Partida Rol por web

Tan rápido entró en comunión con la naturaleza, tal fué la desesperación por la espera, que fué incapaz de darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor.

Todavía con los ojos puestos en los objetos que acababan de hallar en el interior del arcón, Satinder, Ewan y Gudrid creyeron oír algo entre los ramajes de la tupida vegetación. Inmediatamente, desecharon la idea, pues tenían claro que esos ruidos podían proceder de cualquier animalillo que tuviera su cobijo entre el follaje de aquel emplazamiento.

De repente, Satinder y Obelus detectaron como unas ramas que hasta el momento habían pasado desapercibidas, cobraron vida. Quizás fueran serpientes o culebras... ¡¡Nada más lejos de la realidad!!

Una criatura similar a un entrelazado de sogas, troncos y arbustos, se alzó frente al arquero semielfo y el bárbaro ulfen. El soldado nirmathiano intentó gritar para alertar a sus compañeros, pero era demasiado tarde. De aquel cuerpo diminuto y nervudo, salió despedida una andanada de miles de espinas diminutas en un cono punzante y fatal.  

Ya tenía problemas con convertirse en oso...y ahora querían transformarlo en un erizo? Alguien iba a pagar todo lo que le estaba pasando. Eso sí, reacciona lo suficientemente rápido como para encararse ante los nuevos enemigos.

Desde la enramada que hacía las veces de muro, Gudrid creyó oir un leve crujido. Con gesto instintivo alzó el escudo, presta a defenderse de un nuevo ataque. No obstante, el ruido cesó y bajó de nuevo el blasón de la Dama; decidió que no debía importunar a sus compañeros con sus miedos de chiquilla, por eso calló sus inquietudes.

Momentos después se percató de su error; del ramaje surgió lo que parecían un conjunto de ramas y sogas con una vaga forma humanoide. En el acto les atacaron y todos, salvo ella y el conjurador, se vieron inmersos en una lluvia de astillas.

- ¡Protégelos, mi buena Señora. Evita su sufrimiento! - La voz de la sacerdotisa se elevó en una penetrante oración.

La lluvia de espinas fue una auténtica explosión de violencia. Los diminutos proyectiles salían despedidos como si de dardos afilados se trataran, hincándose y cortando todo lo que se hallara a su merced. Muchos golpearon contra la estructura del enclave destrozando arbustos, zarzas y finos troncos. Aquel ataque fue aterrador. 

Obelus se agazapó como si de un erizo se tratara. Más de mil espinas se hundieron en el robusto cuerpo del ulfen, que gracias a los dioses pudo sobrevivir. Satinder, siempre rápido, pudo percibir con premeditación el tipo de ataque brutal que estaba a punto de desencadenarse y dio un salto vertical evitando la mayor parte de la virulencia del mismo. Rampart, poco pudo hacer. Una andanada de pequeños virotes cayeron sobre el oso albino dejándolo fuera de combate a las puertas de la muerte, pero sin duda, el peor parado fue Elenzeran...

El paladín iomedita fue cogido completamente por sorpresa y recibió una descarga de espinas capaz de matar a un ogro. A medida que los pequeños y afilados proyectiles impactaban en el cuerpo del aasimar, algunos fragmentos de su radiante armadura se desprendían. Elenzeran poco pudo hacer, pues el escarnio se antojó duero e infinito. Tal fue el daño recibido, que el recio paladín creyó morir.

Una vez finalizado el apabullante ataque, sólo quedó silencio y una nube de polvo...

Sin tiempo para posible racción, la fatas vegetal se introdujo entre las piernas de Obelus e intenta cortarle los tendones de sus pies, pero sus golpes son baldíos. 

Obelus pone en práctica sus enseñanzas, ¿te ataca?, atacas, ¿está muerto?, pués sigue atacando.

Desde luego esos colmillos son más decorativos que otra cosa, aún así el espadón sigue siendo efectivo.

El bárbaro procede a rodear al bicho ese, para evitar que suelte otra ráfaga en su cara.

Satinder no daba crédito a aquellas amenazas procedentes de la naturaleza que de manera tan letal amenazaban la integridad de la expedición de pathfinders, siendo el paladin iomedita el más perjudicado por aquella terrible lluvía de espinas capaz de echar por tierra el bien ganado título de "el que soportó una lluvía de flechas". 

Tras esquivar la ráfaga de espinas demostrando una vez más su inequívoca agilidad, heréncia de su mitad élfica,  el arquero alzó de nuevo su letal arco con la esperanza de que sus flechas consigueran herir aquella fata

El mandoble del bárbaro consigue impactar en el diminuto cuerpo de tan peligroso enemigo. En ese instante también, Satinder descarga su arco, pero la flecha golpea contra una maraña de parras que impiden alcanzar a tan escurridiza criatura...

La lluvia de espinas cesó y por un momento el servidor de Iomedae pensó que todo había acabado. Un fugaz vistazo le reveló una infinidad de pequeñas saetas clavadas en su cuerpo, la sangre fluía a raudales por los pequeños agujeros de la armadura. Tomó aire y se aseguró que seguía en el mundo de los vivos. No es que temiera la muerte, le aguardaba toda una eternidad a la vera de su señora, pero prefería continuar en la lucha contra el mal. Aquel ataque le confirmó que la naturaleza en ocasiones se comportaba de manera cruel y mezquina, y ese mal también era susceptible de ser combatido.

Dio un paso adelante y el mandoble hizo un movimiento de abajo a arriba intentado partir en dos a la pequeña criatura pero solamente encontró aire....

El tiempo pareció detenerse. En un instante que se le antojó eterno, la mayoría de sus compañeros se vieron acosados por una terrible lluvia de espinas. Prácticamente se quedó sin respiración al ver la coraza del paladín erizada de púas. En seguida se temió lo peor y notó cómo su corazón se detenía.
No obstante, el gallardo guerrero no podía caer tan fácilmente; y lo demostró alzándose de nuevo no sin cierta dificultad. Alzó una plegaria de agradecimiento a los cielos: jamás se había sentido tan aliviada.

Con la vista recorrió todo el espacio y vio como todos seguían en pie, mas no debían bajar la guardia aún. El enemigo seguía acosándoles, y, aunque vivos, los compañeros estaban realmente malheridos.
El lugar en el que se encontraban era realmente angosto, y el grupo al completo se encontraba haciendo frente al oponente. Por lo tanto, ella decidió permanecer dónde estaba para no estorbarles.
Aún con las sienes latiéndole por la emoción vivida, oró en busca del abrazo de la luz.

El gran oso albino no se lo pensó dos veces; descargó todos los ataques de que era capaz. No quería que aquella lluvia de púas volviese a inundar toda la zona con un dolor inaguantable ....

Ewan estaba justo al lado de aquel, aunque pequeño, peligroso ser. No se podía arriesgar a conjurar tan cerca, con lo que decidió extraer su pequeña daga. Ewan era un pésimo atacante. Sus virtudes radicaban en otro tipo de artes. Pero en aquella situación, poco podía hacer.

Aprovechando que el adversario tenía que lidiar con varios atacantes de su grupo, aprovechó lo que él creía que era un despiste, y lanzó una estocada a fondo, ...., cuál errado estaba, al comprobar que su daga sólo cortó el aire.