Partida Rol por web

Grigori estaba sin enemigos, habían huido en desbandada y la situación se ponía algo peligrosa para los marines por la activación de aquellas armas. Con un sencillo gesto comprobó el estado de su mochila de retros y el dial rojo de advertencia apareció en la interfaz de su casco... lo había forzado, y bastante suerte había tenido de no averiarse; dio gracias al Dios Emperador y decidió no forzar más las cosas. Valorando la situación emprendió una carrera a toda velocidad que era capaz hacía el grupo de enemigos más numeroso...

Ver a los herejes empuñar las extrañas armas xeno no hizo más que enfurecer al ángel sangriento. Sentía que la rabia le invadía, necesitaba acabar con ellos con sus propias manos, cortarles la cabeza y ver y oler su sangre arterial salir de su cuerpo como un surtidor con cada una de sus últimas pulsaciones.

Tenía que controlarse, no podía dejar que esa rabia se apoderará de él. Entonó una plegaria a Sanguinius, no pensaba deshonrar a su primarca ni a su capítulo convirtiéndose en una bestia sedienta de sangre y poco a poco la rabia fue bajando de intensidad.

La disformidad era peligrosa, muy peligrosa, había cosas con las que era mejor no jugar, pero este no era el momento para contenerse. Forzando sus capacidades psíquicas al máximo volvió a convocar la electricidad del inmaterium. Los rayos salieron de sus manos, saltaban de un hereje a otro convirtiendo sus cuerpos en cenizas, en simples envoltorios con de carne con todos sus órganos internos calcinados, la repisa desde la que le habían disparado fue arrasada. Nadie sobrevivió a la justa irá de uno de los ángeles del emperador.

Después de barrer ese lado continuó su avance hacia el centro de la sala.

Habíais tocado algo en el corazón de aquellos herejes que todavía estaban vivos con la implacable exterminación de sus camaradas en la otra repisa. Verlos morir a todos y cada uno de ellos bajo los letales poderes del psíquico y la lluvia de munición del Cuervo habían despertado alguna clase de odio o de letal puntería en aquellos malditos cultistas restantes, que gritaban como bestias en temporada de apareamiento. La lluvia de perdigones fue esta vez precisa como podía serlo: nula. Dos impactos limpios alcanzaron a Grigori y a Marev, pero la superioridad física y juventud del primero y la servoarmadura al segundo les protegieron fielmente de cualquier daño. Astramael, en cambio, vio como se precipitaba sobre él una de las letales descargas de aquellas armas impías. Con elegancia felina y casi sin esfuerzo hizo pivotar su enorme cuerpo, evitando el fatal impacto. A solo unos centímetros de él, un trozo de suelo se había desintegrado.

En la vieja Terra, según las enseñanzas del Capítulo, había un dicho que decía que a enemigo que huye puente de plata. Marev entendía el sentido tras esa frase mejor de lo que aquellos que la emplearon en el pasado. Si un enemigo huye extiende el miedo y eso es beneficiaba. Sí, daría el aviso, pero no más que el ruido de combate. Por ello en esta ocasión volvió a hacer objetivo con la pistola al grupo de herejes que aún conservaba su presencia de ánimo para permanecer en el lugar.

Los golpes a su armadura y el extraño efecto del arma xeno tendrían que esperar a que la situación se calmase para ser analizado, pero no había sido olvidado.

Grigori corrió cerca de unos veinte metros directo hacía el grupo que se había autodesignado como objetivo. El marine de asalto corrió zigzageando tratando de ponerle difícil que los artilleros pudieran hacertarle con aquella xeno arma... aún no tenía intención de verse superado por aquella panda de traidores a su amado Imperio y a su venerado Dios Emperador.

Aquellos herejes estaban mejorando su puntería a pasos agigantados. Si no es gracias a los reflejos felinos que el bendito Emperador había tenido a bien entregar a los Astartes, ahora mismo el bibliotecario se habría desintegrado igual que el suelo que había a su lado.

Aquella escoria pagaría su atrevimiento con su vida. Astramael tenía claro que la herejía se castigaba con la muerte y cuanto más dolorosa fuese mejor. Pensaba aplicar ese castigo aquí y ahora.

Cerró los ojos, concentrando nuevamente el poder de la disformidad en la punta de sus dedos. Gramo a gramo, hasta alcanzar nuevamente una masa crítica. Justo en ese momento volvió a liberarla, y de sus manos surgieron nuevamente aquellos rayos que habían carbonizado a tanta escoria.

De repente, tras el desplome de los últimos sectarios destrozados por el poder de Astramael, la sala queda en un silencio repentino y parece mucho más vacía y mucho más grande. Solo vosotros quedáis en pie, con dos armas extrañas y un ídolo hereje, que contempla el panorama eternamente inmutable, indolente a la masacre de sus adoradores.

No parecía que ninguno de los miembros del equipo hubiera sido herido, y la amenaza enemiga había sido neutralizada, por lo que debían continuar. Sin embargo, en opinión de Marev, no podían dejar esos extraños artefactos así sin más en medio de la nada. Habían demostrado ser peligrosos: la ceramita ausente en su bota y los agujeros del suelo eran buena muestra de ello.

-Interrogador tome las notas que crea necesario.-dijo por el comunicador y luego dirigiéndose a sus Hermanos añadió-Inutilizad esos artefactos-el cómo lo hicieran le era indiferente. Aunque el método más obvio parecía arrojarles desde las repisas en las que estaban al suelo.

Él por su parte avanzó hasta el inicio del siguiente corredor, esperando a los demás y atento a cualquier ruido que pudiera indicar problemas proveniente de lo que tenían delante.

Grigori asintió y envió dos chasquidos por radio indicando que confirmado y recibido. El marine de asalto fue raudo hacía el artefacto xeno más cercano y se puso a investigarlo con cierta cautela.

Trató de buscar alguna célula de energía, mecanismos de suministro energético, disparadores, accionadores de corriente, conmutadores... lo que fuera que pudiera identificar como vital para destruirlo tratando así, de dejar inutilizada el arma; lo cierto era que nunca había visto algo así y le preocupaba... sabía que debería haber otras razas xenos por el cosmos, pero en un planeta Imperial ya era otra historia... un peligro nuevo y desconocido... tendrían que informar pronto. 

La tranquilidad volvió a aquella sala. El poder de la disformidad desencadenado por el bibliotecario había acabado con los cultistas.

Desde que había viajado eones en el tiempo para ver el pasado de las esferas redondas Astramael tenía claro que solo podía haber un final posible para Kar'Thir, su mercado negro y su cenotafio, y no era otro que la destrucción. No se podía dejar que la civilización humana se asentase sobre unos restos xenos como aquellos, nada bueno podía salir de eso. Lo mejor era la completa destrucción y construirlo todo de nuevo desde cero.

Escuchó las ordenes del hermano Solaro y con paso tranquilo se dirigió hacía las armas Xeno, las estudió evaluando si se correspondían con los mismos que fabricaron las piedras negras a la vez que buscaba el mecanismo que debía inutilizar para dejarla inoperativa.

El diseño de aquellos artefactos era tan desconcertante como podía serlo cualquier muestra de tecnología alienígena. Era difícil comprenderlos porque probablemente aquellos seres impíos, cualesquiera que fuesen, pensaban de manera diferente, vivían una realidad diferente y lo comprendían de forma extraña.

Estaban construidos en algun material similar al mármol negro con el que se había erigido el Cenotafio, como manifestaba la total ausencia de asperezas, pero había relevantes diferencias. El material parecía menos rígido, más plástico, y no era únicamente fría roca si no que estaba... templado. Podia argüirse que fuera por las despiadadas descargas de energía a las que os habíais enfrentado, pero la distribución de la temperatura era homogénea, no era una explicación claramente satisfactoria.

Aquello se le escapaba de las manos, no era un xeno arqueólogo ni un erudito en aquellas pesquisas. Comprobó lo que había percibido, el calor homogéneo pero poco más. Sin perder mucho más tiempo le indicó a Astramael, mediante gestos, que iba a reunirse con Marev. En cuanto vio que había percibido su seña fue hacía Marev 

Lo cierto es que el artefacto era desconcertante. Tus conocimientos acerca de los Xenos no ayudaban demasiado, pero era lógico al tratarse de un campo de conocimiento tan desorbitadamente amplio.

Razonando, no podía ser tan difícil ¿no?.

Era un arma de energía, y eso no podía funcionar de forma muy diferente a las armas de energía del arsenal imperial ni, salvando las distancias, de tus poderes psíquicos. Tenía que haber una fuente de energía, pero probablemente eso era lo más difícil de encontrar. La experiencia te había enseñado que hay centenares de formas de obtener poder en este universo, y no en vano tú extraías el tuyo de... otros universos paralelos. Tenía que haber conductores, y te daba en la nariz que aquellos grabados en verde que brillaban fantasmagóricamente, una especie de versión compleja y casi decorativa de un circuito electrónico, tenían mucho que ver. Y sobre todo, tenía que haber algo que concentrase y focalizase la energía, saliese de donde saliese. Y aquel cristal romboidal tan perfecto y pulido situado en el centro del arma tenía todas las papeletas para cumplir esa función.

Era una teoría, claro. Siempre podíais intentar disparar el arma para una demostración más concreta. Si cuatro sectarios medio locos lo habían conseguido, ¿no íbais a poder hacerlo vosotros?

El pasaje que se abre frente a ti está construido del mismo modo que la sala en la que os encontráis, con un estilo arquitectónico que se te empieza a hacer familiar. Los muros están cortados, o construidos (resulta difícil saberlo) de modo geométricamente perfecto. El corredor asciende de forma uniforme hasta donde te alcanza la vista, sin esquinas, giros ni recodos.

¿A la superficie?

No había mucha elección, por lo que el Cuervo esperó pacientemente a que sus compañeros acabasen con lo que les había encargado. Oteó desde su posición y decidió que no merecía la pena preocuparse por la ausencia de elecciones. De aquella manera tan sólo deberían estar pendientes de la probabilidad de otro asalto hereje.

-Continuamos-no hacía falta decir por dónde, ni por qué. Estaba claro. Aguardó a que la escuadra formase para marchar de forma orgánica, sin tener que detenerse a detallar el orden él mismo. Que cada uno ocupase la posición que más le conviniera. Él salió el último de la sala, sin detenerse, tan sólo echando un leve vistazo por encima del hombro recelando de la tecnología que empleaban sus enemigos.

No necesitaba ver aquellos aparatos más, ni siquiera volverlos a tocar.  Aunque el interrogador pensara que por el hecho de ser un bibliotecario estaría más predispuesto a la búsqueda de investigación lo cierto era que estaba enorme te equivocado. 

Ante todo Astramael era un marine espacial y no estaba en su naturaleza el investigar como podían funcionar o dejar de hacerlo las armas xeno, eso podría ser la preocupación de algunos magus del mecanicus o de algunos inquisidores, pero nunca de él. Lo único que tenía que saber era como hacer que quedarán inservibles, y era algo que sabía como hacer.

Id saliendo. - les dijo a sus compañeros. Dos granadas perforantes con el detonador marcando cinco minutos harían que ese cristal tan pulido situado en el centro del arma dejase de estarlo.

No se oyeron dos explosiones, si no solamente una, tal era la perfección en el diseño armamentístico de las granadas Astartes. Sincronización perfecta, éxito asegurado. La detonación destruyó el núcleo cristalino de aquellas armas de guerra xénicas dejando el resto de la estructura casi intacta. Se rompieron como se rompe un juguete. Casi parecía de mentira.

Salísteis uno a uno por el pasillo, dejando atrás aquella sala repleta de cadáveres de herejes cultistas. En cierto modo, parecía que estuviera más limpia de lo que estaba cuando llegásteis.

El pasaje que se abre frente a vosotros está construido del mismo modo que la sala en la que os encontrábais, con un estilo arquitectónico que se os empieza a hacer familiar. Los muros están cortados, o construidos (resulta difícil saberlo) de modo geométricamente perfecto. El corredor asciende de forma uniforme hasta donde alcanza la vista, sin esquinas, giros ni recodos*.

¿A la superficie?

Ernest Schneider chasqueó la lengua silenciosamente mientras atravesaba la sala, ahora convertida en algo entre una carnicería y un cementerio. Reprimió un silbido de sorpresa admirativa ante la eficacia letal que habían demostrado los Astartes. No iba a reconocer tal sensación en público, aquello solo reforzaría el orgullo de aquellos seres que ya de por sí se sentían superiores. Tenía que mantener su pose autoritaria o se convertiría a sus ojos en un subalterno. Y él, Ernest Schneider, solo servía a la Inquisición.

— Buen trabajo —dijo escuetamente, con la voz carente de expresión. Tras él, las armas de los cultistas estallaban en fuego purificador—. Aunque podíais haber dejado alguno para que respondiera un par de cuestiones —se llevó la mano al mentón, pensativo—. En cualquier caso no me cabe duda de que aún hay muchos más. Uno no monta un culto así sin aprobación y conocimiento de la población civil —estaba pensando en llamas. Muchas llamas—. Veamos a donde lleva esto.

Y sin más, se aventuró en el pasillo en tercer lugar. Con dos Astartes abriendo la marcha y otro guardándole la espalda se sentía bastante más seguro. Y, ¡qué demonios!, era el lugar que le correspondía.

El corredor prosigue en línea recta, siempre ascendiendo. En determinado punto, su peculiar constitución arquitectónica es sustituida por otra mucho más chapucera y... humana. Los muros se vuelven desiguales y asimétricos, algo torcidos. El techo pasa a ser algo más bajo y sostenido por vigas de madera podrida, algunas de las cuales amenazan con caerse en la próxima década. Es resaltable la longitud del pasaje: debe haber llevado generaciones completas excavarlo con la tecnología de la que Karlack dispone.

Un poco antes de que la luz de la salida haga aparición, vuestros autosentidos captan el hedor de carne a la interperie y excrementos. Allá donde el túnel lleve ha de ser un lugar desagradable.

Grigori iba andando a buen ritmo, con el mandoble en la mano derecha listo para combatir. Comprobó el estado de la célula de energía de su retro mochila y sonrió satisfecho al comprobar que estaba otra vez a pleno rendimiento. Antes de imaginarselo ya estaban en otra zona, aquello no era la estructura xeno anterior y quedaba bastante claro que aquellas rudimentarias estructuras estaban hechas por manos torpes y humanas. No comentó nada, solo anduvo.