mediano lo estaba pasando mal y tenía algo con qué ayudarle. Tiré de mi cinturón con una mano, mientras en la otra sostenía mi espadón. Era lo bueno de no estar en combate en aquel momento, que podía usar mis dones u objetos mágicos sin complicaciones, salvo los pergaminos, que tendría que buscarlos entre los que llevaba en mis manos.

Así que apunté hacia el mediano y usé la varita mágica con él. Poco a poco iría recuperando vida y fuerzas, solamente debían quitarle a aquella bestia parda de encima para contrarlo.

Mientras mi arma espiritual lanzaba el que creía ya que sería su último ataque, pero se notaba que su poder se debilitaba pues falló de manera estrepitosa.

Estábamos todos intentando acabar con aquel osgo rojo que parecía resistir todo cuanto le echábamos, y sabía que mi arco no era precisamente lo que más daño le ocasionaba, pero no podía dejar de intentarlo y sobre todo, de hacer todo cuanto pudiera para ralentizarlo y que los demás lograsen acabar con él.

Pero no podía quedarme en donde estaba, pues no disponía de un blanco claro, así que me giré hacia mi derecha y me subí encima de unas cajas que había para conseguir tener una visión limpia de la criatura.

Cuando por fin estuve arriba*, armé mi arco de nuevo y disparé.

Por desgracia, fue el final de la cuerda de mi arco. Tanto tensar para intentar conseguir la máxima fuerza posible, había acabado con su resistencia.

-¡Maldita sea! -exclamé, guardando el arco, sacando la espada y dirigiéndome a su encuentro para terminar la tarea cuerpo a cuerpo.

El osgo, cegado como estaba, atacó al bulto donde recordaba que se encontraba Questin, pero evidentemente le costó más de la cuenta acertar y el golpe de la maza impactó con gran fuerza contra el suelo, rompiendo baldosines y haciéndolo retumbar. Lleno de rabia lanzó un gruñido al aire desesperado por su repentina ceguera, pero la ira no iba a ayudarle en nada, pues sus días estaban contados, rodeado de tan formidables enemigos.

Ninguno de los osgos pudo ponerse en pie. La trampa mágica de Ruru había dispuesto les había mermado casi por completo la capacidad de movimiento y lo que les estaba siendo imposible era llegar a su objetivo con las suficientes garantías como para ganar el combate y de hecho, ninguno de los pagos salgo el de pelaje rojo, habían logrado asestar un solo golpe a los intrusos del templo.

Los únicos osgos que habían logrado mantenerse en pie, acabaron cayendo al suelo y desde allí lanzaron dos torpes mazazos que no alcanzaron a Señor Pinckels y los otros dos ni tan solo pudieron moverse de sitio o levantarse. El combate parecía ciertamente decidido. 

Redrick, viendo que los pagos estaban prácticamente derrotados, recuperó su ballesta, cargó un virote, apuntó unos instantes y accionó el disparador contra uno de los blancos que tenía más alejados. Nunca hubiera creído a aquel que le dijera que acercaría contra un blanco tan pequeño, pues al estar tumbado el osgo, había poca superficie donde acercarte. El virote silbó y golpeó en la espalda de la criatura sin demasiada fuerza y causándole un leve rase rasguño

- ¡Al blanco! Exclamó victorioso

Aunque siento la tentación de quedarme tranquilito y dejar que mis compañeros se desembaracen poco a poco de los osgos restantes, no puedo evitar la tentación de atacar al colorado medio ciego. No porque quiera ayudar, sino porque es un blanco demasiado fácil como para desaprovechar la oportunidad de divertirme haciendo puntería con su corpachón.

Aquel piso movedizo sin duda alguna les habia facilitado el trabajo, para su parecer demaciado fácil, aquel osgo rojizo que al parecer era el líder de los otros, no alcanzo a dar la batalla que pudo haber dado ya que el grupo entero se enfoco en este convirtiendolo en un saco de boxeo.

Krath-tk no era de los que desperdiciaba a una presa indefensa y mal herida, por el contrario sus sentidos se agudizaban ante el miedo palpable que expelian aquellos que están en sus últimos momentos.

Una a una fue clavando sus garras buscando rematar a aquel osgo, y si este se salvaba era por pura suerte o favor de los dioses.

Ruru mandó a Señor Pinckels a por uno de los osgos que tenía frente a ella. Pese a que no se puso en pie, atacó desde el suelo con gran efectividad. Al fin y al cabo, todos estaban por el suelo gracias a la acción de su compañero enano. 

Zarpas y dientes destrozaron la armadura de su enemigo y desgarraron si piel y su carne sin ningún tipo de piedad,. mientras que aquella criatura aullaba de dolor. 

Mientras eso pasaba, el oso negro convocado por el druida enano, pudo al fin mantener el equilibrio y ponerse en pie llegando hasta donde de encontraba una de esas criaturas malignas. Lanzó un zarpazo, pero no tuvo éxito en el arañazo, pues este oído esquivarlo.