Partida Rol por web

-Coged algo de la ropa de Onofre, podemos hacer trapos con ello-dijo la muchacha mientras empezaba a guardarse algunas monedas entre los pliegues de su ropa. Estaba acostumbrada a tener que guardarse los dineros encima, aunque no en estas cantidades.

Non dudó el pastor en facer caso a las putes, et como pudo, escondió la generosa suma que le tocaba del total, envuelta en trapos viejos.

Mientras veía como se marchaba Ramón el erudito, cuya erudición había demostrado alejándose de semeante desaguisado el caballero se dirigió a los establos. Estos se encontraban junto a una vieja choza de madera cerrada, probablemente donde guardase las herramientas para los caballos.

Al entrar dentro, además de un viejo caballo se encontró los cadáveres de dos bandidos, tendidos sobre una sangre ya seca en la paja.

El grupo se reunión de nuevo junto a las escaleras. Las muchachas, el extranjero y el juglar no parecían haber encontrado nada pues volvían con las manos vacías. Pero aún quedaba por decidir que harían con Onofre y su sobrina. Sin duda habían estado engañando y robando a algunos mercaderes y desde luego lo habían intentado con ellos y por tanto con El erudito. 

El único que faltaba allí era Rodrigo de Alonso, que malhumorado por la situación y creyendo que aún podían estar en peligro había salido a investigar los alrededores de la casa.

Reparé en los cadáveres que tendidos se encontraban en aquel establo. Me acerqué a ellos y comprobé que ciertamente no había vida en aquellos cuerpos.

También aproveché para buscar entre sus ropajes algún documento o cualquier otra casa que me pudiese interesar.

No tenían nada que pudiera interesar al caballero pues lo unico de utilidad era un pequeño cuchillo que poseía uno de ellos. Nada de utilidad.

Bajé junto al resto con cara resignada, pues no habíamos encontrado nada que conllevara algún peligro para todos. Aún seguían decidiendo que hacer con el Onofre y con la sobrina, por mi parte poco importábame siempre y cuando no fueran a pedir nada que nos les correspondía o pretendieran hacerme algún daño.

—¿Llevásmoslos con nosotros a ver al conde? Será mejor que sea él el que decida si viven o mueren. Pero lo que sea que decidáis, ya que al fin y al cabo sois el caballero —me dirigía hacia Alvar pues Rodrigo no se le veía por ahí— y vuestra palabra, junto a la del Calatravo, siempre tendrá más peso que la de unos muertos de hambre como nosotros.

Encogime de hombros. Por mi parte no tenía más que decir, pero lo único que deseaba era largarme de una vez de aquel lugar y disfrutar de la vida que, en los últimos días, había sido muy perra para mí.

Aquel jamelgo no me impresionó en absoluto. Teníamos burros mejores que aquel viejo caballo. Así pues, volví arriba a la estancia donde los demás encontrabanse, justo a tiempo para escuchar al joven Xuan.

- Si.- Contesté por Alvar.- Nos vamos. Primero veremos al conde de esta región, les entregaremos a estos dos y, después, nos iremos a casa de una vez. ¡En marcha!

Y dicho esto salí a la afuera de aquella solitaria casa.

Blake asintió satisfecho: al fin ponían el broche a aquella destartalada noche, para bien o para mal. Sentía pena por la muchacha, mas si era partícipe de las calumnias del suyo tío, la justicia daría cuenta de ella, et dejaríala libre en caso contrario.

Armado con el suyo cayado, fizo lo que los demás et preparóse para marchar dejando atrás aquella casa de mentiras, coincidencias et traiciones.

Los ruegos y súplicas de Onofre no sirvieron de nada. La joven Ines también lloraba y suplicaba perdón para ella y su tio y, aunque era mejor tratada tanto por Carmen como por los muchachos (y algo me dice que esto último no fuese por pena si no por otros motivos quizás mas carnales) se había decidido ya lo que ocurriría con ellos. El pobre descanso que habían tenido aquella misma noche había sido suficiente como para que los hombres y mujeres de aquella... “compañía” volvieran en si. Había escapado de la guerra y lo último que querían era tener mas problemas. Por no hablar que llevar a un ladrón y asesino ante la ley quizás les procurase alguna recompensa. El Barón de aquellas tierras decidiría su destino.

El sol ya estaba en el cielo cuando dejaron la casa atrás. El vizconde de Burgos montaba un viejo jamelgo, propiedad del viejo Onofre quien no andaba muy lejos. Él y su sobrina iban maniatados al caballo y caminaban a su lado. El resto de los hombres y mujeres que habían sobrevivido a aquella guerra caminaban alrededor con las bolsas llenas de la comida que habían podido coger del caserón antes de abandonarlo. Ahora, más animados que la noche anterior. Con el estomago lleno por comida sin envenenar, las tripas recompuestas y la perspectiva de una recompensa cercana el grupo parece más animado.

Ahora, con el sol en el cielo y la niebla disipada, veían a lo lejos las casas que conforman un pequeño pueblo a la sombra de un castillo. No es dificil de suponer que en tan solo unas horas llegarán a Rincón..