Partida Rol por web

Soldados santos

En Caedus

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12/04/2010, 00:10
Director

De vuelta al monasterio de Caedus tras varios años de ausencia, cuatro Altos Inquisidores se reencontraban.

Elijah, Jared, Marina y Naomi habían llegado a Albídion de diversas maneras, en barcos distintos. Algunos llevaban aquí una semana, otros acababan de llegar. La cuestión era que, por primera vez en mucho tiempo, habían vuelto al único lugar al que podían llamar hogar. Aquí, en el Monasterio de Caedus, habían sido entrenados y criados desde niños para el Santo Oficio. Aquí habían aprendido a empuñar las espadas y a matar a las aberraciones satánicas que poblaban el mundo. Ahora se reunían para matar a otra.

Un quinto elemento discordante se encontraba en la sala, junto a los demás. No era un Alto Inquisidor. A decir verdad, acababa de volver del Desierto Negro y su Legislador estaba casi caliente, aún. Miguel, a pesar de no ser más que un muchacho, había destacado tanto que sus superiores habían decidido incluirlo en la misión especial que lo uniría al resto de la élite.

Un sexto se encontraba aún por llegar. Mas, por el momento, tenían comida y bebida e historias que contarse. El Décimotercer Cardenal aún debía aparecer para explicarles por qué habían sido llamados.

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12/04/2010, 09:42
Naomi

Naomi llevaba varios días en el monasterio, recuperándose de una aparatosa caída que había sufrido durante un encargo. Había sido enviada a explorar unas ruinas que recién habían aparecido en Moth, cuando la tierra cedió bajo sus pies sin darle la posibilidad de saltar a un sitio seguro. Agarrarse a un arbusto la había salvado de un final atroz. Había vuelto por su propio pie hasta Caedus, donde la habían atendido sanándole alguna que otra herida en mal estado. Otra nueva cicatriz adornaba su brazo izquierdo, acompañando a algún que otro rasguño visible.

La tao estaba sentada con una leve sonrisa dibujada en el rostro. Llevaba el pelo recogido hacia atrás, y el cuerpo envuelto en una toga de color verde esmeralda que cruzaba desde su hombro derecho hasta la axila contraria, con la cruz roja de Albídion bordada en el pecho. Sus gafas nuevas colgaban de su cuello y su Legislador de la cintura, como siempre. Se alegraba de haber vuelto al hogar y recibir la noticia de que Elijah, Jared, y Marina iban a volver también. Hacía tiempo que no los veía, pero hacía mucho más que no los veía a todos juntos, y siempre era agradable reencontrarse con los amigos cercanos. Mas su sorpresa creció cuando encontró también a un joven fornido y bien entrenado que acababa de volver del Desierto Negro. Era apuesto, y demasiado joven para estar allí con los cuatro Altos Inquisidores. Pero si el Décimotercer Cardenal lo había enviado con ellos debía ser porque era muy, muy bueno.

Naomi levantó la mirada y la pasó por Jared y Marina, después se detuvo unos instantes en Miguel, y terminó en Elijah con una sonrisa amable. Se sirvió zumo de una jarra de cristal y dio un largo trago antes de posar el vaso y alzar la voz.

- No sabéis cuánto me alegro de volver a veros. – declaró con voz serena. - ¿Dónde habéis estado últimamente?

La tao alargó el brazo para alcanzar una fuente con carne y salsa, y se sirvió mientras escuchaba a sus compañeros.

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12/04/2010, 15:43
Jared

Jared apenas llevaba un día en Caedus. El Ejecutor había estado en Togarini, siguiéndole la pista a una pareja de duk'zarist a los que había avistado en la capital. Éstos, duchos en las artes ocultas del ilusionismo, se habían escondido bastante bien del Ejecutor y se había visto obligado a seguir su rastro durante dos semanas y media, pero les alcanzó en un poblado a varios kilómetros de allí. Ese mismo día acabó con sus vidas. Había alcanzado a la hembra de primeras, que se defendió con poderes mentales de fuego: lo único que consiguió antes de morir fue prenderle fuego a la posada en la que se alojaban. El Alto Inquisidor bajó las escaleras de la posada esperando la llegada del duk'zarist, que no tardó en aparecer. Pero se imaginó lo que estaba pasando y ya tenía un conjuro ilusorio preparado. Jared también supuso que intentaría algo, así que cuando la puerta se abrió el Ejecutor se lanzó de lleno contra la aberración. Estaba empezando a verlo todo oscuro cuando su Legislador le atravesó de lado a lado, quitándole la vida.

Por sus pertenencias y la información que le había dado al posadero (que se ofreció amablemente a hablar al ver la cruz inquisitorial blasonada en su escudo) descubrió que la pareja se dirigía a una especie de monasterio situado no muy lejos de allí y Jared se preparaba para dirigirse al lugar, pero le llegaron órdenes de volver a Albídion. Informó de su propia situación y de lo interesante del monasterio, pero la órden parecía impepinable, así que volvió al Monasterio de Cadeus.

Tras asearse y ponerse unas ropas cómodas se dirigó al punto de reunión. A él también le sorprendió la presencia de Miguel en la misma 'posición' de cuatro de los Altos, pero reaccionó estoicamente y de primeras sólo le saludó como a los demás, con un gesto de cabeza y una leve sonrisa.

Se sentó en la mesa y se puso agua en un vaso, junto a un poco de comida en el plato. El hombre nunca comía demasiado, al menos no nunca hasta saciarse, sólo lo necesario para nutrir el cuerpo, consideraba que era mejor sentir habitualmente las penurias del hambre. De alguna manera le hacía sentirse más humano.

- Sí, es una alegría volver a encontrarnos. Yo estaba en Togarini y tenía cosas que hacer, pero parece ocurrir algo importante porque me han exigido que atendiera este asunto. - entonces miró a Miguel, con el ceño ligeramente fruncido. - Cuéntanos, chico, ¿qué haces tú aquí? -

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12/04/2010, 19:46
Miguel

Miguel acababa de llegar del Desierto Negro hacía unas horas, y sus superiores, sorprendidos por su potencial, le habían añadido inmediatamente a la misión. Sus habilidades eran lo que necesitaban para terminar de cuadrar el grupo.

Los Inquisidores le encontraron, cuando era bebé, abandonado en una cuna y llorando, en una casa quemada hasta los cimientos. Sus padres habían muerto, junto a todo el resto de una aldea de Argos. El niño llevaba una esclava que ponía "Miguel de Rivas". No supieron si ese era su nombre, o el de su padre, pero así decidieron llamarlo. Lo llevaron a Caedus, y lo educaron desde muy temprano. La constitución del muchacho, con el tiempo, fue condicionando su entrenamiento, cada vez más pruebas de resistencia, y menos de fuerza. Le convirtieron en una muralla viva.

Así pues, hasta hace horas, era un Inquisidor en pruebas, pero ahora mismo era un Inquisidor de pleno derecho. Llevaba una túnica blanca con una cruz roja desde el pecho hasta el final de la prenda, unas botas marrones, un cinturón con su espada larga, y a la espalda, su Legislador (un escudo, hecho especialmente para él), que había apoyado en la pared por comodidad.

Cuando Jared le preguntó, sonrió a los demás.

- Bueno, no sé por qué merezco estar en esta sala, exactamente, pero he superado la prueba en el Desierto Negro hace unas horas, y se me ha ordenado venir aquí, con vosotros. Me llamo Miguel. Es un placer compartir mesa con unos Altos Inquisidores con tanto renombre como vosotros, de verdad.

En la voz del muchacho, sonaba la admiración que sentía sobre ellos. Era una delicia que estuviera sentado con ellos como uno más.

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12/04/2010, 22:26
Elijah

-Yo también me alegro de veros –contestó Elijah a Naomi-. He estado aquí y allá, como todos vosotros.

Elijah, aunque ya fuese un Alto Inquisidor, seguía sintiéndose desafortunado por tener la sensación de que no estaba ofreciendo a Abel Cristo todo su potencial, así que veía aquella como su oportunidad de hacer algo realmente importante no solo por el mismo, sino por su Dios. Sentía que debía hacer honor a su rango divino.

Los últimos años, cansado de ser solo el curandero, empleó más horas en entrenar su cuerpo dejando un poco de lado su mente y consiguiendo así una buena musculatura y una gran resistencia. Una muestra clara de ese avance era la capacidad que el warlock ahora tenía de levantar una espada bastarda con una sola mano. Por supuesto, el aumento de masa muscular también había agrandado su apetito, por eso pidió y ahora comía una buena ración de carne asada, pero no como un bárbaro, sino haciendo bueno uso del cuchillo y del tenedor.

-Vaya, debes de ser todo un guerrero para haber llegado hasta aquí nada más pasar la prueba –dijo Elijah mirando inquisitoriamente a Miguel-. Toma bebe, que tendrás sed.

El inquisidor empujó la jarra de cerveza hacia el nuevo y siguió taladrándole con la mirada, como queriendo descubrir los secretos de su rápido ascenso.

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12/04/2010, 23:58
Marina

Llevaba en Caedus un par de días. Venía de Hécate, donde se había pasado tres meses viajando por los valles sin saber cómo orientarse. Había sido una carrera contra unos templarios Tol Rauko para localizar un engendro. Había ganado ella, aunque sólo por unas horas, y había dado caza a la criatura y a la que había resultado ser su maestra, una jovencita de la edad de Miguel.

No había salido muy mal parada, pero apenas había tenido tiempo de recuperarse antes de ponerse en marcha. Y allí estaba. Había cogido del brazo a Noemi, a Jared y a Elijah y se había mostrado contenta de verles. Se sentía a gusto en Cadeus, y recordaba su instrucción con nostalgia.

Y aquel chico acababa de terminarla y estaba listo para codearse con los Altos Inquisidores. Vaya. La perspectiva de ir en una misión especial con todos ellos no le parecía tan emocionante, pero haría lo que fuera necesario. Marina dejó su copa en la mesa después de dar un trago de agua y se dirigió a los demás.

-Ha pasado mucho tiempo, desde luego. Yo vengo del Imperio, nada especial. Es bueno estar aquí de nuevo. Y -
dijo, dirigiéndose al Inquisidor más joven- felicidades por tu prueba. Debiste de estar impresionante. Y déjate de cumplidos, vas a hacer que me sonroje. Naomi, ¿has probado esto? Está de muerte -dijo, pasándole una fuente de patatas en salsa a la aion-. ¿A ti cómo te ha ido, estos últimos tiempos?

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13/04/2010, 09:44
Naomi

Naomi escuchó a Jared con interés y después volvió a posar sus ojos sobre el novato, pensativa, como tratando de averiguar si de verdad merecía estar entre ellos. Pero Miguel habó de forma modesta y halagadora, haciendo que la tao dibujara media sonrisa complacida antes de llevarse el tenedor a la boca.

- No bebas mucho o acabará emborrachándote. – bromeó cuando Elijah le acercó la cerveza. – El Cardenal puede venir en cualquier momento.

Parecía que el nuevo iba a encajar bien a pesar de todo. Si conseguía acostumbrarse al temperamento de Jared y al aire de inferioridad que emanaba de Elijah, todo iría bien. Naomi había aprendido a convivir con ellos, pero al principio había llegado a pensar que Jared era un desquiciado fanático de la religión, hasta el punto que ignoraba los placeres terrenales como comer o practicar el sexo. Pero una vez se había acostumbrado a sus raras costumbres (a pesar de que no las compartiera) la tao había descubierto una persona amable y un buen amigo. Algo similar pasaba con Elijah. Había tardado en comprender que no se sentía muy a gusto con sus habilidades, y ella en cierto sentido le comprendía. Naomi tampoco era de las de “repartir justicia”, más bien ofrecía apoyo lateral, pero Elijah sin embargo era imprescindible. Sin gente como él hubieran muerto muchos otros. De alguna manera sentía admiración por su trabajo.

Pero para la Inquisidora, con quien más gustos compartía era con Marina. Aquella mujer derrochaba simpatía y bienestar por donde quiera que pasara, y siempre le había causado muy buena impresión desde el primer momento. La podía considerar casi como una hermana o similar. Y estar de nuevo allí con todos e ir a compartir una misión importante con ellos le hacía estar de buen humor.

- Bien. Bueno, no me habría venido mal que Elijah hubiera estado conmigo hace unas semanas. Me caí por un precipicio haciendo una exploración en Moth, y logré volver viva de milagro, gracias a Abel. Llevo un par de semanas recuperándome, pero ya estoy bien. – la Inquisidora sonrió y cogió la fuente que Marina le había ofrecido, sirviéndose una cucharada en el plato. – Ummm… Si que está bueno. Deberías probarlo, Miguel.

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13/04/2010, 18:54
Jared

- He de ser sincero, he tenido suerte y no me ha hecho falta ayuda de nadie, pero sí es verdad que hubiera agradecido un poco de compañía, a veces el viaje llega a hacerse demasiado solitario. - comentó, dándole un corto sorbo a su vaso de agua, para luego dirigir la vista de nuevo a Miguel. No le gustaba juzgar a nadie por su aspecto, pero aquel chico parecía tener potencial.

- No es para tanto. En muchas ocasiones se exagera para enaltecer la figura de quien se habla, y eso puede aplicarse para todos los ámbitos. Si te dicen que un solo hombre es capaz de matar a mil hombres, seguramente sólo pueda matar a cien. Si te dicen que ha salvado a un millón, habrá salvado a cien mil. Y si te dicen que una aberración podría acabar contigo en un minuto... - Jared sonrió con un atisbo de diversión en su rostro. - ...al menos tendrás treinta segundos para acabar con su triste vida. -

El Ejecutor suspiró, llevándose un trozo de carne a la boca y masticándolo en silencio. Al acabar pareció recordar algo. - Malditos templarios. Casi capturan a uno de mis objetivos por un despiste, pero llegué antes de ellos. No es por ser mala persona, pero me encanta ver sus caras cuando se quedan atrás. -

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13/04/2010, 22:47
Miguel

Miguel aceptó la cerveza, y sonrió a Naomi antes de ponerse unas cuantas patatas en salsa en su plato. Comió en silencio escuchando con atención a los Altos Inquisidores. Era como un sueño, estar con ellos... Irse de misión con ellos... Todo a lo que había aspirado desde niño, delante de sus narices. Y todo, como recompensa a su duro entrenamiento y a la buena predisposición. Había superado su misión.

La prueba en el Desierto Negro había sido dura. Debían matar una abominación. La bestia se arrastraba, renqueante, por la arena, hambrienta de sangre. Miguel y los demás aspirantes habían presentado una batalla digna, pero en el caso de muchos, insuficiente. La primera que cayó fue Esther, una chica que convocaba poderes de fuego con la mente. No la conocía de nada, pero sí la había visto por los pasillos. El monstruo la partió en dos. Fue la voluntad de Dios, habían dicho los instructores. Después cayó Sarah, luego Jorah, después el pequeño Dimas, y por último, María. Miguel aguantó estoicamente las embestidas de la criatura, con la ayuda de su escudo y la armadura, mientras Eric daba ágiles saltos para esquivarlo, y atacaba por la espalda, aprovechando los puntos ciegos. Finalmente cayó, entre sangre y sudor.

Los instructores sanaron a los heridos, y los subieron al carro que los llevó de vuelta a Caedus. El cadáver de Esther también. Pero Miguel había vencido, y él y Eric se habían convertido en Inquisidores de pleno derecho. Por eso, quizás, se merecía aquella silla, y aquel lugar en la mesa, con Jared, Elijah, Naomi y Marina.

Estaba deseando empezar con su nueva misión. La ilusión ardía en su corazón.

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14/04/2010, 10:25
Elijah

-Pero si con un cuerpo tan grande como el que tiene necesitará un par más de estas para ponerse contento –contestó Elijah ante la broma de Naomi.

El inquisidor terminó de tragar lo que estaba comiendo y apartó la vista del nuevo un momento para observar uno a uno a sus compañeros poniendo toda su atención en lo que decían. Todo le sonaba de haberlo vivido él u otros en alguna ocasión, y es que al fin y al cabo, aunque la vida de un inquisidor pudiera resultar de lo más excitante, en realidad a la larga puede llegar a ser monótona.

-Vaya… Si lo hubiese sabido te habría ido a visitar. Además podría haberle echado un vistazo a tus heridas –le dijo Naomi después de dar un trago a su cerveza para pasar la comida-. Mis últimos días han sido bastante ociosos… Pero bueno, si tienes alguna molestia avísame.

El inquisidor se reclinó hacia atrás y colocó ambas manos en su estómago anunciando con un murmullo que estaba lleno. Después miró a Jared con una media sonrisa

- Ja. Se echaba de menos tu humor negro.

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14/04/2010, 22:02
Marina

-Yo también he tenido problemas con Tol Rauko. Justo antes de venir. Estuvimos compitiendo por alcanzar a una bruja y su demonio. Debieron llegar a tiempo para ver las hogueras de los cuerpos, supongo, porque me iban pisando los talones. Y sí, disfruté de mi victoria; otras veces he tenido que retirarme yo.

Cortó un trozo de carne estofada y se lo llevó a la boca. Masticó y tragó más rápido y más ruidosamente de lo que en Gabriel hubiera sido considerado aceptable y se sirvió más agua. Ya estaba saciada, pero algún exceso de vez en cuando no hacía daño.

-¿Te metiste en Moth? De los que estamos aquí sentados, ya sabemos quién es la más valiente. Tal vez sí deberías dejar que Elijah te eche un vistazo. Yo lo he echado de menos en mas de una ocasión.

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14/04/2010, 23:35
Naomi

 

Naomi sonrió con el discurso de Jared. Tan simpático y alentador como siempre. Después escuchó a la tecnicísta.

- Eres una excelente Inquisidora, Marina. Seguro que lo hiciste muy bien, sobre todo si ellos eran varios y tu solo una.

La tao se terminó lo que tenía en el plato y se recostó en la silla dando el último trago a su baso de zumo. Después examinó la cicatriz reciente.

- No es para tanto. Solo era una exploración a unas ruinas. Tantear el terreno un poco antes de decidir si eran peligrosas o no. Para mi lo fueron, la verdad, pero no por lo sobrenatural. Y estoy bien, en serio. Solo tiene que terminar de cicatrizar el brazo y quitárseme el dolor de las costillas. – respondió con una sonrisa ante la preocupación. – Pero si os vais a quedar más tranquilos, antes de que nos vayamos dejaré que me eches un vistazo.

 

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15/04/2010, 13:39
Wylfred

Vaya, menos mal. Te haces viejo, Wylfred. Antes, cuando ibas pegado al culo de alguna aberración, habrías corrido lo bastante para llegar hasta aquí por lo menos tres o cuatro días antes. Hay quien diría que Abel Cristo te está dando señales de que deberías preocuparte menos de procurar las muertes de los demás y prepararte un poco más para la tuya. Ya no te puede quedar mucho, viejo cabrón. Me lo plantería si no fuera porque quien dice eso no tiene ni puta idea de lo que es la muerte. O a lo mejor es que soy yo, que ya se demasiado. Como ahora. Como ya no me quedan amigos vivos con quien hablar, voy hablando solo.

Las rodillas de Wylfred le cantaron el Panis Angelicus cuando desmontó del caballo chaparrete y robusto que lo había traído hasta el monasterio de Caedus. Hacía setenta y... ¿cuantos? años que había llegado aquí por primera vez, un crio que apenas acababa de aprender a no mearse encima. Haría algo más de sesenta que había salido como un pisaverde recién ordenado. Habían sido unos años de mierda. Entrenado hasta el fanatismo, vigilado constantemente por su Don por inquisidores de ojos fanáticos y mano siempre bien cerca del legislador, por si acaso. Siempre con alguna que otra lección extra y no pocos "refuerzos" a su aprendizaje, ninguno de ellos agradable. A la Iglesia le gustaba recordar a los magos bajo su mando que un instante de tentación de las fuerzas oscuras era todo lo que un alma necesitaba para irse al infierno. Y menos todavía era lo que un hombre de la Inquisición necesitaría para mandarle allí por adelantado. Unos cuantos años hasta que salió, y después...

Después es cuando todo se fue de verdad a la mierda.

Un novicio se acercó servicialmente a ayudarle. Wylfred gruñó algo no demasiado amigable y le apartó de un empujón soprendentemente firme para su edad, para acercase a las alforjas y coger su bastón de caminar, una rama recia de tejo que sólo tenía un aspecto un poco menos seco y ajado que el suyo.

"No debería forzar tanto sus piernas, Padre Wylfred. Es vd. un hombre mayor"- comentó educadamente el jóven.

Estas piernas han pateado ellas solitas más culos de abominaciones y demonios de los que tu catarías en tu vida aunque fueses Lucanor Giovanni untado en miel encima de una montaña de oro, hijo- replicó secamente- No les va a pasar nada por llevarme al refectorio sin ayuda. No te preocupes, conozco el camino.

Wylfred se alejó gruñendo. Si que era verdad que las piernas le mataban, pero que lo enculase un Acuchillador Sangriento si lo iba a admitir. El día que empezase a dejar que novicios le atendiesen las necesidades, bien podía colgar el legislador y dedicarse a pintar estampitas de los Profetas. Cristo le da a cada hombre la fuerza para labrarse su camino en la vida, pero nunca le dice que hacer con ella. Y bien sabía que a él le había dado fuerza hasta para regalar a las obras de caridad, por eso seguía siendo un Inquisidor a los 77 años, con achaques y todo. Uno vivo. Si Cristo quería quitarle lo que le dio y llegaba un día en que aunque se sintiese fuerte, no pudiese ya levantar la espada o lanzar hechizos en su nombre, agacharía la cabeza y se haría Su voluntad. Pero que le jodiesen si iba a perder energía en compadecerse de sus achaques o decirse que no podía hacer las cosas. Cristo mediante, TODO puede hacerse. El no intentarlo por "ser un hombre mayor" era para hombres de menos catadura moral. No para él.

No le llevó mucho tiempo llegar al refectorio, conocía el camino de memoria. Parecía que el resto ya estaba allí. El anciano los fue observando a medida que caminaba lentamente hacia la mesa en la que iban, con su bastón marcando un tempo lento sobre el suelo. No le decían nada. Eran lo bastante jóvenes para no haber coincidido con él en sus días de novicio, y aunque para el resto del mundo, un Inquisidor era algo reverente, algo de lo que se hablaba en susurros, para los demás, un Inquisidor era... un Inquisidor. Tenían cabeza, pies, cuerpo y pelotas como todo el mundo. Las pelotas más grandes que el resto del mundo, sí, porque esto no era trabajo para gente que no tuviese fuerza de voluntad. Comían y cagaban como todo el mundo, y su mierda olía igual que la de los demás. No, nada en su aspecto externo le diría nada de ellos, aunque en general no le parecieron gran cosa. Gruñó por lo bajo al ver que otro de los que estaban era un pisaverde al que le podría haber estado contanto cuentos antes de irse de dormir no hace tanto. Qué mas daba. Lo que hace a un hombre de Cristo de verdad iba detrás del crucifijo, y eso se vería cuando los mosntruos empezasen a salir de debajo de las piedras.

Porque saldrían. Con su puta suerte, vaya que si saldrían.

Perdón por el retraso- dijo, dedicando un saludo con la cabeza a los presentes. Me temo que a mi edad uno ya no puede permitirse pasarse mucho tiempo encima de un animal idiota que te pega botes entre las piernas, lo mismo los de cuatro patas que los de dos... supongo que en parte es una suerte. Cristo aprieta pero no ahoga- Wyl se sentó sin mucha ceremonia en una silla, con un gruñido satisfecho.

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16/04/2010, 00:23
Jared

Jared dejó los cubiertos sobre la mesa, habría comido la mitad que sus compañeros pero ya sentía que era suficiente. Al ver entrar a Wylfred supo de alguna manera que el grupo debía estar ya completo. - Bienvenido. - dijo Jared, saludando a Wylfred.

- Espero que no tarden demasiado en darnos nuestra misión, empiezo a impacientarme. -

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16/04/2010, 01:42
Miguel

Lejos de saciarse, Miguel siguió comiendo. Con el cuerpo de mulo del muchacho, la cantidad de comida que requería ingerir era exponencialmente mayor a la de sus compañeros. Cuando Wylfred entró, a Miguel se le cayó el tenedor.

La famosa leyenda de los milagros divinos, Wylfred... Era como un sueño hecho realidad. No pudo mascullar ninguna palabra. Estaba tan impresionado, que los demás pudieron darse cuenta al instante. Lo miraba con admiración. Ni siquiera pudo darle la bienvenida.

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18/04/2010, 15:35
Elijah

El warlock sonrió a Naomi y asintió cuando esta accedió a que le echase un vistazo a las heridas después de que, tanto Marina como él mismo, se las arreglasen para convencerla.

-Haces bien –le aseguró.

Al contrario de la indiferencia de Jared y del shock de Miguel, Elijah se levantó cuando Wylfred entró en la sala mostrando así el respeto que tenía a aquel que no parecía más que un viejo reumático. Pero aquella descripción no estaba más lejos de la realidad, pues aquel hombre era una total leyenda andante, y en warlock había crecido escuchando: “¡Wylfred ha hecho esto, Wylfred ha hecho lo otro…!”

-Bienvenido –saludó y se sentó cuando el hechicero lo hizo-. Todavía queda algo de cerveza, pero podemos pedir otra cosa. Acaba de llegar, ¿verdad? –dijo tratándole de usted, ya que no entraba en su cabeza el hacerlo de otra forma.

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19/04/2010, 11:55
Wylfred

Sí, exacto- contestó Wylfred en un tono algo seco, pero educado. No parecía estar de excesivo buen humor, aunque no sabríais decir por qué. La idea era llegar aquí algo antes, pero se ve que nuestro buen señor Abel Cristo nos da a los viejos mentes rápidas y cuerpos lentos, para que tengamos mucho tiempo de pensar antes de que tengamos fuerzas para actuar. Bendito sea por su sabiduría, por más que a mi personalmente me joda un poco. Me daría por muy satisfecho si ese fuera todo el sacrificio que tuviese que hacer por Él, pero claro... a los inquisidores no nos entrenan como una élite para hacer sacrificios pequeños.

Wylfred cogió una jarra que nadie había tocado aún, se echo un trago bastante respetable para alguien de su edad y paseó la mirada por el resto de los presentes. Todos parecían mirarle con educada expectación, menos el grandullón con pinta de kushistaní, que parecía bastante indiferente a todo. A él ya le iba bien. En sus días ya le habían agasajado lo bastante, dándole todos los honores habidos y por haber, y hasta alguno que se habían planteado crear solo para él. Le habían recordado peligrosamente a los fariseos, falsos y sicofantes, que el Buen Cristo mencionaba a menudo en sus escritos, aunque no lo diría en voz muy alta, ahora al menos. Sí que lo había hecho en su época, cuando era el típico modelo de joven devoto hasta el fanatismo y puro hasta resultar repelente. Joven ya hacía años que no era, y puro... según los registros pocos los había más que él, pero que le colgasen de un badajo del campanario por las pelotas si él se sentía "puro" después de toda la mierda con la que había tratado. Como todo, la autocomplacencia era algo que se podía esperar de un oficinista de Dios. Los soldados estaban hechos de pasta más dura, y los soldados de élite no eran casi ni humanos. Eran más y eran menos.

Al menos en lo de la devoción no había cambiado. Le había valido no pocos problemas con sus compañeros y no muchos menos con el Cardenal. Por eso ahora era Wilfred quien llevaba las órdenes de la misión para transmitirlas a los otros Inquisidores en vez del viejo cabrón. Del otro viejo cabrón, el que no estaba aquí ahora mismo. Había respeto y cierta confianza entre ellos, siempre que no se viesen cara a cara. A Wylfred el cardenal le parecía un sátrapa de medio pelo mas interesado en poner firmas a papeles y en manejar a los soldados de Dios como si fuese una partida de ajedrez privada que en preocuparse de por qué Dios necesitaba soldados y cual era el propósito de habérselos dado, por no mencionar la calidad de la convicción de sus espadas. Pero reconocía que cuando había necesitado algo de apoyo de alguien con más poder que él, o cuando alguien le había puesto en entredicho por su Don o algunos de sus actos, había juzgado ateniéndose a los hechos, y no a lo bien o mal que le cayese. El cardenal por su parte consideraba a Wylfred un paleto santurrón, no mucho mejor que los mendicantes chiflados que brotaban en los tiempos de peste intentando ser más santos que el Papa. Pero le había reconocido a la cara que siempre que había ordenado hacer algo, Wyl lo había hecho, y a conciencia.

Lo cual no quitaba de que no pediese oportunidad de putearle, como justo ahora. El muy cabrón ni se había dignado darle su misión en persona, un enviado lo había hecho por él, con órden de que el pasase el recado a los demás como si fuese un criado. Pero en fin. Ya estaba viejo para andar ofendiendose por gilipolleces. Si se cabrease por cada cosa que veía mal en el mundo le daría un aneurisma.

Bueno... creo que estamos todos, listos para la acción. Puedes volver a respirar, chico, parece que hayas visto un fantasma, y a mi no me queda mucho, pero todavía no lo soy- comentó al ver la expresión de Miguel. De hecho, si queréis fantasmas probablemente los vayáis a ver.

El anciano se sacó un rollo de pergamino con el sello del Cardenal, que extendió sobre la mesa.

Uno de los emisarios del Cardenal me transmitió estas órdenes para que yo os las hciese llegar. Habría venido el mismo, pero le habían retrasado la manicura hasta mañana y ya sabéis como se pone cuando no está presentable. En fin, yo soy más feo que él, toca joderse. Pero también tengo boca. Podéis leer las órdenes si lo deseáis. Lo que viene a decir cuando le quitas la parte de alabar nuestra virtud, decir como nos encomienda esta misión por la valía de nuestros servicios y demás comernos mutuamente las pollas u órganos equivalentes, es que tenemos que ir a la región de Campoquemado, en Kanon. Por lo visto, los informes locales y varias peticiones de ayuda indican que un Señor de la Muerte ha surgido en la región.

Wylfred re reclina en el asiento y frunce el ceño, pensativo. Pasan unos segundos antes de que vuelva a hablar.

Mi grupo y yo matamos ya a uno. Mi ex-grupo- notáis como aprieta la boca al decirlo Por los pelos, todo hay que decirlo. Esas cosas son malas noticias. Muy malas. Son demonios de la peor especie. Pueden destrozar a alguien en segundos mientras que ellos mismos son más duros que tallar Malebolgia a mordiscos. Tienen control sobre los muertos vivientes, y no un control limitado, en plan de que puedes hacer que un par de esqueletos esmirriados te hagan la compra, no... pueden levantar a montones de ellos y mandarles hacer lo que les de la gana, que probablemente será despedazarnos a nosotros. Eso ya lo sabíamos, pero lo más jodido lo aprendimos por las malas mientras estábamos ocupados con sus criaturas.

No puede decir qué pasara o como será la pelea, con estas cosas de mierda nunca se sabe. Pero hagáis lo que hagáis, no perdáis de vista sus alas. O más cncretamente, la sombra de sus alas. Podría ser, y probablemente será, lo último que hagáis. El resto de él el peligroso por la fuerza que tiene y por su poder, pero la sombra de las alas es peligrosa de por sí. Dicho claramente, mata. Nosotros lo aprendimos por las bravas, así que os lo digo desde ya para que no os pase lo mismo.

 

 

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19/04/2010, 14:58
Naomi

Naomi hizo ademán de levantarse a saludar al hombre que acababa de entrar, pero le dio la impresión de que iba a hacer el ridículo así que le saludó verbalmente con una agradable sonrisa. Le escuchó hablar tranquila y pensó que era un hombre muy lúcido para la edad que tenía, y que sabía conservar su humor a pesar de los achaques de la edad. Le recordaba ligeramente a Jared y su cinismo.

Ella también había escuchado hablar de Wylfred, y de sus andanzas y logros en Cadeus. Pero nunca había tenido la oportunidad de conocerlo en persona, y la verdad es que estaba ansiosa por decirle unas palabras halagadoras. Pero vista su actitud se dio cuenta de que era mejor no hacerlo. Así que se limitó a escuchar lo que el Cardenal les había ordenado a través de la voz rasgada del Inquisidor.

Era un encargo arriesgado, tal vez demasiado arriesgado en el que al parecer tenían muchas posibilidades de morir. Aquello hizo que la Inquisidora se tensara y le dirigiera una mirada nerviosa a Marina. Su vida y la de todos los Inquisidores estaba siempre pendiente de un hilo, enfrentándose a cosas sobrenaturales muy superiores a lo que ellos eran capaces de comprender. Y todo por el equilibro natural de las cosas y el deber que tenían con Abel Cristo. Todo por los ideales con los que habían convivido desde que eran capaces casi de recordar.

Naomi asintió. El silencio se había apoderado de la sala.

-  Y… ¿a dónde y cuándo tenemos que ir? – preguntó con un deje de inseguridad en la voz.

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19/04/2010, 15:38
Jared

Jared se llevó la mano al mentón según estaba escuchando las palabras del Alto Inquisidor. Él había escuchado algo sobre aquellas cosas, pero no conocía su modus operandi y mucho menos había visto uno en su vida. Sí sabía, por lo que le habían contado, que eran sumamente peligrosos. No pudo evitar esbozar una sonrisa, aunque fuera algo escueta. Era un nuevo reto, una nueva forma de demostrar por qué estaba luchando...

Pero quizás sus compañeros no aceptarían la posibilidad de morir como estaba dispuesto a hacerlo él.

- ¿Cuándo partimos? ¿Hoy? - preguntó Jared.

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19/04/2010, 15:59
Wylfred

Wylfred le echó una mirada extraña a la joven inquisidora que acababa de preguntar precisamente lo primero que había dicho al empezar la misión. Y él que creía que sería el único con problemas de óido del grupo. No obstante, optó por no hacer ningún comentario. Al fin y al cabo, uno no le dice a alguien que tiene que seguirle a luchar con un Señor de la Muerte sin darle un poco de manga ancha. Es lo menos que le debes.

Miró con un atisbo de sonrisa al otro hombre, al que parecía impaciente por ponerse en camino. Ya lo dejaría de estar cuando esa maldita cosa saliese de su agujero. Ya se cagaría en sus muelas por haber ido a buscarle. Pero de momento, era una excusa tan buena como cualquier otra para empezar a moverse y que no pensasen demasiado en lo que les aguardaba.

En cuanto hayáis recogido vuestras pertenencias, las mías todavía no las he desembalado. Creo que a todos nos gustaría tomarnos algo de tiempo para descansar y prepararnos, y a mi más que nadie, pero no creo que la gente de Campoquemado comparta nuestro entusiasmo. Los que ahora mismo sufren las depredaciones de esa cosa que alguna puta demoníaca parió a pedos son nuestro rebaño, y el pastor tiene que estar cerca cuando el lobo olfatea a sus ovejas, si quiere seguir teniendolas. Preparad lo que vayáis a llevar y reuníos conmigo en el patio. Saldremos en cuanto estemos todos.