Partida Rol por web

El inspector Smith no tenía buen aspecto. Su pelo estaba alborotado y tenía ojeras como si no hubiera dormido mucho últimamente. Era de esperar: todos los agentes de la ley estaban movilizados en turnos poco menos que permanentes debido al estado de sitio.

-Como señal de respeto a su edad y su estado, seré directo, señor Kothsutohin: se han encontrado en la escena de un crimen unas muestras biológicas cuyo ADN está en nuestras bases de datos y coincide con el suyo.

Yakub notó un escalofrío. Aquello había sido en algún momento de los noventa. Yakub era joven e intrépido y, aunque era más cauteloso que otros cazadores, tuvo más de un encontronazo con la policía. Recordaba haber accedido en algún momento a que tomaran una muestra de su ADN para probar una nueva tecnología que entonces estaba en pañales. Había creído que era una moda estúpida, un hábito policial pasajero que pronto quedaría olvidado. Jamás pensó que el pasado volvería para gastarle una broma pesada a estas alturas de su vida.

-También tenemos información que le conecta con el tráfico de material policial robado: chalecos antibalas, armas de fuego... así que vamos con la pregunta principal: ¿dónde estaba sábado catorce de octubre?(*)

La mujer paseaba por la pequeña habitación individual (aunque habían alojado a más gente) examinándolo todo en silencio. Estaba todo bastante desordenado después de haber tenido a tres o cuatro personas allí casi todo el tiempo. El resto del hospital no estaba mejor.

-¿Quién estaba aquí con usted, señor Kothsutohin?

Yakub permanecía en la cama. Se incorporó con la entrada de los dos agentes y puso su mejor cara de "me duele todo, soy un viejecito ay ay ay". Dio un suspiro mezclado con un quejido y se sentó en la cama.

— Buenas tardes agente... ¿o son días.? — Miró por la ventana entrecerrando los ojos. Se llevo la mano a su pierna. Suspiró de nuevo. — No importa, supongo —

Miró a los dos agentes 

— Nunca he entendido porqué la policía hace preguntas cuya respuesta ya saben. Supongo que querrán escucharlas del... ¿sospechoso? — Yakub trató de levantarse y se dejó caer en la cama. — Disculpe, ¿Podría acercarme la muleta? — Dijo mirando a la joven agente Van Cliff. — Me gustaría sentarme en una silla. No me siento cómodo hablando con ustedes postrado en una cama... y los médicos me han dicho que si me quedo mucho tumbado me saldrán yagas... Espero que nunca le ocurra algo así. Es un dolor terrible, se quedan pegadas a las sábanas y cuando te levantas la piel tira y normalmente explota... No me gustaría volver a sentir eso. No señor —

Un anciano divagando, nada nuevo supongo para un par de agentes cansados y hastiados de la situación actual.

— Me encontraba en el teatro Palace. Al parecer había una boda, si le digo la verdad no se muy bien de quien... tampoco es que me interesen esas cosas. Más bien estaba interesado en si podría colocar algunas de mis antigüedades a ricos interesados en el pasado. Quizá incluso comprar algunas joyas de ricos venidos a menos que necesitan un empujón económico. No se puede ni imaginar de lo que llega a desprenderse la gente cuando necesita dinero... una auténtica locura. ¿Sabía que un antiguo millonario que perdió su dinero en las apuestas me vendió una  auténtica daga de circuncisión del pueblo Yom por unos míseras 50 libras? —

Yakub tosió. 

— Perdón perdón. Me voy por las ramas con demasiada facilidad. Conseguí escapar a duras penas de aquel lugar. ¿Se sabe algo de que ocurrió, o quien lo hizo? —

Entonces Yakub puso su mejor cara de sorpresa ante la segunda pregunta. — Bueno, como sabrán algunos jóvenes vienen a la tienda a intentar venderme armas, chalecos... todas esas cosas de policías y maleantes ya sabe. Cuando veo que puede ser peligroso los compro y aviso a la policía. No suelen pedir demasiado. ¿Como lo llaman? ¿Material caliente? Va, jerga de críos y cacos. El caso es que creo que es un buen servicio a la sociedad. Luego les llamo al agente Stonks^[1] y el viene a buscarlo. Poco más se de pistolas y demás. —

Habló la agente Van Cliff. Yakub la miró sonrío y se adelantó fijando su mirada en el rostro de la muchacha sonriendo.

— Sabe, me recuerda a una vieja amiga. Era tan guapa como usted señorita — Yakub río y se recostó para atrás doliéndose en las costillas. — Disculpe, no quería hacerla sentir mal. Si hasta hace unas horas había un hombre. Diría que mediana edad. Bata blanca con el culo al aire, no era demasiado hablador. Ah... tenía el pelo revuelto y creo que tramaba algo. No dejaba de mirar a la enfermera cuando me atendía y le daba la espalda —

Yakub miró entonces el reloj de la habitación.

— Espero no estar entreteniéndoles demasiado. No he recibido ni una visita desde que estoy aquí y no hay nada peor para un vendedor que no poder hablar con alguien... Espero que me den el alta pronto para poder volver a la tienda. Creen ustedes que podría ayudarme con... ya saben. Diciendo que estoy apto para salir de aquí... que me den el alta y eso. La comida es realmente mala. —

-¿Una boda? ¿De quién? Ese teatro lleva más de veinte años cerrado...

El agente Smith se pasó la mano por la frente. La medicación para el ictus le daba unas jaquecas terribles. Tampoco ayudaba su reciente asignación a aquella ciudad de locos: los sospechosos tenían una tendencia molestísima a darle unas chapas horrorosas. Y luego, aquella explosión. Comparado con aquello, sus seis años en Irlanda del Norte con el IRA volándole coches patrulla resultaban casi graciosos en retrospectiva.

La inspectora Van Cliff se acercó hasta su superior para susurrarle al oído:

-Señor, esto es una pérdida de tiempo: este hombre no sabe nada. Tiene que ser una pista falsa-le dijo con voz apenas audible-Mírelo, sólo es un anciano tullido y confuso. 

Como tantos otros, subestimaban al anciano: Yakub tenía un oído finísimo.

— Ya le he dicho que no se muy bien de quién. Me interesaban más los invitados. Posibles compradores, vendedores... ya sabe. Pero seguro que era un ricachón. ¿Quien si no haría una boda en un local como el Palace? Les encantan las cosas estrambóticas e imposibles para demostrar su poder. Al final fue un fiasco como pocos he tenido.  — Suspiró tratando de mostrar cierto hastío.

Miró como la agente susurraba al oído de su compañero.

— Tengo buen oído, no me pueden esconderme cosas susurrando jeje. Están hablando sobre si me van a ayudar para conseguir el alta ¿Verdad? Acuérdense de algunas drogas para el dolor. Los huesos viejos son muy puñeteros. Ya se darán cuenta cuando lleguen a mi edad... —

Hugo Smith respiró hondo. Parecía un cartucho de dinamita mojado con la mecha encendida, incapaz de explotar pero deseoso de hacerlo.

-No abandone la ciudad en los próximos días. Le... le volveremos a visitar en su tienda cuando se haya... recuperado un poco más. 

Se levantó mientras se aflojaba la corbata. Miró a su compañera:

-¿Hay forma de tomarse un café decente por aquí?-le preguntó mientras salía de la habitación con paso tambaleante.

El viejo esperó a que se fueran. Recordó dos veces la ubicación de cada cosa en su tienda y se levantó agarrando la muleta. Necesitaría sin duda un bastón. Se visitó con la ropa que tuviera por allí y bajó a la recepción con parsimonia, sabedor de que no tenía que huir de nada, ni que nadie le perseguía por ahora en aquel lugar.

— Disculpe señorita — Dijo al llegar a la recepción — Podría indicarme como conseguir un medio de transporte hasta mi casa. Estoy bastante recuperado y creo que mi cama podría servir para otro paciente. No me gustaría hacerles perder más de su valioso tiempo. Ya me han cuidado todo lo bien que necesitaba. Es mejor dejar  hueco a alguien joven y que lo necesite más... pero agradecería si hubiera algún taxi, o quizá una ambulancia que me acerque. Es complicado andar con esta pierna así... —

-Espere allí, le llamaré a un taxi.

Yakub sólo pudo contestar con una mueca de dolor. Se dejó caer en un banco cercano mientras juraba para sus adentros. Y debía sentirse afortunado de no haber perdido la pierna como aquella pobre chica... ¿cómo se llamaba...?

-Yakub... ¡Yakub! Por la Antigua Arboleda, eres tú, gracias sean dadas...

Su nombre susurrado le sacó de sus reflexiones. Reparó en una silla de ruedas a su lado.

En ella, cubierto de vendajes y hecho un desastre estaba Calep, el Guardián de la Reina de Invierno. Sus piernas terminaban a la altura de la rodilla y le faltaba el brazo izquierdo. Uno de sus hermosos ojos verdes era una masa gris quemada. Tenía la cara llena de cicatrices y quemaduras. La poderosa hada guerrera que en su día le había salvado la vida ahora era un pobre reflejo de su glorioso pasado.

-No tengo mucho tiempo, escucha: tienes que salvar a Yolanda. La Reina de Invierno nos necesita. Yurga la tiene. Por favor, Yakub, yo te salvé la vida en la boda. Sé que tú eres un hombre de honor...

Mientras hablaba dirigía nerviosas miradas a la puerta de unos baños cercanos.

Calep... tenía la virtud de siempre aparecer en el momento más oportuno. Para bien... y para mal. Su aspecto era bastante lamentable, pero tampoco es que Yakub estuviera mucho mejor. 

— Calep, viejo amigo... ¿Que ha ocurrido? Esto no ha podido ser por, por la explosión. ¿Que pasó en la boda? ¿Que fue de Owain y la Reina de Invierno? — El veterano preguntaba directamente todo lo que se le pasaba por la cabeza. Miró entonces a los baños.

— Andemos un poco, ¿Quieres? Todavía tardará un poco mi taxi. —

Yakub se puso en pie y se apoyó en la propia silla de ruedas. Dejando la muleta apoyada sobre la propia silla y alejándose de los baños en dirección a la salida y dejándolos a su espalda y cubriendo a lo que quedaba del pobre Calep con su cuerpo. Si llegaba el taxi solo tenía que pedir que esperara un poco.

— Cuéntame. ¿Que ha pasado? —

Calep agitó la cabeza frenéticamente.

-Los rakshasas raptaron a Yolanda... la tienen en su palacio... ¡la boda era todo una encerrona para arrebatar a Owain sus tesoros! ¡Me... obligaron a participar amenazando con matarla! Por favor, Yakub, yo ya estoy perdido, tienes que... Mierda, es demasiado tarde. ¡Corre! ¡Vete!

Una enfermera salió del baño. Alzó las cejas, sorprendida, al ver a Yakub empujando la silla de ruedas. Les alcanzó sin dificultad: la única pierna medio sana de la pareja tenía más de setenta años.

-¡Alto! ¿A donde cree que va? Este es un paciente en tratamiento y debe permanecer en el hospital.

Seguramente era una mera coincidencia pero Yakub reparó en que la ropa de todo el personal del hospital era azul.

Con manos firmes y fuertes, la mujer arrebató la silla de ruedas a Yakub

-Lo siento, señor, con la situación actual las visitas están restringidas debido a la saturación de los servicios sanitarios. Así que, por favor, circule: deje espacio para otros que lo necesitan más. Buenas noches.

Dirigió una sonrisa de tiburón a Calep a la vez que le agarraba un hombro con un poco más de fuerza de la necesaria:

-Te estás poniendo nervioso, cariño, es normal: has pasado por mucho últimamente. No te preocupes, el doctor te dará algo para que puedas dormir.

Afuera se detuvo un taxi bajo la lluvia. 

Yakub miró a Caleb. Si realmente era rakshasas no podía enfrentarse a ellos. Sería ir a una muerte segura. Si no lo eran tampoco tenía demasiado sentido. Al fin y al cabo el mensaje estaba entregado y recibido.

— Disculpe señorita. Teníamos una partida de ajedrez pendiente justo antes de la explosión. Pensé que podría llevármelo a una cafetería a terminarla. Veo que no. Me disculpo de nuevo —

Yakub se golpeó con su muleta la silla de ruedas y sonrío.

— He memorizado bien tu movimiento con la reina. No pienso dejarlo pasar. Cuide a mi amigo por favor. Es un gran jugador como ya no se encuentran. No me gustaría que le pasara nada malo. —

Sonrío a la enfermera y dio media vuelta, entrando al taxi que esperaba al veterano...

La enfermera dirigió una mirada feroz al anciano antes de alejarse apresuradamente con Calep.

Yakub había visto una lágrima correr por la mejilla del guerrero tullido. Las heridas así simplemente no eran posibles en Arcadia: su atmósfera estaba tan saturada de magia que sus habitantes eran inmortales. Al pasar al plano material, en cambio, quedaban sujetos a las visicitudes de una vida mortal, llena de placeres, emociones y dolor.

Mientras el taxi le llevaba por las calles desiertas reparó con preocupación en la gran cantidad de negocios controlados por hindúes que veía.