Partida Rol por web

Obelus alcanzó a la enramada fata que luchaba contra ellos. La muerte había estado demasiado cerca para Elenzeran, pero por suerte, Iomedae había sido bondadosa con el caballero de fe aasimar una vez más. Gudrid, con el corazón en un puño tras el terrible ataque de tan pequeña criatura, pidió clemencia a la Flor del Amanecer, pero su señora, no reportó más beneficios que una nimia curación a los que se hallaban en el combate. Quizás la fogosa y reprimida pasión que suspiraba por el paladín, estaba influyendo negativamente en sus dones, pero... ¡¡No podía ser!! ¡¡Serenrae era amor y pasión!! ¡¡Fuego y sanación!!...

Ewan, por su parte conjuró un nuevo orbe ácido y lo lanzó sobre el enemigo, pero sus dedos deformados por el efecto de la Astilla Atávica, impidieron que dirigiera mejor su ataque. Rampart, poco pudo hacer, tras recibir una mortífera lluvia de espinas, se abalanzó con todo, pero ni siquiera llegó a rozar a tan escurridizo ente del bosque...

El combativo ser, viéndose malherido, decidió sacrificarse por la causa que defendía. Se apartó unos pasos y mirando a Satinder dijo en un agudo y siseante común...

- ¡¡Traidooooooor!!- Tras esto, descargó una nueva andanada de muerte astillada, pero en esta ocasión únicamente sobre el arquero y el paladín...

Una nueva prueba de resistencia se cernía sobre ellos.

Ante la nueva explosión Obelus pierde el control, se le escapa el espadón de las manos y los instintos se apoderán de él, desgarrando y mordiendo a aquella criatura en un frenesí salvaje. Eso sí, canaliza su furia de una manera increiblemente precisa, sus golpes atacan a las partes más vitales de la criatura y no tienen la crudeza del espadón.

Aquella escena era parecida a cuando se vé a un animal salvaje jugando con su presa.

Se puede ver una sonrisa en lo que queda de cara, una siniestra sonrisa...

La criatura arbórea volvió a expulsar una miriada de astillas que se fueron a clavar por todo el cuerpo de Elenzeran. A pesar de los esfuerzos por cubrirse del servidor de Iomedae las heridas eran muchas y algunas se localizaban en puntos vitales. En un último aliento pudo decir...

La Astilla Atávica.....

Y cayó en la oscuridad total....

El semielfo, que se movía con gran agilidad haciendo vibrar la cuerda de su arco junto al paladin iomedita y el barbaro ulfen había conseguido resistir bastante bien aquella mortal lluvía de astillas, un castigo que aquella naturaleza enloquecida y descontrolada brindaba a la expedición de pathfinders que con las mejores voluntades habían acudido al lugar para frenar aquella amenaza natural.

La diabólica fata llamó traidor al semielfo justo antes de descargar la ráfaga de astillas, hecho que desconcertó totalmente al nirmathano. ¿Por qué recibia él tal consideración, si no tenía ningún vínculo con aquellas criaturas de la naturaleza? Aquel desconcierto le condujo a un despiste que resultó ser fatal, pues no pudo reaccionar a tiempo para esquivar las astillas, las cuales se clavaron en su armadura de cuero tachonado como las afiladas flechas que él mismo disparaba. Un reguero de sangre empezó a emanar del rojizo cuero y a continuación todo se tornó negro. El semielfo cayó desplomado e inconsciente aferrado a su arco instantes después a que Elenzeran cayera del mismo modo.

Todo sucedió demasiado rápido. Las astillas de la criatura volvieron a sacudir aquel angosto espacio, erigiéndose como la puntilla determinante capaz de derribar a un par de recios guerreros como eran Satinder y Elenzeran. Tanto el semielfo como el celestial, habían sufrido por dos ocasiones el pernicioso efecto de aquel salvaje ataque y el castigo soportado fue definitivo para dejarlos fuera de combate. Por suerte, ambos continuaban respirando...

Una vez la fata descargó una nueva rociada de afiladas espinas, Obelus impelido por su creciente bestialidad, lanzó una sucesión de terribles ataques que acabaron por descoyuntar aquella curiosa y peligrosa criatura. Una vez exenta de vida, aquella fata parecía un pelele entre los dientes de un perro furioso...

La segunda descarga de astillas fue tan horrible como la anterior. Esta vez, también el joven arquero cayó víctima de su virulencia; tanto él como el rubio paladín cayeron sin remisión en la larga oscuridad de la inconsciencia.
El lignario ser había sido abatido por fin gracias a las desatadas acometidas del ulfen.
Con presteza, Gudrid se arrodilló junto al acorazado combatiente. Colocó su mano en el musculado cuello y comprobó con pavor que su pulso era muy débil.
La sacerdotisa extrajo una varita que colgaba de su cinto y con ella apuntó al pecho del aguerrido luchador. Acercó su rostro al de él y le susurró al oído:
- Te dije, mi guerrero, que mientras mi corazón siguiese latiendo, tú no caerías. Y por mi buen nombre que no pienso romper mi promesa.

Una desesperada oración escapó de sus labios, y tras unos instantes de terrible duda, Elenzeran boqueó en busca de aire y se incorporó.
Nada le hubiese gustado más que abrazar al objeto de sus anhelos, y permanecer así toda la eternidad; pero aún quedaban compañeros que sufrían. No debía desatenderlos. Sin embargo, se permitió el lujo de fijar sus almendrados ojos en los del amado compañero durante un instante; instante que no le pudo saber más dulce.
Sin tiempo que perder, Gudrid salió corriendo hacia la posición de Satinder y repitió la operación para lograr que volviera en sí.
- Bienvenido de nuevo. Has luchado bien. - Gudrid le dedicó una cálida sonrisa al bravo asaetador.

Acto seguido, continuó con la labor con el resto de los compañeros. Pero ahora se encontraba más relajada, pues ya ninguno corría peligro de muerte.

Obelus vé la varita y a punto está de atacar a la clérigo, pero al ver que le hace cosquillas y se siente mejor, se limita a recoger su espadón y volver a prepararse para explorar lo que queda de laberinto.

Tras unos instantes de reorganización se pone detrás del semielfo y espera a que vuelva a avanzar. El arquero ha demostrado ser un buen saco de arena y le ha evitado golpes, algo lento, pero no le importa mucho a estas alturas.

Es curioso como la maldición/enfermedad ha acentuado de esa manera el instinto de supervivencia del bárbaro, usando una inteligencia animal bastante inquietante y egoista.

Una suave oleada de calor recorrió el cuerpo del celestial y la oscuridad se fue iluminando tenuemente. Le llegó el eco de una voz lejana llena de ternura y.... de amor.

Te dije, mi guerrero, que mientras mi corazón siguiese latiendo, tú no caerías. Y por mi buen nombre que no pienso romper mi promesa.

Abrió los ojos y posó su mirada en la de Gudrid. Elenzeran no tuvo más dudas, aquella mirada lo dijo todo. Había estado al borde del fin pero ella lo había salvado, en todos los sentidos, y cuando aquel horror de hojas y espinas terminara le contaría todo, le abriría su corazón.... No hubo palabras. No hicieron falta. En los ojos del recio paladín se podían leer poesías de amor, un amor puro y sincero.

Se incorporó lentamente y estudió el entorno. Era momento de acaba de una vez por todas con aquella locura. La Astilla Atávica debía ser arrebatada de aquel cónclave de druidas malvados. Cuanto antes.....

El grupo consiguió recomponerse tras el duro combate con la criatura arbórea. Gudrid extrajo la varita que Elenzeran le prestara cuando llegaron a Wispil, y descargó en repetidas ocasiones el poder contenido en la misma. A medida que activaba el objeto, las heridas que presentaban sus compañeros, se iban cerrando envueltas en un manto de partículas reverberantes y luminosas.

Una vez curados todos los pathfinders, el paladín aasimar señaló el camino que rompía hacia el norte. Nadie se opuso. El guerrero de Iomedae había conseguido soportar un castigo sin parangón, ganándose el respeto de todos los que se hallaban allí...

Todos quizás no. Obelus, cada vez más rendido a los efectos de la Astilla Atávica, permanecía algo alejado olfateando todo el ambiente. Se comportaba como un verdadero animal. No en vano, su voluntad no era tan rígida como la de otros pathfinders. Seguramente no podría resistir un día más bajo aquella aflicción que extirpaba cualquier rastro de humanidad en los seres humanoides. Viendo a Obelus, el grupo tuvo en claro que si fracasaban la Civilización declinaría.

Caminaron hasta una estancia rodeada de paredes nudosas y espinosas por igual. El lugar era bastante amplio. Además de la embocadura por la que habían llegado, había un par de pasillos más. Uno continuaba hacia el norte, mientras que otro se dirigía hacia el oeste en busca de la entrada a Briar Henge. 

Cerca de la pared sur, sobre una gran mesa de madera de roble, los pathfinders hallaron una mochila de cuero. Escotando el pasillo que marchaba hacia el oeste, también pudieron contemplar un par de banderolas con imágenes bordadas en ellas. En la primera banderola, aquélla más cercana al pasillo norte, se representaba una dicotomía. En el borde izquierdo de la tela, se podía contemplar varios hombres arrodillados y sometidos por enormes edificios y construcciones. A su vez, en el borde derecho, hombres con rasgos bestiales se alzaban orgullosos y poderosos sobre un mundo vencido y cubierto de naturaleza.

El segundo pendón, poseía grabados una serie de símbolos de difícil interpretación... 

Tras las bendiciones de la clériga de Serenrae que salvaron la vida a Elenzeran y Satinder, el arquero se recompuso con un rostro de desconcierto y trató de serenarse mirando a un lado y a otro. Aquella aventura estaba poniendo en un peligro real a la expedición de pathfinders ya que por poco Elenzeran y él mismo hubiesen fallecido agujereados por centenares de espinas de la vil fata.

Antes de abandonar el lugar, el semielfo observó las banderolas donde se representaba una dicotomía que no daba lugar a dudas acerca de los propósitos de aquel descontrolado cónclave de druidas y sus aspiraciones a neutralizar la civilización de la faz de la tierra. Tras detenerse unos instantes a contemplar aquellas representaciones, se acercó a observar los símbolos y runas del pendón que observó detenidamente pasando la mano por encima, como si pudiera comprenderlas.

- Creo que debemos apresurarnos.... reconozco estas runas, aunque no me preguntéis porqué, no las he visto en mi vida... - dijo el semielfo intrigando a los demás miembros de la expedición - pero es como la secuencia de los efectos de un ritual.... imagino que el de la astilla atávica. Si esto es correcto, los primeros días solo afecta a los terrenos circundantes, pero en el último día... - realizó una pausa para girarse y mirar al resto de sus compañeros. - el efecto alcanzará Wispil o incluso poblaciones más lejanas. - concluyó con tono de alarma.

El semielfo volvió a tomar su arco largo tensando la cuerda con una de sus flechas y se encaró hacia la senda del borde derecho. - ¡Debemos apresurarnos! -

Tras las palabras del soldado semielfo, los pathfinders se apresuraron más si cabe. La simple idea de que las gentes de Wispil se transformaran en una legión de bestias sin orden y concierto, capaces de atacar y destripar a personas inocentes, hizo que el peso de la responsabilidad se duplicara. No podían fallar. Por el bien de las gentes de aquella localidad, debían salir airosos de su enfrentamiento final.

Discurrieron por un pasillo natural hasta llegar a otra apertura dentro de aquel bello complejo. En aquel lugar, se amontonaban varias cajas, barriles, cestas y odres de pellejo. Tanto en las cestas como el las cajas, se apilaba fruta y productos de cultivo. También había algunas patas de jabalí sazonadas y secadas al sol a modo de salazón. Todo estaba cubierto por una tela construida a partir de hilo vegetal.

Obelus, se puso a cuatro patas y comenzó a olfatear las bayas y frutos que allí se almacenaban. Antes de que nadie pudiera detenerlo, el ulfen comenzó a devorar los alimentos que allí

La urgencia se hizo mayor ante las palabras de Satinder. Aquello tenía que acabar cuanto antes. Y para constatarlo el ulfen Obelus perdió la poco compostura que pudiera tener cuando le conoció y se arrojó contra los manjares que encontraron a su paso...

No es momento para ágapes, si salimos con bien de esta podrás atiborrarte todo lo que quieras... Vamos!!!

Con el ímpetu que generaba la premura el paladín aasimar salió en pos del pasillo que se abría hacia la derecha... No había tiempo para miramientos. El mandoble descansaba sobre su hombro presto a enfrentarse a cualquier peligro que aquella construcción les deparara.

El grupo, ya repuesto de sus heridas, continuó avanzando.
Satinder les explicó el significado de los pictogramas hallados en una banderola.
Mientras hablaba, con gesto involuntario, llevó su mano al apéndice peludo que tanto le molestaba. Tenían que detener cuanto antes el ritual. Si fallaban, las consecuencias serían terribles.

Siguieron adelante, y en lo que parecía ser una despensa, Obelus encontró algo para comer y comenzó a devorar todo lo que allí había sin miramientos.
Elenzeran dio la orden de continuar y Gudrid se dispuso a seguirle, con el escudo en alto, temerosa de los peligros que pudiesen salirles al paso.

Con el estómago lleno, ahora veía un poco más claramente quien era su aliado, aunque ese tipo que no quería que comiese...

Volvió a seguir al arquero, le había encontrado comida y le había protegido, sería el último al que se comería. Espadón en mano, se unió a la fila.

Ewan miró con cara compungida el espectáculo de Obelus. No porque sintiese lástima, sino por contemplar lo que supuestamente le iba a pasar en breve.

- Sí. Tenemos que darnos prisa. - Fueron las escuetas palabras del invocador.

Acto seguido le hizo una seña a Rampart, y comenzaron a seguir presurosamente al resto del equipo.

Los pathfinders caminaron con decisión en busca de su destino. Ya hacía mucho tiempo que el camino que habían emprendido no estaba exento de retorno, pero ahora, a escasos metros del fin de su misión, esa sensación se hacía más patente y real. Satinder, impelido por una fuerza que era incapaz de explicar daba pasos entre aquel entramado de zarzas y árboles en pos de algo que le resultaba tan extraño como cotidiano. Algo había cambiado en el soldado nirmathiano, algo que era capaz de notar como crecía en su interior pero que le resultaba imposible de expresar.

Tras él, el resto de sus compañeros caminaban a no mucha distancia. Obelus corría a cuatro patas tras el arquero. Su enorme mandoble se zarandeaba de un lado a otro sobre su espalda, aunque resultaba dudoso saber si el bárbaro volvería a usar el arma que hasta el momento había empuñado. Los efectos de la Astilla Atávica habían sido devastadores en el ulfen y era una verdadera incógnita saber si recobraría su extinta humanidad. A pocos metros, Elenzeran acompañado de Gudrid, sorteaban las dificultades del terreno como mejor podían. Los cambios en el cuerpo de la sacerdotisa se hacían más patentes a medida que pasaban las horas, pero el aasimar caminaba a su lado resignándose a lo que el futuro deparara. No podía exigirle nada a Iomedae, pues su diosa le había otorgado la oportunidad de continuar en el mundo para ejercer la justicia con brazo de acero. Finalmente, Ewan y Rampart cerraban la expedidón. El invocador Taldano estaba afectado también  por la reliquia, pero no cejaría hasta recuperar tan pernicioso objeto de poder. A su lado, Rampart caminaba preocupado por su amo, pues el oso albino era capaz de detectar los profundos cambios que afectaban al muchacho.

Por fin llegaron al punto donde todos sintieron que finalizaba el camino. Se trataba de una extensión muy ancha y circular. La estructura de Briar Henge había sido alterada para permitir esta distribución. El lugar era de primorosa belleza. Cuatro megalitos de roca, tan altos como capiteles, se alzaban con alturas irregulares como si fueran colmillos de una bestia gargantuesca y legendaria. Cerca del nudoso y frondoso tabique del peste, un dolmen rocoso se alzaba como una vetusta puerta de entrada. En el umbral del mismo, un tronco achicharrado flota envuelto en una trama de energías eléctricas. Después de tanto sufrimiento, el objeto anhelado se halla ahí frente a los pathfinders

- Sabes que ese objeto está mejor en nuestras manos que en la de los aniquiladores del mundo.- dijo con voz segura un semielfo de rostro tatuado. Su pelo era negro, pero a pesar de eso, poseía muchas similitudes con el rostro de Satinder. - Quizás tengas muchas preguntas y estés confuso... hermano... pero sabaes que este es el camino correcto. Tu alma y tu ser lo saben...- dijo el druida de forma críptica mientras apoyaba el enorme garrote que sostenía. Se trataba de una garrote tan largo como una vara y que acababa en una punta de cristal. Estaba claro que había sido modificado mágicamente...

Obelus se pone en posición de carga y se prepara para salir disparado como una bala de cañon (si hay gunslingers hay cañones) dispuesto a llevarse por delante cualquier cosa que se cruce en su camino, sólo está esperando a que se aparten de su camino o simplemente empezará a avanzar contra el desconocido. Su raciocinio está mellado por la maldición y lo demuestra enseñando los dientes que le han otorgado y que usará para vengarse de los malfactores.