Partida Rol por web

Salvadores Salvados

Salvadores Salvados - Avistamiento de Águila - Escena Uno.

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22/03/2013, 20:38
Administrador

Aceptaron el dinero. Ofrecido de esa forma, Maggie aceptó. Caelum, por contra, lo aceptaba fuese por negocio, caridad o por lo que fuere. No tenía tanta moralidad ni principios al respecto, siendo un verdadero lobo para el hombre, con principios morales, pero egoísta y abierto a una laxitud de métodos.

Tomaron en consideración las palabras de Jürguen, al que preguntaron por sus conocimientos médicos. No preguntaron donde estudió ni trabajó, sólo hasta qué punto abarcaba cultura médica, y al ver la magnitud, preguntaron si se había titulado en la universidad. Les complació saber la respuesta. Un zorro astuto bajo presión pero aparentemente dócil y bonachón en otras. Aseguraron que recurrirían a él si le necesitaban, y Caelum tuvo a bien pedirle un número de contacto. Y lo dijo así, preguntándose si alguien como el Padre dispondría de teléfono móvil o fijo.

- La Torre de Comunicaciones que usan para inhibir les está dando problemas. Ni idea de si puede ser eso. Creo que intentan sabotearla, pero no parece estar funcionando muy bien. Hay varios fallos eléctricos a la redonda, eso sí- respondió Caelum, francamente modesto en sus conocimientos del asunto, ante las preguntas sobre el por qué de habían variados heridos por quemadura eléctrica-. Por lo general, aseguran que son accidentes con la instalación, pero el porcentaje de tuercas- mecánicos o personal de mantenimiento, dicho de una forma juvenil- y quemaduras en las manos es bastante bajos. Yo dijo que están jugando con armas eléctricas mal calibradas- pero lo dijo sin mucho convencimiento, como quien tiene la teoría parida por sencilla lógica.

Erika se repuso relativamente pronto, y no pasaron dos días hasta que se hartó de estar convaleciente en la cama por haber perdido algo de sangre y haber sufrido una sobredosis. Aseveró que "quedarme quieta en la cama como una planta a la sombra sí que me matará, y no yo misma o mi salud". No tuvo tiempo de conseguir a una cuidadora cuando la mujer ya caminaba, aunque por el momento no se puso a trabajar. Se quedó unos días en casa del padre, eso sí, por no tenerle todo el día visitándola con la mosca detrás de la oreja, pero iba a su propia casa cuando tenía que ir al baño o cambiarse de ropa, por la sencilla razón de que era allí donde tenía los productos. Se cambió la venda día a día gracias a Jürguen y no se infectó.

Fue días más tarde, cuando Martín D`Courvisier dejaba de fustigarle, cuando tuvo lugar el siguiente incidente que se salía de la vida cotidiana. El teléfono comenzó a sonar en la iglesia, mientras Jürguen rebuscaba en los libros de actas familiares  algún otro árbol genealógico cruzado que pudiese detonar algún posible Hijo de Dios. Había estado especialmente paranoico con su hija, a la que asumía encerrada dentro de la mansión en las afueras, a manos de Heinz Goering, El Gobernador, alguien a quien tarde o temprano tendría que enfrentarse si quería recuperar a la niña.

En ello estaba cuando el teléfono en su despacho sonó, ya fuese el anticuado de sobremesa o el portátil del Padre, según cómo se llevase con la tecnología. Descolgó sin quitar el dedo del nombre, Ambroos Janssen, y escuchó a Caelum al otro lado del teléfono.

-  ¿Padre Jürguen?- preguntó una voz masculina. Sonaba apresurada, ocupada, pero sin deje de alarmismo. Al confirmar su identidad el calvinista, siguió hablando-. Soy Rembrandt, el conductor que llevó a la señora Togarini- silencio, diálogo de fondo, con el interfono sobre el pecho-. Perdón, Taglioni. Tenemos a una meretriz que le precisa.

No dijo nada más. Habló sin revelar nada, asumiendo que, lejos de medicina, podía hablarse de una confesión o un servicio similar. Si había una Torre de Comunicaciones inhibiendo, más valía cuidarse en salud con lo que decía por teléfono, sólo por si caso.

Ambroos Janssen, mientras tanto, se mostraba en el papel como una persona que había perdido varios registros en ese preciso formato. Entre ellos, todos los de familia. Su residencia apuntaba al Barrio Rojo, y aunque nada indicaba que su árbol genealógico tuviese judíos, seguía un modus operandi bastante familiar. Era el de alguien que quería cambiar de nombre legalmente sin armar demasiado ruido, que no disponía de medios óptimos para ellos pero que lo conseguía sin incidentes. Podía deberse a mil cosas, pero era algo demasiado similar a lo que había hecho Jürguen, y tantos otros.

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22/03/2013, 21:53
Gretchen

Sin ninguna dificultad física, Gretchen se alzó con una grácil pirueta hasta la escalera y la hizo bajar.  Cada uno de sus movimientos era perfecto, entrenada como había sido con la más severa disciplina física y mental. Pequeña y menuda, como una arañita trepadora de agilidad anómala y perfecta, capaz de convertir algo tan vulgar como bajar una escalera en un delicado y hermoso ejercicio de artístico control corporal. 

Tras hacer bajar la escalera, ni siquiera jadeaba por el esfuerzo. Miró al proxeneta, preocupada de haberle hecho daño en los hombros al saltar, cuando de pronto... el sonido de los nazis. El alemán farfullado apremiantemente.

Sus pupilas se dilataron y dejó escapar un suspiro que goteaba pánico.

Venían. A. Por. Ellos. 

Las palabras de Alicia (puede ser peligroso) resonaron en su cabeza. Será peligroso. Si les pillan, será peligroso. Conocía al nazi aquel del Burdel, siempre daba las gracias cuando le servía las copas y cuando se las retiraba. Era cortés, sorprendentemente cortés,  y nunca había hecho -como sí hacían otros-, ademanes de pellizcarle el trasero para burlarse de su actitud de cría asustada.  Solía hablarle con voz mesurada y amable. Y esa voz mesurada y amable ahora mismo estaba a punto de gritar un "Detenedlos" y de ordenar que sus hombres abrieran fuego.

- ¡Deprisa!- susurró aterrada, echando a correr escaleras arriba, ágil como un ratón que no se detiene a pensar si su vía de huída es la más inteligente a largo plazo. En el segundo piso se detuvo, levemente controlado el terror, y se asomó para mirar a Stille- ¡Tienes que irte! ¡Tienes que irte! -le repitió, anhelante, porque Stille era el centro de su vida.

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23/03/2013, 01:24
Administrador

 

Era una tarea sólo apta para alguien como Novák. Agarró el ordenador de su hermana y comenzó a descargar programas informáticos, todos ellos dedicados a la seguridad, navegación, programación y gestión de información. Algunos sólo por comodidad, para hacerlo más fácil y organizado, pero otros por necesidad para tener acceso a según qué partes de La Red.

Sentado en una silla de la terraza, podía sentir la brisa de la noche mientras su Liselote dormía. De vez en cuando, cuando hacía una pausa y se asomaba a la barandilla, podía ver en la calle, debajo, Alemanes en patrulla, moviéndose a lo largo de su sector. Eran como hormigas que iban y volvían una y otra vez, siguiendo las mismas rutas. Si hubiese vivido dos semanas allí, el científico podría haber aprendido sus zonas de actuación sin mirar las plantillas, sólo estudiándolos desde su ventana. Pero él era un genio, claro.

Uno al que le costó bastante la tarea de comunicarse con Anne. Tres horas, de hecho. Tuvo que traerse el cargador del portátil y enchufarlo dentro, dejando que el cable saliese al exterior. Lejos de la política internacional o el estado de la nación, Internet parecía un universo en manos de la mera tecnología. Todos los protocolos de seguridad estaban controlados por máquinas, que regían quién tenía acceso y quien no. Las personas sólo daban órdenes. La tarea de enviar un simple correo electrónico se antojaba difícil como pedirle matrimonio a Anne, y no era una exageración.

Ciento ochenta minutos para burlar un sistema de seguridad era mucho tiempo. Bien era cierto que perdió tiempo borrando el rastro, instalando programas, y dejando que se procesase la información. Pudo aprovechar esos periodos muertos para seguir leyendo algo sobre cáncer, pero manido estaba ya el tema dejando de lado apuntalamientos que requerían un largo proceso de documentación. 

No fue necesario usar la función vía satélite del móvil, que, conectado a un USB, vio anexado a su memoria un número falso, creando una doble identidad que le permitía comunicarse con el exterior como si tuviese acceso legalmente permitido. El único problema era que al comunicarse por esa vía los registros de voz, de llamar, le delatarían, y que en los mensajes debería dar algún detalle sólo supiesen receptor y Novák, para que supiese que hablaba con él sin revelarse. Podía eso sí, acceder a internet desde el móvil, si bien todo lo que consultase y los datos que ingresase quedarían registrados en la base de datos que, con todo pronóstico, por pura lógica, estaría en la Torre de Comunicaciones, hubiese o no copia de los archivos digital o en alguna otra planta de información física.

Respecto al portátil y el mensaje en cuestión, Eugenius había abierto un canal directo que permitía enviar desde ese ordenador, con su dirección privada de correo, mensajería con la cuenta privada de Anne. Estaba convencido de que era un canal seguro, sin intermediarios que capturasen, duplicasen, modificasen, eliminasen o leyesen la información. Pero era sólo desde ese ordenador, con esa cuenta, a la otra cuenta. Los Sistemas de Seguridad de la Torre de Comunicaciones eran puro diamante, y había requerido de todo soporte al alcance ara conseguirlo. Había tenido que darlo todo, y si bien sus conocimientos de programación no eran los mejores, eran muy notorios, más en combinación con su inigualable inteligencia. Se notaba que luchaba contra máquinas y no contra personas. Sólo algo que formase parte de La Red podría ponerle tantas pegas a alguien de su genio.

El por qué su móvil era espiado y sus e-mails a Anne no era sencillo. El móvil le había llevado poco tiempo, aprovechando lo invertido en la misión de comunicarse con su amada. Básicamente, había hecho lo mismo que en el ordenador, crear una segunda identidad, sólo que esta, en lugar de almacenarse en el ciberespacio, lo hacía en la propia memoria del teléfono. Era relativamente fácil conseguir lo que hubiese obtenido de igual modo pidiéndoselo al Gobernador. Pero todas las comunicaciones al exterior estaban oficialmente supervisadas. Todas. Si quería comunicarse con Anne sin que lo supiesen, si quería ser invisible, había de dedicarle tiempo a la tarea línea a línea, programa a programa, servidor a servidor. Podría haberlo hecho en menos tiempo dedicándole más, sí, y quizás hasta hubiese tenido mejores resultados, pero ello hubiese implicado esforzarse de verdad. Hubiese significado tener un par de días la sensación de haber hecho algo que sólo hacía en contadas ocasiones durante sus investigaciones, y no iba a conceder tal relevancia a algo como comunicarse fuera del país. Simple y sencillo en apariencia, pero complejo de conseguir. Asequible para alguien como Novák. Al menos su teléfono móvil no le delataba sin más como "Eugenius Novák", mientras él no se identificase como tal.

Había guardado una copia de los programas en una memoria portátil, y los había borrado del disco duro del portátil de Liselote. Ahora tenía el conector USB en el bolsillo y un móvil preparado para tener pleno uso al módico precio del anonimato o el subterfugio. Si usaba la IP de Liselote podía enviar e-mails a Anne con total privacidad.

Estaba ligeramente cansado. Había dormido poco por culpa de pasarse ese tiempo extra haciendo de pirata informático, pero podía aparentar entereza y ni su cuerpo ni su mente estaban en un estado de deterioro significativo. Liselote no tenía vehículo propio, e iba, como la mayoría de los Neerlandeses, en bicicleta a los sitios. Concretamente, al trabajo. Imaginarse a Eugenius Novák en ese vehículo a pedal era una estampa curiosa, así que a su criterio quedaba el haber ido en ese medio, haber pedido un taxi, usado el autobús o recurrido a un chófer alemán en un vehículo privado.

Sea como fuere, eran las diez menos cinco de la mañana, y Liselote había entrado a trabajar a las ocho menos cinco. Al ver a su hermano tan cansado le animó u obligó a nivel práctico a dormir dos horas más, sin meterse en lo que había estado haciendo con el portátil, confiando en su criterio y juicio. Aseveró que "así podré hacer el trabajo sin presión y hablar con Maggie tranquilamente. Pásate sobre las diez, es cuando, si todo va bien, dejo a mi compañera al cargo y hago una pausa para almorzar". Si hubiese fumado, también para eso, pero no era el caso.

La entrada al Boven-IJ Ziekenhuis, bastante moderna, lucía una estructura en forma circular, vagamente similar a un OVNI, eclipsando al sol para dar sombra a los vehículos aparcados en los lindes de la escasa zona verde. La puerta, al fondo, era lo que separaba a Eugenius de entrar, preguntar en información e ir a la cama de su madre en una planta de oncología, al servicio de Maggie Wassus o al de su hermana.

Y, pese a todo, ahí estaba lo malo. Anecdóticos bajo la sombra del OVNI, creando una irónica metáfora, estaban los Alemanes. Un hombre, de unos cuarenta y cinco años, con rostro cuadrilado y cabello militar, enfundado en un traje de oficial del ejército Alemán. Lucía sobre la cabeza el mismo sombrero de Viktor Eichmann, con la calavera característica de Totenkopf y el águila imperial. No parecía sentir necesidad de ocular que pertenecía a Schutzstaffel, asumiendo que en una de sus ciudades ocupadas mantener el secreto era imposible a esas alturas. A su lado, murmurando con él, una mujer, rubia, una cabeza más pequeña, embutida en otro traje del ejército Alemán pero sin sombrero distintivo.

Ambos dos miraron al científico un instante antes de volver a hablar, y aunque podría considerarse una mera casualidad, sólo tuvieron ojos para él, y no era un hombre cuya apariencia llamase tanto la atención. La fría lógica decía que estaban ahí para robarle parte de su privacidad, siguiendo sus movimientos para ver qué hacía y dejaba dejada de hacer durante la visita al que ahora consideraban su territorio.

- Tiradas (1)
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23/03/2013, 02:08
Padre Jürguen
Sólo para el director

La temporada que Erika pasó en casa fué suficiente para que Jürguen se pusiera de los nervios. Se había pasado viviendo sólo solo la mayor parte de su larga existencia, y ahora tenía que aguantar a una prostitura adicta y suicida que encima se pasaba todo el día encerrada en una habitación, como un ratón en una jaula. Además, la necesidad de consumir algo la hacía estar de mala leche.

`O es eso, o es que  está con el mes´. Pensó Jürguen. Por supuesto, no reveló a Erika estos pensamientos en voz alta.
Había olvidado lo difícil que podía ser la convivencia con alguien, y más con una persona tan caótica como Erika. Ambos eran polos opuestos en cuanto a caracter. La mujer daba mucho la lata, pero la verdad era que, a pesar de todo, Jürguen empezaba a sentirla como alguien de su familia. La confianza da asco, como dicen algunos. Y puede que también viceversa. De todos modos, en el fondo, y a pesar de todos los quebraderos de cabeza que le daba, Jürgeun deseaba que ella permaneciera con él en su apartamento el máximo tiempo posible. A pesar de que ella estaría a apenas unos metros cuando se fuera, en el apartamento de al lado, en su foro interior el hombre se daba cuenta que no deseaba volver a quedarse sólo. No de nuevo.

Jürguen desechaba la idea, recordándose que tenía mucho trabajo, y proyectos que realizar por delante. Proyectos en los que Erika Taglioni no tenía cabida. Derivado de los problemas con Erika surgieron las explicaciones que tuvo que dar al prior Martín D`Courvisier, que si antes le miraba mal, ahora parecía su guardaespaldas personal desde que entrara por la catedral hasta que saliera a última hora.

Y tampoco podía dejar de pensar en su `hija´ Marleen, después de haber oído la voz del mismísimo Gobernador de la noche anterior. Se preguntó si aquella noche por culpa del desliz de Erika había perdido una preciosa oportunidad de acercarse al nazi, y con ello a su descendiente Marleen, pero desechó la idea. Debía creer que había hecho lo correcto al atender a la prostituta. Tal vez si no lo hubiera hecho, ahora ella estaría muerta.

Se preguntó si Erika se lo agradecería, al menos evitándole el disgusto de intentar quitarse de nuevo la vida. Una de las noches, Jürguen intentó acercarse a ella y preguntarle por qué lo había hecho, pero entonces recordó que ella era una prostituta consumidora habitual de drogas en una ciudad controlada por un régimen nacional socialista, y desechó la idea. No sabía muy bien como animarla, o darle nuevas perspectivas de vida bajo tales condiciones.

El mundo era un lugar oscuro que se aproximaba al sumidero de su fin. Él se había propuesto salvarlo, pero ¿cómo iba a hacerlo si malgastaba el tiempo con nimiedades? Era una contradicción. Ayudar a los pequeños individuos le hacía más humano, pero le alejaba de su gran cruzada.


Estaba en la catedral comprobando los documentos de los archivos eclesiásticos, como de costumbre. Todo en papel, por supuesto, cuando el teléfono sonó.

Atendió con algo de ceremonia, y le sorprendió la voz del conductor de ambulancia Renmbrandt al otro lado. - No se preocupe. Estaré ahí enseguida. - Le contestó. - Ya sabe que estoy en el mismo Barrio Rojo. Sólo dígame si tienen allí material o he de llevar lo que me quede de lo que ustedes me pasaron. -

Según la respuesta de Renmbrandt, pasó por su apartamento para recoger algo de material médico o no. Se aseguró también de comprobar si le seguían. No solía hacerlo ultimamente, pero tal vez este era un caso sensible, de esos en los que tuviera que atender a alguien a quien la SS quisiera detener, así que tuvo especial cuidado.

Fué andando hasta el lugar, por supuesto. Conocía la zona, y no es que el Barrio Rojo fuera demasiado grande. Para haber sido impuestos toques de queda, la verdad era que el lugar bullía de actividad. Individuos sedientos de aventuras sexuales, mujeres vendiendo fantasías, penetrantes olores y luces de intenso neón. Encontró la dirección con facilidad. Tras comprobar que no hubiera Kartofen vestidos de civil vigilando la entrada, avanzó con la confianza de aquél que sabe cumplir con su trabajo.

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23/03/2013, 04:47
Nicolaás Linker

Linker sonrió. Una sonrisa de orgullo, satisfacción, y ligera picardía. Una carga del espíritu canalla y divertido ante un par de actitudes que sí le parecían atractivas y afines a sus propios intereses. Nicolaás era egoísta, comerciante, e interesado. Sacó de la cartera un trozo de papel, arrugado, y lo puso contra la pared. Era pequeño, muy pequeño, de color envejecido y de aspecto fino. Con los dientes quitó la tapa de un boli y escribió brevemente algo. Hecho ello, guardó el bolígrafo y le tendió la nota a Sawako.

Lo primero que se podía ver era, en el reverso, un número de teléfono. La asiática ya debería tenerlo apuntado por ahí, pero Linker, por componer un acto meramente "poético", había tenido a bien dárselo escrito de esa forma, como si fuese relevante de algún modo. Lo era, asumiendo que esta vez era él quien le daba su número de teléfono de forma particular, sonriendo, y no un tercero por intereses meramente comerciales de asociación mutua.

Al darle la vuelta, Sawako pudo ver qué era un realidad. Un extracto de periódico, doblado y guardado en esa cartera vete a saber cuanto tiempo. Leyó, y mientras tanto, Linker guardó silencio, esperando.

- Mi antigua novia estuvo allí- se limitó a decir con cierta sobriedad, aunque había pasado tiempo, tanto que Sawako ni siquiera lo había sabido hasta el momento, pues nadie en la universidad había querido comentarlo, ya fuese por hacer el vacío al hecho, por tratarlo como un tabú, o por haber caído en el olvido-. Ten cuidado, sólo eso. Si en algún momento necesitas aunar el distraerte en lo que sales de aquí con ser una chica mala y ligarte a quien pueda sacarte de la ciudad- se llevó la mano a la cabeza, poniendo el pulgar sobre la oreja y el meñique sobre los labios, como si utilizase un teléfono invisible-, llámame.

El hombre volvió a agacharse, y abrió tímidamente la persiana, echando un ojo al exterior.

- Siempre es mejor que tirarte a un nazi- comentó mientras ojeaba, extrapolando las palabras de Sawako- o beber en la jungla sin la supervisión de un viejo. No hay águilas en la costa.

Abrió ligeramente más la persiana y, tras dedicar una fugaz sonrisa y una mirada al catre donde estaba Sawako, se coló rodando bajo la salida del garito, cerrando tras de si con un golpe de la mano. Ahora, al fin, tras un tejemaneje verbal con Linker, estaba sola. Si no se volvía a ir la luz y nadie volvía a hablar de gente invisible, podría dormir hasta la mañana siguiente.

Técnicamente, tenía que volver a ver al falsificador para que le diese el carnet. Un falsificador que disponía de los contactos suficientes como para sacar a alguien del país, pero a su vez, uno que no trabajaba por amor al arte. Era el momento de decidir si esperar hasta que le trajese el carnet para hablar con él, si llamarle, o si tomar una ruta alternativa, ya fuese en forma de alcohol, nazis de poca monta o pechos vendados.

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23/03/2013, 05:14
Administrador

A Martín D`Courvisier le faltó tiempo para mirar con muy malos ojos y peores palabras a Jürguen al verle salir, aún molesto y desconfiado con aquel intruso. Por suerte para nuestro protagonista, el hombre salió a su hora, evitando así problemas a mayores. El sol se ponía y el toque de queda comenzaba, desatando la amnistía en un Barrio Rojo que se llenaba de su habitual cóctel bien mezclado de sexo, drogas legales y esvásticas consumiendo ambos productos. Rembrandt informó diciendo que lo tenía todo, y que no tuviese excesiva prisa, que podía ir al acabar de trabajar. Más tarde ya descubriría Jürguen que, dada la naturaleza telefónica, había mentido en lo del material, pero que el Padre de todas formas no hubiese podido hacer nada al respecto.

Aquello daba que suponer que no se trataba de una urgencia, y la duda era para qué necesitar entonces al buen hombre, habiendo gente competente para tratar cosas que pudieran esperar. Sea lo que fuere, lo sabría pronto. Erika evolucionaba favorablemente, y parecía mantener a línea su abstinencia gracias a un sustitutivo, dase la casualidad, desarrollado en Alemania. Metadona. Lo trajo Caelum, en pastillas, a la casa del Padre la mañana del tercer día tras el incidente, diciendo que había dosis para una semana si tomaba entre treinta y cuarenta miligramos al día. Algo que, por supuesto, el bueno del médico ya sabía.

Curiosamente, Caelum se disculpó por no haberlo traído en formato líquido, que hubiese permitido una dosis menor y una mayor eficacia, pero se excusó diciendo que también era el método más usado, y que era, además de difícil de conseguir, complicado de ocultar. Más con la cantidad de nuevos adictos que surgían mes a mes. Jürguen se había ganado cierto respeto y atención por parte de Maggie y Caelum, al parecer, y era algo notorio teniendo en cuenta el carácter de ambos. Su carta blanca había tenido éxito, precisamente por la personalidad que lucían.

Al llegar al piso, tras subir el ascensor y que le abriesen la puerta, lo primero que se encontró fue al propio Caelum, vestido con un albornoz azul, al otro lado. Tenía el cabello mojado y revuelto en una mata rizada y encrespada alrededor de la cabeza. Definitivamente, se había dado una ducha ahí, en el piso franco que usaban para los asuntos médicos. Se podía vivir, pero el hombre tenía toda la pinta de tener su propia casa, aunque aquello no dejase de ser un piso franco, destartalado pero habitable, con todas las de la ley.

Desde luego, recibir así a Jürguen sólo se le habría ocurrido a alguien como Caelum, de moral ambigua y con poco respeto por las normas de educación y protocolo, mientras lo considerase meras formalidades superfluas. No obstante, parecía hacerlo por ser parte de él, no por querer pecar de indecoroso y ofender al calvinista.

- Gracias por venir- profirió como saludo, sonriendo y estrechándole la mano-. Lo cierto es que tenemos un asunto delicado, y Maggie y yo no terminamos de ponernos de acuerdo- añadió mientras caminaba por el pasillo, pasando al salón.

Abrió del todo la entornada puerta del mismo y entró, revelando a Maggie, vestida de calle con normalidad, sentada en un envejecido sillón. Parecía seria y ligeramente contrariada, molesta, pero asintió y agradeció de forma muda con los labios al hombre por venir. No miró a Caelum.

El salón era viejo, con cortinas florales en las ventanas y un viejo televisor cuadrado, cubierto de polvo, más largo que ancho. No parecía enchufado a nada, con el cable recogido y atado a si mismo en círculos. Una estantería tenía unos cuantos tomos de una enciclopedia médica, salteados, y había una mesa alargada, de madera caoba, llena de mantas, sábanas, y cajas cerradas o a medio abrir. Al lado había otra mesa, de piedra en lugar de madera, que parecía ser lo más limpio de toda la sala. Era también alargada, y dada su resistencia y estado debía de ser ahí donde se tumbaba la gente cuando precisaban hacer algún tipo de inspección física en decúbito supino1.

Al fondo, apoyada la ventana abierta, había una mujer en sintonía con el estampado floral, portando un adorno del mismo estilo sobre el cabello, rubio y recogido en un moño. Era una persona joven, delgada por bastante, con huesos marcados bajo la ropa semitrasparente y ligera, blanca. Con una mano, fumaba, y sostenía la otra entre el abdomen y el pecho.

- ¿Es usted el médico?- preguntó la joven, en un tono tímido y ligeramente triste.

Maggie, por respuesta, se adelantó al padre, introduciendo el caso, cosa que la chica no hacía por vergüenza y Caelum por ser él mismo.

- Se llama Natasha. Es prostituta- tendió la mano al padre, alargándole algo inconfundible. Un test de embarazo. Daba positivo-. Trabaja sobretodo con Alemanes, y sólo se acuesta con una persona fuera del trabajo, que tiene echa la vasectomía y con la que en meses no ha tenido problemas con la profilaxis- aquello resultaba incongruente, pues si el hombre se había cortado los conductos ya no hacía falta usar otros medios anticonceptivos-. Tiene VIH en fase activa- añadió tras un segundo, antes de que Jürguen interviniese, explicando el por qué.

Lo hizo para evitar que, sin pretenderlo, pudiese decir algo hiriente, tocando una fibra sensible a sabiendas de cómo podía ser a veces el hombre en base a sus comentarios con Caelum al conocerle. Maggie pasaba muchas horas con él, y obviamente, habrían hablado de ello. Su "pronto" generaba cierta desconfianza a la médico, de ahí que tomase ella la tarea de presentar a la mujer y a la situación antes de nada. Usó las palabras "VIH en fase activa" en lugar de SIDA por ser menos dolorosas a nivel auditivo, muy respetuosa con la condición anímica de la herida paciente.

- Cree que el padre es alguien concreto, que la tiene por habitual, con el que se rompió un preservativo, y que es...- alzó las cejas y cerró los ojos, amarga. Resopló-. Natasha, espera fuera un momento- Natasha se estremeció al oírlo, y aspiró una calada de tabaco como si le fuese la vida en ello. Dio un paso a la izquierda y cerró la ventana tras ella. Caminó hasta apoyarse en el balcón, mirando la calle, y siguió fumando ajena al interior de la casa-. Digamos que si la llevamos al hospital, aparte de no ayudarla, ese tío la mata como se entere. Los nazis... dilo tú, Caelum, por Dios.

Puso cara de asco, y calló, tragando saliva. Claramente a ella también la repugnaba, fuese lo que fuese. Caelum era el más visceral que las allí presentes, así que no tuvo reparos en decirlo, aunque lo hizo con tacto.

- Los nazis violaron a la chica hace unos años- comenzó el hombre, que alzó la mano sobre el pecho, ovoide, para dar empaque a sus palabras-. Varios nazis. Uno tras otro. Bastante tiempo y con diversas prácticas. La contagiaron ellos. No trabaja sobretodo con Alemanes. Trabaja sólo con Alemanes. No usa protección salvo durante el sexo vaginal, por los embarazos, y está pegándoles la enfermedad a cuantos puede- amagó una sonrisa ante la descabellada y vengativa idea, pero la ocultó por respeto-. Quiere abortar, pero no podemos conseguir, ni por asomo, todo el material necesario, y su enfermedad lo hace más complicado por el riesgo de contagio. No es ancha de caderas ni tiene cuerpo para parir sin problemas. Nosotros no somos matrones- señaló a la mujer a su lado, Maggie-. Maggie es médico general y yo forense, aunque he hecho alguna cirugía por la falta de personal. Estamos jodidos- aclaró con un cabeceo, cortándose poco-. De ahí que te hayamos llamado. El tío con el que se acuesta... más o menos fuera del curro- cargó de ironía y duda esas palabras, dadas las tres siguientes palabras- es su proxeneta, y asegura que es la clase de hombre que resolvería el asunto de forma violenta, pero con el nazi, no con ella.

Maggie claramente mostraba un rostro muy poético, como si estuviese ante una situación salida de las entrañas del infierno. Si tan sólo hubiese visto las violaciones en los campos de concentración y la medicina sin el material necesario que se practicaba allí dentro, probablemente a estas alturas no se alarmase tanto.


1* Posición anatómica donde la persona está tumbada de forma horizontal con la parte anterior del cuerpo hacia arriba.

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24/03/2013, 22:58
Ruth Karsten

Ruth observa como la chica trepa con gran habilidad y velocidad por la pared hasta hacer caer la escalera de incendios. Hasta que no vio como ponía los pies en llano, no relajó su postura cruzándose de brazos y cambiando el peso de su cuerpo a la pierna derecha.

Escucha la presentación de Stille y la de éste informándole del nombre de la chica, Gretchen. Ruth, como respuesta asiente sin mirarle y sin cambiar mucho la expresión seria de su cara. Si estaba "encantada" de conocerles lo diría más tarde, no era una chica a la que le gustasen las formalidades y ellos eran personas que se saltaban el toque de queda como ella y que puede que le fueran de ayuda o que supusieran un problema más que añadir a su lista.

Abre la boca para contestar a Stille, sin duda iba a ser una respuesta que probablemente fuese demasiado ambigua pero la chica era tan desconfiada como un gato callejero, y no más afable que uno; por lo que no pensaba contar de primeras qué intentaba hacer. Sin embargo, su voz fue acallada por otras que desde luego ninguno de los presentes deseaban oír.

Ruth se sobresaltó, cuando había conseguido dar esquinazo a unos, aparecían otros tantos... Genial.

Sin pensárselo dos veces, abrió la puerta del asiento trasero del coche y saltó a su interior. Allí, se reclinó sobre el asiento lo suficiente como para que no pudieran verla ni por la ventanilla trasera ni las laterales y por si acaso se puso la capucha de la sudadera negra que llevaba encima; teniendo en cuenta lo delgada que era, a una malas podía encogerse en el hueco entre los dos asientos.

Ya sabía yo que acabaríamos compartiendo coche...-piensa para sí.

 

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25/03/2013, 00:10
Padre Jürguen
Sólo para el director

La situación parecía complicada a simple vista. Con paso tranquilo, Jürguen avanzó hasta el sillón desde el cual Maggie se había levantado segundos antes, y aposentó allí sus posaderas. Echó hacia atrás la cabeza, apoyando su espalda en el respaldo. El cojín bajo su trasero aún estaba caliente, y Jürguen dejó que la mullida calidez que Maggie  se extendiera por su cuerpo aliviando la tensión a la que por su edad a veces se veían sometídos sus huesos. Cerró los ojos dejándose llevar por esa agradable sensación de bienestar, mientras de su boca surgía un gruñido de satisfacción.

Permaneció allí unos segundos meditando con los ojos cerrados. Seguramente, en ese momento Maggie y Caelum le mirarían con cierta indignación como mínimo.

Abrió los ojos, y empezó a hablar: - Dejaremos que el embarazo se desarrolle normálmente. En cuanto empiece a notarse, ocultaremos a la chica en el piso franco. Yo hablaré con las máximas autoridades alemanas aquí para excusarla por su ausencia. No se preocupen. Yo me ocupo. Les convenceré de que su abuela o su madre, feligresas mias, se han puesto gravemente enfermas y necesitan de sus cuidados. Ese nazi no podrá tocarla...  -

Jürguen no dió explicación alguna más. En realidad, tarde o temprano tendría que reunir valor para acercarse al Gobernador. Era arriesgado, pero aquella era una oportunidad como cualquier otra para acercarse a su propia `hija'.  Sospechaba que el Gobernador sería un hombre inteligente que no se creería esa historia sobre la prostituta, así que tendría que negociar con él y vender su alma al diablo si hacía falta. Además, si le convencía a él, el padre nazi del bebé no podría mover un dedo. Los galones mandaban.

- También hablaré con ese novio de la chica, y le convenceré para que no mueva un sólo dedo contra el verdadero padre de la niña. No queremos problemas con los nazis, y el novio imbécil puede llevar todo al garete. Y si no atiende a razones, le denunciaré a los nazis y haré que se ocupen de él. - Ante las miradas de Caelum y Maggie, Jürguen hizo caso omiso. - Antes que llegar a eso, le insistiré que en los próximos meses la chica va a necesitarle, y que debe centrarse en ella, no en una absurda venganza que sólo le traerá problemas a él y a la chica. -

- Mientras se desarrolla el embarazo, ocultaremos aquí a la chica. Cuando esté a punto de dar a luz, sacaré al niño con cesárea. Si se hace bien, ni el niño ni yo tenemos por qué contagiarnos. - Jürguen hablaba pausadamente y tranquilo, como si el asunto no fuera nada del otro mundo. Jugaba con ventaja, porque intuía que él mismo no podía contagiarse por enfermedad alguna (al menos, no recordaba habar enfermado de gravedad desde el "incidente" del campo).  - Realizaré la operación yo mismo. Lo he hecho otras veces. Es una operación sencilla. - A su mente acudió entonces la imágen de un matadero, más que un sala de operaciones, con una mujer abierta en canal, cubierta de sangre y chillando como una cerda sobre la "mesa de operaciones", con correas para manos y pies, mientras el médico nazi se llevaba al recién nacido por la puerta y la dejaba allí, tirada como un trozo de carne. Los niños eran valiosos, pero los animales que los parían no eran más que despojos desechables tras el parto. Aquello escena había ocurrido... incontables veces. - Lo he hecho en regiones remotas del mundo, sin apenas medios. Cosas de misionero. El niño vivirá, y la mujer, espero, también. - Hablaba confiado y decidido, sin dudas en sus palabras. Se giró hacia Maggie, con tono frío y distante:
- De todos modos, y poniéndonos en lo peor, usted tenga disponible para ese día un vehículo capaz de trasportar discretamente un cadáver, por si hiciese falta. - Con estas macabras palabras seguía dirigiéndose a Maggie. -Ha dicho que es usted forense ¿no? Pues mueva los hilos. -

- Y en cuanto a la chica, la mentiremos. Le diremos que no es improvable que el niño pueda ser hijo de su pareja, en vez de del nazi. Que los medios anticonceptivos no tienen por qué ser seguros, y que hay ciertas posibilidades de que su hijo no pertezca a ... bueno. A ese otro tipo que tanto les preocupa, el nazi, sea quien sea. - Sabía que Maggie iba a poner el grito en el cielo, pero se aceleró a continuar: - La gente se agarra al mínimo resquicio de esperanza en cuanto se le ofrece, más aún en los peores momentos. Si le damos eso, por vago y falso que suene, tendrá algo por lo que luchar y seguir adelante. Les aseguro que cuando la gente está desesperada,  se aferra con fuerza antes a una mentira increible pero luminosa que a una verdad palpable pero desesperante. La chica acabará creyendose esa mentira, confíen en mí. Y si al finál la chica muere, se irá de este mundo con esperanza. Eso vale mil veces más que cualquier otra cosa, créanme. - Se giró hacia Maggie, para mirarla directamente a los ojos: - Se lo dirá usted. Usted la mentirá. A usted la creerá. A mi y a Caellum no. Mentalícese y hágalo cuanto antes. No dude. -

Por último, añadió dirigiéndose a Maggie y Caellum con dureza, mientras se levantaba del sillón: - Sé lo que piensan, pero el bebé no tiene culpa de nada. Si quieren mi ayuda, vamos a hacerlo como he dicho. A mi manera, sin dicusiones. Si no aceptan mis condiciones, vayan buscándose a otro.-

En realidad, tal y como le habían expuesto el caso, los tres sabían que era la única opción viable. Médicamente hablando al parecer la chica no podía abortar, ni tener un parto de forma normál, así que la cesárea era la única opción lógica y viable. Pero Jürguen había jugado sus cartas mientras hablaba, adornando la historia para intentar reforzar su aura de autoridad y liderazgo, además de sutílmente aparentar estar protegiendo la vida del niño, cosa que reforzaba su tapadera de sacerdote ante ellos.

Aunque en realidad no hubiera dudado un segundo en realizar el aborto, si esa hubiese sido la mejor opción para ella.

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25/03/2013, 09:58
Niki Neill

Mantuve silencio unos segundos. ¿Tendría Izan donde quedarse? ¿Conocería a alguien por aquí? Él no formaba parte de los anarquistas... Si me iba a quedar con Maggie, sin duda, Izan no sería bien recibido. Quizá la idea de quedarme con Maggie se cayera por sí sola...

- Dame un momento. - Dije viendo que seguramente Drike esperara una respuesta. - Tengo que hacer una llamada.

Sabía que en la llamada no debía decir nada comprometido, lo justo para saber si Izan venía con algún plan, o se quedaría conmigo. En caso de que se fuera a quedar conmigo... tendría que pensar en algo... y hacerlo rápido...

Por dios... él era policía... nada de esto iba a gustarle...

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25/03/2013, 11:54
Eugenius Novák

Hacía tiempo que Eugenius no disfrutaba tanto burlando un sistema de seguridad. Era cierto que los alemanes se habían esmerado, y de haber tenido todo el tiempo necesario, Eugenius hubiera hecho alguna cosa más… no sólo preparar su móvil y el portátil de su hermana para mandar emails fuera del país. Se notaba que los alemanes habían dedicado tiempo y recursos… aunque no los suficientes para alguien del ingenio del científico.

Teniendo en cuenta que tenía que ir al funeral de Vanderveer, al hospital a ver a su madre, y a revisar el problema de energía de los alemanes… Eugenius decidió que no era meritorio esforzarse por tener mejores resultados en el tema de la comunicación con su amada.

Después de dormir unas horas, pocas en principio, pero resultaron luego ser un par más gracias a la bondad de Liselote, Eugenius llamó a un taxi y se dirigió al hospital. Pensó en usar el transporte público pero dada la situación quería estar rápido en el hospital, sin opción a que hubiera algún tipo de huelga o corte en los servicios por culpa de los alemanes. Y usar un chófer alemán para ese asunto privado y personal no era una opción.

A las diez menos cinco estaba Eugenius en la entrada del Boven. Observó con suspicacia a los dos alemanes apostados en la puerta. Sin disimulo, sin curiosidad. Y aún con ello, su memoria grabó a fuego en su interior los rostros y detalles significativos de la vestimenta de aquella pareja. No le importaba que supieran que él sabía que estaban ahí por él. Mientras no le intentaran estorbar podían estar donde quisieran.

Eugenius les ignoró y pasó indiferente junto a ellos, como los meros insectos que eran, dirigiéndose a la entrada del hospital, con la clara intención de preguntar en recepción por la habitación de su madre. Una vez allí, antes de entrar en la habitación, esperaría a que Liselote apareciera… pues seguramente haría un hueco en sus quehaceres alrededor de las diez, que era cuando estaba previsto que Eugenius llegara.

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28/03/2013, 15:40
Ambroos Janssen

Me cago en la puta.

Con fuerza se aferró a la escalera y subió persiguiendo a la niña mientras Ruth se lanzaba al coche como un soldado a un bunker. Su destreza dejaba mucho que dejar en cuando a la de la niña: la agilidad del pequeño cuerpo de Gretchen era una misión imposible para un marmotreto de casi dos metros como era Ambroos.

Pero tenía una cosa clara. No podía dejar ahí a la cría. Friedrich no haría nada, eso por sentado. Probablemente su escuadrón tampoco, estando él presente. Pero quizás era esta precisamente la situación por la que Gretchen acababa en manos de su padre, que se quitaba el cinturón para más que para darle unos azotes con él.

Stille tenía que largarse. Que se llevase su coche y por lo que más quisiera que no la jodiese. Él se encargaría de recoger a la cría. Friedrich la había visto en el burdel. Podría inventar alguna excusa. Que se había escapado o algo. El gilipollas de su conductor se largó y les dejó allí tirados.

Se pagaba un dineral por las crías vírgenes. A ojos de los alemanas solo sería un hijo de puta sin escrúpulos que estaba salvando su dinero. Friedrich no querría meterle en demasiados problemas. Podría quedar todo en una advertencia.

Era la única manera de que todos saliesen bien parados.

- Gretch. Farfulló intentando seguir el ritmo endiablado de la niña y agarrándole la muñeca no sin cierta violencia. Estaba histérica y él pensando. Los modales calmados habían quedado atrás y Janssen le sujetó para evitar que siguiese subiendo. Te has fugado del local.-susurró.- He venido a buscarte. Necesitamos una excusa para estar fuera del toque de queda. Aclaró, consciente de que el estado mental de la niña no siempre era el más adecuado para con lo que sucedía  su alrededor.-Actúa.

Ni que fuera a ser necesario. El mero hecho de ver la actitud real de Ambroos sería seguramente suficiente para poner nerviosa a la niña por buenas que fueran sus intenciones.

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31/03/2013, 10:49
Friedrich

El sonido de los pies sobre metal era la principal compañía de Gretchen y Ambroos en ese momento. Trepaban escalera arriba agarrándose a la barandilla para no tropezar, algo probable dada la velocidad. Mirando de reojo hacia los pisos inferiores por los huecos de las rejillas se podía ver a la particular comitiva de águilas a su zaga, persiguiéndolos tras haber subido por su misma escalera de incendios.

Gretchen había reconocido voz, rostro y complexura de Friedrich durante su su ascenso, e incluso parte de su forma de moverse. Ambroos, en cambio, si bien tanto más de lo mismo, lo hizo por familiaridad de trato y no por tener un ojo crítico vivo y perspicaz.

Siete pisos parecían ser los que había que superar, y cuatro llevaban por aquel entonces. La patinadora artística sobre hielo pudo reconocer las voces de los alemanes, hablando a coro entre ellos, ya fuese para apremiar a los más lentos, para blasfemar, quejarse, o para preguntar quienes eran los perseguidos.

- ¿Qué demonios importa eso ahora? ¡Sólo alcanzarles! Goering los querrá vivos- se limitó a responder Friedrich ante lo último. El nombre mentado se difuminó entre el idioma a oídos de Janssen.

Friedrich era el más lento de todos, había tropezado durante su ascenso y había sido sobrepasado por todos los demás, pero se había repuesto al instante y seguía ascendiendo. El hombre, no en vano, había pasado los cincuenta años. Gretchen y Ambroos iban a la par, compensando sus habilidades con un mayor aguante por parte del proxeneta y una mayor velocidad punta en la menuda danzarina. Y aún así, el grueso más rápido de los rapaces, compuesto por tres soldados rasos, había salvado un piso de distancia.

-¡He dicho vivos!- replicó la ya ligeramente atenuada voz de Friedrich, callando los disparos. No hacía falta saber Alemán para entender lo que significaba eso con un cerebro astuto.

Finalmente, y en esas, abriendo la nueva línea de salida, Gretchen y Ambroos alcanzaron el tejado, que más valía haber merecido la pena. No demasiado. Había casquillos de bala en el suelo, y hollín en algunos puntos que aún humeaban ligeramente. Especialmente en el suelo, algún transformador o ventilador y en la pequeña estructura que daba pie a la escalera para bajar por el interior del edificio. La mentada puerta estaba especialmente destrozada, con el pomo deformado ante la aplicación de calor.

Un cadáver embutido en su germánico chaleco negro se alzaba boca abajo, con una mata de cabello castaño sobre el cráneo y un fusil entre las manos, cuyo cargador yacía a medio metro. Llevaba, a simple vista, otros dos en la cadera. Aunque Ambroos ya llevaba la pistola italiana que le había prestado Stille.

Se oían los pies alemanes y la respiración pesada a un piso de distancia, amenazando con llegar allí en un abrir y cerrar de ojos. No había demasiado tiempo para ponerse a investigar el escenario del combate, que a todas luces había tenido lugar de una forma atípica dado resultado.

A simple vista, sin pararse a pensar siquiera, habían varias posibilidades. Por un lado estaba saltar al tejado contiguo, aún a riesgo de caerse por el hueco y abrirse la crisma como si fuese una sandía. Era arriesgado cuanto menos, pero ellos iban más ligeros de equipaje que los nazis. Por otra banda estaba la puerta, que, para no hacer demasiada brisa, había hecho chirriar sus visagras con un movimiento tenue, dando lugar a posibles paranoias sobre recién huidos del lugar u ojos acechando en la sombra. Finalmente, siempre se podían rendirse y cargar con diplomacia ante Friedrich, que o se hacía el sueco, o no estaba seguro, o no tenía ni idea, o podían coger un arma y hacer frente al batallón, aunque eran más y Gretchen no sabía cómo disparar una sencilla pistola.

Sea como fuere, había que hacer algo a efecto inmediato si no querían oír algo parecido a "las manos en alto". Ni que decir tiene que el coche de Janssen y sus dos ocupantes debía de estar por ahí, en alguna parte. Y su matrícula, también.

- Tiradas (5)
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31/03/2013, 11:42
Stille

Stille había pisado a fondo el acelerador, poniendo directamente la segunda marcha, en cuanto Ruth subió al coche y Ambroos comenzó a subir la escalera. La goma del neumático giró frenética bajo la pelirrosa, provocando un súbito estallido de velocidad por comparación.

Ruth cerró la puerta y se encogió cual huevo bajo el trasero de su madre, hasta que, un par de giros bruscos después, Stille ya corría raudo y veloz por el pavimento como si aquello fuese una gigantesca carrera.

- Puedes estar tranquila- comenzó el hombre tendiéndola el paquete de tabaco como si hiciese eso cada día-, la infantería ha ido tras mis amigos, y el furgón no podía alcanzar algo como esto ni aún teniendo un buen conductor. Que no lo tenía.

Bajó de cuarta marcha a tercera, reduciendo la velocidad. Noventa quilómetros por hora en ciudad era sinónimo de riesgo de accidente aumentado exponencialmente, y ese vehículo no era de alguien querido como para romperlo a las primeras de cambio.

- Y la verdad, me quedo yo también más tranquilo- confesó mirando a través del retrovisor, quitándose las gafas de sol para revelar unos ojos azul claro-. Tenías toda la pinta de necesitar un cable y de ser neerlandesa, pero no las tenía todas conmigo. Puedo saber qué te ha llevado a...- señaló el coche en si con la mano, intentando enfatizarlo como si no supiese expresarse con las palabras apropiadas-... ¿esto?

Dándose por vencido, lo dejó. Lo que quería decir era que hacía sola en mitad de la calle una mujer con esas pintas, que bien podría ser una diminuta diva de universidad, una prostituta sin suerte o la mimada y alternativa hija de una bonita esvástica. Se había subido al coche sin más, y ello indicaba que no le guardaba más simpatía a los nazis que a cualquier desconocido indeseable. A juzgar por la actitud de Stille no era ningún ecoterrorista. Fumaba, tenía marcas de una mala vida en el rostro y quemaba goma y gasolina. O era un mercenario o un anarquista, pero era de una de esas dos facciones, sin duda.

Y ante todo, estaba el sutil cambio de actitud a estar a solas con una cría indefensa a estar delante de Ambroos Janssen, un tipo cuyo apellido crispaba mucho la piel de Ruth por lo obvio. Debían de estar dando una vuelta a las cercanías de la zona, sin acercarse demasiado pero alejarse otro tanto. Stille sabía que eso era peligroso, pero no se sentía nada cómodo huyendo con el coche del proxeneta.

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31/03/2013, 17:10
Maggie

El Totenkopf tuvo a bien quitarse la gorra y saludar con una inclinación de la cabeza a Eugenius. De haber pasado lejos no hubiese hecho mención, pero era obvio que les había visto, y si consideraba oportuno acercarse tanto lo mínimo que podía hacer era saludarle. Una incipiente sonrisa de medio lado asomaba, como si el gesto le divirtiese. Conforme se alejaba, Eugenius pudo oír como seguía hablando en Alemán con la mujer, refiriéndose a ella como "cariño", lo que podía detonar la naturaleza de su asociación privada.

Pasó por información y preguntó por Ria Novák. Tercer piso. Cuando llegó, allí estaba su madre, sentada en una silla frente a la ventana, con un pequeño libro de bolsillo entre las manos. No estaba convaleciente en la cama conectada a un puñado de goteros, sino bajo los focos del sol. Cierto era que iba vestida con el pijama del hospital, eso sí.

Había otra cama aparte de la suya, pero en la habitación no había ningún otro paciente. Había una mujer con el rostro en forma de mujer, con la melena castaña recogida en una cola de caballo, luciendo una bata blanca sobre la ropa de calle. Parecía ojear un puñado de papeles que tenía entre las manos, frente a la Ria, aunque no estaban hablando. Había entre ellas una calma y convivencias propias de cuando el científico aún vivía en casa.

La doctora se giró hacia la puerta, escuchando los nudillos del hombre contra la misma. Se levantó, recolocó un mechón de cabello tras la oreja, y se acercó. Era delgada y mediría, aproximadamente, un metro con sesenta centímetros. Sus ojos eran de color avellana, como sus pendientes. Dio un par de pasos hasta el científico, tendiéndole la mano.

- Maggie Wassus- dijo con un ligero deje suizo, poniéndose en un lugar donde no estorbase al paso, por si Eugenius quería ir rápidamente hacia su madre-. Liselote me dijo que vendría usted en breve, así que he intentado adelantarme un poco.

Sonaba dulce, sencilla y sincera, como una médico más allá de la influencia Alemana y del estado de Ámsterdam en general. Su actitud era más la de una misionera que la de una residente de la ciudad. Llevaba los papeles en la otra mano, y seguramente fuesen datos sobre su madre, allí presentes por advertencia de Liselote.

Ria saludó con la mano y se levantó del asiento, cerrando el libro para abrir los brazos ante Novák, esperando a que fuese para darle un abrazo. Y sin embargo, no dijo más que un "hola, hijo", mudo con los labios, por respeto a Maggie.

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31/03/2013, 17:30
Administrador

Drike asintió. Se irguió cuan largo era, estiró los brazos haciendo crujir los codos, y sacó su propio móvil del bolsillo, un ladrillo pasado de moda que ni por asomo tendría internet ni aplicaciones relativamente complejas. Con la mano libre sacó el gorro y lo abrió, poniéndolo como una tenaza alrededor de la melena para capturarla.

- Te dejaré intimidad- comentó con gravedad, en un tono francamente inescrutable-. Iré llamando a Maggie. Querrás dormir algo o te perderás la apasionante vida diurna- añadió con un deje de ironía al final, comenzando a marcar con el pulgar los nueve dígitos. Lo hacía despacio, y con sus callos bien podía equivocarse si no iba con cuidado-. Ten cuidado con lo que dices por teléfono, Niki. Rayen- el líder de los anarquistas según lo que había dicho no hacía mucho- trabaja en la nueva Torre de Comunicaciones- mencionó también que estaba infiltrado en un cargo menor para los Alemanes-. Graban lo que decimos, así que elige las palabras adecuadas o nos meterás en un buen lío a todos.

Comenzó a alejarse, poniéndose el móvil en la oreja. Era grande, fuerte, duro, y frío. El caparazón de tortuga que lucía a su alrededor lo hacía parecer hosco y falto de empatía, por desgracia. Lo sabía, pero no estaba dispuesto a fingir una personalidad que actualmente no le hacía sentirse nada cómodo.

- ¿Maggie? Sí, mira, soy Drike. La nueva está barajando opciones para ver dónde dormir, y queríamos saber si tú...- decía en tono decreciente por la distancia, cada vez mayor. Entró en la sala anexa, haciendo rebotar las puertas, y cerró tras él.

Seguramente Niki hubiese querido que esperase antes de hacer esa llamada, pero dada su elección de palabras, Drike no había visto inconveniente para llamar, interpretándolo por otro lado. No era ningún genio leyendo intenciones ajenas salvo si tenían un arma en la mano. Por suerte, tal y como hablaba Drike un cambio de planes no sentaría demasiado mal a nadie.

NN comenzó a llamar en la recién instaurada soledad de una instancia que, sin gente, se antojaba mortecina, triste, y gris. Luces blancas en el suelo y tinieblas en el techo, con sillones, una barra de bar improvisada, licor y una mesa de billar. Un mobiliario de ensueño. Al sexto tono, algo tarde, alguien descolgó.

- Dioses, Niki, menos mal- decía la apremiada voz de su querido al otro lado de la línea. De fondo se oía un traqueteo constante-. He intentado llamarte, pero no había forma. Problemas de cobertura, parece ser. Decidí enviarte mensajes, a ver si había más suerte. Me alegro de que halla sido así. ¿Cómo estás? ¿Estás bien?- hablaba deprisa, y en un tono ligeramente bajo. Se le notaba excitado como si acabase de tomar café-. Siento que sea todo tan precipitado, pero fue darme cuenta de que te habías ido y... en fin...- silencio-. Da igual. Digamos que no me sentía cómodo dejando mi trabajo a medias.

Se refería, obviamente, a indagar sobre el pasado de Niki. Había un deje emocional en sus palabras, pero no era nada extraño en él, pese a ser una excusa. Su aura de determinación se leía aún por teléfono. Habría tardado una hora, quizás dos, en coger el vuelo desde que decidió seguir a Neil. Hacía falta tener todos los ingredientes de Izan para ello. Seguridad, pasión, acción.

- Llego en un rato. Ya me han dicho que hay toque de queda, pero me llevan al hotel, no te preocupes por eso- añadió en lo que Niki terminaba de procesar la frase anterior. Tenía hotel y todo ya, chico ágil. Al final iba a ser verdad eso de que se había camelado a los Alemanes.

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31/03/2013, 21:08
Administrador

Maggie y Caelum se miraron varias veces a lo largo del discurso de Jürguen, intercambiando opiniones de forma muda. Había rostros que lo decían todo. Cuando el Padre se sentó, Maggie se mostró claramente incómoda por el gesto, e incluso se frotó los brazos como si estuviese en la ducha. Caelum se limitó a poner las manos ante el rostro, como si rezase, taladrando con los ojos al hombre que hablaba sin mudar la expresión hasta el final, momento en que esbozó una macabra sonrisa, sabiéndose un forense peor que cualquier tanatopractor.

- Con el debido respeto, Padre Jürguen- comenzó Maggie, armándose de valor y rebeldía-, aunque entiendo su postura, no es decisión suya, ni nuestra- matizó de forma diplomática, aunque ya había revelado su opinión-, cómo se desarrolla el embarazo. No es usted el que carga sobre el vientre...

Caelum se aclaró la garganta, poniéndose el puño ante los labios. Podía ver la incipiente ira creciendo en el tono y el rostro de su compañera, y la conocía demasiado bien como para quererla enfadada, así que decidió tomar el relevo.

- Lo que Maggie quiere decir es que es usted demasiado optimista- se apresuró a decir-. No estamos confesándonos para que nos mande deberes por haber sido malos- su lenguaje para con la iglesia denotaba su ideología-. Le hemos pedido consejo y ayuda, pero sólo eso. Particularmente, yo no voy a dejarle que tome sin más las riendas del asunto, aunque pueda haberle parecido, y ni por asomo va a meter usted familiares de los nazis aquí dentro. Así que no hay trato. ¿Sabe lo que pasaría, Padre?- abarcó con las manos la sala, poniéndolas en jarra-. Pasaría que le dirían que ya están afiliados a seguros privados, si tienen dinero o cargo, o que están incluidos en la medicina militar. En el mejor de los casos, si fuesen el último primate, saquearían esto e irían al hospital, donde ya trabajamos para ellos. ¿Cómo se le ha ocurrido semejante idea de bombero?- el hombre destilada su escepticismo a través de los amarillentos ojos-. No puedes chantajear a un nazi, y menos usando a su familia.

Ganarse a Goering era otra historia. Si te ponías bajo la sombra del pez grande podías controlar a los pequeños. Pero eso era algo abrumadamente complicado. Hablábamos de una persona que estaba, dentro de Ámsterdam, en la cima de la cadena alimenticia. Disponía de dinero, soldados, criados y vigilancia. Pero no de tiempo para conceder audiencias a calvinistas ni para escuchar negocios que no viniesen de gobiernos, carteles o mafias de tamaño considerable.

- Respecto al novio de la chica, adelante. Es todo suyo- concedió invitándole con la mano, señalando la nada, pues no estaba allí realmente. Lo decía con alivio y agrado, pues prefería no ser él quien hablase con un proxeneta musculado de mecha corta-. Pero evite ser tan dominante con el embarazo. Me he acostumbrado a verle con los dos ojos sanos- y no lo decía por la ictericia, sino por los puñetazos-, y sinceramente, no es para menos. Temo que, sin ánimo de ofender, he sobreestimado sus conocimientos- afirmó con total sinceridad. Ahí su tono ya no pretendía ser hiriente, pero sonaba convencido de forma abrumadora-. Temo que la jubilación y los años le han hecho coger malos vicios. Nos pasa a todos, pero permítame decirle que la vasectomía, tras un examen rutinario y programado- osease, que formaba parte del proceso por norma general-, es absolutamente segura. Falla una de cada doscientas veces, o por ahí andaba la cifra, y el examen a posteriori se hace para comprobar si, en efecto, ya no hay espermatozoides al eyacular, sea por pertenecer al 0'5% o por tener aún jugo acumulado.

Maggie cerró los ojos, poniendo un mohín de asco. Estaba más que acostumbrada a todo tipo de prácticas desagradables, pero el lenguaje de Caelum, acompañado por esa sonrisa suya de monstruo emocional, hacían parecer aquello más incómodo de lo que era en realidad.

- Por otro lado, el SIDA sí tiene, lo mire por donde lo mire, riesgo de transmisión durante el parto. Es inusual, dado el filtro de la placenta, aunque no imposible, transmitirlo durante la gestación- explicó, girándose con las manos a la espalda, revelando así las mismas, que jugaban con su dorado reloj de bolsillo. Era un tono pedagógico, como si Jürguen, pese a su edad, hubiese pasado a ser alumno-. La cesárea reduce ligeramente la tasa de contagio, pero no la elimina, salvo que sea usted el médico más diestro del universo, y dadas nuestras condiciones aumenta exponencialmente el riesgo de defunción, especialmente para la madre, como bien ha apuntado invitándome a traer un vehículo. Y entre nosotros, si me tengo que quedar con una prostituta de veinte años violada por seis nazis o con el bebé de uno de ellos, elegiré lo primero- asomó el rostro, ladeado, sobre un hombro. El flequillo revoloteó, con el ojo clavado en Jürguen-, pero eso ya lo decidirá la madre, como ha dicho mi compañera.

Caelum calló. Maggie aprovechó el momento, ya más calmada, para continuar con lo que estaba intentando decir antes de alterarse. Jürguen, a todas luces, parecía haber cruzado unos límites que Maggie y Caelum no iban a dejar pasar, y menos con ese grado de confianza y libertad para con el Padre.

- Elegirá Natasha si quiere o no tener el crío- declaró sin más, férrea en su convicción como solía serlo por norma general cuando se trataba de medicina y salud-. Hable con el proxeneta si quiere, pero cuídese en palabras. Es usted como mi padre. Cree que su opinión suele ser la mejor y la que los demás harían bien acatándola. Sea por trabajo, personalidad, edad, o una mezcla, elige un tono y unas palabras demasiado autoritarias y dominantes- chasqueó la lengua, molesta, sabiéndose demasiado dura para lo que acostumbraba a gustar-. Sinceramente, Jürguen, se nota que ha leído la biblia en lugar de haber estudiado psicología. Supongo que sabe por donde voy.

Era una forma de decirle que, por desgracia, no era un gran manipulador, y que, ante mentes más convencidas, testarudas o despiertas le era difícil obtener buenos resultados. Ante una población envejecida como la que frecuentaba a confesarse, era fácil hacerse el santo y convencer a quien quería ser convencido. Ante alguien como Maggie o Caelum un hombre muy cerca de la tercera edad, que no imponía o intimidaba físicamente, era complicado ser autoritario y dictatorial con éxito.

Aquello, para bien o para mal, no era un campo de concentración. Natasha era para Maggie y Caelum mucho más que una judía o un recipiente. Probablemente, si tenían que elegir entre una joven preñada con una vida de drama o Jürguen, un envejecido calvinista con aires de abuelo gruñón, se quedarían con la primera.

- No le recomendaría denunciar al proxeneta a los nazis- continuó Maggie-, salvo que quiera que, de decidir tener al niño, el crío se quede sin alguien que haga el papel de padre, aunque no lo sea- alzó las cejas, reveladora ante la idea de Jürguen sobre ese tema- y no vayamos a mentir a nadie sobre ese tema- añadió, marcando una férrea convicción sobre no contar mentiras piadosas de tal calibre a la gente-. Eso, y que no puede deshacerse de todo aquel a quien no pueda... convencer- dijo, sabiendo que era una palabra demasiado laxa.

Caelum cortó la conversación de forma súbita, imponiendo algo con una sonrisa, girándose hacia el frente, dando el pecho a Jürguen.

- Eso es cierto. Si, por ponerle un ejemplo, hiciese con Maggie lo que sugiere para el proxeneta, a la noche siguiente tendría un ejército de Anarquistas en su casa, o incluso en su iglesia. Aquí la gente hace amigos muy rápido por una causa común, Padre- comentó con una sonrisa de oreja a oreja, ácido y poniendo cara de santurrón-. Pero debo concederle que lo de ocultar aquí a la chica no me desagrada, si es que no prefiere quedarse en... ¿cómo era, Maggie? El club ese en el que vivía- chasqueó los dedos un par de veces, frenético, pero respondió antes-. El Boule-no-se-qué, creo. Da lo mismo. Si finalmente quiere tener al crío, cosa que dudo y espero que no sea así, será un placer encargarme del cadáver... sea cual sea- se giró en redondo de forma teatral, ocultando la sonrisa que había comenzado a leer. Unas tres palabras que, viniendo de alguien como Caelum, no inspiraban demasiada confianza-. Usted mienta al proxeneta o a la prostituta, a ver qué pasa. Reconozco que hay que estar muy desesperado para creerse las mentiras que quiere decir, pero he firmado causas de muerte más irrisorias.

Maggie gritó, dándole una bofetada a Caelum.

- ¡No pienso mentir a nadie sobre algo así!- dijo mientras escondía la mano-, y si alguien lo hace, puede saber que lo haré trocitos- añadió, aunque no parecía decirlo en sentido literal- y arreglaré el desastre. Mentalícese usted de ello, Padre.

El final lo dijo mirando a Jürguen con la respiración agitada, vehemente. Caelum había encajado el golpe y había arrugado los labios, mirando hacia el vacío con los ojos encendidos. Chasqueó la mandíbula e ignoró aquello, sacudiendo la cabeza.

- No me has dejado terminar- dijo con voz hosca-. No pensaba mentirla. Jürguen, esta es la situación. Puede ayudarnos o puede largarse, pero de hacerlo, guarde silencio. Conozco a demasiadas putas y putos como para que alguien que vive en el Barrio Rojo... ya sabe- guiñó un ojo-. Y Maggie, bueno, ya he dicho que tiene a unos cuantos colegas de ideología liberal-anarquista- añadió parodiando las palabras nacional-socialista-. Comprendo que como sacerdote no vaya a ayudarnos a algo que no sea dejar nacer al pequeño hitleriano- un claro golpe sin criterio contra "el bebé no tiene culpa de nada"-, pero al menos, con perdón, espero que no de por culo. Sobretodo si nos toca fingir un robo, asalto o algo así en el hospital para conseguir los bártulos del sacacorchos. A malas, sino, lo haré yo mismo como se ha hecho tantas veces en tantos sitios. Se me dan bien los muertos.

Al otro lado del cristal, en la terraza, sonaron un par de golpes. Natasha abrió la puerta transparente y asomó la cabeza.

- ¿Han acabado de discutir ya?- dijo con voz cansada-. Me gustaría saber si va ayudarme o no- añadió mirando a Jürguen con tono insondable.

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31/03/2013, 19:19
Sawako Yamagawa
Sólo para el director

-Siento lo de tu novia...

Guarda el papel con el número de teléfono de Linker en el canalillo que al hombre le parece tan poco. No sabía nada de lo que pasó en la universidad años antes y lo siente por la novia de Linker, y aunque hay posibilidades de que eso vuelva a pasar, quien sabe si al tener ya la ciudad sometida pasarán de hacer ese tipo de redadas contra los estudiantes. Sería más lógico intentar inculcar sus valores desde que son pequeños en las escuelas para que al llegar a la universidad sean todos unos pequeños Hitlers en potencia. Aunque seguramente que son tan inútiles que ni si quiera se lo han planteado, simplemente viendo como la gente se opone a ellos... que la resistencia no son ni uno ni dos solamente.

Mira a Linker antes de que se marche.

-¿Quieres salir a emborracharte conmigo para poder aprovecharte de esa "niña"? - no parece decirlo a malas, pero si con un tono juguetón - No sé si alguien tan "mayor" podría ofrecerme lo mismo que un aguilucho joven y fuerte... -sonríe traviesamente y se despide de el con un guiño - quizá te llame para mi próxima juerga...

Una vez se ha marchado, se tumba en el colchón y se queda mirando al techo. ¿Qué posibilidades tiene de salir de ese infierno con vida? Seguramente no muchas, pero no dejará de intentarlo hasta que eso suponga su libertad o su muerte... una luchadora nata como ella, alguien que ha tenido que sobrevivir, como bien le ha dicho, no puede dejarse languidecer en ese lugar... muriendo poco a poco sin la posibilidad ni de trabajar ni de estudiar... a no ser que se meta a puta, que seguro que le pagarían bien los alemanes por intentar imitar esas películas porno con asiáticas que parecen niñas... seguro que son así de depravados.

Quizá mañana las ideas sean más claras que a esas horas de la noche... la mente con un poco de descanso suele funcionar mejor que tras horas de andar despierto por el mundo. Cierra los ojos tratando de conciliar el sueño.

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01/04/2013, 13:17
Anki

A la noche siguiente el mundo no daba muestras de haber girado demasiado. Sawako había pasado por la universidad durante la mañana, descubriendo que uno de las tres clases de la mañana se había suspendido por enfermedad del profesor. Hubo un desfile militar volviendo al zulo, con un tanque abriendo la procesión y otro cerrándola. Ya no había insignias de la Bundeswehr en los trajes, sino de la Wehrmacht, apuntando la regresión política en cuanto a nombre y reconocimiento del ejército germano.

Sawako estaba esperando su pequeño y anecdótico carnet, planteándose qué hacer exactamente. Marcarse un Mulán ante los Anarquistas parecía, según Linker, una opción muy desaconsejable. Quizás si la oriental hubiese tenido otro tipo de talentos más enfocados al disfraz y el subterfugio hubiese sido algo apto para llevar a término. Las alternativas eran viables, pero había que ponerse a ellas.

Golpe. Golpe.

Al otro lado de la persiana del local, alguien golpeaba con los nudillos. Dos veces, señal de que la posibilidad de tratarse de un accidente era reducido. Quizás fuese su compañera de "piso", aunque a juzgar por la voz no tenía ninguna pinta.

- ¿Sawako?- dijo la voz femenina de forma amortiguada al otro lado-. Me envía Nic- abreviatura de Nicolaás Linker-. Traigo lo que te debía- añadió-. Abre, que aquí hace frío y me he visto ya dos furgones.

Tras abrirse la persiana, una mujer pequeña de estética suburbana apareció, colándose rodando por la apertura con pasmosa gracia y celeridad. Se puso en pie con un pequeño salto, revelándose. No alcanzaría el metro sesenta de estatura y los cuarenta y cinco kilos de peso. Era rubia, con el cabello revuelto, corto y mechas rosas destartaladas por el mismo. Los ojos iban cubiertos con sombra para los mismos, del mismo color que las pintadas uñas. Era asombrosamente delgada, acercándose a la anorexia sin llegar a rozarla.

Se desembarazó de la gabardina marrón, unas cuantas tallas más grande que ella, dejándolo a un lado. Extrajo del mismo un pequeño paquete envuelto, que tendió a Sawako con la mano cargada de pulseras.

- Anki Mars- dijo con sencillez, revelando una esfera de metal sobre la lengua, a juego con la que tenía bajo el labio inferior-. Esto es lo de Nic. Me ha dicho que te invite también a donde vamos ahora, si quieres- miró a un lado y a otro, rápida, como un gato en una piscina-. ¿Tienes un vaso de agua? Se me ha secado la lengua allí fuera. Ser enjuta tiene sus ventajas, pero igualmente se me han subido los ovarios a la garganta durante la excursión.

Si desenvolvía el pequeño paquete, Sawako descubriría el carnet de la universidad hecho con Linker, armado con los datos que la chica le había dado y la fotografía pertinente. Por otro lado, era relativamente complicado descubrir nada sobre Anki. La joven parecía demasiado caótica y contenida como para que sondear su cabeza a primera vista pareciese tarea asequible.

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02/04/2013, 14:24
Eugenius Novák

- Eugenius Novak. – respondió el científico a la médico mientras estrechaba con suavidad y firmeza la mano de la médico. Lo tenía que reconocer, la mujer había sido correcta y amable hasta el momento, y las palabras de Liselote confirmaban la destreza de la doctora en su campo. Eugenius se obligó a tranquilizarse un poco. Además parecía que trataban bien a su madre, no sólo bien, incluso mejor, como si fuera un paciente especial. Quizá Liselote tuviera algo que ver pero intuía que la permisividad de la doctora Wassus también tenía alguna influencia.

Le alegró ver a su madre al sol. Pese a todo, pese a las malas noticias, ahí estaba, con un libro, como cuando era pequeño. No era una imagen agradable por el contexto, pero sí cuando menos de agradecer.

Eugenius musitó un: - Gracias por todo, doctora. Déme un minuto, enseguida estoy con usted. – y se dirigió hacia su madre abriendo los brazos para abarcarla entera y fundirse en un profundo y silencioso abrazo que duró un par de segundos. A Eugenius le pareció una eternidad.

- ¿Cómo estás, mamá? – se interrumpió a sí mismo un instante para depositar un casto beso en la frente de su progenitora. – Veo que te cuidan bien. – comentó observando alrededor. – Si necesitas que te traiga algún otro libro o cualquier cosa no tienes más que decirlo. – Eugenius siempre había sido muy atento con su familia. – Hablé con Liselote ayer. He decidido quedarme unos cuantos días por aquí. Aún no sé cuántos pero no tengo prisa. Esperaré a que te den el alta. – una franca sonrisa confiada surgió en los labios del científico.

- Estoy seguro de que será muy pronto… - Eugenius giró la cabeza y centró sus ojos en el avellana de los de Maggie – Liselote me ha hablado maravillas acerca de tu doctora. Estoy seguro de que te pondrás bien muy pronto. – Eugenius procuraba mostrar confianza y seguridad en todo momento. No quería que su madre se pusiera en lo peor, o que le viera débil.

Sin dejar de sonreír apretó de nuevo tiernamente a su madre entre sus brazos y se irguió de nuevo en toda su estatura: - Descansa un poco mamá, luego hablamos. Quiero hablar un momento con la doctora Wassus. – su madre conocía a Eugenius tan bien como Liselote o mejor… sabía que dentro de nada llegaría una lluvia de preguntas técnicas acerca de datos y números, acerca del estado de salud de la paciente. Eugenius estaba preocupado y se iba a volcar para ayudar a su madre.

Desanduvo el camino hecho desde la cama hasta la puerta de la habitación y habló en voz más baja con la doctora para que su madre no pudiera escucharle:

- ¿Hay alguna novedad? ¿Puede indicarme su estado? Liselote me puso ayer al día pero creo que no me dio todos los detalles para no preocuparme. – los ojos de Eugenius se desviaron hacia los papeles que la doctora sostenía en la mano. – ¿Son los resultados de algunos de los análisis? ¿Puedo echarles un vistazo? No soy un experto en la materia – reconoció el genio… Debía ser la primera vez en su vida que decía algo similar, pero la preocupación por el estado de salud de su madre se sobreponía al orgullo y a cualquier otra cosa. – pero si usted me explica los resultados, a la par que observo los gráficos, creo que seré capaz de hacerme una idea muy clara de la situación. Gracias doctora. -

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02/04/2013, 16:21
Maggie

- Estoy bien- aseguró Ria, calmada, en lo que Eugenius aún hablaba con ella-. Sinceramente, considero innecesario estar ingresada en el hospital tan pronto, pero no puedo quejarme. Me ahorro tener que cocinaros- su tono cambió de la crítica a la burla, quitándole importancia al asunto. Sonreía, dando a entender que no iba en serio-. Por ahora no necesito nada, pero me alegro de que te vayas a quedar un tiempo. La videoconferencia no era lo mismo a verte en carne y hueso- se giró hacia Maggie cuando el científico lo hizo, hablando tras él-. Hay que reconocer que la señorita Wassus me tiene conquistada, sí. Supongo que nada malo podía salir de Ginebra- ensanchó la sonrisa, volviendo a mirar a su hijo.

Tras ello, volvió a mirar su libro, dejando que los dos doctorados hablasen en privado. Doctores que habían llegado, ambos, a Ámsterdam desde Ginebra, Suiza, dato a tener en cuenta. Maggie Wassus era suiza, sí, y de la Cruz Roja, pero de Ginebra, donde la ONG tenía su sede entre las sedes.

- Es difícil no esforzarse con pacientes tan colaboradores- se limitó a replicar la doctora con una sonrisa, suave y eludiendo el típico y casi molesto "sólo me dedico a hacer mi trabajo". Se giró y acompañó a Novák hasta la puerta, escuchándole hablar. Como respuesta inicial, procedió a moverse-. Volvemos en seguida- dijo a través de la puerta, mirando a la madre de Eugenius con una sonrisa-. Rapto a su hijo unos minutos, si no le importa.

Acompañó al científico por el pasillo, guiándole hasta improvisada sala de espera o de información, vacía salvo por las obvias personas que aguardaban a que su familiar, enfermero o médico estuviese disponible. Sólo las sillas llenaban el lugar de blancas paredes. Maggie se sentó en una de las mismas, dejando los papeles a un lado mientras se quitaba la bata, dejando lucir la ropa de calle. Se quitó la coleta, se puso la goma en un brazo, volvió a coger los papeles, los miró, alzó los ojos para evaluar al científico y, tras unos segundos de indecisión, se los tendió.

- Di por hecho que no haría falta una carpeta- se limitó a decir, asumiendo que el científico llevaría, dado su trabajo, algún tipo de archivo personal donde guardar y llevar lo imprescindible. Sin embargo, aquello era relativamente arcaico, y así era, pero en formato digital y no físico-. Le cogeré una del despacho más adelante, si quiere. Son copias- apuntó, señalando una al azar, revelando espacios en blanco-. No figura el número de historia clínica ni los datos personales. Usted los recordará mucho mejor que yo, y si por accidente pierde algún papel será mejor para todos- aclaró, más explicando que dudando de la organización del científico. Todo el mundo podía perder una hoja, y más en la terraza de noche con la ventana abierta-. Técnicamente, usted no debería tener acceso a esto, pero su madre no ha puesto pegas, y me parece absurdo ocultarle los pormenores del caso cuando estamos en el salvaje oeste- destiló en sus dos últimas palabras cierta amargura, revelando su afinidad a una postura que distase del enfoque nacionalsocialista.

Eugenius echó un ojo a los papeles, tomándolos entre sus manos. No figuraban nombres y apellidos de nadie por ningún lado, ni datos como estatura o peso, pero sí resultados de analíticas, diagnósticos, y amamnesis de registros médicos anteriores en el tiempo, en su mayoría exámenes rutinarios. Confirmaba lo que le había dicho Liselote sobre la enfermedad, diciendo prácticamente lo mismo.

Era asombroso, no obstante, la diferencia de lenguaje, tono y actitud que había usado con Ria y que ahora usaba con Eugenius. Se notaba que la primera era paciente y el segundo familiar. Se notaba que era más protocolaria y regia con el segundo, asumiéndole otro carácter y necesidad de trato.

- Le he llevado aquí y me he arreglado como ciudadana porque, francamente, yo seré la médico de su madre, pero no soy más inteligente que usted, y aunque sigo hablándole como médico quiero que me vea, no simplemente como la persona que intenta curar a su madre, sino como la compañera de trabajo de su hermana- se explicó con voz franca y exigente-. Ria Novák no tendría cama en este hospital salvo que estuviese peor de lo que está o tuviese enchufe, para lo cual, o estás relacionado con alemania o con el hospital. Me parece un esfuerzo inútil tener que estar guardando las apariencias.

Suspiró, ligeramente hosca para con el mundo en general. Su trabajo resultaba frustrante en aquel lugar y momento, lo cual repercutía en su estado emocional como persona que se lleva el trabajo a casa. Abandonó aquella emoción reconduciéndose nuevamente.

- Lamentablemente, estamos en un punto muerto- continuó Wassus, en un tono adoctrinado y explicatorio, pero sin cargarlo de demasiados matices, como si aquello fuese una conferencia oficial y no una charla ante estudiantes. Guardaba cierto respeto a Eugenius, y a su intelecto y cultura, pero no parecía demasiado intimidada-. No tenemos noticias, ni para bien, ni para mal. Intentamos delimitar el área afectada por la neoplasia, pero aún no estamos teniendo éxito. Lo que pone ahí, en pocas palabras, explicado como si usted fuese uno de mis colegas- cargó la palabra con cierto rintintín, apuntando el lenguaje vulgar que todo hijo de vecino usaba para referirse a sus propios compañeros de trabajo-, es que todavía tenemos tiempo para intentar diagnosticar, pero que estamos dando palos de ciego. Si el tiempo no mejora el diagnóstico, tendremos que ponerme quimioterapia. Si tenemos resultados, extirparemos el tumor- calló un segundo, dejando calar la información antes de seguir dosificándola.

En aquellas, alguien saludó a la médico con la mano, dejando ver al fondo del pasillo un hombre, de aspecto humilde pero sobrio, con brazos fuertes, rubio, vistiendo un uniforme militar alemán, aunque no parecía llevar ninguna medalla, gorra o distintivo especial. No debía de ser ningún oficial ni nadie condecorado, sólo un militar más. Hablaba con otro, uniformado de igual modo.

Maggie se limitó a responder con su propia mano, educada. Era obvio que la mujer, trabajando en el hospital, tenía relación con el ejército Alemán. En parte, porque el Boven, como todos los hospitales de la ciudad, debían de tener también como pacientes a militares, germanos y simpatizantes al régimen. La mujer no parecía en absoluto nazi, como tampoco debían de serlo aquellos que se hubiesen unido al enemigo por mera conveniencia.

- Una de las ventajas es que su madre ya no tiene que preocuparse por quedar estéril- recomenzó como si no hubiese pasado nada-, dada su edad, pero a nivel hormonal la cirugía puede seguir siendo ligeramente incómoda, ya que sus ovarios siguen produciendo estradiol aunque ya no generen estrógenos dada la menopausia- nuevamente, paró, dejando espacio entre los datos-. Tendría que tomar hormonas, pero no le mentiré, el cáncer ovárico tiene mal pronóstico y es difícil de cribar. Ha tenido suerte de que lo viésemos a tiempo, aunque no sepamos exactamente el estadío de la neoplasia. Su madre, para su edad, no es demasiado frágil, aunque tampoco tiene sus años, o los míos- aclaró en gesto inexcrutable-. Creo que eso es todo lo que precisa saber- concluyó, más por no extenderse en redundancias médicas que por estar ocultándole nada-. No le recomiendo obsesionarse con el caso, aunque sobra decirle que tampoco debe olvidarse de que ahora su madre podría necesitar apoyo- giró el rostro, mirando a la puerta abierta que conducía al pasillo y a la habitación de su madre-. Lo está llevando bien, también se lo digo. Es una mujer bastante agradecida, y no sólo como paciente. Tiene usted suerte.

Un ligero aire nostálgico brotó a su alrededor, aunque se evaporó como vino en esos segundos, adoptando de nuevo el aura de confianza y eficiencia laboral. Calló mientras Novák seguía revisando los gráficos e informes médicos, pero habló al fin tras un tiempo guardando silencio, pensando.

- Su madre me ha dicho que era, es- corrigió-, científico en el CERN, en Ginebra. Sé que no tengo derecho a preguntárselo, pero- hinchó el pecho, cogiendo aire-, ¿ha venido a trabajar para Alemania? No quiero entrometerme en su vida, y discúlpeme por ser tan directa, pero aquí han venido muchos militares con quemaduras eléctricas y, la verdad, a poco que una escuche comienza a asociarlo con los problemas de la nueva planta nuclear, levantada en lo que fue la sede de Greenpeace- irónico cuanto menos y de muy mal gusto el sentido del humor de Goering y Zimmerman-. Prefiero pecar de maleducada a verme sorprendida por un nuevo Chernóbil.

Y sin embargo, la mujer seguía manteniéndose tenaz en su carácter, cauta en palabras y tono para intentar no ofender al científico. Era obvio que tenían mucho en común, tanto por su conducta como por su lugar de procedencia y modus operandi. Había algo en Maggie que recordaba vagamente a Anne, ya fuese en la nariz, en el rostro, en los gestos, o en la mera forma de ser y la constitución. Se antojaba extraño, pero familiar por lo obvio.

Estaba claro que Maggie Wassus era una persona excepcional a su manera, algo que pasaría desapercibido a ojos de muchos, pero no para alguien de circunstancias como las de Eugenius. Era una versión femenina del propio Eugenius, contenida, inteligente, y arrolladora a su manera.