Partida Rol por web

El grupo continuó su camino. El efecto de la Astilla Atávica era demasiado peligroso como para ignorarlo. Gudrid, Ewan y Obelus -sobre todo éste último- prosperaban en una mutación que amenazaba con arrancarles la humanidad. Varios eran los obstáculos hallados hasta el momento, pero todos habían sido superados con mayor o menor fortuna. Los leñadores mutados y absorbidos por el efecto corruptor de la reliquia de Gozreh, fueron una minúscula muestra del efecto caótico que podría producir el artefacto a una escala mucho mayor. Ejércitos de criaturas bestiales, sin miedo ni piedad, avanzando por los confines de Golarion y arrasando todo a su paso...

¡¡Por los dioses que eso no podía llegar a suceder!!

Continuaron su pesada marcha entre la cada vez más intransitable vegetación del bosque. A buen seguro que pocos seres civilizados, habían logrado adentrase tan profundamente en el corazón del Bosque Verduran, pero eso era un hito de valor si los pathfinders que allí se reunían, fracasaban en su misión. Entonces, de poco habría valido arrancarle la vida a la semielfa sin nombre o a aquel leñador, si el desenlace de la misión era una estrepitosa debacle.

Satinder que hasta ese momento había guiado al grupo por el bosque, caminaba apesadumbrado dando vueltas una y otra vez a lo acontecido en el paso del río. Algo crecía en su interior, pero desconocía de que se trataba. De repente, el angosto y enraizado sendero murió para desembocar en un enorme claro. En el centro del mismo, se alzaba una fortaleza conformada por una masa de zarzas, arbustos y árboles de forma esférica. La magnitud de tal construcción natural, era verdaderamente sobrecogedora. Jamás habían contemplado nada igual. 

A pesar de no disponer un techo, la estructura con paredes de casi tres metros y medio de espinas, raíces y madera, daba sensación de ser completamente infranqueable. Únicamente destacaba una pequeña apertura de poco menos de dos metros de ancho y dos y medio de alto. Sobre la llamativa entrada, se acumulaban floridas hiedras y madreselvas, embelleciéndola. 

Un extraño vinculo con la semielfa arquera le había hecho frenar su dedo al disparar una de sus letales flechas y tratar de tender la mano a la mujer para ofrecerle la oportunidad de salvar su vida, pero lo único que había obtenido tras la clemencia mostrada había sido una respuesta ácida y cargada de furia que fue apaciguada por el poderío del ulfen pathfinder. A pesar del corazón vil que Elenzeran decía que poseía la semielfa, el nirmathiano se acercó hasta los restos de su cuerpo y sintió una pena inmensa acrecentada por aquella estampa de sangre y muerte que había teñido de rojo aquel bello paraje natural.

El arquero posó una mano sobre la frente de la mujer, cuyos bellos ojos verdes parecían haber inmortalizado el momento de horror que vivió antes de ser cercenada, y susurró unas palabras cuyo significado sólo conoció él.

- Sinde ellar tinwe, palenta idar tue.... -

Acto seguido, el guerrero semielfo tomó las flechas de su adversaria y luego el arco compuesto con el que les había atacado. Tal vez en su destino hallará un padre, un hermano, un marido o incluso un hijo que lamentará su muerte, y de ser así, aquella mujer había muerto con valor en combate, como toda buena guerrera. En Nirmathas las costumbres dictan que las armas de los caídos en combate deben ser entregadas a sus familiares más cercanos para honrar su valentía en combate y para hacer perdurar su recuerdo en ellos. Era una vieja tradición que Satinder estaba dispuesto a cumplir con aquella semielfa desconocida, pues por muy oscuro que fuese su corazón, aquella era una vida sesgada en el mismo corazón de la naturaleza.

Cuando el grupo reprendió la marcha Satinder guió entre la maleza con sus ojos azul cristalino contemplano con pesadumbre la naturaleza del entorno. - ¿Por qué? Por que tanta muerte y miedo a causa de algo creado por los que velan por el equilibrio y el bien.... - susurró a si mismo.

Cuando llegaron a lo que parecía una entrada formada a base de la propia vegetación, el semielfo extrajo de nuevo su arco y cargó una flecha en él. A pesar de las extrañas sensaciones que estaba experimentando en aquel bosque, no podía olvidar la realidad del peligro que vivían.

- Parece que hemos llegado...- comentó a los demás.

Cuanto más se acercaba, más le hervía la sangre, más le rugía el estómago y le costaba todavía más diferenciar a las personas que tenía delante, iba caminando con recelo, pués no sabía cuando esas personas iban a girarse como lo hizo aquella...elfa?

Cuando llegaron, lo primero que hizo, fué desenvainar su espadón, no lo iban a pillar desprevenido, no esta vez. Miró a la entrada por si habían guardias apostados y empezó a acercarse mientras se mantenía alerta.

Ewan se quedó mirando esa "fortaleza" natural que parecía ser su destino. El primero en comentar fue Satinder, pero el primero en avanzarse fue Obelus, que comenzó a acercarse a la entrada con el espadón preparado.

 - Parece que tendremos que entrar. - Susurró a modo de contestación a Satinder.

Ewan se giró e hizo una seña al gran oso blanco para que siguiera al imponente Ulfen ...

Parecía claro cual sería el plan de acción de los pathfinders. Por fin habían llegado a aquella fortaleza natural que suponía Briar Henge, un bastión tan bello como peligroso. Sin pensarlo, el grupo tras la estela de Obelus se encaminaron hacia la entrada del complejo, pero justo en el momento que Ewan finalizaba sus palabras, unos agudos susurros se escucharon como si alguna criatura invisible los vigilara...

A medida que Ewan escuchaba los huidizos susurros, fue dándose cuenta de que aquellas palabras intentaban agredirle mágicamente. El invocador taldoriano intentó resistirse a tales efectos, pero le fue imposible. Súbitamente, descubrió que su cuerpo se encogía velozmente hasta reducirse a la mitad. El muchacho miraba a un lado y a otro, pero lo único que veía era que sus compañeros pathfinders parecían verdaderos gigantes.

Justo en ese momento, un perro de grandes dimensiones surgió de la maleza que circundaban la fortaleza drúidica, dispuesto a plantar cara a los incautos forasteros...

El perro, que poseía su pelaje adornado con símbolos drúidicos pintados con ceniza y polvo de hueso, se abalanzó para chocar contra Obelus sin ningún tipo de temor.

Pero además del can mestizo de lobo, los susurros que atolondraban a Ewan se convirtieron en risas burlonas. Con la aparición del perro y el efecto de la magia, nadie había reparado en una fata voladora de pequeño tamaño. Portaba un estoque del tamaño de un alfiler que zarandeaba de un lado a otro con sutiles movimientos de esgrima:

- ¡¡En guardia!!... Malditas criaturas apestosasssssss...

Ni siquiera se ha dado cuenta de de que el invocador se está reduciendo, cuando aparece un perro con malas pulgas. Obelus levanta su espadón, le enseña los dientes al perro y se prepara para demostrarle quien de los dos es el más animal ahora mismo.

Al fin habían llegado a su destino. La Astilla Atávica estaba causando demasiados estragos como para permitir que siguiera emitiendo su influencia. Elenzeran también empezó a dudar sobre el propósito que pudiera tener la Sociedad Pathfinder para con el funesto artefacto. Si del paladín iomedita dependiera el destino de aquel artilugio sería un cofre con diez llaves repartidas entre los miembros del Decienvirato, tal era el potencial peligro que se le intuía.

Casi sin tiempo para trazar una estrategia para abordar aquella estructura arbórea cuando un comité de "bienvenida" les sorprendió. Las palabras, tristemente para el aasimar, volvían a quedar fuera de las opciones para resolver aquel encuentro. Una pena....

Ewan se vio preso de una nueva situación de transformación. La aventura estaba siendo chocante para él. A pesar de esto no se debía descuidar, ya que el peligro estaba presente invitaba a actuar, aunque sólo fuera para evitar más transformaciones.

- ¡Rampart!, ayuda a Obelus. - Dijo con una voz más aguda de lo normal, debido a su nueva condición.

Ewan se preparó para recurrir a sus dotes mágicas, ..., su cuerpo era más pequeño, pero sus artes seguían siendo las mismas ...

Rampart se sorprendió ante la aguda voz de Ewan, y cuando lo miró entendió que era presa de un efecto mágico. Son más dilación acometió la orden con presteza.

El arquero semielfo alzó el arco en dirección a la fata con una flecha cargada en ella - ¡Sfffiiiinyuuu Anyiiiiii uiiinuyyyyyiuiuyuiyiuyiuyui!!!! - exclamó Satinder con una especie de silbidos de pájaro y que retumbó extrañamente en aquel claro, como si provocaran una especie de eco.

A juzgar por el rostro del semielfo él mismo se sorprendió ante los sonidos que había realizado, como si hubiese querido hablar pero aquel exótico "idioma" hubiese sido lo único que había podido utilizar.

Cuando llegaron al lugar que parecía ser su destino, el infortunio les golpeó de nuevo; esta vez Ewan vio su tamaño reducido a la mitad a causa de algún efecto mágico.
Casi al instante hizo acto de presencia una diminuta criaturilla voladora acompañada de un lobo con extrañas marcas en el pelaje.
Gudrid alzó el escudo con cierto cansancio, pues deseaba salir cuanto antes de aquél malhadado lugar.
Elevó una silenciosa plegaria y se preparó para lo que tuviese que acontecer.

- ¡¿Maldaaad?!... ¡¿Maaaaldaaaaaaaaaad?!...- exclamó la pequeña hada ante las siseantes y musicales palabras de Satinder. ¡¡Vosotros sois los responsable del mundo que encontraréis!!... ¡¡Jamás encontraréis lo que buscáisssss!!- Sentenció la fata clavando los ojos en el arquero.

El arquero semielfo se sintió confuso ante aquel nuevo enemigo que parecía tan inofensivo como siniestro a la vez. Con una de sus flechas ya tensadas en la cuerda y apuntando a la fata, disparó sin remordimiento alguno a aquella criatura que parecía representar una maldad pura e irredimible.

- ¡Si no quieres paz, tendrás guerra! - exclamó con un grito feroz, propia de un guerrero acostumbrado a las campañas militares al tiempo que destensaba el arco disparando un poderoso proyectil hacia la fata.

Rampart se encontró con el diminuto ser delante de él, y sin pensarlo dos veces, descargó todo el poderío que tenía sobre él, pero en ese momento, y gracias a los gráciles y rápidos movimientos de la diminuta fata, pudo comprobar lo difícil que sería llegar a tocarla ...

Primero fue la flecha de Satinder, la que surcó con rapidez la distancia que lo separaba de aquella fata fanática y de malas intenciones. El proyectil iba directo a la pequeña hada, pero ésta reaccionó lo suficientemente rápido, para que la flecha le hiciera un nimio rasguño. 

Luego fue el osos albino el que propinó una serie de zarpazos y mordiscos, que apenas consiguieron inquietar a la veloz y ágil criatura de los bosques.

- ¡¡Pagaréissssss todo el daño que habéissss ocasionado a la naturaleza!!- Y tras recitar un trabalenguas, en el idioma de las fatas, la minúscula espadachín se desvaneció desapareciendo.

Se había hecho invisible.

Tras la desaparición de aquella diminuta que les maldijo furibundamente, con decisión inapelable el paladín iomedita hizo una carrera corta hacia la bestia que les cortaba el paso, con el mandoble por encima de la cabeza. Al llegar junto al perro descargó el arma sin decir ni una palabra. La diplomacia era una espada.