Partida Rol por web

Otoño de 1864, ciudad de Kyoto, Japón

Es un día tranquilo y soleado en la capital de Japón, y las calles bullen de actividad. Aquí y allá pueden verse miríadas de personas recorriendo los mercados, tiendas y puestecillos de la ciudad; comprando y vendiendo, encontrando conocidos y amigos, charlando, riendo, caminando, corriendo...

Un día cualquiera, en la ciudad más grande del Imperio. Un día cualquiera también para vosotros, dos hermanos que no han dejado de pelearse en toda la mañana. Akari, cansada de ir a buscar ofrendas para el templo que tiene a su cargo, y Juzoh, harto de que su pequeña hermana se meta con él solapadamente cuando él lo único que quiere es tumbarse a la sombra y echarse otra siesta. ¿De verdad es eso ser tan vago...?

La gente del barrio no se sorprende al verlos discutir, incluso algunos les señalan y niegan con la cabeza, para acabar riendo entre dienes. Al fin y al cabo, son Akari y Juzoh, es lo de siempre... Algunos occidentales pasean en rikshas por las calles, ataviados con sus elegantes esmoquines, y miran con desdén al grandullón y a la jovencita. Pero ni siquiera ellos les dicen nada. Nadie osaría meterse con Juzoh, y Akari tampoco es una niña indefensa.

Empiezas a cansarte de tener que hacer todo el trabajo para el templo, mientras Juzoh se pasa el día roncando y tocando melodías tontas en el laúd. Tiene unos músculos más grandes que tu cabeza, podría hacer él sólo todo el trabajo mientras tú te dedicas a satisfacer a los dioses con sus sagradas ofrendas... Pero no, él ni siquiera se digna a limpiar el patio, que es lo que le toca. ¿Hasta cuándo va a estar vagueando?

Aunque llevas todo el rato haciendo ruido con tus sandalias, cosa que sabes que le pone enfermo, parece que no va a levantarse...

Tienes la impresión de que si oyes un sólo chillido más de Akari, te explotará la cabeza. Total, por que se te haya olvidado limpiar el patio del templo. ¿Qué más da? Papá aún no ha vuelto del centro, con que esté limpio para cuando él llegue no habrá broncas para nadie... Pero Akari sigue insistiendo, llamándote vago y haciendo todo el ruido que puede con sus sandalias mientras va y viene, para que no puedas dormir. Es realmente estresante...

Juzoh profirió un gemido lastimero y metió la cabeza en un montón de hojas secas. Quizás así podría estar en silencio.

Pero no, un nuevo chillido de la pequeña Akari hizo que se levantara con el ceño fruncido, levantando una pequeña nube de hojas.

- Vamos, Aka-chan, tengo tiempo de sobra hasta que venga papá... ¡déjame un ratito más!

Había conseguido escaquearse durante las primeras horas del día escondiéndose en el ala norte del Templo, pero las ofrendas de la mañana llevaron a Akari allí, descubriéndolo y obligándolo a esconderse en la zona de los cerezos. Tampoco. Esa hermanita suya era peor que un perro de presa. ¿Por qué tanto interés en que trabajara? ¿Acaso no había alguien más que pudiera hacerlo?

-Tienes que barrer el patio!!

Le tiende la escoba mientras hace ruiditos molestos para que el señor no se vuelva a tumbar.

-Si no me ayudas en el templo se lo diré a papá! 

Le da la escoba y se da la vuelta.

-Y como vea que no lo has hecho, te vas a enterar! Y que sepas que no puedes esconderte de mí! Se donde estas en cada momento.

El gigante bufó y cogió la escoba del suelo lentamente, como si cada movimiento le resultara un suplicio. No entendía la fijación que tenía la pequeña Akari con que limpiara el Templo, ¡si mañana iba a estar sucio nuevamente! Es lo que tenían las hojas... que caían contínuamente. Empezó a barrer con parsimonia, quedándose en el mismo sitio durante varios minutos, mirando al vacío y bostezando. Deseaba estar en su futón, cómodamente tirado y disfrutando del fresquito de la mañana.

Aunque ahora que lo pensaba, también era la hora de comer un pequeño almuerzo. Quizás con un poquito de suerte el vendedor de boniatos estaría cerca y podría comer dos o tres antes de que Akari se diera cuenta. Salió a la calle de puntillas para no hacer ruído y buscó al vendedor ambulante.

Fuera del patio, la calle bullía de actividad. Hombres y mujeres iban y venían, charlando animadamente y apartándose cuando pasaban rikshas o niños corriendo y jugando. Los puestecillos de comida empezaban a despedir un olor invitador. Nada turbaba la paz del barrio, excepto un par de patrullas del Shinsengumi que pasaron por allí y pusieron unos carteles en las paredes. Algunos curiosos se acercaron a mirarlos y luego siguieron con sus quehaceres.

Cuando te asomaste fuera buscando con la mirada al vendedor de boniatos, no distinguiste su carrito, pero sí pudiste ver uno de ramen y bolitas de arroz, que ya empezaba a atraer clientela. No en vano se acercaba la hora del almuerzo, y la gente empezaba a tener hambre, sobre todo después de una dura mañana de trabajo.

- Oh... ¡ramen! - dijo Juzoh mientras se frotaba las manos, avanzando por el camino abriéndose paso entre la marabunta de gente.

Quizás se comería uno o dos platos, aunque si el cocinero añadía unos buenos pedazos de carne, podría esforzarse y pedirse un tercero. ¡Tenía que coger fuerzas para un día duro en el Templo soportando a Akari! Además, quería salir de las instalaciones y echar un vistazo a los guerreros del cuartel. Un vecino le había contado que una nueva remesa de caballos de guerra había llegado esa misma mañana, y quería comprobar con sus propios ojos la nueva vanguardia del ejército del Emperador.

Se acercó al puesto y alzó la mano para saludar al cocinero...

Algo parece sospechoso... no es normal que Juzoh ceda fácilmente a eso de hacer las tareas del Templo, aunque solo sea barrer las hojas de los árboles que en esa época comienzan a cubrir las losas del suelo... así que se vuelve a asomar para ver si su hermanito "querido" está haciendo sus tareas... pero no, no las está haciendo...

Ha dejado su puesto y se ha ido inmediatamente a la calle... seguramente a comer, por las horas que son.

Va tras él y cruza los brazos al verlo pedir ramen..

-Ejem... - le toca el hombro con la escoba...

Con un buen puñado de fideos a medio sorber, Juzoh se giró y miró hacia abajo. Quedó paralizado al ver a su hermanita Akari empuñando la escoba.

- ¡Zfolo eftaba hafiendo una faradita para fomer, fermanita! - dijo, salpicando con el caldo de la sopa a los que estaban alrededor, así que terminó de tragar y la miró con ojos de cordero degollado, y cogió uno de los cuencos de la mesa - Venga, no seas tan quisquillosa y siéntante aquí conmigo, ¡no todo tiene que ser trabajo! ¿Por qué no te relajas un poco con tu Onii-Chan, ¿eeeh?

Frunce el ceño... parece como si fuese a estallar...

-Que no sea quisquillosa... - uy... es la calma que precede a la tormenta - ¡¡Me mato cada día en el templo para tenerlo decente y tu te sientas aquí a comer ramen o te tumbas bajo los árboles a descansar!! ¿¡Y me dices que no sea quisquillosa!? ¡¡Pareces un niño pequeño!!

Le quita el bol de las manos y con la mano libre apunta en dirección al templo.

-Ve a ayudarme ahora mismo! O le diré a Hikari que no te hable más... -esto ultimo lo dice bajito para que solo el lo escuche.

El dueño del puesto de ramen y arroz sonríe observando la escena y el enfado de la pequeña Akari, mientras limpia el mostrador de los restos de sopa que ha esparcido Juzoh al hablar. Estos dos nunca cambiarán...

Al fondo de la calle se oye un pequeño tumulto, y algunos comensales vuelven la vista intrigados... pero no parece que ocurra nada fuera de lo normal.

El vendedor termina de limpiar y sonríe a Juzoh.

- Vamos, hombre... Si no ayudas a tu hermana, vuestro padre se enfadará como vea el templo hecho un desastre. Y ya sabes lo que significa eso, Juzoh... ¡Una semana a pan y agua!

La gente que come en el puesto de ramen se ríe a carcajadas al imaginarlo.

El pobre Juzoh agachó la cabeza, abatido, cuando se vió rodeado de gente que le decía que fuera a trabajar. ¡Con lo agusto que él estaba comiendo ramen!

- ¡No! Er... bueno... sí, tendré que ayudarla, ya sabes - dijo al cocinero guiñándole un ojo y dejándole unas monedas sobre la mesa, aunque visiblemente alarmado ante el comentario de su hermana.

Alzó el tazón con las dos manos y volcó el contenido en el gaznate, tragando hasta el último fideo. Luego, ante la irritada mirada de Akari, contuvo un sonoro eructo y se masajeó la barriga. Entonces fue cuando escuchó el tumulto, y le picó la curiosidad. ¡Nunca ocurría nada interesante por allí!

- Vamos, Aka-Chan, vamos a ver qué ocurre allí, no serán más que unos minutos - dijo, cogiendo a la muchacha del brazo y tirando suavemente.

Hizo caso omiso a las maldiciones que profería la joven, y se abrió paso entre la multitud de gente que se agolpaba en la calle, en dirección a donde se escuchaban las voces.

Mientras Juzoh cogía del brazo a Akari y esta pataleaba, el tumulto iba en aumento. Ahora podía incluso oírse claramente gente gritando y se veía cómo algunas personas corrían. De hecho, no habría sido necesario que los hermanos fueran hacia allí, puesto que no habían recorrido más que unos metros cuando una mujer que les conocía llegó a la carrera y dando grandes voces.

- ¡Akari-chan! ¡Akari-chan! ¡Ayúdanos!

Muchos de los que huían buscaron con la vista, para ver quién podía ser esa "Akari-chan" a la que la mujer llamaba. Finalmente la señora os vio (era difícil no ver a Juzoh), y se dirigió rápidamente hacia vosotros. Se paró para recobrar el aliento, mientras calle abajo se oían ruidos extraños y la gente continuaba gritando y huyendo. La mujer sudaba por el esfuerzo, pero al fin consiguió hablar.

- Oh... Akari-chan... es terrible... ¡Unas cosas han... aparecido de la nada! Creo que... son espíritus enfurecidos. Nadie puede hacerles nada... Tu padre aún no ha vuelto... ¡Tienes que ayudarnos!

-Ju...juzoooh... no tires del brazo!

Va a regañarle por hacer esas cosas y escaparse de sus quehareces cuando una mujer se acerca corriendo a donde están ellos, sin aliento... intentando explicar lo que sucede...

-¿co...cómo que unos espíritus? tengo que hacer algo... es mi deber de sacerdotisa del templo... donde están¿?

Juzoh atendió a las palabras de la mujer y frunció el ceño mirando al tumulto. Luego miró a la pequeña Akari. Por nada en el mundo permitiría que le pasara nada, pero ella era la única que podía controlar a un espíritu salvaje. Él se encargaria de que nada le pasara.

- Es por allí, ¡vamos, Aka-Chan! - y diciendo esto, agarró a la muchacha de la cinta que sujetaba su cintura y la alzó, sentándola sobre sus hombros - ¡Tenemos que darnos prisa!

¡Por fin algo de acción! ¡Y no eran simples salteadores buscando alguno de los tesoros del templo! ¡Espíritus! Hacía mucho que no veía uno enfurecido, siempre eran un buen espectáculo. Pero debía centrarse, ahora su principal objetivo era abrirse paso con sus enormes manazas a través de la maraña de gente que se interponía entre él y su objetivo. No era difícil, la imponente presencia del gigante y su ronca voz alarmaba a la gente que, sabiendo quiénes eran y hacia dónde se dirigían, abrían paso.

Mientras avanzáis entre la multitud aterrorizada, empezáis a oir unos ruidos extraños, antinaturales... Ninguna criatura viva podría proferir semejantes gemidos. Es normal que la gente esté muy asustada.

Dobláis una esquina y podéis ver que la calle está llena de puestos de mercado, pero todos están vacíos. Sus dueños han huido. Sólo un par de hombres armados con estacas permanecen de pie frente a tres extrañas llamas etéreas de color azulado. Tienen forma humanoide, con dos brazos y dos piernas, pero no tienen cabeza. En su pecho podéis ver dos zonas oscurecidas que parecen ojos furiosos, y una siniestra curva convexa, como una grotesca boca torcida en una mueca de disgusto. Se mueven a trompicones, avanzando lentamente y dando bandazos con los brazos. Aunque no parecen tocar nada, los objetos de los tenderetes caen y se rompen, esparciendo su contenido.

Los dos hombres armados con estacas cargan contra ellos, pero sus ataques ni siquiera parecen rozar a los extraños seres. Estos responden con un gemido que parece perforaros los oídos, y los dos hombres caen de rodillas, incapaces de seguir luchando. No se han dado cuenta de que sólo un espiritista experimentado puede hacer frente amenazas de este tipo. Todas las personas de la calle os miran a vosotros dos, preguntándose qué haréis para vencer a esos seres del más allá...

Juzoh observó a las criaturas y un escalofrío de inquietud recorrió su columna vertebral. ¿Qué clase de criaturas eran esas? Debía de conocerlas, ya que estaba harto de escuchar a su hermana hablando con padre acerca de las distintas clases de manifestaciones espirituales pero, ¿quién tenía tiempo de esas cosas? Además, era todo muy complicado.

Pero daba la casualidad de que sí recordaba esas criaturas... ¿cómo se llamaban...?

- Aka-chan, ¿esos no son...?