Partida Rol por web

Al salir de la sala de máquinas me encontré de nuevo con McQueen frente a frente-¡No me lo creo! Si tendría que seguir dormido con ese topetazo-desde luego era más duro de lo que parecía y eso le hacía doblemente peligroso-McQueen, tranquilo hombre, te juro que soy yo, la cagué con la primera puerta y casi me quemo las cejas ¿recuerdas?-dije elevando ambas manos intentando razonar, sabía que me exponía a ser atacado de nuevo pero eso no fue lo peor, había alguien más allí. La miré y mi corazón se paró.

-¡Vi-Victoria!- musité con los ojos abiertos cual platos soperos-¡Estás viva!-primero me alegré estuve a punto de echar a correr y abrazarla, pero no lo hice, recordaba aquella última imagen de ser atravesada por los tentáculos de ese monstruo, la vi caer desplomada como un muñeco. Fruncí el ceño desconfiado, verla allí de pie era algo extremadamente difícil de asimilar pero entonces me lanzó las llaves cogiéndolas al vuelo.

Cita:

Parpadee varias veces mirándolas en mi mano y luego miré a Vicky-No puedes estar viva, te vi morir, terminaste como un pincho moruno atravesada por esa cosa...¿Cómo puedes seguir viva?- pregunté nervioso, apretaba los labios con fuerza tornándose blancos como la cera. Ya sabíamos que esa cosa podía copiar a la perfección un cuerpo humano ¿Pero podía copiar recuerdos? Todo era una puta locura y ya no sabía en quién confiar.

Durante unos instantes, Borchard no estuvo en aquella base. Posó la mirada en los cuerpos de la puerta, para lentamente ir desplazndola al montículo de cadáveres que se amontonaban en el centro de la estancia. Bajó el fusil, incrédulo, tratando de entender lo que estaba viendo. Una gran mancha negra descansaba en el suelo, extendiéndose casi a plazar, problemente fruto de una gran matanza. Escuchó un ruido cerca, producto del fusil de Langley chocando contra el suelo. Su eco resonó en la estancia, perdiéndose en los oídos de Brochard. Sus pupilas se dilataron, el sudor comenzó a resbalar por su nuca. Era exactamente igual.

Denôit le tendió la lata de gasolina, mientras el resto del escuadrón apilaba los cuerpos en un descampado a 3 kilómetros de Fallujah. Un jöel Brochard 15 años más joven tomó el combustible, tembloroso, incapaz de enfrentarse a la mirada de su teniente. Una orden hizo que el apilamiento parara.

- Adelante Brochard, alguien tiene que hacerlo.

Dos de sus compañeros comenzaron a rociar los cadáveres, mientras que Brochard, torpemente, los imitaba. El liquido golpeó el rostro de los que horas antes habían sido sus compañeros, ahora convertidos en la leña que alimentaria una gigantesca pira.

- ¡Teniente Denôit, lo tenemos!

Apresado, un soldado francés hincó las rodillas en el suelo, atrapado por sus captores. Tenía el rostro ensangrentado, aunque parecía llevar consigo cierta expresión de victoria. Escupió sangre a un lado, con los brazos atados a la espalda. Levantó la mirada, altiva, y la dirigió a Denôit. Había ganado.

- Salaam, mi teniente. - Dijo el preso, arrastrando las palabras. - Menuda ratonera, eh.

Denôit dio un par de pasos hacia el recién llegado, lentamente, Sin soltar su FAMAS. A menos de un metro, el teniente se puso en cuclillas, con su rostro a la misma altura del preso.

- ¿Sabes lo que te espera, verdad? - Soltó Denôit sin ningún tipo de emoción.

- Al-lāh me espera, Denôit. Vender a su unidad fue mi pago.

El teniente se incorporó, con la misma lentitud con la que se había acercado al traidor. Arrojó su arma a un lado, levatando una pequeña polvareda allá donde cayó. Le partió el cuello con sus propias manos. Después, quemaron los cadáveres. El Ejército no podía saber lo que pasó en Fallujah.

Brochard aún olia la carne quemada. La olió durante meses.

Sin aviso previo y con un brusco movimiento, Brochard alzó el fusil de nuevo, sólo que esta vez no trataba de iluminar la estancia. Ahora encañonaba a Bright.

- Aquí pasa algo raro, ¿verdad Bright? - espetó Brochard, con un tono grave. Le recordó a Denôit. - Levante las manos, y manténgalas lejos de la pistola. Ahora, vamos a hablar. - Brochard parecía extrañamente decicido, más firme de lo que había estado desde que entró en la base. Sólo que había una pequeña diferencia: estaba perdiendo la cabeza. - Va a explicarme como una arqueóloga conoce el sistema de apertura de las puertas de una base nazi perdida durante décadas, de cómo pasa a estancias sin dudar, como si supiera lo que hay detrás. - Brochard agarró con fuerza el fusil, sin dejar de mirar a Bright. Tenía los ojos inyectados en sangre. - Manipuló los circuitos, activó un cierre eléctrico sin haber señales de electricidad en estos putos túneles. Digame la verdad, Bright. Dígame que coño sabe de esto. - Se colocó la culata en el hombro, listo para apretar el gatillo. - ¿Que coño estamos buscando?

Su pasado había vuelto a atormentarlo, recordándole la pesadilla que vivió en sus años en el ejército. Recordándole cómo mató a mas gente de la que había salvado. Haciéndole partícipe de los cadáveres que había quemado.

El hormigueo en sus sienes era cada vez más fuerte. No iba a consentir que se repitiera.

Entonces, Victoria se remangó la camiseta. La única puebla verídica que mostraba que era ella. Una cosa no podía recuperar los recuerdos de ella.

Me la hice en un accidente automovilístico cuando escapaba de la guerra. Murieron mis padres y yo fui la única superviviente. Esta señal en el vientre lo muestra. ¿El sargento está muerto? -le preguntó confusa-.

Vicky se llevó la mano a la cabeza.

Todo es confuso. Sé que estábamos todos delante de una persona que me encontró a mí primero, el sargento... luego perdió la cordura, se deshumanizó y tú... no me acuerdo qué hiciste. Pero lo vi todo negro. ¿Acaso me drogaron? No lo sé, creo haber visto a una persona delante de mí ...

Suspiró y rogó a todos los dioses habidos y por haber que le borraran el recuerdo embarazoso que iba a tener por décadas.

Se desvestía lentamente, más que nada porque sus manos le temblaban.

Sólo lo hago para que me crea, señor Ford...

De tal forma, que se le podía ver varias cicatrices por todo el tronco de su cuerpo y espalda. Así pues, tras aquel pequeño espectáculo, Hasan se volvió a vestir como alma que llevaba el diablo.

Quiero una gran copa de alcohol por esto, señor Stark... 

Los ojos de Friedrich von Kleist se abrieron con gran horror cuando divisó aquellos esqueletos que se encontraban apilados, como si se tratase de una pira funeraria sin fuego. Su mente no dejaba de preguntarse qué diablos había sucedido en aquella maldita base, donde allá donde miraban, no hacían más que encontrar muerte por doquier.

En esos momentos, al historiador poco le importaban la piloto, el médico militar y la arqueóloga. Ni siquiera le importaban. Por lo que a él respectaba, ya no estaban con él en la sala. Puede que nunca hubieran existido y se estuviera volviendo totalmente loco.

Ante la horrible visión de los cuerpos sin vida, Friedrich comenzó a reírse a carcajadas, mirando a los cadáveres como si fueran lo más normal del mundo.

-Vamos a morir todos... -musitó, con los ojos fuera de las órbitas-. Vamos a morir todos... Hay que quemarlos... quemarlos con fuego... Purificarlos... Sí, el fuego purifica... Purifica...

En su mente, el historiador creía estar escuchando la voz de Brochard, dirigiéndose a Bright de manera hostil y tajante, pero en esos instantes poco le importaban.

-Imitaciones... imitaciones... -comenzó a decir, recordando las palabras que había pronunciado Hasan en el walkie talkie-. Son imitaciones...

Thalassa vio los cuerpos apilados y la sangre, pero estaba ya de vuelta de todo. Demasiada base secreta y demasiado terror psicológico.

- Aquí pasa algo raro, ¿verdad Bright? Levante las manos, y manténgalas lejos de la pistola. Ahora, vamos a hablar. Va a explicarme como una arqueóloga conoce el sistema de apertura de las puertas de una base nazi perdida durante décadas, de cómo pasa a estancias sin dudar, como si supiera lo que hay detrás. 

Brochard, yo solo abro las puertas porque soy hábil cortando circuitos. No hace falta ser ingeniero para eso.

Brochard parecía estar nervioso y haber perdido el control.

Pero qué pasa aquí.

Manipuló los circuitos, activó un cierre eléctrico sin haber señales de electricidad en estos putos túneles. Digame la verdad, Bright. Dígame que coño sabe de esto. ¿Que coño estamos buscando?

Le aseguro que no sé de qué me está hablando, Brochard. Solo he cortado dos cables porque si estaban ahí, estaba claro que era para la apertura electrónica. Nada más. Baje el arma. 

En esos momentos, vio a Kleist, que todavía parecía más afectado que Brochard.

Creo que es a Kleist a quien debería apuntar, no a mí.

Entonces, Thalassa comenzó a caminar lentamente hacia atrás, en dirección hacia el arsenal.

-Arder... Sí, todo tiene que arder... -dijo Friedrich, con la mirada perdida, fija en el montón de cadáveres apilados-. Hay que purificar... purificarlos a todos... Este lugar debe arder hasta los cimientos y todos con él... Arder, eso es...

Sin más, el historiador apuntó a los cuerpos sin vida y accionó el lanzallamas para hacer arder aquella sala de la muerte.

Kleist saca un mechero y enciende el lanzallamas. Por desgracia para él y para los demás, la estanqueidad del depósito deja mucho que desear y la pequeña llama desencadena una explosión que lanza a Kleist por los aires y a Brochard, Langley y Thalassa también, sobre todo por el impulso de la onda de explosión.

El fuego se ve confinado a los barracones, pero las camas comienzan a arder sin control, así como los pocos muebles que hay y los esqueletos del suelo.

Brochard escuchó las palabras de Bright, atento, aunque la respuesta no era la que esperaba. Aquella calma que mantenía, incluso en una situación tan límite, le estaba poniendo de los nervios.

Le aseguro que no sé de qué me está hablando, Brochard. Solo he cortado dos cables porque si estaban ahí, estaba claro que era para la apertura electrónica. Nada más. Baje el arma.

- Y una mier...

El atronador sonido de la deflagración hizo que Brochard cerrara el pico, para milisegundos más tarde salir disparado por los aires. Pudo sentir el intenso calor de las llamas, proveniente de algún lugar indeterminado que aún no había conseguido averiguar. Diablos, si ni siquiera había terminado de volar. El frío hormigón fue su recibidor, golpeando de espaldas la pared, sintiendo como su nuca era atizada con fuerza. Soltó el fusil, el cual cayó a su lado. La gravedad se encargó de hacerlo bajar, cayendo con sus posaderas en el suelo de la estancia, a la vez que se le nublaba la vista. Un fuerte dolor de cabeza le tenía totalmente paralizado.

Trató de ver lo que pasaba más allá, pero sólo disntinguió sombras. Su ropa, humeante, estaba algo chamuscada. Tenía suerte de estar con vida.

Thalassa no sabía si iba a conseguir convencer a Brochard, pero todo se fue a la mierda en cuanto explotó el depósito de gas del lanzallamas de Kleist, lanzándolos a todos y cada uno de ellos por los aires.

La onda expansiva hizo volar a Thalassa por los aires y que chocara con la pared antes de aterrizar de nuevo en el suelo... afortunadamente, viva.

A su lado, Brochard también se removía, tras haber sobrevivido a la explosión. Cuando miró a la habitación, todo estaba en llamas, pero no conseguía distinguir ni a Langley ni a Kleist, claro que no esperaba que éste hubiese sobrevivido.

-Schei... -comenzó a decir el historiador, solo un instante antes de que el lanzallamas explotara, envolviéndolo por completo.

Un segundo después, la explosión lo devoraba por completo, calcinándolo y produciendo que pequeños restos de Friedrich von Kleist se extendieran por toda la estancia.

Fragmentos del cuerpo de Kleist volaron en todas direcciones, calcinados y ensangrentados, "animando" la estancia con una nueva e inesperada decoración. Si alguien intentara recoger sus trozos para recomponerlo, habría descubierto minúsculos fragmentos de Kleist en todas partes del lugar, incluyendo paredes y techo.

Al mismo tiempo, la explosión había extendido el fuego, que si bien no podía atravesar paredes y puerta debido a su grosor y composición, si amenazaba con quemar a todos los que se encontraban allí dentro.