Partida Rol por web

Mierda...

Frank mira descuidadamente hacia el ayudante del sheriff, como si dudara en un principio de si se había dirigido a él.

Cuando queda patente que no hay escapatoria el vaquero añade desde debajo de su sombrero: - ¿Agente?

No eres de aquí ¿verdad?, ha habido un tiroteo en el Saloon.

El ayudante se acerca a ti paso a paso, lentamente, como precavidamente. La distancia que os separa, lo largo de toda la calle, va acortándose a cada paso y cada vez te puede ver con más claridad. Menos de 20 yardas os separan... 15 pasos.

¿No irás armado por casualidad?

13 pasos...

Aparta tu chaqueta. Quiero ver tu cinturón, forastero.

10 pasos...

Hola agente... Es usted muy perspicaz. La población de esta ciudad debe sentirse muy segura. Ciertamente soy forastero. Llegué esta mañana de paso. Y ciertamente estoy armado. ¿Acaso está prohibido agente? Frank intenta no sonar demasiado artificial. No es dado a este tipo de estratagemas, pero ciertamente ha matado a un cuatrero en ese Saloon.

Deberían estarme agradecido... Frank intenta suavizar su siempre enigmática e intimidante voz.

El sonido de tu voz hace detenerse en seco al ayudante. Tus intentos de sonar pacífico han funcionado solo hasta cierto punto, tu voz en una callejuela medio oscura y desierta como esta hace poner los pelos de punta.

Al escuchar tus palabras se tranquiliza solo en parte, echa su mano hacia su revólver dejándola posada en el arma mientras se sigue acercando. El tipo no parece tener tantas agallas como sería de esperar y, aun a pesar de lo que le dices y de que no haces ningún movimiento hostil, se le ve nervioso. Sin embargo en seguida te das cuenta de que tambien es vulnerable a tu halagos.

Bien vaquero, entrégame tus armas. Me sorprende que no hayas visto los carteles avisando de la ordenanza, está prohibido entrar armado en la ciudad.

Terminando de acercarse hasta ti te tiende la mano izquierda para recibir tu pistolera con los revólveres. La mano derecha del representante de la ley sigue parada encima de su Colt.

Lo cierto agente es que tengo pensado abandonar la ciudad de inmediato. Mañana tal vez... ¿Cómo hago para recuperar mis armas? Cómo bien sabe, es de locos salir por ahí sin protección. Y esta preciosidad dice enseñando sin tapujos su arma, es la más fiel de mis amigas.

Frank utiliza un lenguaje familiar para con las armas. Algo propio de aquellos que las aprecian sobremanera, como dando a entender que deshacerse de su arma no es algo que le resulte en absoluto agradable.

Pasa por la oficina del Sheriff cuando te vayas y te devolverán tu arma...

El ayudante parece suspicaz, y no lo suficientemente decidido como para echar mano a tu arma hasta que se la tiendas tú mismo.

Si no te importa me gustaría dejar el arma directamente en la oficina del sheriff yo mismo. No es por nada, es solo que las armas son como los sombreros amigo. Personales e intransferibles.

Frank muestra una sonrisa inquietante plagada de dientes.

Te acompañaré entonces.

El ayudante frunce el ceño, no parece dispuesto a dar su brazo a torcer.

Vayamos pues...

Sin más opción Frank sigue al ayudante del sheriff a comisaría.

Hay otra opción, pero mi cupo de muertes fáciles por día ya ha llegado a su tope.

La idea de desprenderse de su arma no le gusta, pero poco más puede hacer.

Con la atenta y silenciosa escolta del ayudante del Sheriff tomas camino hacia la comisaria, recorreis un par de manzanas de callejuelas moviéndoos por la zona periférica de la ciudad y finalmente entráis en la calle principal. Ya es casi de noche pero aún se ve gente por ahí y el sonido amortiguado de la música y los gritos en los saloons anima el ambiente.

La oficina del Sheriff está aquí, en la via central de Tombstone, por lo que ya no tardáis sino unos minutos más en llegar. Un edificio viejo señalado mediante un cartel con una estrella descolorida con el texto U.S. Marshall. Debe ser aquí.

Ascendiendo por dos quejumbrosos escalones de madera atravesáis la puerta del despacho. Tras una mesa con papeles, casi el único mobiliario de la sala, os saluda un chaval que debe ser otro ayudante, a juzgar por la estrella de su pecho y por el arma de su cinto. Por su edad y su cara apostarías más bien por el hijo del herrero, o algo así.

La única ventana que ves está cerrada con barrotes, igual que la puerta por la que entraste, aunque ésta permanecía abierta. A un lado hay un soporte con varios rifles winchester protegidos por una reja metálica con un candado y en un rincón, amontonadas, bastantes armas sobre una mesita y bajo ella. Por las paredes hay algunos carteles de Se Busca, decoración típica en la choza del comisario.

Al otro lado de la habitación hay una puerta abierta que debe llevar a la zona de las celdas.

El ayudante que te ha traído hasta aquí parece bastante más suelto ahora, te habla sin miramientos.

Bien , amigo. Hora de separarse del seis-tiros.

Te mira receloso mientras señala con la cabeza el rincón de las armas.

Si te sientes mejor déjalo tú mismo sobre ese taburete un pequeño asiento que hay cerca de la mesita y cuando quieras irte lo recogerás del mismo sitio.

No es tan infrecuente la gente que siente un vínculo con su herramienta de trabajo. Los pistoleros, especialmente, pueden ser muy maniáticos.

Esto cada vez gusta menos a Frank. Pero llegados a este punto poco más se puede hacer.

Mira al ayudante del sheriff y se desarma. Deja la pistolera con el arma sobre el taburete indicado.

Volveré antes de marcharme.

Sin más se da la vuelta y sale fastidiado al antro en el que se hospeda. Ni ganas de ir al Saloon tiene.

Los representantes de la ley parecen satisfechos con tu ofrenda de mala gana. Abandonas el local recorriendo buena parte de la calle principal de Tombstone hasta entrar en un callejón hacia el norte que desemboca en una calle poco menos estrecha. Tu viejo tugurio, una habitación sucia encima de un garito de mala muerte. La cama llena de chinches te espera, la tarde ha avanzado y poco más le queda por hacer en esta ciudad a un vaquero desarmado que quizá en unas horas esté decorando uno de esos carteles de Se Busca.

Tras una frugal cena en tu propio cuartucho por cortesía de la comida enlatada del General Store de la esquina, te echas en el jergón de polvorienta paja. ¿Qué hora debe ser? ¿las siete? ¿las ocho? no tienes ni idea.

Desde tu suelo, unas risas chillonas animan tu infructuoso intento de descanso. Señal inconfundible de que abajo, en el alegre antro, vuelve a haber partida de póquer. En una partida como esa perdiste todo tu dinero y hasta el caballo. Las estridentes carcajadas que atraviesan la sucia moqueta te recuerdan aquella mano fatídica.

Al fin y al cabo ¿Quién no se la habría jugado con un full de reyes?

El sol te despierta cuando ya ha salido lo suficiente como para asomar por tus sucias ventanas.

Tu pensión de mala muerte está tranquila y silenciosa, las noches son animadas pero siempre se levantan tarde para compensar. Otro día más en este agujero y no hay esperanzas de salir a la vista. Tu patrimonio asciende a la poco impresionante cifra de 8 dólares, te faltan unos 160$ para poder comprar un caballo y además tu billete de diligencia, por el que pagaste más de lo que tienes ahora, no ha demostrado ser útil.

La falta de peso en tu cinturón te inquieta, sin tu revólver te sientes como si fueras la chica de Saloon más fea del pueblo.

Frank mastica una saliva pastosa propia de un sueño pesado y nada reparador. Su estómago vuelve a arder.

Ha dormido medio vestido, y le cuesta más bien poco ponerse lo necesario para que no le detengan por la calle.

Calzarse las botas le cuesta horrores.

Se lava la cara en la palangana de agua turbia. Se atusa el pelo y sale de su habitación en busca de algo que echar a la boca.

A veces comer acalla este ardor...

Bajas los escalones que te conducen a la salida del sórdido hospedaje. Nadie te importuna, afortunadamente la presencia de un vaquero llama poco la atención en una ciudad como esta. Siempre has valorado la intimidad.

Te encaminas hacia uno de los baretos cercanos donde podrán servirte algo que desayunar, giras la callejuela para entrar en una calle un poco más grande llena de establecimientos.

En ese momento te quedas clavado en el suelo y tu dedo del gatillo sufre esa especie tic que conoces bien, igual que en los duelos a muerte. No despegas la vista de esos ojos que te miran con frialdad e ironía bajo un sombrero de cowboy que te es muy familiar. A pesar de no llevar arma, tu mano baja hacia el cinturón observando la cara que te observa desde la pared de una herrería. Tu cara. 

El mismo sombrero, los ojos están muy logrados y no han olvidado las patillas tan características; el retratista que trabaja para el Sheriff sin duda se ha ganado el pan. Por si te faltaban motivos para salir de esta ciudad... ahora sí que estás en lios.

Y lo más triste es que esos 100$ de recompensa te vendrían genial para desaparecer de este agujero.

Frank se queda clavado el tiempo suficiente como para asegurarse de que a quien buscan es a él. Tiene la experiencia suficiente como para no denotar ninguna reacción ante lo acaecido. A pesar de su pasado, Frank no ha sido "buscado" más que un par de veces. Y siempre por motivos justificados. Pero esta vez... Esta vez es diferente.

De momento ya me puedo ir olvidando de recuperar mi arma, y eso sí que es lo que más me duele. No puedo creer que el cretino al que ayudé en la taberna me haya delatado... Desde luego esto no se va a quedar así.

Frank se ajusta el sombrero bien bajo y encamina sus pasos hacia las oficinas del Tombstone Epitaph.

Tu paseo hacia las oficinas te crispa los nervios. Hay poca gente por callejuelas así, sobre todo a esta hora, pero te da la impresión de que mil ojos están sobre ti y de que todos los revólveres del pueblo te apuntan.

Das un pequeño rodeo para no pasar por la calle principal de Tombstone, el despacho del periódico está en una avenida perpendicular. Esta no es una buena ciudad donde estar buscado por la Ley, ni un buen momento. Maldita sea mi suerte.

Al fin llegas de nuevo cerca de la fachada que te resulta bien conocida.

...pero el edificio parece condenadamente lleno. Un pequeño grupo de personas debate a la salida de las oficinas y por la cristalera puedes ver, desde donde estás, a varios más. Sería algo arriegado acercarte.

En ese momento escuchas una voz chillona, el repartidor del Epitaph.

¡Edición extra! ¡El Epitaph ve satisfechas sus expectativas!

La aguda y potente voz del chaval se escucha en dos manzanas. Está en la misma calle de la oficina del Epitaph pero algo alejado de la muchedumbre.

¡¡Léalo aqui!!

Agita unos pocos periódicos en su mano, la tirada de hoy parece haber volado rápido.