Partida Rol por web

Taller literario umbriano

Ejercicio 1: Encadenando palabras (Escena ejercicio)

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13/03/2016, 16:37

Ajota, como le gustaba ser llamada, miraba el cartel donde se ofrecía una recompensa por su cabeza. Eso no era ninguna novedad, mucha gente quería atraparla.
Su cara, fría como una máscara de porcelana, hermosa y temida a la vez, se giró en el preciso instante que un coche llegaba frente al hotel. Era a quien ella esperaba, a quien debía liquidar. Para quien, por qué, no tenía relevancia.
El tipo, un hombre alto y fuerte, bajó del auto. Un libro bajo su brazo, de título que ella no alcanzaba a leer pese a su buena vista, era lo único fuera de lugar en el atuendo de ese playboy... o eso pensaba él.
Una bandada de patos, en su migración habitual hacia el sur, fueron su señal de inicio. Una bala, amortiguada por el silenciador, salió de su pistola y fue a parar directamente a la sien de su presa. La gravilla del aparcamiento del hotel fue lo único que se apercibió en un primer momento de lo que había sucedido. Antes que la gente pudiera reaccionar, ella ya se estaba yendo.
Llegó a su moto y se montó, partiendo a escape. No se dio cuenta que un tornillo se había aflojado, y que un líquido sospechoso salía de los bajos de la moto. Tenía que poner tierra de por medio.
Ya estaba llegando a su refugio, a su santuario, a su zona de segurida. Solo tenía que bajar esa cuesta, empinada, pero nada que no hubiera hecho antes. Pulsó el freno de su moto, pero esta no solo no frenó, sino que siguió acelerando. Su pulso se aceleró al ritmo que aumentaba la velocidad de la moto. Pulsaba una y otra vez el manillar del freno, mientras esquivaba coches, pero no bajaba la velocidad. Hasta que ya no pudo controlar más la moto, y chocó contra el guardarraíl.
Antonio miraba desde la colina el cuerpo de la chica volar, muerta seguramente en el mismo instante que se chocó. El móvil en su mano sonó:
-Sí, señor. Sí, ya está terminada. Todo bien, ningún problema. Una pena que no haya habido algún herido, sí. Gracias.

Notas de juego

Este es mi primer relato, espero que seais amables conmigo XD

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13/03/2016, 16:55
Theta Sigma

Los carteles empapelaban la pared como si quisiesen demostrar algo (Eh, miradnos, estamos aquí) pero en realidad solo eran una máscara. Una máscara de papel que cuando lloviese empezaría a deshacerse bajo la lluvia.
Joel esperaba la lluvia.
Joel esperaba muchas cosas en realidad pero la lluvia era la única que sabía que vendría con seguridad. Solo hacía falta esperar y mientras lo hacía intentaba no mirar los carteles. Se escudaba detrás del libro abierto por la página 30, luego por la 50, luego por la 90, y luego detrás de otro libro. O de una revista. O de cualquier cosa con hojas que le permitiese no ver los carteles. Leía mientras andaba. Hacía tiempo que había perfeccionado aquella habilidad. (Solo lo había hecho para no andar mirándose las puntas de los zapatos. Leyendo no parecía que fuese tanto con la cabeza gacha).
Empapeleaban toda la ciudad como una soga ahorca a una Sociedad entera y Joel no tenía ni idea de cómo escapar de ella, como salir de la soga antes de que se cerrase sobre sus cuellos. Antes de que un verdugo invisible empujase la silla de debajo de sus pies.
Así debían sentirse los patos del río, igual de acorralados. O quizá se creyesen que eran libres en la rivera. Tal vez no se daban cuenta de que bajo sus patas no debería haber gravilla ni tornillos de las fábricas e industrias, tal vez se creían que así debía ser su terreno natural. Tal vez los patos en la rivera del río (patos que habían traido, para darle vida a la ciudad pese a los carteles que anunciaban su final y su condena, un pobre engaño de naturaleza entre el cemento y las tornillos perdidos entre la gravilla) creyesen que eran libres. Tal vez con creerte libre ya lo eras.
Pero, paseando por las calles grises, rodeado de los carteles que anunciaban cada cadena de la Sociedad, Joel no podía ni siquiera engañarse libre.
No les quedaban ni los restos de un santuario.

Esa noche llovió.
Al día siguiente tendrían que retirar los carteles empapados y desfigurados y sustituirlos por otros, pensó Joel mientras las gotas caían contra su ventana. No dejó de leer mientras llovía. Solo apoyó la espalda contra el cristal.

Notas de juego

Imaginádlo con una ambientación distópica.

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13/03/2016, 18:02
Cusa

EL DESTINO DE LA HIENA

 

Me dijeron que el viejo cartel sólo podía ser visto a través de una máscara. Todos los aspirantes llevábamos una. En la carta decía que era para que los descendidos pudieran moverse entre nosotros sin revelar secretos tabúes a los no iniciados. Pero, incrédulo, supuse que era por mantener el anonimato.

En la recepción, sentado tras un escaparate de madera apolillada, el portero consultaba un gran libro. Conforme llegaba un nuevo aspirante le ofrecía un objeto único que debía guardar como un tesoro. Cuando me tocó a mí abrió una página al azar, rebuscó en un cubo y sacó una vulgar tuerca: "este es el anillo que cierra el círculo". Forzaba una voz nasal, quizá para dar credibilidad a su máscara de pato.  Pensé que podría ser un cualquiera y estuve a punto de marcharme. Pero había invertido mucho en esto así que hice de tripas corazón y entré.

Nos pusieron a dar vueltas y vueltas con la cabeza gacha. Los que llevaban máscara de vaca, mugían, los lobos, aullaban. Creí reconocer a un viejo socio relinchando. Mi disfraz me permitió lanzar un zarpazo sobre sus cuartos traseros para dar así un poco de dramatismo a una escena tan ridícula.

En el centro había una piscina donde decían que nacía un río subterráneo. El Sumo Sacerdote de cabeza de sapo entró bajando unas escaleras. El agua le cubría hasta las rodillas. Introdujo su cedazo de cobre y dijo una letanía ininteligible moviéndolo en círculos.

Agitó ruidosamente la gravilla y tras inspeccionarla sacó un tornillo. Nos los mostró. El manantial me había elegido a mí. Mostré mi tuerca y todos aplaudieron. Se me abrió paso. Un pasillo de máscaras. Me hicieron bajar, me agacharon la cabeza.

Desde entonces soy parte del santuario.

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13/03/2016, 19:03
Huesi

 El cartel de neón no dejaba de parpadear y lanzaba sombras trémulas a través de la desvencijada persiana de la ventana de aquella habitación. Los colores chillones prometían placeres a hombres y a mujeres que no podrían encontrar en sus propias casas. Placeres simples y banales que se habían convertido en el negocio más lucrativo en aquella ciudad. Las putas y los traficantes habían pasado a ser el pan de cada día, la fauna autóctona de aquel lugar, junto con gordos políticos, empresarios sin escrúpulos y policías de calendario con menos luces que las del viejo chevy que había aparcado en la calle, enfrente de aquel apartamento.

    El hombre, vestido con pantalones vaqueros y camiseta interior, sin mangas, estiró una calada de su cigarro mientras observaba las luces de neón y pensaba en la similitud de aquella ciudad con la selva. Una selva negra y corroída por el óxido de la corrupción y la podredumbre de la delincuencia, todo ello oculto, mediante billetes verdes y arrugados, bajo una máscara de prestigio, seguridad, y progreso.

- Mis cojones progreso… - Murmuró, apagando el cigarrillo en un cenicero desconchado y bastante precario. El típico regalo de cualquier niño en el día del padre, un trozo de arcilla moldeada y pintada que, si decían que era un cenicero pues era un cenicero.

   Recordó a un villano, no pudo evitar la comparación. Un hombre que era íntegro por el día y por la noche se convertía en un sádico asesino con la cara quemada. Pensó en aquel villano, en sus dos caras, y lo mucho que se parecía a aquella ciudad. Durante el día, las modélicas familias realizaban sus tareas como su hubieran sido sacadas de un libro en el que se reflejara la sociedad idílica y machista de los años 50. Sonrisas blancas y perfectas, “buenos días Señor Fulano”, apretones de manos fuertes y varoniles que poco después regresaban a casa, donde les esperaba su amantísima mujer que terminaba de cocinar y unos niños repelentes y perfectos que no hacían más que sacar menciones de honor en sus respectivos colegios. Le gustaría meterlos todos en una puta picadora y echarlos de comer a los patos. Esos animales se tragaban cualquier cosa que podían encontrar, eran como los cerdos, lo mismo les daba pienso que un proxeneta pasado por la picadora.

   Se levantó de la silla y se estiró. Tenía los músculos entumecidos. Abrió una bolsa de basura y limpió los restos de comida asiática que en apenas dos noches se habían convertido en parte del ecosistema de esa habitación, lanzando sus peculiares olores dulzones y nauseabundos que enmascaraban el olor a meado y vómito que subía del callejón al que daba la ventana. El mismo callejón en el que se había clavado el directo anuncio de neón que no dejaba de parpadear: la silueta de una mujer acariciando su cuerpo de manera lasciva. Le dio una patada a unas botas duras, cuya suela estaba llena de barro y gravilla, pero al tiempo decidió agacharse y recogerlas para llevarlas al lavabo. Luego les daría un agua.

   Se dirigió a la cocina y abrió uno de los cajones, que chirrió y se quedó atrancado a medio abrir. Un tornillo estaba atascado y la mejor manera que encontró de abrirlo fue dando un golpe seco en la encimera y un tirón seco. Se quedó con él en la mano. El cajón estaba vacío a excepción de un par de cubiertos sucios y un cuchillo que había protagonizado momentos que no debían salir a la luz. Tomó una botella de cristal con líquido ambarino y una etiqueta que anunciaba un whiskey con pretensiones más parecido a un matarratas que a algo bebible. Desenroscó el tapón y dio un trago largo.

   Sonrió mientras el whiskey ardía y bajaba a través de su garganta. Una sensación de calor inundó todo su cuerpo y, como el abrazo de la amante, suave y cálido, reconfortó su alma. Sus pesares eran menos pesados y sus acciones no parecían tan deleznables a la luz de aquella botella. Entristecido miró a la botella, exhibiendo una mueca de sarcasmo. Aquel trozo de cristal inundado de penas, de rencor y de culpa se había convertido en su santuario particular. Se había convertido en su única posesión real. Esa botella y lo que contenía era él mismo.

“Mirate, viejo. Estás hecho un guiñapo. Vete de aquí. Lárgate. Este agujero está acabando contigo y si no lo hace tu dejadez lo hará cualquier sicario o cualquier yonki para robarte la cartera. Cerpe Diem, tío. Te la jugaron. Olvidate de todos y pasa página…” Le decía a voces, una voz que gritaba al oído. Los mismos pantalones, la misma camiseta manchada con los mismos restos de whiskey y sangre. El mismo pelo enmarañado y descuidado y el mismo aliento a perros. Aquella voz no dejaba de repetirle lo mismo una y otra vez. Pero él era orgulloso y rencoroso. No iba a dejar que ellos vencieran, no les iba a dar esa satisfacción. En un acto de rebeldía volcó lo que le quedaba en la botella y lo tiró a través del fregadero.

- Joder… soy idiota… - Se dijo cuando se dio cuenta que tendría que gastarse otros 20 pavos en otra botella más.

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13/03/2016, 20:50
victgirones

Silencio, por fin...no fue un buen despertar el mío.
Después de estruendoso episodio que acababa de acontecer, ya solo se escuchaba el chirriar quejoso del oxidado cartel de Feria de Diversiones, mientras era mecido por un viento tenue.

No podía ver mucho desde mi posición, a través de un agujero, como el que tiene puesta una máscara barata de los chinos.
El desastre era total, un caos de cuerpos desparramados a lo largo de toda la feria, uno de ellos sangraba aún en su pedestal sobre el libro, todos con su túnica ritual desvencijada.
Tratando de ver más a través del agujero, vi al  pato de madera en la caseta de tiro,  vi la mano que se apoyó en el para alzar un cuerpo, el pistolero, sin duda, una nueve milímetros aún humeaba en su diestra, y renqueaba, malherido.
 Se movió hacia la plaza central, y encontró la trampilla que estaba cubierta de gravilla y se carcajeó, triunfal, desapareció de nuevo de mi ángulo y escuché el capó de un coche, cuando volvió a aparecer llevaba una lata de gasolina, y se dirigió a las escaleras que cubrían la trampilla.
Fue entonces cuando recordé las palabras del libro, el ritual había sido completado, las palabras y no el tiroteo, era lo que me había despertado...y comencé a trastear con los tornillos de mi prisión para liberarme.
Esto es mi santuario, pistolero, y ese sótano donde planeas quemar a mis hermanos....será tu tumba.
 

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13/03/2016, 21:21
trick_master

- Mira, chaval.- Me dijo, señalándome el cartel.- ¿Conoces a esta gente? Son buenísimos.

- ¿No es el grupo de Paco?- Le respondí.

- Sí, sí. Míralo, ahí está. El de la máscara de lobo, que sale tocando el bajo. ¿Vamos, no?

- Paso. Nunca he sido mucho del Black Metal.

Cogí mi chaqueta, medio mosqueado. Nono me siguió, un poco mosca.

- ¿Cómo que no? Venga, tío, que son solo quince pavos.

- Que no, coño. Me voy a casa.

Le dejé con la palabra en la boca y salí del Leviatán, con el solazo de las 2 de la tarde de noviembre dándome en la jeta. Me monté en el coche y fui hasta casa. Cuando llegué, mi madre estaba haciendo la comida.

- Nene, estoy haciendo albóndigas para mandárselas a tu hermana. ¿Quieres que te aparte o te comes el menudo que tenías de ayer?

- No, paso.

Me metí en mi habitación. Estaba furioso. El puto Paco era un matado, se compró la guitarra para ligar y además se la compró su padre cuando tenía dieciséis años. No es justo que ese lerdo tocara en la Sala Q y yo no. Cojo la guitarra, y empiezo a hacer escalas a toda leche. Primero la Do menor, luego la pentatónica a lo largo del mástil. Mis ojos miran el resto de mi habitación. Ahí está mi primera guitarra, una española que suena como el culo, que me regalaron por la comunión, junto a un libro de acordes y una funda. Ahí tengo la foto de cuando tocamos en el Festival de Verano. Nos sacaron en tres revistas de metal, hasta dimos entrevistas y todo. Nos llamaron "el futuro del metal español". Tenía diecisiete. Que sonrisa. Que melena. Que mierda. Nos fuimos al carajo y me tuve que meter en un grupo de música infantil para sacar algo de pasta, todo el día tocando canciones sobre las nubes de los cojones, el club de colegas del cerdo maricón, el pato marrano, el perro subnormal y el dragón tontopollas, la importancia de lavarse los dientes y su puta madre. Ahora tengo veintiuno, no he tocado delante de nadie en año y medio, estoy frustrado como la mierda y encima mi guitarra de doscientos euros está combándose. Me dí cuenta de que estoy tocando con demasiada furia justo antes de que la segunda cuerda se me pariera haciendo bending.

- ¡Su puta madre! ¡Me cago en la madre que parió la cuerda, la guitarra, a Leo Fender y a todo! ¡Joder! ¡Me cago en dios!

Me levanté. No tenía cuerdas de repuesto. Salí como una exhalación. Mi madre me dijo que no blasfeme y que tengo la comida en la mesa, pero ya había salido y estaba cruzando el patio en dirección al coche. Me metí en la máquina. Salí en segunda, haciendo que las ruedas chirríen y la gravilla salga disparada. Creo que pegó en la ventana del salón, pero para entonces ya había salido a la carretera. Veinticinco minutos después, estaba en Fernández, la única tienda de música del pueblo. Entré.

- Hombre, Ernesto.- Me dijo Julio.- Cómo estás.

- Dame un juego de cuerdas de .22, por favor. ¿Tienes cambio?

- Sí, hombre, claro. ¿Qué te cuentas?

- Nada, en casa todo el día. Cómo está Robe.

- Bien, tú sabes. Mejor ahora, la verdad. A veces... Bueno, a veces se le va la perola, le falta un tornillo.

- El otro día hablé con él, hará unas dos semanas. Decía que llevaba seis semanas limpio.

- Yeah. Está mucho mejor. Pero no toca ya, ¿sabes?

- Ya.

Como cojones iba a tocar, pensé, si no le dio una sobredosis en el escenario de milagro. Pagué y me largué de ahí, sin dejar de pensar en Roberto, en Sebas y en Marta. Volví a casa a toda hostia, sin dejar de darle vueltas al tema. Esquivé una moto por el camino que iba haciendo eses y llegué otra vez a casa. Mi madre no estaba, había dejado un post-it que, sinceramente, ni me molesté en leer. Saqué la cuerda rota, metí la cuerda nueva, afiné, toqué los temas que teníamos compuestos, con los que íbamos a sacar nuestra segunda maqueta para mandársela a las discográficas. ¿Qué nos pasó? Robe se metió en la coca, Marta se fue a estudiar a Barcelona, y Sebas dejó de juntarse con nosotros. ¿Y yo? Yo solo quería tocar. Estaba todo el día en la sala de ensayo, tocando aunque fuera solo, como si fuera mi santuario budista o yo que sé.

Yo solo quería tocar. Yo solo quiero tocar. Pero no tengo nadie con quien hacerlo. Hace año y medio que nadie me oye tocar. Y creo que eso es todo, doctor.

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13/03/2016, 21:27
Coronel Stopa

Llevaba ya unas cuantas leguas andando cuando llegó a la encrucijada de caminos que le habían indicado en el pueblo. Como bien le habían dicho, allí estaba el desvencijado cartel de madera que le indicaría cual de los caminos debía coger para llegar a la aldea de Hojarasca.

Había preferido salir antes del amanecer, pues una vez con el sol en el cielo, los caminos se llenaban de viajantes y quizás fuera poco recomendable que le vieran por aquella ruta o que alguien distinguiera su cara por alguno de los “incidentes” que había protagonizado en bastantes de las posadas de la comarca.

Lo malo de aquella opción, era que la “pelona” que caía a aquellas horas de la madrugada, junto a la leve brisa que venía del norte, hacía parecer que llevara una máscara, tan rígidos se le quedaban los músculos de la cara.

Había aceptado aquel encargo no sin pensárselo dos veces. No le gustaba juntarse con magos o gente con tuviera que ver con la magia: había visto lo suficiente como para comprobar que tarde o temprano, muchos acababan con las manos quemadas, con miembros atrofiados, la piel llena de pústulas o lo que es peor: Locos de atar por el efecto indeseado de un hechizo mal lanzado.

Se trataba de llevar un libro que le había dado aquel viejo barbudo con fama de hechicero junto a un saquito generosamente lleno de monedas bastante valiosas. Todavía recordaba aquella mirada de sus ojos subrayados por unas enormes ojeras y hundidos en una cara llena de arrugas, pero que sin embargo se hacían saltones e inyectados en sangre mientras le amenazaba con todo lo que le podía ocurrir si se le ocurría abrir el cierre metálico del lomo asegurado con un pequeño candado dorado, curiosamente sin agujero para meter ninguna llave.

Recordó lo gracioso que le había resultado el que entre las muchas amenazas por una indiscreción indebida, le había dicho mientras perdigoncillos de saliva le salpicaban la cara… ¡qué podría convertirse en pato! Jajajaja. Eso le hizo soltar una risotada cuando lo recordó.

Tomó el camino que le indicaba el letrero. La mercancía iba disimulada entre los pliegues de su ropa y cuidadosamente envuelta en una pequeña manta de lana que le calentaba el abdomen de una manera muy agradable.

Ya había amanecido hacía un rato, cuando empezó a sentir molestias en su pie izquierdo. Desde que cogió la última curva de la senda, esta se había tornado de gravilla y en un mal paso que dio a consecuencia de un pequeño bache, alguna “china” se le había metido en el zapato. Prefirió detenerse un momento y sacarla antes de que le hiciera ampolla o quizás peor, una herida que le retrasara innecesariamente.

A unos pocos metros por delante, había visto en la linde del camino un pequeño edificio al que se accedía con unos pocos escalones. Un sitio perfecto para sentarse y realizar la “delicada” operación. Aunque no le era en absoluto necesario, miró las rejas de hierro que impedían el paso al interior, posiblemente por deformación profesional, ya que eso de abrir cerraduras, se le daba bastante bien. El cerrojo que las mantenía cerradas, era un curioso mecanismo basado en un tornillo sin fin que nunca antes había visto, pero que ahora no tenía tiempo para investigar, así que decidió pasar por allí a la vuelta para observar con detenimiento el cierre de aquella especie de santuario, pues de eso parecía tratarse, con una pequeña capilla al fondo y un altar delante.

Mientras se sentaba en los escalones, vio allí a lo lejos Hojarasca, la aldea donde tenía que encontrarse con el individuo que le había descrito el anciano que le contrató, para entregarle la mercancía y librarse de aquella pesada e incómoda carga.

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13/03/2016, 22:10
Zoius

-Aprisa hijo, hoy hemos de abrir la posada antes de lo previsto- Ordenaba Jaerön, maestre tabernero. -Rápido hijo, con más premura. Asegúrate de colgar el cartel en la puerta. No te demores más, todos han de saber que seguimos abriendo. ¿Aún no te has puesto las botas?

-¿Acaso hoy es un día especial padre? Ya pasaron las fiestas de las flores, y aún es pronto para el torneo de 5 martillos. Además aún no ha salido el sol- Compadecía Joremk, hijo del tabernero. -Desde que empezó la guerra, ya no se respetan las buenas costumbres enanas del buen descanso.

-Pues entonces te alegrará saber que el Séptimo Real Escuadrón de los enanos ha vencido por fin a la malvada Máscara gris. Informaron anoche que los últimos esbirros se baten en retirada. No te olvides de limpiar esas ventanas, pero por fuera. Hijo, no habrá ningún libro que no hable de la hazaña de hoy. Es un gran día para ser enano.

-Y aún más si somos la única taberna abierta desde la colina de los patos añiles hasta La Capital. Es agradable oír que aún se sigue respetando las buenas tradiciones de la cerveza de la victoria, padre.- De repente, merecía la pena un esfuerza adicional por nuestros valientes guerreros de martillo en hombro.

-No seas avaricioso hijo mío. Apresúrate, debemos reemplazar las sillas viejas. Aquellas, las que tienen las patas arañadas por la gravilla. Las nuevas las encontrarás en la bodega mayor. Y de paso asegúrate de que la caldera siga de una pieza- Jaerön sabía muy bien de lo que hablaba. Aquel calentador de agua oxidado era muy viejo, y fue gracias a eso por lo que se salvó de ser requisado por el ejército, cuyo déficit de metales se acentuó en la guerra. Incluso se llevaron sus dos calentadores nuevos para crear mazas y escudos. Por eso apenas había tabernas abiertas. -Asegúrate que ningún tornillo se ha salido. Es lo único que tenemos. Es todo lo que nos queda. Y Date prisa. Nuestros compatriotas no tardarán en llegar, y te aseguro que yo tengo más paciencia que ellos.

-Si padre, aún se mantiene.- Concluyó con agotamiento tras haber subido y bajado más de 11 sillas de madera maciza. Joremk era, como todo joven enano, vanidoso y siempre soñó con formar parte del ejército enano. Su padre siempre le repetía que la taberna era el santuario de los enanos. Sin embargo hoy iba a poder escuchar historias reales traídas de los peores campos de batalla, hoy iba a ser un guerrero más.

-Buen trabajo hijo. Ahora apresúrate con esos sacos de manzanas, aquellos junto a escalera. Llévalos a la cocina. Después podrás tomarte un ligero descanso- Sin embargo era él el que necesitaba un descanso, pues llevaba toda la noche aderezando las pocas habitaciones para aquellos enanos de mayor rango.

-¿Que es ese ruido? !Padre la caldera, creo que se ha soltado del suelo¡ Rápido, ayúdame a sostenerla

-No hijo mío. La caldera sigue funcionando. Lo que oyes no es el ruido de la caldera.Lo que oyes es el sonido de la victoria, el sonido de la euforia. Es el sonido de un cuerno que aclama el final del sufrimiento de su pueblo, de nuestro pueblo. ¡Hurra!

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14/03/2016, 00:05
EbaN

El usuario X observaba el bonito cartel que alguien había puesto en un hilo del foro. Era evidente que el autor buscaba atraer la atención del espectador, y lo había logrado. Era la tercera vez que leía el mensaje mientras meditaba si pulsar el enlace o no. Tenía ganas de participar, ya había visto anteriormente lo que hacían los participantes y tenía curiosidad por participar también en esa iniciativa. Pero dudaba aún, había escuchado opiniones de todo tipo: a favor, en contra o un término medio. ¿Y si todo esto no era más que una máscara, un subterfugio, para engañar a la gente a apuntarse?

Decidió retirarse de la tablet, quería meditar ese ofrecimiento, así que se revolcó en el sofá del comedor. Inició una aplicación de lectura en la tablet, y allí cargó un libro. Se trataba de un manual de rol al que hacía tiempo que quería echarle el diente. Tenía muchas ganas de leerlo pero al poco de empezar la lectura seguía rumiando el tema de antes, no lograba concentrarse. Por eso decidió pasar a las páginas de creación de personaje, quería ojear a la raza Durulz. Aunque cualquier no fan de RuneQuest usaría la palabra pato para definirlos. Definitivamente eran los medianos, halflings o ewoks de cualquier otro juego de rol.

Finalmente decidió salir a hacer ejercicio. Quería aclararse la mente, y salir a correr por el parque podría ser la solución. Sus pies pisaron la gravilla con fuerza, tenía ganas de despejarse y salir de casa. Empezó despacio, caminando, y poco a poco fue cogiendo más ritmo hasta llegar al puente. Allí aminoró la marcha para disfrutar de las vistas del río, con los pececillos que por allí nadaban. Pero después hizo un sprint para volver por donde había venido. El esfuerzo mereció la pena, ahora ya tenía claro que quería hacer.

Al volver a casa cogió la tablet y entro en el baño. Por alguna razón la Wi-Fi allí funcionaba peor, seguramente por culpa de los azulejos. Pero mientras cargaba la página web se fue desvistiendo y comprobó que se había soltado un tornillo del eje de la puerta. Tendría que haberlo apretado hace tiempo pero siempre lo dejaba para otro momento, y al final se había caído. ¿Un símil sobre lo que ocurría siempre en la vida dejándolo todo para el último momento?

Mientras la estufa del baño empezaba a calentar la habitación se sentó en el trono, sin ropa alguna. Volvió a ojear el enlace, con la petición de participantes. La verdad es que lo tenía claro desde el primer momento, quería volver a participar. Pero se estaba haciendo de rogar, fue cuando vio los mensajes de otros participantes que se habían apuntado cuando decidió hacerlo también.
Estaba claro que no había nada mejor que dejar las decisiones importantes para cuando se visita el santuario que es el cuarto de baño.

Otro año más en el que se había apuntado a la Umbrionada™ de Comunidad Umbría.

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14/03/2016, 00:21
Brakend

Las manecillas del reloj parecían no tener ganas de avanzar aquel día. Cada avance del segundero equivalía casi a un siglo, y cada vez que la aguja que indicaba los minutos se movía, era para reflejar el nacimiento de una nueva era. O puede que simplemente se estuviera aburriendo.

Bostezó con disimulo, aprovechando que el profesor estaba de espaldas, y fijó su mirada en el tablón de corcho que colgaba cerca de la puerta, pasando la mirada por encima de los distintos avisos, notas y algún que otro cartel, con la vana esperanza de ver algo nuevo que le distrajera un rato. Por supuesto, aquello no ocurrió, nadie había colgado nada nuevo en los últimos cinco minutos. Ni en los cinco anteriores. Ni en los que le precedieron.

“Dios, ¿cómo puede ser tan aburrida esta mujer?” pensó, con cierto hartazgo. Aunque procuró no dejar que nada de aquello se reflejara en su rostro, transformado en una máscara que reflejaba una expresión seria y concentrada… Aunque por dentro quisiera gritar a aquella señora.

“Maldita profesora sustituta…”

El profesor titular no era mal tío. Sí, vale, la asignatura podía hacerse un poco cuesta arriba a veces, o pesada. Pero al menos el hombre se esforzaba. Intentaba darles alicientes, hacer más enriquecedoras las clases, algo. Pero, desde que sufrió aquel accidente de coche y pilló la baja, aquello había cambiado.

No se había olvidado de ellos, por supuesto. Había dejado instrucciones a su sustituta para que supiera por qué tema debía seguir, como se habían estado impartiendo las clases, así como los textos que ahora mismo resultaban de interés. Pero, al parecer, a aquella señora, ya mayor, no le interesaba prepararse las clases. Eso le quedó claro el primer día, cuando, escuchando durante las dos horas que duró aquel infierno, comprobó como las palabras que salían de su boca eran idénticas a las del libro que todos tenían delante, en el que aparecían las lecciones. Punto por punto. Hasta podría jurar que pronunciaba las comas. Claro, eso era imposible, pero lo parecía. Veía las malditas palabras salir de su boca y escribirse ante ella, en la exacta misma caligrafía que aparecía impresa en el papel.

Aquello fue horrible. Y si se hubiera mantenido en el pasado, aún podría estarse riendo de ello, pero no. Su profesor continuaba de baja, y aquella mujer seguía atormentándoles, taladrándoles la cabeza con palabras que ellos mismos podían leer sin perder el tiempo ni el dinero allí. Al fin y al cabo, se suponía que pagaban una carrera para algo, ¿no? Para aprender, no para que les repitieran exactamente lo mismo que en un libro.

Con el paso de los días, la animadversión había ido creciendo dentro de él, y del resto de alumnos. Y, como suele pasar cuando se tiene una visión negativa de alguien, empiezan a verse más defectos. Algunos decían que, con esas gafas y su rechoncho cuerpo, así como esas uñas, parecía una especie de topo. Otros se centraban en su nariz y en la forma en que les taladraba la cabeza con su anodina voz, señalando que era una especie de pájaro carpintero. Él tenía su propia teoría.

Las pocas veces que la profesora se movía, pues hasta para eso parecía pasiva y carente de iniciativa, lo hacía paseando delante de la pizarra, en círculos, con las manos a la espalda y recitando aquella lección. Sí, recitar era la palabra adecuada, puesto que había memorizado los textos como si fueran alguna clase de libreto, y ahora los escupía sin digerir, enteros, a su audiencia, demostrando más memoria que saber o capacidad de enseñanza. El caso es que en esas ocasiones, con las manos a la espalda, y anadeando debido a su vigorosa figura, le recordaba terriblemente a un pato. De hecho, perfectamente podría estar graznando como aquel ave, a juzgar por el vacío en los ojos de sus compañeros durante aquellas dos interminables horas, cada maldito jueves y viernes de las últimas semanas. Seguramente, él tenía la misma mirada, pero sin un espejo no podría haberlo asegurado.

Otro vistazo al reloj reveló que ya se encontraban en otra era geológica, además, a juzgar por el sonido y lo que hacían sus compañeros de los laterales, tocaba pasar página. Lo hizo, y recibió un pequeño regalo inesperado: una fotografía. Con aquello podría entretenerse, al menos, un par de minutos. Observó con verdadera fascinación la instantánea, bastante normal, pero que en aquellos momentos constituía una puerta para alejarse de aquel lugar tan gris y deprimente. En ella, se apreciaba la entrada a una iglesia en un entorno rural. Nunca había sido capaz de identificar correctamente los estilos arquitectónicos, pero a ojo debía tener al menos cinco siglos, si no más. Construida con sólidos bloques de piedra en los que se notaba el paso de los años, y con unas puertas de madera que parecía evidente que eran bastante nuevas cuando se sacó aquella fotografía. La entrada en sí misma se encontraba a un par de metros de distancia del fotógrafo, que había capturado la imagen desde el camino de gravilla que cruzaba lo que parecía un jardín, en dirección al templo.

Dejó a sus ojos detenerse en la imagen unos cuantos minutos, mientras su mente imaginaba lo bien que estaría ahora mismo sentado en aquel jardín, aunque estuviera leyendo aquel mismo libro. Estaría aprendiendo mucho más que ahora, en aquella tortura a la que llamaban clase. Por desgracia, la fotografía daba para lo que daba, y pasados esos minutos dejó de tener interés, habiendo casi memorizado todos los detalles que aparecían en ella, y tuvo que buscar otro entretenimiento.

Una de sus manos acabó bajo su mesa, jugueteando con un tornillo algo flojo. El equipamiento del aula también había visto días mejores, y entre los artistas espontáneos con sus bolígrafos, algún desaprensivo con chicle ocasional, y seguramente alguna otra cosa que no pasaba ahora mismo por su cabeza, no estaban precisamente en el mejor estado posible. Durante un momento se permitió fantasear con desatornillar del todo la pieza, imaginando el estruendo del tablero de la mesa cayendo al suelo, interrumpiendo la clase y dando unos minutos de delicioso y colorido caos a aquel anodino espacio. Pero, finalmente, rechazó la idea. Lo más probable, por muchas excusas que pusiera escudándose en el estado del equipamiento, es que se le señalara como responsable, y no les faltaría razón. Era una niñería que, realmente, no le iba a traer nada bueno. Además, había más de un tornillo, y no todos estaban flojos.

De nuevo, como si estuviera atrapado en alguna especie de ciclo, volvió a mirar el reloj para comprobar cuantos minutos de entretenimiento había logrado arañar, para que poco después se escuchara a toda la clase pasar la página. Con una última mirada, se despidió de la foto de aquel santuario, que le había servido de refugio momentáneo contra el tedio, antes de pasar él también la página, y ser recibido por hojas repletas de palabras impresas. Palabras que la profesora estaba repitiendo, una por una. Sin prisa, pero sin pausa. Y, desde luego, sin piedad. 

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14/03/2016, 01:02
Dama

Miró el cartel antes de darse la vuelta y alejarse de allí por última vez: "Se precisa Dependienta".

Le habían quitado el mejor empleo que había tenido hasta entonces, pero se marchó con toda la dignidad que había podido. Se caló su mejor sonrisa como si fuera una máscara, por si a alguien se le ocurría pensar que la decisión le suponía algún trastorno, y con el libro bajo el brazo taconeó por la acera, camino a casa.

Todo había empezado con la entrada de aquel hombre de aspecto cetrino. Había dejado el libro sobre el mostrador, la había mirado, y había solicitado empeñarlo. Eso era lo habitual en una Casa de Empeños, después de todo. Lo que ya no fue habitual fue lo que siguió. El rosario de contratiempos, la cadena de incidentes que acabaron en desastre.

Alguien tenía que pagar el pato, y fue ella.

Bien, pues se enterarían...

Los pasos firmes hicieron crujir la gravilla del minúsculo jardín. En su casa, podría pensar con tranquilidad cómo usarlo. Sus compañeras y su jefe podían pensar que había perdido un tornillo, o los que fuera. Daba igual. Se había llevado el libro con ella, y en su casa, en ese santuario de soledad y silencio, lo estudiaría con calma. No lo habría podido hacer si no la hubieran despedido. Sus ojos brillaban extraños, sus manos temblaban levemente. Dejó el libro sobre la mesa, y lo abrió. El título oscuro gritó la palabra que ya se había instalado en su mente: "Necronomicón".

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14/03/2016, 01:47
Erawen

La noche había llegado y con ella mi osadía: pasar las siguientes horas de oscuridad en el interior de aquel viejo y supuestamente encantando manicomio. Un cartel en la verja indicaba que no se podía pasar, pero lo ignoré totalmente y accedí al patio exterior.

Las plantas estaban asalvajadas, creciendo por donde querían. Otras simplemente habían muerto, al igual que las personas que hacía años habitaron entre los muros de aquel fatídico lugar.

Me moví deprisa por aquel jardín olvidado llegando a la puerta principal del edicifio. Más que puerta, gran arco hueco, pues allí no quedaban ni puertas ni ventanas y menos aún mobiliario tras el incendio que provocó aquel loco con el rostro cubierto con una máscara y que, con un libro abierto en su mano, aseguraba haber logrado descubrir como controlar el fuego.

El suelo crujía bajo mis pies, mientras iba avanzando por el pasillo guiándome por la luz de mi linterna. Se oían extraños sonidos alrededor mío, seguramente los animales salvajes estaban moviéndose alertados por mi presencia… o quizás las almas de aquellos que murieron allí calcinados, comenzaban a despertar a la luz de mi lámpara.

Continué adentrándome en aquel oscuro y muerto lugar, entrando de vez en cuando en algunas de las habitaciones donde alguna vez llegaron a estar ingresados los pacientes de aquel centro tan especial. En algunas de esas paredes aún se veían las marcas del dolor y el sufrimiento de las personas que estuvieron entre esos muros  internados o quizas eran los arañazos de desesperación por salir de aquel lugar en llamas.

De pronto, algo se agitó con fuerza detrás de mí. El sonido emergenté me asustó, haciéndome soltar la linterna, la cual rodó por el suelo lleno de escombros y se apagó. Me giré a mirar hacia el lugar donde creí que había surgido el ruido que había alertado, cuando vi que algo grande, oscuro, con los brazos abiertos, sin piernas…  alguien se lanzaba sobre mi. Me quedé helado, viendo como aquel ser se aproximaba a mi a gran velocidad. Los nervios que me hicieron soltar la linterna se apoderadón de mi. Quería correr, pero era incapaz de moverme, de mi garganta no podía salir ningún sonido. Estaba bloqueado.

Noté como unas garras invisibles me desgarraban la piel del rostro, haciéndome reaccionar el dolor que provocaban. Con mis manos logré palpar y agarrar al ser, el cual respondió con un graznido.

-¡Un pato! – exclamé a la par que le lanzaba lejos de mi y daba un par de pasos hacia atrás.

Al estar a oscuras y sin conocer el lugar, tropecé con una roca y acabé en el suelo, tirado sobre la gravilla y ruinas del edificio. A pesar de estar casi en la más completa oscuridad, dedicí continuar mi pequeña aventura. Estaba seguro de que podría aguantar toda la noche allí. Así pues, me levanté y me sacudí el polvo. Torpemente, arrastrando los pies y con las brazos estirados, fui en busca de una pared que me sirviese de guía.

No tardé en dar con una y me apoyé en ella mientras recuperaba el aliento y la razón, pues ese lugar, la oscuridad… comenzaban a calar en mi. Ya no veía las sombras como cuando entré, ahora se alargaban más y…. juraría que esa se ha movido ahora mismo! Pensé aterrado. Esperé unos segundos y nada, así pues decidí continuar.

Siguiendo mi plan, con mis manos en la pared, seguí moviéndome por allí. Cada vez más lento, cada vez más asustado. Mi corazón se aceleraba cada vez que un sonido nuevo surgía o veía una sombra moverse… y esos ojos que de vez en cuando me miraban bajo el manto de la oscuridad… 

Avancé un poco más, pero algo me agarró del pantalón y no me soltaba.. no me dejaba ir. Esta vez si grité y tiré y tiré. Pero no me dejaba ir… y no lograba verlo. Recorde el suceso con el pato y decidí relajarme un poco. Más tranquilo y con cuidado, descendí mi mano por mi pantalón, buscando la causa de mi atrapamiento. Lo que parecía un viejo tornillo partido y oxidado se había enganchado en la pernera del pantalón, demasiado grueso para que lo pudiese romper y sin filo para terminar de desgarrar mis pantalones vaqueros.

Respiré aliviado, todo tenía explicación. Más tranquilo continué mi marcha vagando entre las ruinas en la más completa oscuridad. De pronto, una luz apareció delante de mí. Era imposible que fuese mi linterna, pues la había perdido bastantes metros más atrás. Pero esa luz era atrayente, igual que un imán.

Sin dudarlo caminé hacia ella, guiándome esta a una habitación completamente iluminada. Accedí a ella, mirándola con curiosidad. Era un lugar que desprendía luz propia y paz, como si de un santuario se tratase.  De pronto esa luz se desvaneció, quedando sumergido nuevamente en la más absoluta oscuridad. Una voz resonó justo detrás de mí.

-¡Puedo controlar el fuego! – exclamó.

Me giré y vi a un hombre, con una máscara cubriéndole el rostro, un libro abierto en una de sus manos y en la otra una llama, la que me consumió la carne, los huesos y el alma.

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14/03/2016, 03:41

La muchacha desmontó quitándose los guantes y metiéndolos bajo la cincha de la silla. Estiró los brazos y relajó la espalda tras la larga cabalgada mientras comprobaba el terreno en los alrededores de la mansión. Su montura se agitó nerviosa, pateando el suelo con las cuatro patas delanteras, hollando la tierra con sus afilados cascos.

El cartel de hierro forjado aún presidía la inexistente verja de entrada, un agujero más en el deslavazado muro que rodeaba la finca. El ladrillo no soportó el paso del tiempo tan bien como los gruesos sillares de piedra gris del edificio. La existencia del muro era testimonial en el mejor de los casos.

Rozó con la yema de sus dedos el broche de plata de su capa, notando la energía acumulada en su interior. Fluyó por su cuerpo y tejió las hebras, que cubrieron su capa, haciendo que su figura se difuminase contra el entorno. Alzó la capucha sobre su rizos rubios y mientras su rostro se desdibujaba urdió una compleja máscara de hebras brillantes trazando un complejo dibujo de plumas azules antes de desaparecer por completo en el aire.

Avanzó envuelta en la certeza de saberse indetectable a través del jardín, pasando sobre los muertos parterres sin molestarse en rodearlos a través del sinuoso sendero a través de un terreno muerto y seco, o asilvestrado en el mejor de los casos. Nada se interpuso en su camino hacia la pesada puerta. Saltó los tres escalones que conducían al porche cubierto acompañada del olor a madera y aceites. Resultaría obvio para cualquiera que aquella puerta era un añadido reciente a la mansión abandonada. No trató de cruzarla, sino que salto por un costado, pasando por encima de la balaustrada de marmol y avanzó junto a la pared hacia la parte trasera.

Consultó un pequeño libro, encuadernado cuero rojizo, desgastado y surcado de marcas, que mantenía cerrado con un cordel de seda. Leyó a través de las hebras luminosas de su máscara, gracias a las que podía ver a través del camuflaje del broche, aunque a cambio le mareaba tener que fijar la vista en su propia escritura, menuda y precisa.

Sus fuentes aseguraban que el grabado de un pato en el friso que adornaba el pie de las paredes de la mansión le permitiría dar con un pasadizo construido por los nobles que la habitaron. Puede que para escapar en caso de peligro, pero la mayoría decía entre risillas que la última Primus de la región lo había usado para permitir paso franco a sus muchos amantes. 

Los relieves solo eran bultos informes, desgastados por centenares de años de erosión… y tras tanto tiempo lo que quedaba en la memoria eran los amoríos de una mujer. La gente era terrible. Tanto le daba, se dijo, mientras seguía buscando agachada junto a la pared. No descubrió la fastidiosa ave pero sintió en la punta de los dedos la sacudida de un residuo de energía, una varilla de metal inserta en la piedra. El regusto, un punto picante, era de oro. A la antigua nobleza le gustaba usar oro en sus acumuladores aunque no fuera mejor que la plata, ni siquiera que el acero. La estupidez nunca resultaba pragmática. Tanteó en busca de una trampa que no estaba allí. Urdió las hebras indicadas, una sencilla salvaguarda, nada demasiado sofisticado.

El muro se deslizó hacia el exterior, arrastrando la gravilla del patio. El rascar le pareció escandaloso en la antinatural quietud de la zona. Se sumergió  en la estrecha abertura sin esperar a que estuviera abierto por completo a través del estrecho pasadizo, guiándose mediante la luz que se colaba por la puerta a sus espaldas. La máscara la intensificaba, permitiendo descubrir detalles como los paneles de madera que recubrían las paredes, o los soportes de lamparas que alguna vez alumbraron ese rincón. No había otra opción que seguir adelante en aquella ratonera donde cualquiera podría emboscarla. Ni siquiera la solida sensación de su brazalete de acero, rebosando energía, lograba mitigar la tensa sensación de encontrarse atrapada.

Unas escaleras, empinadas y tan estrechas que casi creyó que tendría que subirlas de costado, siguieron al pasillo. Ni siquiera su máscara le permitía penetrar las sombras del piso superior. Trepó, más que caminó, por aquella quejumbrosa madera desplazando su peso con cuidado sin evitar los chirridos de siglos de descuido. Su mano se cerró en torno a la daga buscando la seguridad del arma. Al finalizar el ascenso se sumergió a tientas en la oscuridad. El latir de su sangre martilleando sus oídos era cuanto percibía a medida que el pasadizo la engullía.

Concentrada en avanzar tardó en descubrir el rumor de una conversación. Amortiguada, distorsionada e imposible de comprender pero eran voces, no cualquier ruido propio de una casona abandonada. Rozando la pared con las manos para evitar tropiezos apresuró el paso, antes de que las voces cesaran. Su capa removía el polvo largo tiempo posado en aquel rincón oculto, envuelta en una nube que hacía lacrimar sus ojos. Topó con el final del pasadizo, al otro lado las voces eran más sonoras y nítidas.

 —Ha comenzado a cambiar — dijo la voz de un hombre joven—. Esta vez ha funcionado.

 —No estoy tan segura —respondió con frialdad una grave voz femenina. Sonaba acostumbrada a que se le diese la razón, quizás una noble o una mercader—. Las otras veces comenzó igual y lo único que logramos fue un... rechazo. Y no resultan agradables.

Sus palabras le hicieron hervir la sangre, pero no le pasó desapercibido que a pesar del tono desapasionado de la mujer hubo vacilación, inquietud por el resultado de sus profanaciones. Más le valdría haber tenido más, mucho más miedo, el suficiente para alejarse de aquellas repugnantes prácticas.

Se inclinó para colocar su oído contra la madera, para juzgar la posición de aquellas personas o cuantos más habría. Al menos uno más, aquel que estaba… cambiando. La mera idea le produjo una sacudida de repugnancia. Un tornillo suelto por el paso del tiempo y el desgaste de la madera se enganchó a su capa, haciéndola trastabillar. Buscó apoyo en la madera frente a ella y esta cedió con brusquedad. La puerta oculta la lanzó al otro lado mientras su capa se desgarraba y las hebras del camuflaje rielaron, revelando su figura un instante ante los perplejos ocupantes de la habitación.

La habitación podía haber sido un dormitorio o un despacho antaño, no quedaba mobiliario que atestiguara su antigua función, y se había limpiado de escombros. En el suelo, sobre una simple estera, un hombre se retorcía, hecho un ovillo, emitiendo quedos gruñidos. De pie a su lado un muchacho y una mujer miraban en su dirección sin estar seguros de lo visto. Sus miradas se buscaron, tratando de confirmar lo sucedido con el otro. ¿Realmente habían visto a una mujer con un jubón de cuero rojo y el rostro cubierto por una brillante máscara azul?

La mujer de voz grave se remojó los gruesos labios antes de decidir abrirse paso hacia la puerta con un empujón en el hombro del muchacho. Su vestido de seda se agitó alrededor de sus piernas, entorpeciendola, pero ya lo agarraba con las manos alzándolo sobre las rodillas antes de trasponer el umbral.

Dejó de suministrar energía al tejido de camuflaje, dañado sin remedio a causa de un simple clavo oxidado, y este comenzó a desgranarse de forma natural. El ambiente se cuajo de motas de energía arremolinándose a su alrededor, atrapadas en la corriente de aire que cruzaba los amplios ventanales, huérfanos de cristales. Un remolino de motas brillantes y polvo la rodeaban, la energía brillaba un instante antes de volverse grises como la ceniza, mientras su figura aparecía a retazos, a medida que se desmoronaba el conjuro.

El brazo que empuñaba la daga terminaba bruscamente en el codo, y una mano aún invisible atrapó a un muchachito de apenas quince años, que boqueaba incapaz de reaccionar, por la garganta. Lo empujó contra la pared, sacandole el aire de los pulmones, y solo entonces intentó librarse de la presa sobre su cuello, pero las hebras de plata que rodeaban el brazo aún invisible le daban fuerza suficiente para ignorar sus intentos. La afilada cuchilla  rozó su mejilla, logrando que dejase sus esfuerzos para suplicar piedad.

La máscara de la mujer comenzaba a deshilacharse, sus hebras, similares a plumas, flotaban ante ella, revelando unos fríos ojos ambar.

—¿Dónde está el akrin? ¿Dónde lo tenéis? —bramó con furia mal contenida.

 —¡No tenemos ningún akrin! ¡No me mateis, señora! Todo es obra de la señora... la dama Nazeid. Ella nos da los corazones de akrin… dijo que podíamos convertirnos en uno de ellos ¡que viviriamos para siempre!

Estúpidos. Estúpidos. Estúpidos. Mátalos a todos. Las palabras de su aprendizaje resonaban en su cabeza como un mantra. Se sentía tentada de hacerles caso. Su mirada bajó al hombre que se retorcía en el suelo. En su carne desnuda surgían formas bulbosas de color violaceo. No habría ningún cambio, ya había visto aquello antes. Estaba muerto, hiciera lo que hiciese ella.

—¿Nazeid... es quien huyó?

—E… Eika, es su… doncella. Ella trae a los candidatos al santuario… yo no hice nada, solo hago lo que la señora me manda, yo nunca quise hacer esto…

—Calla la boca —rezongó asqueada por sus obvias mentiras—.

Extrajo energía del acero, refulgió dorado en su muñeca mientras tejía un conjuro que inmovilizaría al muchacho. Estaba tan aterrado por el brillo bajo su nariz que ni intentó eludir las hebras mientras le rodeaban. Lo dejó atrás, sometido por brillantes hilos tan resistentes como la mejor de las sogas mientras corría tras Eika, siguiendo el rastro de polvo alzado por su carrera hacia el piso inferior. La descubrió al pie de la larga escalinata que descendía hacia el recibidor, ocupada en descorrer los pesados cerrojos que no les habían protegido y ahora la retenían.

Hiló nuevas hebras plateadas que se enroscaron en sus piernas mientras  saltaba sobre el pasamanos de la escalera, cayendo al piso cinco metros por debajo con la ligereza de un felino sin perder el paso. Saltó sobre la espalda de la mujer cuando cruzaba la puerta, y rodaron por el porche y los escalones, enredadas en la capa y las faldas de seda. Con las espirales de plata brillando alrededor de sus brazos la retuvo contra el suelo.

—¿Dónde está el akrin? ¿Dónde consigues los núcleos? —volvió a exigir escupiendo las palabras al hermoso rostro de Eika. Esta le devolvió una sonrisa confiada. Sus ojos violetas le sacaron de su error antes que sus palabras.

—La tienes delante, estúpida.

Estúpida. Estúpida. Estúpida. Las palabras resonaron en su cabeza junto al golpe en el pecho y el crujir de costillas. Su espalda chocó contra la balaustrada de marmol del porche, y le extrañó no gritar de dolor, así como sentir la gravilla contra su mejilla. ¿Cúando había caido al frente? Trató de tejer hebras... su instinto dictó las ordenes, puesto que su cabeza le daba vueltas. Tiró de cada mota de poder almacenada en acero y plata y lanzó las hebras en un torbellino verde y rojo que laceraba mármol, madera y tierra a su paso.

Debía incorporarse, se dijo, su mano no sostenía la daga... ni siquiera sabía cuando la había perdido. Alrededor de ella el suelo estaba desgajado en una marca espiral, la grava arrancada, los adoquines del viejo sendero cortados limpiamente y la tierra oscura y húmeda visible... liberando olor a tierra húmeda, aunque hacía días que no llovia. El olor a tierra mojada le gustaba. Era curioso lo que se le pasaba por la cabeza mientras debería estar intentado ponerse en pie, pero no estaba segura de si sus piernas le estaban haciendo caso.

Entre la neblina de tierra, piedra y motas difuminándose en el ambiente no era capaz de descubrir si la akrin seguía en pie. Algo se agitó. Hebras rojas, doradas y negras. La cabeza le daba vueltas. El olor a tierra mojada resultaba... agradable.

Notas de juego

La verdad es que el ejercicio me ha venido bien para darle forma a una idea que tenía en la cabeza hace tiempo. Transcurre en el "universo" de otra historia propia, pero lo he escrito con la intención de que tenga entidad propia, y no necesite de nada más para leerse.

Me he quedado bastante cerca del límite de palabras, me temo ^^

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14/03/2016, 11:06
Rifuru

MAÑANA

Masajeó sus sienes, tratando de aplacar la incipiente jaqueca que se cernía sobre él. Tenía que salir, despejarse y quizás fumar un cigarro. Eso siempre calmaba sus nervios, como cualquier droga para un adicto, la nicotina siempre le aplacaba. Se levantó del sillón ajado y apagó la tele, que no daba sino un comercial estúpido de altas horas de madrugada. Él ya sabía que un cuchillo milagroso no le iba a solucionar nada, los problemas por desgracia no se solucionaban llenando nuestra vida de objetos inútiles.

Cogió su gabardina, tirada de cualquier forma al lado de la puerta. Siempre pensaba que algún día debería comprar un perchero, pero lo haría mañana. Para posponer las cosas mañana era su día favorito, algo tan cercano como para conformarse con la respuesta y tan lejano como para no llegar nunca. Se colocó el chaquetón sobre sus hombros y sin abrocharlo si quiera, buscó en los bolsillos y abrió la puerta. Revisó al tacto el llevar al menos las llaves de casa y el tabaco. Cosas indispensables, el resto era accesorio.

Fue saliendo del portal y tuvo que agachar la cabeza, para no golpeársela con el cartel medio caído de aquel anuncio de algún tipo de bebida espirituosa. ¿Whisky? La chica ligera de ropa y con máscara veneciana de la publicidad sin duda había tenido días mejores, más lustrosos al menos. Ahora su figura estaba ennegrecida y algunos vándalos habían pensado que grafitearle unos cuernos de demonio era más favorecedor, junto con un tridente a juego.

Negó levemente y se encendió su ansiado cigarro, dando una profunda calada y sintiendo como el humo calentaba todo su cuerpo al pasar por la garganta. Joder, aquello era lo que necesitaba. Sentía remitir levemente el dolor de cabeza con el aire fresco proveniente de la noche. Ahora solo debía dar un paseo y que todo volviera a la calma. Por desgracia no había ningún libro o manual que te explicara cómo sobrellevar una vida de mierda sin querer volarte la tapa de los sesos a diario, quizás debiera escribirlo él. El mundo estaba lleno de pringados y desesperados deseosos de una solución, ¿no era para eso que la gente compraba libros de auto ayuda en masa? Parecía que si alguien te decía qué hacer todo era mucho más simple, nos costaba tomar el control de nuestra vida.

Siguió caminando, decidiendo qué dirección tomar, cuando un grupo de jóvenes ruidosos salió de un pub y le dio un empujón. Tuvo la suerte de no perder el equilibrio, pero perdió el cigarro con aquella maniobra. Gruñó con disgusto y se imaginó por unos segundos acabando con aquellos veinteañeros, con un arma. Un tiro al pato como los de los puestos de la feria, donde ellos tendrían una diana en la frente y él la escopeta desviada con balines. Se resignó y optó por encenderse otro cigarro, ya sabía dónde quería ir. Se podría decir que lo había sabido desde que decidió salir.

Tuvo que atravesar el parque, que a esas horas estaba oscuro y en silencio. La quietud solo era rota por sus pasos en la gravilla. Desde la muerte de Lucy y Sally intentaba mantenerse alejado de los parques o cualquier zona de ocio infantil, no se acercaba a nada que les recordara a ellas. Esta era una excepción, pues era tarde y no escucharía ningún chillido infantil. Pese a todo no puedo evitar recordar sus figuras, imaginarlas junto a los columpios riendo como hicieron antaño. La congoja atrapó su corazón al recordar el fantasma de su mujer y su hija hacía apenas dos años en aquel parque. Pero no se dejaría atrapar por el embrujo, aceleró el paso y se plantó frente al Derry’s.

Cierto era que el señor Derry estaba como una cabra, le faltaba un tornillo. A todo el mundo le parecía demasiado gritón, excéntrico y a veces irascible. Eran múltiples las veces que había visto cómo se liaba a golpes con un parroquiano por una inocente conversación deportiva. Pero venir aquí le mantenía a flote de alguna forma. Derry’s era su santuario, el lugar donde venir a tocar fondo y emborracharse hasta perder el sentido. Sabía que aquello no le hacía ningún bien, pero aquello no iba a ser para siempre. “Mañana lo dejo” pensó con media sonrisa, al tiempo que su mano acariciaba la puerta y la empujaba para dentro, embriagándose de los vapores, el calor y el alboroto del interior de la taberna.

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14/03/2016, 14:02
Martin Kiusack

Elena se decidió a abrir los ojos. Ladeó la cabeza sobre la almohada y enfocó la mirada en la pared. En medio de aquella superficie lisa y de color blanco, salpicada de fotografias llenas de caras sonrientes, destacaba el brillante rectangulo del cartel anunciador. Los ojos azules del rostro encuadrado le devolvieron la mirada, inundandola de una calida sensacion de bienestar. Cairo, su gato, se plantó de un salto sobre su pecho, indicandole con esa nada sutil manera de los gatos, que era hora de levantarse y atender sus necesidades.

Apartandole a la vez que apartaba sus mantas, Elena se levantó de la cama. Se acuclilló para recoger del suelo la máscara que usaba para dormir, preguntandose, con un mohín pintado en su rostro, como habia llegado hasta allí. Ya que estaba alli, recogió unos pocos más de trastos: un libro de poesia, un paquete de pañuelos desechables a la mitad, un vaso de agua vacio...

Con rápidez, se desvistió por completo y atravesó a toda prisa el distribuidor para evitar miradas indiscretas antes de introducirse en el cuarto de baño. Aterida, se introdujo en la ducha, apartando de una suave patada el pato amarillo que deberia estar en una bañera y no en su plato.

El agua, un poco más caliente de lo comodo, arrastró el cansancio de la noche y del sueño, ayudado por un vigoroso uso de una esponja enjabonada. Su larga melena castaña requirió un poco más de cuidado para adecentarse, ocupando los siguientes minutos de secador de pelo, toalla y cepillo.

Envolviendose en una larga y mullida toalla y convirtiendo su melena en un turbante, Elena volvió a su habitación y procedió a vestirse con un ropa comoda e informal. Satisfecha con su aspecto de deslizó hasta la cocina, dispuesta a proporcionarse un nutritivo desayuno. Con una tostada en la boca y haciendo malabarismos con un plato de huevos revueltos con beicon en una mano y un platillo con una taza de café solo en la otra, Elena se sentó a la mesa. Dejó sobre la pulida superficie de madera su desayuno y se acercó con la punta del dedo un pequeño jardín zen en miniatura, de gravilla blanca y cristalina.

Mientras masticaba, su dedo, fino y afilado, trazó un complicado arabesco sobre la irregular supreficie. Una runa. Un Kanji. Un simbolo de poder. El garabato de un niño.

Incomoda, se bajo del taburete de madera sobre el que estaba aposentada y giró el asiento, notando como se elevaba sobre el tornillo central, con un chirrido de madera contra madera. El enervante sonido hizó que se le erizase la piel de la nuca y Elena esbozó una mueca, mientras su cuerpo se inclinaba involuntariamente hacia un lado.

- Jolines...-

Cuando alcanzó la altura deseada, Elena volvió a sentarse y terminó su desayuno con la mirada perdida en la nada. La casa permaneció silenciosa, callada y tranquila, un autentico santuario para gente como ella...

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14/03/2016, 14:13
Elfered

El coche hacía un ruido extraño hacía ya varias semanas. Nunca me había interesado la mecánica, y cada vez que conducía rezaba por no quedarme a pie. Bueno, rezar lo que se dice rezar tampoco, nunca había sido un tipo religioso. Digamos que lo deseaba.

“Tú siempre igual, ¿Cuándo vas a arreglar ese coche?”. La voz de Cristina había sonado nítida, como cuando me gritaba desde la habitación. Tráeme esto, tráeme aquello. Que un vaso de agua, que un pañuelo. A veces me agotaba. Intenté concentrarme en la ruta pero mi vista se nublaba.

¡Maldita sea! ¿Qué decía ese cartel

Me lo había pasado, ya no sabía ni dónde estaba.

Yo no tenía tiempo para esas cosas que me pedía, y tampoco ganas. Ella con su máscara de cremas, aceites y pepinos lo tenía fácil, para ella era decirlo y listo, a seguir viendo la tele. Total, ponte el camisón, una ensalada en la cara y ábrete el libro erótico ese donde salen millonarios sadomasoquistas que hacen lo que se les da la gana. Yo hago todo.

No sabía cuánto tiempo llevaba conduciendo, había perdido la cuenta. Tanto tiempo al volante que cuando bajara terminaría caminando como pato. “¿Y para qué tienes un cuentakilómetros?”, habría dicho Cristina.

Ya cállate.

Intenté ignorarla y pensé en lo que me compraría luego: Un bocadillo y una cerveza fría. El partido comenzaba a las diez, seguramente llegaría a tiempo.

Giré en la primera salida, casi por instinto. Las ruedas del auto en la gravilla casi me hacen perder el control, pero frené a tiempo. Si no paraba pronto iba a perder un tornillo, lo mismo que el coche.  Hice un tramo más y encontré el lugar. Si, allí era. Un santuario natural.

Bajé del coche. Me esperaba un duro trabajo. En la cajuela me esperaban Cristina y una pala.

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14/03/2016, 15:10
kijotexxl

Bienvenidos a Boston, población 645.966 habitantes. Así rezaba el cartel que indicaba que había llegado a su destino. Dejó caer su mochila al suelo y contempló aquella cifra durante unos momentos más.

¿Cuánto hacía que allí no vivía nadie? ¿Cincuenta años?

Una media sonrisa se dibujó en su rostro, bajo la máscara de gas. Cada vez que pasaba por aquel camino rumbo a la ciudad pensaba en arrancarlo, pero nunca lo hacía.

Se adentró en aquel cementerio de metal y hormigón, como tantas otras veces en busca de algo de valor.

Había más como él. Saqueadores que no tenían inconveniente en adentrarse en terreno hostil por un puñado de dólares. Recogían de todo: aparatos electrónicos, comida, vehículos que aún funcionasen, algún romántico se agenciaba algún libro, cualquier cosa que se pudiera vender.

Llevaba un par de horas vagando por las calles desiertas; o que parecían desiertas más bien, entrando en casas en las que no hubiese entrado nunca y marcándolas como “limpias” una vez abandonada cuando, al entrar en una enorme plaza escuchó un sonido, algo parecido al graznido de un pato, pero más grave. Se escondió detrás de un coche volcado que había ardido hacía ya tiempo y miró alrededor en busca del origen del sonido. No vio nada. Se arrastró por el suelo hasta llegar a una zona ajardinada, se arañó codos y rodillas con la gravilla suelta, pero al menos se podía ocultar entre la vegetación que crecía salvaje.

Tras unos interminables minutos de lento reptar consiguió llegar al otro lado de la plaza y entrar en un aparcamiento donde había aún estacionados varios coches, pasaría por allí hasta el otro lado, una zona que aún no había visitado nunca.

Mientras caminaba agachado ocultándose entre los vehículos volvió a escuchar el sonido, ésta vez mucho más cerca. Se dejó caer en el suelo detrás de una furgoneta de Mario's, Dios, le encantaban esas pizzas...

Cerró los ojos un instante para agudizar su sentido del oído, se relajó, sintió la rueda de la furgoneta contra su espalda, el asfalto frío sobre el que se sentaba, olía el viejo gasoil... ¡Clinc! Un sonido métalico a su lado, algo pequeño, como un tornillo acababa de caer. Abrió los ojos de golpe, el tiempo suficiente para ver como una barra metálica golpeaba su rostro y le dejaba inconsciente.

El ser deforme, cubierto de harapos lo agarró por una pierna y comenzó a arrastrarlo, dejando un reguero de sangre. Darían cuenta de él cuando lo llevase al Santuario.

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14/03/2016, 15:46
Chemo

Robledo miraba la pantalla del ordenador y asentía al publicista como si de verdad estuviera examinando el cartel. Su rostro era una máscara que fingía interés, pero sus pensamientos estaban lejos. Pensaba una y otra vez en aquel libro que había querido escribir cuando era joven. ¿De qué era? ¿De aventuras? ¿Fantasía? Ciencia ficción, eso es. ¿Hacía cuánto que no leía algo que de verdad le apeteciese?

Asintió por última vez dándole el visto bueno a ese diseño y olvidándose el tema al momento. Por lo menos de esa manera se libró del publicista, que salió del despacho con su andar de pato en dirección a la imprenta. Un momento de soledad. En realidad demasiados momentos de soledad. Robledo había querido ser el mejor de su promoción, un bólido fuera de serie, y lo había logrado. El precio fue servir de gravilla para que otros más fuera de serie que él mismo pavimentaran su futuro. Pero no podía quejarse: tenía todo lo que quería ¿o no?

No. El mundo había perdido un tornillo. En realidad el mundo había perdido todos sus tornillos y lo que quedaba era tan sólo una maquinaria voraz, despiadada, que se alimentaba de los idiotas que, como Robledo, creían tenerlo todo. ¿Cómo decía aquella canción? Quería comerse la vida y fue la vida y se lo merendó. 

Por suerte no tuvo demasiado tiempo para pensar en eso. Un toque en la puerta y nueva irrupción en su santuario para tomar alguna otra absurda decisión sobre un tema que probablemente generaría millones de euros, aunque él no tuviera ni calderilla para un sueño.

Robledo atendió al recién llegado como si de verdad estuviera interesado en lo que le decía. Su rostro era una máscara que fingía interés. 

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14/03/2016, 17:14
UtherPendragon

Tumbado de espaldas sobre la plataforma móvil soy llevado por la criatura bípeda a través de un lago pasillo blanco sin adornos. Cada cierta distancia pende del techo un cartel en los cuales hay pintadas palabras que no comprendo indicando con flechas lo que supongo han de ser desviaciones del camino principal por el cual ahora me llevan. No se cuanto hace que estoy allí pero temo que pronto ha de llegar un nuevo castigo. Luces blanquísimas pueblan el techo, crueles en intensidad lastiman mis ojos mas, aunque lo deseo, no puedo volver el rostro de lado porque algo me inmoviliza al completo sobre la plataforma. Solo veo parte de la cara de la criatura, la máscara que son sus facciones se me hacen horrendas e incomprensibles. Otra más pequeña le acompaña, discuten en su gutural lengua mientras observan las anotaciones que la pequeña lleva en su libro de pocas páginas.

Los dolores que sacuden mis músculos me atenazan los pensamientos y es entre las brumas de lo que se ha olvidado que recuerdo a duras penas un cielo de un azul intenso, la inmensa bandada de aves localmente llamada pato, el impacto terrible sobre un suelo cubierto de gravilla y mi cuerpo al ser despedido entre una nube de metales de aleación, plásticos y el descabezado tornillo de sujeción de mi pechera de piloto.

Finalmente llegamos al lugar de mi tormento. Otra vez llegan las muchas manos de múltiples dedos que se cierran como garras sobre mi brazos y piernas mientras soy transferido de la plataforma a la metálica butaca dotada de grilletes, a continuación las agujas que impiadosas perforan mis carnes vertiendo en mi interior aquellos desconocidos líquidos que como un torrente de fuego ardiente se internan en mi abotagando mi conciencia a la vez que los violentos espasmos me sacuden.

Entonces, comienza el largo monologo de la criatura, que a mi espaldas, dijera una y otra vez desde que he caído a este infierno en el que ahora me encuentro.

¿Cómo me llamo?, ¿de dónde vengo?, ¿Cuál es mi misión?, ¿hay otros como yo? Una y otra, y otra, y otra vez.

Y aunque grito hasta más no poder, estas criaturas que me han apresado confunden mis quejidos de dolor con la comunicación verbalizada.

¿Cómo puedo hacerles entender que mi raza usa la mente para comunicarse, que somos una hermandad de seres abocados a la protección del santuario que ellos llaman Tierra y que yo he sido enviado como un embajador de paz dispuesto a firmar un tratado con los nativos?.

Que mi misión, es la última opción que el concilio de las razas estelares le han dado a ellos, antes de que la violenta naturaleza del hombre y sus tibios pasos hacia el espacio,

se vuelvan un serio problema para el resto del universo.

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14/03/2016, 19:52
Verttygo

Las ráfagas de viento azotaban las ramas de los árboles con violencia, amenazando con amputarlas. Los contados viandantes se aferraban a sus ropas y luchaban por no ser arrastrados. Bolsas y papeles se revolvían en pequeños remolinos hostiles que no mostraban piedad. Un antiguo cartel publicitario se estampó contra la cara de Pit, adhiriéndose a ella como si de una máscara se tratara. Él lo apartó de un manotazo, irritado.

No confiaba en que el desastre ambiental se hubiera evitado por hacer caso a los malditos y cansinos ecologistas. Pero hubiera merecido la pena para que ninguno de sus nombres apareciera en un libro enmarcado como profeta. Recordó tantas conversaciones triviales donde algún conocido manifestaba que el tiempo estaba loco... Pues ya no era figurado...

Cruzó la explanada con paso lento pero firme. Lo que otrora fuera un parque rebosante de vida y color ya no era más que un páramo. Se llevó la manga de su chaqueta a la boca y esquivó el cadáver de un pato que, inerte sobre la gravilla, era consumido por los gusanos. Contempló con indiferencia como ni siquiera aquellos que se nutrían de la muerte podían disfrutar de su festín, pues el inclemente vendaval alzaba a los más expuestos en apelotonados grupos para desperdigarlos en el horizonte.

Sus pies volvieron a pisar acera. Cruzó la carretera, se detuvo y golpeó con fuerza una puerta metálica que denotaba gran seguridad. Una franja se deslizó, dejando a la vista unos ojos suspicaces.

- ¿Qué tienes?

- Agua, chapas de metal, algún tornillo...

- Muéstramelo. - le cortó.

Se descolgó la mochila, la abrió y le fue enseñando el contenido. El rostro desapareció tras el metal y un chirrido precedió la apertura de la puerta. Acababa de comprar unas pocas noches en aquel santuario aislado de las inclemencias del tiempo. Pero, por desgracia, quienes no tenían nada, como él, tendrían que seguir recolectando más objetos útiles para abonar sucesivos pagos. Y estos eran cada vez mayores...