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Tombstone: Dead Lands

Capítulo 4: Perseguidos y malditos

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24/03/2011, 00:38
Director

El bandido malherido, moribundo, que ha caído de espaldas por la flecha de Okhan en el pecho aún parece dispuesto a dar guerra. Sin molestarse ya en cubrirse, comienza a disparar desde el suelo, una vez y otra, hacia cualquier sombra que ve en el techo y que pueda parecerse al indio.

Mientras tanto, Boyle ha detonado su rifle una vez, buscando una de las confusas sombras, aunque a duras penas estuvieran en su línea de tiro. Decidiendo arriesgar un poco, el británico asoma parte de su torso para poder, de esa forma, ver la silueta del hombre que corre muy cerca de la pared de la iglesia, dirigiéndose hacia la puerta principal. Es el mismo bandido que acaba de disparar al Predicador a través de una ventana, y la luz rojiza del fuego que asoma por la puerta y algunas ventanas le hace visible. Stephen aprieta el gatillo y su cañón escupe plomo sin humo. La bala le entra en el hombro al indeseable desde una diagonal superior, y le sale por la espalda. Dolorido y enfadado, aún el tipo tiene fuerzas y coraje suficiente como para apuntar su revólver hacia arriba, hacia el tirador de elegantes ropas que ha asomado casi medio cuerpo por fuera de la cobertura para poder dispararle.

Hay un CLIC inaudible para todos excepto para el dueño del Remigton encasquillado. Herido por la carabina del pie tierno suertudo y súbitamente bajo de moral, el tipejo deja caer al suelo su revólver atascado y pone pies en polvorosa.

Dentro de la iglesia el combate parece más peliagudo. Tal vez el bandido acróbata vestido de negro esté ahora en un uno contra uno que no esperaba, por culpa de la puntería de Boyle y la cobardía de sus compañeros, pero aun así el laberinto de bancos y obstáculos es una posición fuerte que defender. No parece tener prisa por el momento, y el Predicador solo se arriesga a acercarse unos pocos pasos y luego ponerse él mismo a cubierto. Un disparo por parte del Pater astilló la madera de un asiento muy cerca de la cabeza del tipejo.

En el exterior la lluvia arrecia, la noche se oscurece, y la tormenta de tiros continúa. Un rifle Winchester suena desde la pequeña cabaña frente al templo. Seguramente el tiro iba dirigido hacia la torre de la iglesia, pero en esta noche sin luna y con la única flecha ardiente del techo ya apagada por la lluvia ha sido un disparo a ciegas. En el lado Oeste, el forajido de la flecha en el pecho vacía su revólver sobre la iglesia entera, y una de las balas silba muy cerca de Stephen. El británico se gira para comprobar la seguridad del bueno de Eckhardt.

Cuando Boyle lo mira, el reportero está tendido en el suelo, con tan solo la cabeza incorporada, incómodamente apoyada en el muro. Su postura explica por qué había estado tan callado el último minuto...

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24/03/2011, 01:31
Charles Eckhardt

Se-se-seeñor Boyle...

Habla el plumilla, casi sin darse cuenta, al sentir la mirada del inglés. Actúa como un perro que ladra al sentir instintivamente la atención de su dueño, porque a decir verdad Charles no está mirando a Boyle y a duras penas conserva la consciencia. Hay un pequeño charco de sangre en el suelo. La herida de plomo - una bala perdida proveniente de las automáticas de aquel bandido - está en la parte alta de la pierna, y no debería hacer peligrar su vida a menos que haya perdido demasiada sangre. El reportero reacciona, o mejor dicho, no reacciona, ante el mero hecho de ser alcanzado por una bala. Se sabe herido, y el terrible dolor y el miedo le paralizan.

En todo caso, lo menos que se le puede reconocer al bravo periodista es que no ha proferido una sola queja.

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24/03/2011, 01:45
Director

Dakota identificó la amplia sala en la que se encontraba como un comedor comunal, un salón cuya amplia mesa hacía tiempo se había convertido en un conjunto de submesas ruinosas - fragmentos de la anterior - dispersas por la sala, la mayoría de las cuales ya no se sostenían en pie. La luz blanquecina que le permitió ver esto con cierto detalle provenía de una de las ventanas. La luna permaneció destapada un instante, como regalo de los Espíritus a Dakota por el valor mostrado, antes de ocultarse de nuevo. El ojo plateado menguante se guiñó hacia él, deseándole suerte.

Para llegar hasta aquí había recorrido seis... siete habitaciones, además de un pasillo que doblaba a la derecha y en el que el apache escogió una puerta - la única apropiada - entre seis. Si no le habían seguido de muy cerca, Dakota estaba seguro de que podría haber despistado a sus perseguidores. A decir verdad, no recordaba haber oído pasos siguiéndole, al menos durante el último trecho. Solo había silencio, paz engañosa y un ligero olor a humo.

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31/03/2011, 06:54
Dakota

 

El indio traspasó como una exhalación un hueco semi derruído y oscuro, que quizás alguna vez fuera una puerta, y se apretó contra la pared al otro lado. Se esforzó durante largos instantes en serenar su respiración, aunque el proceso le llevó más de lo previsto. Bufaba como un toro, y su tremendo tórax se mecía con una fuerza tal que parecía poner en peligro a todo el edificio. Trató de agudizar su oído, aunque el creciente zumbido que se había ido extendiendo por su cabeza le impedía escuchar otra cosa que no fueran los sonoros truenos que retumbaban en el exterior.

Creía saber donde se encontraba. Al menos tenía una idea bastante cercana. Pero no sabía qué había ocurrido con sus perseguidores. Hacía rato que su pasos se habían apagado, y eso preocupaba al indio. Sobre todo con aquel maldito jugador y su mala medicina. ¿Quién podía conocer los trucos que guardaba bajo su manga?

Con paso sigiloso, el indio comenzó a abandonar su posición, muy lentamente. Escuchaba el quejido de los viejos maderos, resonando en algún perdido rincón de la edificación, el agudo ulular del viento por los pasillos, el gotear de la lluvia a través de las infinitas goteras.

Muy cuidadosamente, el indio inició su camino. Primero se dirigió hacia la ventana, procurando echar un rápido vistazo a lo que ocurría afuera. Luego, se encaminó hacia el otro lado de la habitación. Sabía cual debía ser su destino, aunque también sabía de los obstáculos que podía encontrar en él. Su escaramuza personal se había demorado demasiado, era hora de ver que había ocurrido con los demás. Quizás con algo de suerte, sus perseguidores se perdieran entre el interminable laberinto de pasillos y habitaciones que era aquella construcción.

El indio sonrió en la oscuridad, una imagen demoníaca que nadie jamás pudo observar. La suerte ya lo había ayudado demasiado. No podía pedirle más nada.

 

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31/03/2011, 15:13
Director

A través de la ventana mojada solo se veían oscuridad y nuevas gotas de agua golpeando con un tamborileo hipnótico. No había señal de los enemigos ni fuera ni dentro, aunque Dakota cada vez podía percibir mejor su entorno, y lo que empezaron siendo sensaciones vagas se convirtieron en certezas.

El olor a humo aumentó, y el único sonido además del tintineo de la lluvia era un crepitar sordo como de fuego lejano. El indio llegó hasta las escaleras de descenso a la segunda planta y confirmó sus temores: los bandidos habían creado un incendio en el edificio, y la salida estaba cerrada por un infierno de llamas. Tal vez hubieran decidido que los riesgos de intentar coger al piel roja vivo no valían la pena, o quizá hubieran supuesto o descubierto que su tesoro no estaba en ese edificio ruinoso habitado solo por un salvaje demente. El caso es que Dakota corría el peligro de asarse en ese hospicio que llegaba al final de su larga historia. La construcción ardía de dentro afuera y desde el primer piso hacia arriba. El humo ya comenzaba a ser asfixiante, y las únicas salidas eran las ventanas o la bajada a través de las llamas.

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01/04/2011, 00:53
Dakota

 

El indio sintió como el calor abrazador lastimaba su curtida piel, y se llevó instintivamente la mano al rostro para proteger sus ojos y sus vías respiratorias. Su única escapatoria había sido bloqueada, y el tiempo corría en su contra. Su mente debía trabajar rápido, y lo hizo. No razonó con la fría lógica de un humano, sino con la astucia instintiva de un animal. Pronto encontró la respuesta a sus preguntas, aunque la solución a sus penurias lo seguía esquivando.

No tenía sentido arriesgarse a cruzar las llamas. No cuando sus enemigos bien podían estar aguardándolo al otro lado, listos para rematar su cuerpo cansado y herido por el fuego y el hollín. Tenía que buscar otra salida, y pronto una idea demencial cobró forma en su mente agobiada. Era una locura, producto de la desesperación más absoluta, una huida sin sentido que quizás solo terminara por extender su agonía.

Dakota inició una carrera desesperada hacia las alturas, buscando retroceder hasta la sala donde se había enfrentado a sus enemigos. De ahí al techo había solo unas cortas escaleras… más allá, el vacío y la tormenta.

 

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01/04/2011, 02:37
Director

El instinto más básico invitaba a correr en dirección contraria al fuego, a huir hacia el cielo igual que lo hacía el humo que provocaban las llamas. Fuera por haber tenido una idea, o fuera por impulsos irracionales, eso es lo que hizo Dakota, corriendo hacia la habitación donde estaban las escaleras de subida a la planta superior.

De camino ya no se preocupaba en ser silencioso, su carrera por los pasillos desiertos le confirmaron que había sido dejado a su suerte en el hospicio para que se quemara vivo o asfixiara. La única duda que conservaba Dakota era si habían confiado en el Hermano Fuego o si los enemigos seguirían ahí fuera esperándole por si acaso. El camino para encontrar respuesta a esa pregunta y para llenar de aire limpio sus pulmones era el mismo. Debía llegar a la azotea.

Reconoció la habitación en la que había estado luchando por el olfato, antes que por cualquier otro sentido. Aunque la lámpara rota ya se había apagado, el aceite quemado creaba unos efluvios que se imponían sobre el ligero aroma a humo. En seguida apreció la silueta de los bultos tras los que se había cubierto, y casi literalmente tropezó con su rifle Winchester abandonado. Al lado del Bastón-que escupe-fuego estaba el revólver manchado de sangre que había logrado arrebatar a un bandido. Encontró su hacha clavada en el cuello de ese mismo bandido, tal como la recordaba. Desechó la escopeta que yacía junto al cuerpo por estar vacía de munición, pero sí pudo sacar unos cuantos cartuchos extra para el seis-tiros de la pistolera del muerto.

Aunque no fuera un hombre de fe como el Predicador, Dakota dudaba que entre los blancos aquel hombre muerto hubiera recibido los honores merecidos. Tal vez ser consumido por el fuego era el destino que sus compañeros habían elegido para él, pero el indio lo veía poco probable. Sencillamente, los bandidos habían dejado a sus muertos atrás. Eran esa clase de indeseables. Las supersticiones e instintos de Dakota lucharon durante un momento con su sentido práctico, pero pronto los razonamientos se rindieron. El nariz-rota había luchado con honor, había demostrado ser duro hasta el final y merecía los honores del guerrero. La costumbre de los apaches con sus muertos era ponerlos en el lugar más alto posible, de cara al cielo. De esa forma, su alma llegaría antes con los Ancestros. Decidido a no atraer la mala fortuna por desoir las tradiciones e insultar al coraje de un enemigo digno, Dakota cargó el pesado cadáver escaleras arriba hasta llegar a la azotea. Sintiendo la lluvia empaparle, el mestizo colocó el cadáver extendido sobre una losa, semiincorporado y mirando hacia la luna ausente. Otra vieja superstición decía que los bravos muertos de noche no podían encontrar el camino hacia los Terrenos de Caza, pero esta no era una tradición que Dakota quisiera recordar ahora, ni para su enemigo caído ni para sí mismo.

Hecho esto, el medio indio recorrió el borde de la azotea, siempre medio oculto, para buscar señales de enemigos. Aunque la noche era oscura, el brillo del fuego iluminaba la calle, y Dakota pudo ver la silueta del tipo que había parecido mandar entre sus perseguidores. El pistolero veterano estaba medio oculto premeditadamente, en el rincón más oscuro posible. Parecía evaluar el edificio con la mirada, como si esperara ver a un indio en llamas caer desde una ventana en cualquier momento.

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01/04/2011, 15:50
Dakota

 

El indio alzó levemente su contundente cabezota por sobre el parapeto que delimitaba el final de aquella terraza semiderruída. Hechó un rápido vistazo y volvió a su posición, apoyando su espalda contra la desgastada piedra. La pertinaz llovizna ya lo había cubierto por completo, aunque su experiencia le decía que la tormenta aún se demoraría un buen tiempo en llegar. Demasiado, quizás. Aquel era el fin del camino, y mientras su salida estuviera vigilada, no tenía escapatoria. Habría que limpiarla.

La luna se dejó ver por unos instantes, apenas como un mero reflejo, y el indio aprovechó ese momento para reparar su arma trabada. Afortunadamente, no era nada serio. Apenas un casquillo que había obturado el orificio de salida. Luego de un fuerte golpe, el pequeño trozo de metal voló por los aires, cayendo con un ruido sordo en algún lugar de la terraza. Dakota se tomó su tiempo para recargar el Winchester, y finalmente volvió a asomarse por el parapeto.

Su enemigo seguía allí…

 

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01/04/2011, 16:39
Director

Dakota apuntó durante tres latidos de corazón antes de apretar el gatillo. La figura parecía a punto de moverse cuando el rifle atronó, y la bala pareció darle de lleno. La silueta cayó al suelo, o quizá se cubrió muy rapidamente. Hubo un disparo al aire, vagamente apuntado hacia donde estaba el indio, que confirmó que el tipo seguía vivo. Aun así debía estar malherido, y ya quedaba totalmente fuera de la vista. No cabía duda de que este bandido también era muy duro - quizá mucho más que el otro - y ahora estaba sobre aviso.

La lluvia seguía repiqueteando sobre las escasas y sucias ropas del indio. El fuego se oía más cercano, y Dakota empezó a temer que la debilitada estructura del edificio fallara y le sepultara entre toneladas de escombros chamuscados. Más le valdría haber acabado con el bandido para poder abandonar el edificio con seguridad, pero por el momento eso no se podía cambiar, y el tiempo jugaba en su contra.

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01/04/2011, 21:09
Dakota

 

El indio se recostó nuevamente contra el parapeto y, mientras intentaba recuperar al resuello perdido, comenzó a planificar sus siguientes movimientos.

Repasó mentalmente el laberinto de corredores que constituían las entrañas de aquella vieja construcción que se acercaba al final de sus días. Se esforzó por recordar cada habitación y cada pasillo, cada puerta y cada ventana por la que había pasado.

En su mente, se dibujó un mapa del edificio, y trazó allí el camino más directo hacia la puerta de salida. Justo al final, cuando su mente todavía rondaba por los oscuros rincones del primer piso, buscó hasta encontrar un desvío. Si el incendio aún se lo permitía, intentaría alcanzar algunas de las ventanas que daba a la otra cara de la construcción. La caída sería dolorosa, pero ampliamente preferible a un disparo en la frente.

Luego, continuando con su recorrido mental, repasó las posibles salidas que aún quedaban en pie en la planta baja. Era difícil saber si todavía podría acceder a ellas, pero finalmente decidió que tal vez valía la pena intentarlo.

Con gesto ausente, se arrancó lo que quedaba de su camisa, poco más que jirones irreconocibles, y los arrastró sobre la fina capa de agua y tierra que se había comenzado a amontonar sobre la terraza. Luego, rodeó cuanto pudo de su rostro con el inmundo trapo humedecido, de modo que cubriera sus vías respiratorias. Aquella debía de ser la bufanda más asquerosa de la historia.

Por último, un poco más recompuesto de los esfuerzos recientes, se puso de pie y se encaminó hacia la escalera. Al pasar junto al cadáver de su enemigo, se demoró para dibujar una sencilla marca en su frente con su propia sangre. Otro envío con la firma del mestizo. Se preguntaba cómo lo recibirían cuando llegara su turno.

Era una lástima que el salvaje pagano no hubiera sido iniciado jamás en los misterios de la Fe cristiana. Seguramente una sonrisa hubiera surcado su rostro mientras descendía hasta el piso inferior. Ni los mejores artistas del la historia habrían imaginado jamás una escena tan perfecta para ilustrar el “Descenso a los Infiernos”...

 

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02/04/2011, 03:05
Director

Dakota atravesaba las habitaciones rápido y en silencio, como un fantasma. El contorno de su musculoso torso desnudo se disolvía entre el humo y el polvo, reforzando el parecido con un espectro. Tal vez el hospicio hubiera sido construido sobre un cementerio indio, hubiera pensado cualquier espectador que creyera haber visto la silueta de un coloso piel roja.

El mestizo bajó las escaleras y se topó contra una muralla de humo. Tosió un poco, irremediablemente, pero el embarrado pañuelo le estaba haciendo mucho bien. Recorrió salas y pasillos, y la densidad de la humareda cambiaba según la zona. El aire solo fue irrespirable en unas pocas ocasiones, y Dakota resistió los embates del incendio sin dificultades. Llegó al segundo piso, y ahí vio uuna oportunidad de escapar en forma de paredes derribadas y un trecho de cielo negro asomando por un muro. En esta sala el limpio y fresco olor a lluvia casi embriagaba, y el apache se quitó su sucia máscara.

Como la grieta en el hospicio llegaba hasta el suelo de esta planta, la salida resultaba mejor que una ventana. Dakota se descolgó por la abertura y estiró el cuerpo cuanto pudo en dirección al suelo antes de soltarse de sus asideros. La llegada al suelo fue suave y amortiguada por el terreno blando por la humedad. Había salido finalmente del edificio, contra toda posibilidad, y aunque la planta baja era un infierno en llamas, ahora la fria y pura noche le abrazaba.

Un dolor en las costillas, numerosos rasguños en manos y dedos, y su viejo dolor de cabeza - que solo le había abandonado intermitentemente tras su encuentro con el perro-tumba en Purgatory -. Su colección de cortes y quemaduras, orificios y raspones le recordaba que no había salido precisamente indemne. Si las energías no le fallaban, y los Espíritus así lo querían, aún tendría oportunidad para curar sus heridas.

En ese momento sonó un disparo. Dakota instintivamente se flexionó como un felino ante peligro. Un segundo después racionalizó el hecho y entendió que la detonación no había ido dirigida a él, no estaba tan cerca, pero aun así tampoco había sido lejos.

Un segundo disparo, esta vez a menos distancia. Dakota escuchó una voz conocida.

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02/04/2011, 03:38
Segundo

¡BAJA Y LUCHA COMO UN HOMBRE, INDIO!

El bandido herido, el que parecía liderar la partida de caza al apache, estaba en el lado Este del edificio, pero caminaba despacio rodeando el edificio por su Norte. Dakota no podía verlo aún, pero por sus gritos tenía una idea aproximada de su ubicación, y no cabía duda de su identidad. Esa voz cascada, dura y grave, tan parecida a la de Frank...

DA LA CARA EN LUGAR DE QUEMARTE EN TU AGUJERO.

Al indio le pareció escuchar los pasos chapoteando en un charco. Hubo otra detonación, y Dakota entendió que el hombre disparaba al aire, como quien busca hacerse oir y atraer la atención. Estaba claro que el veterano pistolero no tenía una idea tan clara de dónde estaba el indio como éste la tenía de aquél.

¡Lucha como un hombre! ¡Estoy solo y tú tambien!¡El jefe y diez hombres bastan y sobran para acabar con tus amigos!

Sonó un tiro más, y por la cercanía seguramente el tipo estuviera cerca de aparecer por la esquina más cercana. Claro que, a juzgar por la velocidad a la que parecía moverse, Dakota no tendría problemas para desaparecer antes de que hubiera llegado.

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02/04/2011, 20:55
Dakota

 

El indio echó un rápido vistazo a los alrededores y se detuvo unos instantes para evaluar su situación. Había conseguido escapar de aquel infierno, pero ya no podía contar con la cobertura que le brindaba el derruido edificio. Ahora era un blanco fácil desde casi cualquier ángulo, y no podía ni intuir la posición de todos sus enemigos.

Sopesó por un momento la posibilidad de cruzar la calle, pero la desechó de inmediato. Era demasiado arriesgado. El tipo que se acercaba podría aparecer en cualquier momento, y si lo sorprendía justo en medio del cruce, sería como dispararle a un pato sentado. Además, quizás hubiera más enemigos aguardando por el entre las callejuelas de enfrente.

Así que el mestizo hizo lo que mejor sabía. Quedarse a plantarle cara al peligro. Busco entre los alrededores algo que pudiera servirle como cobertura, aunque sin arriesgarse a moverse demasiado. La noche aún podría cubrir sus pasos, pero no podía permitirse hacer el menor ruido.

 

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03/04/2011, 15:50
Director

Dakota se agazapó tras uno de los muros derruidos de esa parte - mucho peor conservada - del hospicio. La enorme grieta por la que el indio había salido escupía humo del incendio, como si fuera una herida que dejaba salir sangre del edificio moribundo. La combinación de oscuridad, lluvia ligera y humo vencía al vago resplandor ígneo que afloraba ya por casi todas las ventanas de la construcción. La visibilidad era escasa, y el apache estaba camuflado como una serpiente entre la hierba.
 

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03/04/2011, 16:20
Segundo

El reciente tiro recibido en mitad de la tripa había sumido al bandido en una locura suicida-homicida sorprendentemente cuerda. Seguía gritando para atraer a su presa, pero al cruzar la esquina y volverse visible para Dakota, el tipo se detuvo en seco y evaluó la nueva escena con aire de perro viejo que olfatea el peligro.

Lo que vio - o no vio - pareció convencerle, en todo caso, porque prosiguó con su camino en torno al hospicio. Apenas llevaba medio perímetro y todavía esperaba ver caer un apache en llamas desde el tejado, o bien verle salir de su escondrijo y aceptar el desafío. Para una cosa u otra - estar seguro de que ardía como un cerdo o matarle cara a cara como a un hombre - el bandido necesitaba lo mismo: averiguar si el piel roja tenía alguna forma de salir de su trampa. Estaba seguro de que las puertas de la primera planta ya estaban impracticables...

Percibiendo solo oscuridad y escombros donde miraba, el tipo se atreve incluso a disparar otra vez su revólver al aire, insistiendo en la llamada.

¡DA LA CARA, MALDITO SALVAJE!

No se quedaría contento si no lo contemplaba morir con sus propios ojos. Había visto demasiado de ese duro piel roja como para darlo por muerto sin ver su cadáver ya putrefacto. La primera duda le surgió al ver la hendidura de la pared del hospicio; un hueco suficiente incluso para un apache gigante. Sin saberlo, para cuando empezó a sospechar que que podía haber salida ya tenía al piel roja a apenas media docena de pasos.

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03/04/2011, 21:06
Dakota

Parapetado tras el derruido muro del edificio en llamas, el apache aguardaba pacientemente a su presa. No se movía, no parpadeaba, ni siquiera respiraba. Inconmovible. Eterno. Solo observaba y esperaba. Como miles de otros hermanos de sangre lo habían hecho antes que él desde el comienzo de los tiempos. Su gente podía estar perdiendo terreno ante los blancos, podían utilizar sus ropas y hablar su lengua. Pero jamás serían superados en el arte de acechar a sus presas. Era un viejo oficio, que sus ancestros habían aprendido de las bestias legendarias y que decía mucho del sentido del mundo. Ningún blanco lo entendería jamás.

Dakota estudió a su enemigo desde que éste apareciera tras la esquina. Lo observó con atención, incluso aunque el humo que salía de la construcción nublaba por momentos su vista y hacía lagrimear sus ojos. Descubrió la herida, y supo que su disparo anterior había encontrado su blanco. Esta certeza no provocó en el mestizo ni el más ligero gesto.

El maldito diablo vociferaba y disparaba al aire. Tres. Cuatro. Cinco. Pura bravuconería sin sentido, pura desesperación. Nada de amor por el bello arte de matar. El indio contaba metódicamente los estallidos. Solo debería de tener una bala. Y Dakota no pensaba darle la menor oportunidad de que la usara.

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04/04/2011, 17:02
Director

El cañón del sigiloso rifle seguía el escaso movimiento del enemigo. Dakota veía su avance, percibía su mirada hacia la grieta y entendía su súbita comprensión. Ese era el momento.

El indio disparó una sola vez - no podía estar seguro de que no hubieran más enemigos cerca - y observó, con todos sus músculos en tensión, el efecto del tiro.

El tipo levantó lentamente su revólver y durante un largo momento pareció a punto de disparar, pero luego se desplomó cayendo ruidosamente al suelo. Ahí quedo, inmóvil, muerto. Boca abajo y ensangrentado, parecía haber sido siempre inofensivo. Aun más importante, nadie acudió a comprobar el motivo del disparo de Winchester. El paisaje quedó igual de calmado. La lluvia arreció y los rayos se multiplicaron, como si la paz en tierra molestara a la tormenta.

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04/04/2011, 17:10
Dakota

El indio recargó su rifle por pura costumbre, en un movimiento casi reflejo que hacía sin siquiera proponérselo. Luego, permaneció algunos momentos en su posición. Observando, vigilando el terreno. Aguardando.

Sus enemigos eran demasiados, y ya habían demostrado ser veteranos asesinos. Habían evidenciado cierta astucia, también, y una férrea determinación en conseguir su objetivo. Contra un oponente semejante, era imposible bajar la guardia.

De todos modos, Dakota estaba algo desconcertado. No terminaba de entender los últimos movimientos de su perseguidor. Parecía un sujeto demasiado experimentado como para dejar que la simple furia lo dominara. Había tenido todo a su favor. El tiempo, el número, e incluso la posición. Podría haber aguardado tranquilamente a que el indio cayera en su trampa, pero había decidido enfrentarlo cara a cara. Quizás no había tenido el temple que Dakota le adjudicaba. Después de todo, no eran más que una partida de forajidos. O quizás su último disparo le había dado justo en el orgullo. El mestizo podía entenderlo.

En otras circunstancias, habría aceptado el desafío sin dudarlo un instante. Pocas cosas eran tan gratas a los ojos de los ancestros como el combate singular contra un enemigo poderoso. Sin embargo, Dakota no estaba allí para ganar renombre. No estaba allí para ser recordado ni para que se entonaran canciones sobre sus hazañas. Estaba allí porque había hecho un juramento, y porque nada más importaba.

Debía exterminar a esas alimañas, y proteger a su gente de la inmunda corrupción que pretendían extender sobre la tierra. Tres habían caído, pero aún quedaban otros. No había lugar para el orgullo del Bravo.

Finalmente, cuando estuvo seguro de que el tipo estaba realmente solo, Dakota abandonó su posición. Se acercó al cuerpo y lo inspeccionó apresuradamente. Tomó sus armas y comprobó que la herida era mortal. Luego, lo arrastró sigilosamente y lo incorporó hasta que su espalda estuvo apoyada contra el muro del edifico.

Otro bravo enemigo que quedaba atrás. Otro más que merecía los honores de un auténtico guerrero. Dakota maldijo el poco respeto que mostraban aquellos sujetos por los suyos. Era una lástima no haber podido enfrentarse cara a cara con aquel hombre. Hubiera sido un combate legendario. Aunque no del todo digno. No era el enemigo que Dakota buscaba… había dicho demasiadas veces la palabra “jefe”.

El indio impregnó su dedo índice con su propia sangre, y luego dibujó con él su marca en la frente del enemigo. Finalmente, se internó nuevamente en las sombras del poblado.

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04/04/2011, 19:10
Director

Dakota se guardó el revólver reluciente del veterano muerto en un puesto preferente, puesto que parecía un arma mejor que el sucio seis-tiros que había recuperado en lo alto del hospicio. También desabrochó un estrecho cinturón del que colgaba un enorme cuchillo en una funda que lo hacía muy fácil de desenvainar. El indio se colocó el cinturón, casi más por apartar el formidable arma de las manos de un enemigo - aun muerto - que por poseerla él. Aun con todo, no sabía cuándo podría hacerle falta. Cada pequeña ventaja era importante cuando se luchaba contra lo imposible.

Tras honrar como pudo al pistolero caído, Dakota se internó en las sombras hacia el Este, preguntándose si el silencio de la noche auguraba una victoria o si sus amigos serían cadáveres frios ya.

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04/04/2011, 19:18
Director

Luchando en el borde de la inconsciencia, a decir verdad sin saber si estaba vivo o no, Frank levanta la cabeza y ve una figura acercándose entre las sombras, desde la torre. Más que la silueta apenas visible de unos hombros o unas piernas dar pasos, lo que ve el vaquero es un par de ojos reluciendo como cerillas encendidas con un fuego amarillo. Debajo de esas pupilas de gato hay una oscuridad algo más profunda que el resto del panorama.

El demonio que viene a tragarse su alma aún está suficientemente lejos. Si pudiera levantarse tendría una oportunidad de huir o, al menos, prepararse para luchar por su pellejo. El cowboy no sabe cuánta vida le queda en las venas, pero quiere venderla cara.