Partida Rol por web

Turno 906

“Descansa tu arco, Nihtegale.”

Era un largo crepúsculo color miel; y Eruannë vagó hasta que las últimas estrellas se desvanecieron en el agua de una fuente colmada de sombra y de quietud, como una pupila abierta al cielo en lo más profundo del Bosque Dorado.

“Tu lucha ha terminado…”

La elfa contemplaba un extraño espectáculo: una pequeña ave de plumaje castaño que sollozaba envuelto por una áurea luz de embrujo cuando calló, sorprendida, porque desde la rama en donde lloraba advirtió que Ithil se había caído y flotaba sobre el agua de la fuente. El ave suplicó, imprecó y cantó, mientras se multiplicaba la flauta de su eclógica garganta. Y ante aquel dulce deliquio, el ave hundió el pico en el agua transparente y se bebió a Ithil trago a trago. Entonces calló el agua en los claros surtidores, se adormecieron los arroyos cristalinos y se despertaron las flores del bosque para escuchar. Ithil y pájaro, dos y uno a un mismo tiempo. El astro ascendió hasta ave vuelta fulgores, y ave descendió hasta el astro vuelto trinos…

“Scyld ðu ðe nu, þu ðysne nið genesan mote…”

Amanecía, y un profundo silencio se alzaba sobre la Fortaleza de los Árboles. Eruannë acunó entre sus manos aquel cálido estremecimiento de pardas plumas y menguantes gorjeos. Un reguero carmesí, como pétalos de rosas, marcaba la huella de sus pasos.

“Quiero que sigas cantando, Nihtegale, pero aquí.”

Eruannë estrechó al pequeño pájaro y susurró, trémula:

—Atto… Se muere…

El avar negó con una silenciosa sonrisa.

—No morirá.

—Pero su fuente se quebró y la roja savia es ahora un río incontenible…

—No morirá —respondió el avar con una ligera sonrisa.

—¿Cómo lo sabes, atto?

—Ningún olva pierde por siempre el camino que le señala la tierra, ningún kelva pierde sus raíces…

“No te vayas aún a dónde no te podamos seguir…”

—… Y ningún elda pierde su estrella por siempre —susurró Eruannë.

Resolución Turno 906

Klunt se sentía desfallecer. Aturdido como estaba apenas escuchaba gritos, la sangre le nublaba el entendimiento y la visión era un borrón de colores esparcidos sin sentido. Aún así trataba de aclararse y sacudía fuertemente la cabeza. Vio su herida, torpemente la apretó tratando que dejase de sangrar.

Sintió una energía cruzar cerca de él, instantes antes había escuchado aquella voz del demonio hablando con tono firme. Tog aullaba y el olor a carne quemada le llegó hasta las narices. Maldito idiota. Era incapaz de morir sin llamar la atención.

Su vista se aclaró en los últimos segundos antes de caer inconsciente. Uno de aquellos elfos malditos observaba alrededor con su arco buscando enemigos. No había nadie más, al menos no allí cerca. Ellos eran la patrulla de reemplazo y habían caído todos. ¡El cuerno! Sólo tenía que tocarlo y alertaría al resto. Sería el fin del enemigo. Apresurado lo buscó donde siempre había estado, colgando de su mochila... pero un mareo le sobrevino y cayó de rodillas.

Se levantó como pudo y encontró la fuerza para coger el cuerno, lo llevó a los labios y ... una flecha le dio en el hombro haciéndole soltar el cuerno, se derrumbó y antes de poder cogerlo cayó en la inconsciencia para no volver a despertar.

Tog sabía que estaba muerto. Su cuerpo ardía y su armadura se consumía y sin embargo todavía le quedaba el odio, con todo ese odio cargó el arco por última vez y disparó pero lo hizo torpemente. Lo último que saboreó fue la sangre que le llegó repentinamente a la boca. Laufinwë clavó el arma con fuerza rompiendo la aorta abdominal y el corazón con sus últimos latidos impulsó la sangre volcándola al esófago y haciéndole sangrar por la boca. El orco se convulsionó por última vez y cayó al suelo, inerte.

No tardó en llegar el ataque de Astomer que descargó toda su furia sobre el enemigo, cortando por última vez al orco. Había iniciado su ataque antes de que éste cayese y por un motivo u otro no quiso o no pudo detenerse. La sangre que restaba en el cadáver se esparció por todos lados salpicando al montaraz.

Adronath juntó las mantas que había sacado. Sacó una cuerda de la mochila y la cortó, necesitaba atarla con alguna vara o bastón para poder arrastrarla más tarde si era necesario. Angustiado comenzó a buscar, sino siempre podría cortar un par de ramas gruesas de algún arbol cercano.

¡Habían ganado! Pero no había tiempo para alegrarse. Aegnor había caído y Eruannë se moría. Delante de ellos la vida abandonaba a la eldar. Sus ojos comenzaban a cerrarse y parecía que el remedio que había puesto Elhoram no conseguía detener el flujo de la sangre. El animista sabía que el momento era crítico puesto que la hierba precisaba tiempo para actuar y la elfa estaba al borde mismo de sus fuerzas.

Comenzó a declamar acompasadamente las palabras de la sanación. No podía apresurarse y arriesgarse a que algo saliese mal. Su declamar recordaba al rocío y a la vida, a las plantas recién plantadas y al brillo del astro de la mañana pero ¿llegaría a tiempo? ¿Aguantaría la elfa?

Turno 907

Apenas percibió la victoria o lo que sucedía a su alrededor. Solamente existía ella, su fuego se apagaba, su voz se silenciaba... La esperanza se desvanecía, y Elorham no sabía qué hacer para que ella no se fuera dónde no podrían seguirla. Le sujetaba la mano, y trató de invocar a sus ancestros y a los poderes de la Naturaleza.

Algo le impedía completar la curación. No podía ser... Rezaba a la Madre Tierra, a la Naturaleza... Ella no se merecía este final, no por su culpa, por culpa de haber separado al grupo para completar esta misión. 

-Ceven dhaer, anno vellas lín enin raw hen. Las palabras en sindarin le sonaban extrañas en sus propios labios, pero confiaba que ella las escuchara, que su alma respondiera. -Eruannë, lasto beth nîn...

Elorham había aprendido la lengua de los elfos en Meduseld, en el palacio junto a su padre. Antes de partir para no volver, antes de su exilio. Había encontrado su lugar aquí, junto a estos compañeros. Y ahora, cuando más lo necesitaba, quizá las enseñanzas de su padre, las de su hogar, le podían valer para salvar la vida de Eruannë.

Turno 907

Las voces de los orcos se fueron apagando a su espalda al igual que los signos de lucha. Sin embargo Adronath continuó su cometido. No corría, pero no paraba. Tenía que terminar las camillas para llevar a los heridos y a los muertos antes de que vienieran más enemigos. Debían salir de ahí cuanto antes.

El guerrero, en su mente aparecía una y otra vez la padre de su padre que le recordaba una y otra vez cuando le enseñaba o cuando realizaban alguna tarea juntos: "Las prisas son malas consejeras. Así que vísteme despacio que tengo prisa" Cuando pensaba en ello la mente del dunadan se calmaba y volvía al ritmo óptimo para hacer las cosas.  

Turno 907

Tras lanzar su conjuro, el mago se precipito a todo correr hacia la elfa. No sabia nada de primeros auxilios, de curas o de remedios, pero si que podía intentar revitalizar a la elfa el tiempo suficiente para que otro la tratase.

Mientras se acercaba a toda prisa, sacaba de un bolsillo interior de la túnica, su varita de roble. Tenia el poder de devolver una pequeña parte del fuego interior que hace vivir a todos. Insuflaba ganas de vivir, al menos así lo veía el mago, no llego a interesarse por esos poderes.

Cuando llego se postro junto a Eruannë. - Aun no es la hora - le decía amablemente, mientras con su izquierda, le cogía la mano. Con la otra, acerco la punta de la varita hasta tocar el pecho de la elfa, en el mismo sitio donde su corazón se batia en lucha. - Vive...- dijo en un susurro.

Turno 907

El beórnida hizo una mueca disgustado. Su puntería no había sido la que él hubiera esperado pero al menos habían abatido al último orco. Podrían disponer de una pausa para recomponerse y curar a los heridos.

Drustan observó como el erudito corría a ayudar al rohirrin y supo que allí sólo podía molestar más que ayudar.
Decidido a ser útil, se puso a ayudar a Adronath.

El tiempo, como venía pasando desde que comenzaron esta aventura, volvía a hostigarlos.

Turno 907

El orco estaba muerto, ya el combate estaba decidido, pero el precio había sido demasiado alto. Eruanne se debatía en el filo de la muerte. Era muy pronto para que sus canciones resonaran en las inmortales estancias inmortales de Mandos.

No busque supervivientes escondidos ni rebusque a mi alrededor por algo extraño. Fui directo donde los demás, que se acumulaban en los alrededores de nuestra cantora. Quería saber, aunque la verdad podría doler más que el golpe de cualquier enemigo, quería saber...

Turno 907

“¿Dónde están las eras, dónde el sueño de sabiduría y de gloria que los inmortales huesos de los eldar anhelaron, dónde los fuertes muros que allanaron, dónde los hijos del Telperion y el Laurelin? El presente está solo. La memoria erige el tiempo. Sucesión y engaño es la rutina del reloj de arena que, grano a grano, signa el hado de los Hijos de Ilúvatar. Entre el alba y la noche hay un abismo de agonías, de luces, de cuidados; el rostro que se mira en los gastados espejos de la noche no es el mismo. El Aquí y el Ahora fugaces astros, y aun así, tenues y eternos; otro Cielo no esperéis, ni otro Abismo. Se abre la verja del Jardín de los Sueños con la docilidad de la página que una frecuente devoción interroga. Y adentro las miradas no precisan fijarse en los objetos que ya están cabalmente en la memoria. Eso es alcanzar lo más alto, lo que os dará la Estrella que guía vuestro Hado: no admiraciones ni victorias sino sencillamente ser admitidos como parte de Eä, como las piedras y los árboles.”

Era un crepúsculo color miel; Eruannë vagó hasta que las últimas estrellas se duplicaron en las fuentes bajo una lluvia áurea como de ligera arena.

—Llueven estrellas —susurró.

Cargaba entre sus brazos un manojo de hierbas y flores que dejaba un reguero de pétalos carmesí a cada paso que daba la elfa. Amanecía, y un profundo silencio envolvía al Bosque Dorado.

Solo Eruannë y Erunor, su padre.

—Atto…

El avar volteó la cabeza hacia su hija y Eruannë le devolvió una triste mirada. Entre sus manos, un ruiseñor agonizaba y los rojos pétalos de las flores se desprendían y caían.

—Se muere…

El avar negó con una sonrisa.

—Ven.

Avanzaron un trecho hasta la vera de una fuente. El avar se inclinó sobre el espejo de agua y hundió sus dedos en la fría superficie. Y uno, dos, tres, diez, cien, miles de círculos se extendieron en torno a la mano de Erunor.

—Escucha.

Pero el bosque estaba en silencio, solo los menguantes latidos del ruiseñor llegaban a los finos oídos de la elda. Eruannë cerró los párpados y concentró todos sus sentidos en el circular movimiento de las aguas. Entonces escuchó:

“Ceven dhaer, anno vellas lín enin raw hen.”

Una voz y una plegaria que invocaba a la Señora de la Tierra y Dadora de Frutos y le pedía su favor.

—Ceven dhaer, anno vellas lín enin raw hen… —repitió Eruannë, acaso la valië escuchara la plegaria.

Un estremecimiento de plumas fue la única respuesta; la elfa acunó entre sus manos a la pequeña criatura: el ruiseñor agonizaba.

—Se muere… —murmuró.

Eruannë parpadeó. Dos lágrimas surcaron el bello rostro de la muchacha y sus claros ojos de cielo estrellado se oscurecieron como una noche sin estrellas.

El avar se arrodilló junto a su hija y le susurró:

—Escucha lo que el silencio tiene para decirte…

Y Eruannë escuchó.

“Eruannë, lasto beth nîn…”

—Os escucho —respondió.

Pero el Bosque Dorado estaba muy lejos de aquella voz que, horadando los círculos del agua, le hablaba.

—Os escucho —repitió la elfa, pero el Bosque Dorado permaneció en silencio.

Eruannë aguzó los oídos y abrió los ojos buscando en los sonidos del silencio y en el espejo de agua al dueño de aquella voz.

—Os escucho...

Turno 907

La lucha se había acabado pero Eruanne se debatía entre la vida y la muerte. No había un momento que perder.

Rapido, echo mano a mi bolsa de hierbas y le doy dos draaf a Zigur para que se las dé a la elfa.

Haz que se las tome, digo al tiempo que aplico un par de hierbas de otra clase en las heridas haciendo una amalgama con ellas.

Resolución Turno 907

El grupo se reunió en torno a la elfa. Elenmenel se acercó al cuerpo de su compañero, impotente al verle destrozado y muerto.

Elhoram sujetaba el cuerpo de Eruannë y trataba de alcanzar su alma antes de que partiese de este mundo. Pero ella no veía este lugar de penar sino otro, que le era más amable y claro, más querido. Se sentía ir, quería marcharse y poco parecía que pudiese hacerse. Pero el animista le habló con la lengua de los suyos, con la fuerza de los suyos, con palabras cálidas y comenzó a volver. Las heridas sin embargo seguían desgajando su maltrecho cuerpo.

Abrió los ojos y le vio. Elhoram tomaba su mano y ... escupió sangre. La visión volvió a nublarse. Unas palabras trémulas, ¿qué había dicho la elfa antes de volver a cerrar los ojos?

Zigur contribuía como podía y usó uno de sus últimos trucos. La intervención sin embargo tuvo poco efecto. Las heridas poco a poco dejaban de sangrar. La prodigiosa planta que Elhoram había usado hacía al final su efecto.

Astomer llegaba hasta ellos y preocupado rebuscaba entre sus pertenencias sacando varias envolturas que revelaron más hierbas sanadoras. La pierna del montaraz seguía sangrando pero era en mucha menor cuantía que las heridas de la elfa y él no les dio importancia, la urgencia era otra.

Zigur recibió las plantas pero no sabía muy bien qué hacer y pronto el montaraz las tomó. Era necesario que Eruannë las tragase pero estando inconsciente era peligroso, debía hacerse del modo correcto. Era importante no bloquear las vías del aire. El animista rompió las hojas en varias más pequeñas y cuando creyó tener trozos lo suficientemente pequeños los compactó con el puño haciendo de ellos una pelota. Incorporó a Eruannë para evitar que la lengua en posición de reposo impidiese el acceso al esófago. Pidió al erudito que la mantuviese incorporada y abriendo la boca de la elfa empujó la hierba convertida en una pelota hasta que llegó a la glotis. Tuvo suerte al evitar el reflejo del vómito y la hierba fue tragada. Mientras tanto Ástomer comenzó a aplicar otra de las hierbas. Ésta estaba preparada en forma de unguento y debía aplicarse en las zonas heridas que afortunadamente estaban a punto de parar. La pasta no olía bien pero el montaraz no torció el gesto mientras la aplicaba.

Pasaron unos tensos momentos mientras las plantas surtían efecto pero la elfa no parecía reaccionar. Drustan y Adronath juntaron esfuerzos y aprovechando un par de largas ramas formaron finalmente una buena camilla que podía llevarse cómodamente entre dos o, en un momento de apuro, ser arrastrada por uno si quien fuese portado estaba atado.

Eruannë no respondía. El animista cogió la segunda planta y repitió el proceso. Volvió a machacar la planta curativa y la empujó con fuerza hasta alcanzar el esófago. La elfa tuvo un reflejo, a punto estuvo de vomitar pero finalmente le hizo tragar la planta. Astomer volvió a aplicar otro de sus unguentos pero seguía sin despertar.

Elhoram observó que las heridas habían dejado de sangrar. La elfa no había despertado pero su vida ya no corría peligro ... siempre que se le tratase con cuidado y no se le volviesen a abrir las heridas.

Levantó la vista alrededor. Laufinwë llegó, grave, a su lado. No preguntaba nada pero su gesto preguntaba todo. Aranel también había ayudado con la camilla pero ahora estaba parado. Elenmenel trataba de recoger el cuerpo de Aegnor y buscaba un lugar donde ponerlo en reposo, tal vez ponerle piedras encima al modo antiguo y que los cuervos y los crebain no se alimentasen del cadáver.

Elhoram habló finalmente.

Vivirá Dijo. Pero estaban todavía lejos de rescatar a Namiré y habían perdido a la cantora. No se habían dado cuenta pero se había convertido rápidamente en una parte importante del grupo. Se sentían muy solos.

Turno 908

La muerte se cernía sobre la elfa, una muerte que aquella raza evitaba a diario con su inmortalidad. La lucha, la muerte violenta, era lo único que podía alejar a un eldar del plano del mundo en el que vivía, pero a la vez le acercaba a las estancia de Mandos, donde esperan que Namo decida su suerte. Una larga vida en Arda o tal vez una reencarnación.

Pero Eruanne no morirá allí, gracias a los cuidados del animista, aun tenia una oportunidad.

- Debemos marcharnos o morirá - dijo el mago - Tumbémosla en la camilla, y huyamos. - No había mucho mas que decidir si querían que eruanne sobreviviera.

Aun agachado junto a la elfa, volvió a tocar la frente de esta con su varita. Un ultimo intento de estabilizarla antes de salir de allí.

Turno 908

Con la camilla ya preparada, el guerrero se acercó a donde Eruannë estaba tendida y atendida por sus compañeros. Poniendo la camilla a un lado esperó a que dejaran un momento de atenderla para ponerla en la camilla.

- Coincido con Zigûr, debemos salir de aquí cuanto antes- dijo mirando a los presentes-. Podemos enterrar o por lo menos cubrir con piedras a nuestros compañeros caídos, pero no podemos llevarlos con nosotros, nos retrasarían la marcha- dijo afectado por dejarles ahí.

Turno 908

No disponía de mas hiebas curativas, la suerte de la elfa estaba echada, solo los dioses decidirían si viviría o moriría.

Ante esta impotencia, asentí a las palabras del mago y de Adronath al tiempo que me dirigí a Elorham.

¿Podrás cortar esta hemorragia, amigo? le digo mientras le muestro la herida aún sangrando.

Turno 908

Eruanne vivía, eso era lo importante...

Y aún así, tras un profundo suspiro de alivio y esperanza renovada, mire a los recién llegados.

-Probablemente les debamos la vida amigos, Eruanne por seguro.- Les dedique una sonrisa de alivio a todos, incluso a los elfos que aún no conocía. Por primera vez desde que termino el combate me permití pensar fríamente de nuevo en lo que nos traía aquí. -Pero no estoy seguro de que podamos retirarnos, al menos no todos. Algunos deberían llevar a nuestra cantora a un lugar adecuado para que pueda descansar y recuperarse, pero me temo que la misión que nos trajo aqui aún no esta cumplida.- Mire a los dos acompañantes de mi amigos, seguramente orgullosos miembros del Reino del Bosque de Thranduil. -Un ser de artes oscuras tiene a la princesa del bosque prisionera y no podemos abandonarla a ese horrible destino.-

Eruanne se había unido a esta peligrosa empresa a sabiendas de que sería peligroso y era probable que no lo lográramos todo. La elfa se merecía un descanso pero nosotros no podíamos dejar la tarea a esta altura...

Turno 908

Elorham saboreó las palabras que habían salido de los labios de Eruannë. Palabras que únicamente había oído él, palabras susurradas con dificultad, de un espíritu libre pero debilitado. Palabras habladas desde el corazón más grande que había conocido jamás, y que Elorham se guardaría para sí el resto de sus días como un tesoro.

Comprobó cómo depositaron a la elfa en la camilla, y entonces miró la herida de Astomer. –Déjame ver, amigo.

Las manos expertas del animistas aplicaron un vendaje en la pierna del montaraz para parar la hemorragia. Unas manos cubiertas de sangre oscura de los orcos contra los que había combatido, pero que ahora se dedicaban a lo que mejor sabía hacer.

-Estoy con Laufinwë, dijo después con voz seria. –Hemos llegado hasta aquí, a las puertas del Mal. Hemos pagado un alto precio, y aún no hemos terminado nuestro cometido. La princesa sigue viva, y hemos de intentar salvarla.

Resolución Turno 908

El erudito volvió a usar la magia de la varita y algo del color volvió a las mejillas de la elfa. Aún tardó unos minutos en abrir los ojos pero lo hizo finalmente. Se encontraba confusa y desorientada pero estaba viva y consciente al fin y al cabo.

Elhoram vendó con fuerza la herida sangrante del montaraz y éste finalmente dejó de sangrar. Aún así debía tener cuidado. Esfuerzos intensos volverían a abrirle la herida.

El grupo se relajó por fin y se recompuso. Elenmenel llevó el cuerpo de Aegnor a un lado del camino y con ayuda de Aranel comenzó a cubrirlo de grandes piedras al modo antiguo cuando no había tiempo para enterrar o quemar los cuerpos se protegían de este modo de los carroñeros.

Aranel se acercó a la elfa.

Una vez se ha perdido la sangre del elfo este día y gracias a estos valientes vuelves a respirar.

Usaba palabras suaves y calmadas pero firmes tratando de ver si Eruannë le entendía.

Debéis descansar y recuperaros para poder librar otras batallas. Sois una arquera excepcional.

Y pidió a Adronath y Drustan que acercasen la camilla.

No podía creer que la belleza de vuestro rostro fuese a apagarse en esta tierra. Mi alma se alboroza al veros respirar con normalidad.

Habló al grupo.

Hemos luchado hasta aquí pero no debemos vacilar. La princesa todavía no está a salvo.

Elenmenel observó con desagrado a Zigur y Adronath que habían sugerido retirarse.

No podemos darnos por vencidos.

Dijo.

Este lugar estará bien protegido pero debemos arriesgar cualquier cosa por salvar a Namiré. Si queréis podéis marcharos pero nosotros no lo haremos. Aegnor ha ido a Mandos pero nosotros todavía tenemos fuerza en los brazos.

Tal vez podamos realizar una pequeña exploración de la zona y volver con noticias.

Y miraba al lugar donde habían entrado con curiosidad.

Cuando finalmente, después de tantos movimientos apresurados y tantos sustos, el grupo miró alrededor descubrió que el río, que pasaba a través de la puerta desembocaba en un lago, un lago en donde podía verse una torre de negra piedra, flanqueda por una pequeña isla y dos saltos de agua.

También había una especie de campamento a uno de los lados.

Conseguir más información iba a requerir una cuidadosa exploración, como comentaba Elenmenel. Por lo menos no parecía que hubiese ninguna alarma ni movimiento de tropas.

Turno 909

Los ojos de Elorham recorrieron el lugar. Habían luchado y sufrido mucho para llegar a este valle, y ahora podían ver la torre. Pero algo le decía que lo peor aún no había pasado.

Ayudó a Aranel y Elenmenel a enterrar a Agnor, pero desde una distancia respetuosa. -Lamento no haber podido salvarle, dijo con voz seria. -Luchó con valor, y dio su vida para que la princesa tuviera una oportunidad. Seguiré hasta donde mis fuerzas me permitan, aunque me cueste la vida, para ver cumplida esta tarea.

Luego miró al resto. -Nos esperan más peligros, no cabe duda. Creo que hemos de descansar un poco los que estén heridos o cansados, para recuperar fuerzas. En cuanto a Eruannë, añadió sin saber si ella era capaz de oírle, está muy débil como para afrontar otro combate. Su corazón y su valor le ha traído hasta aquí, y sigue con vida. Pero su espíritu hace unos instantes estaba más allá de este mundo, y aunque ha regresado para seguir aquí, debe descansar.