Partida Rol por web

Dominic: Los hay. Pero es costumbre de Su Excelentísima disponer de una bodega siempre lista 

-Mujer inteligente, vuestra señora -medito, con ganas de acabar nuestra conversación. 

¿Por qué la gente insiste en intercambiar palabras conmigo sin ningún propósito? Si las letras valieran oro, sólo se escucharía el cantar de los grillos...

Apartando de mi cabeza pensamientos entorno a placeres mundanos como la comida o las conversaciones (si me fueran placenteras, claro), me enfoco en imaginar la reacción de mi sire cuando le traiga el vino de infante que están preparando. Estoy casi convencida de que debe gustarle...

«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.»

Sin embargo, el Capadocio no deja que me pierda en mis pensamientos, e insiste en retomar la conversación. 

Dominic: Fuisteis miembro de un convento, ¿verdad? Y se os ve sumamente aburrida. Se me hace curioso ver a alguien que ha pasado la mayor parte de su vida entre muros.. verla con esa desazón.

-Oh, no es personal. También estaba aburrida en el convento -respondo con franqueza, alzando levemente las cejas para enfatizar mis palabras-. ¿Alguien interesante entre esos refugiados? -Murmuro, observando cómo preparan a los recipientes para ser comidos-. Quizás una velada divertida pueda sacarme de mi tedio.

Por Dios que me apetece menos que caminar sobre una cama de espinas. Pero estoy segura de que a Mahé le gustará saber que he averiguado algo. Si es que este Condenado me da algo de información, claro.

—Palabras hermosas para maquillar oscuras verdades —repuso el Ankou a tus reflexiones previa a la llegada del caballero Aethelstan—. Espero que podáis encontrar ese camino adecuado que parece que por ahora no encontráis. En cierto modo, no creo que hayáis fracasado.

El capadocio asintió cordial a Aethelstan, tenías esa sensación familiar que ambos parecían conocerse previamente. El Ankou se volvió ligeramente hacia ti.

—Supongo que la noche transitada atrae almas afines también.

A la ligera claridad nocturna, Aethelstan se fijó en ti con detenimiento. Su presencia era indudablemente poderosa, irradiaba respeto y firmeza, pero la armadura que vestía revelaba su gran parecido a la de los caballeros cruzados que pululaban por Tierra Santa.

—Merhaba, karanlık yüzü olan kadın —respondió en tu lengua, aunque estaba claro que por su acento estaba en una situación parecida a la tuya con el francés —. Disculpad mi tosco árabe, aprendí la lengua sarracena hace tiempo y, como imagináis, en estas tierras no es de uso común. No es habitual ver gente de vuestra clase por estos caminos, pero no indagaré sobre vuestros motivos, mi señora.

En ese momento Bohort intervino ligeramente comunicando algo a Aethelstan en bretón. El maestre asintió con firmeza, volvió a mirarte a ti.

—Entonces vos estabais presente, en Brest, ante la usurpación, ¿cierto? Permitidme una única duda, ¿apoyáis lo acontecido ahí o no lo apoyáis? —preguntó mirándote a los ojos. La presencia de Aethelstan era fuerte, magnética, pero no asfixiaba.

Noella escuchó tus palabras con si habitual rictus inexpresivo, no recuerdas, desde que la conocías, que hubiera exteriorizado de forma alguna sentimiento de satisfacción o hastío. A veces esa ausencia de emociones causaba cierta incomodidad en ti.

—Tu curiosidad es loable. Pero no dejes que tal curiosidad te ciegue. Perspectiva. Ausencia de emociones. ¿Deseas saber más? Entonces viaja al corazón de los acontecimientos. Quedarte en esta biblioteca impide tu crecimiento, las letras de esos libros no cambiarán por muchos que te esfuerces en repetir la lectura una y otra vez.

Tu pregunta fue recibida con un breve silencio por parte de Noella, te miró con detenimiento y asintió.

—Ya lo estoy haciendo. Enviarte al corazón de los acontecimientos. Precipitarse sería un error, pero algo ha de ocurrir en Fougères, el dominio de la Príncipe Margawse. Mi dominio no puede verse comprometido, pero tú puedes ser mis ojos y mis manos. No quiero una guerra, pero si la guerra nos alcanza, mi prioridad es proteger esto —hizo un gesto que señaló la biblioteca por entero, de alguna forma sabías que el interés de tu mentora se solía reducir exclusivamente a los libros que ahí descansaban —. Por eso confío en ti. Hay cosas que deben ocurrir. Cosas inevitables. Por eso harás esto para mi. Irás a Fougères, y allí escucha, aprende y atiende. Te doy libertad para que tomes las elecciones que creas que debes tomar, siempre con el interés de proteger este lugar y enriquecerlo. ¿Podrás hacerlo?

Dominic simplemente asintió ante tu apreciación de la inteligencia de su señora, incluso se permitió arrancarse una sonrisa por tu comentario sobre tu eterno aburrimiento.

—Una vida y una muerte aburridas —resolvió con una sonrisa sardónica, el capadocio te miró con detenimiento —. Se me hace complicado aconsejar acerca de eso para alguien que tanta carga de tedio a sus espaldas, ¿qué clase de persona sería adecuada para que os otorgara ese entretenimiento que se os escapa? —preguntó casi de forma retórica.

 ¿qué clase de persona sería adecuada para que os otorgara ese entretenimiento que se os escapa? 

Le miro de soslayo, enarcando una ceja. O este Inmortal es terriblemente necio, o es terriblemente listo. Y no sé cuál de las dos opciones me provoca más pereza.

-La lógica dicta que un juglar o quizás algún enano que haga malabares -murmuro con sorna, sin ganas de entrar en su juego-. Aunque en ocasiones, abandonar una rutina tediosa es suficiente para animar el espíritu. Al fin y al cabo, una mente ociosa es el patio donde juega el diablo. 

Me retiro una de las trenzas del hombro, lanzándola por encima de este.

-Quizás queráis invitar a alguno de esos nuevos cainitas a tomar un refrigerio a la alcoba que compartimos mi sire y yo. Enviadles una invitación formal, y les esperaremos. Por supuesto, vos también estáis invitado...

Me mantengo en silencio mientras contemplo al caballero, fijándome en su pesada armadura, cuando comienza a hablar en una lengua que me resulta tan agradable como familiar y enseguida una expresión de agrado se dibuja en mi rostro apreciando el esfuerzo del noble caballero. —La habláis muy bien, me gustaría poder hacer lo mismo con vuestra lengua— repongo al caballero haciendo un esfuerzo por imitar la pronunciación que dan ellos al francés y a pesar de eso sigo cometiendo los mismos errores o eso creo yo.

Enseguida noto el cambio que se va a producir en la conversación y lo asumo. —Sí estuve.— Tras eso me tomo unos instantes para meditar mi futura respuesta, por supuesto voy a decir la verdad y al declarar el mismo que fue una usurpación creo que no me equivoco al pensar que conozco su opinión al respecto. —Nunca apoyaría a esa mujer— digo mostrando indignación en el tono y en mis facciones, pero sin perder la corrección en el habla—. Ella es poderosa y atacó las costas de Camaret, atemorizando a sus habitantes… Después en Brest decidió ocupar el trono derramando sangre para su propia satisfacción, ni siquiera lo necesitaba. Mis creencias me impiden apoyar a alguien así— respondo sosteniendo la mirada del caballero. Tal vez, al igual que hago yo, él me está juzgando y parece ser un hombre noble, supongo que debo aceptar exponerme a su juicio.

—Soy culpable de muchas cosas; pero no de apoyarla— finalizo repitiéndome para dejar totalmente clara mi posición y bajando la mirada hacia el lomo del corcel, dejando entrever mi pesadumbre.

—¿Y usted?— lanzo la pregunta. —¿A quién apoya, maestre?— Las palabras del Ankou cobran ahora cierto sentido, había vaticinado la afinidad de nuestras almas, mis oscuros ojos se mueven hacia él. Mi respeto por la sabiduría de los Capadocios aumenta noche tras noche. Estoy segura que puedo aprender mucho de ellos.

El capadocio acompañó tu sorna con una sonrisa que indicaba que comprendía perfectamente tu estado de ánimo, aunque no hizo ninguna apreciación al respecto. Un sirviente te hizo entrega de la sangre solicitada, en un par de recipientes de cerámica ornamentada.

—Confío que todo sea de vuestro agrado, así como el de Madame Lagadec —apuntó cordial. Escuchó acerca de las posibilidades de visita, reflexionó unos instantes.

—Han sido las primeras en llegar, comunicaré la predisposición tanto de su persona como de Madame Lagadec a compartir un rato de distracción —asintió con educación, pulcro y frío.. como el vampiro que era —. Aunque en mi caso, tengo muchas cosas a las que atender, se avecinan tiempos inciertos. Permitid que os acompañe en vuestro camino de regreso.

El chambelán te invitó una vez más a seguirle por el pequeño laberinto de pasillos y corredores, parecía pensativo. Pero antes de decir nada, os cruzasteis con una figura inesperada. Tan inesperada que el propio Dominic frunció el ceño durante un instante, pero tampoco parecía sorprenderle en absoluto.

Era un hombre más bien menudo, de aspecto estrafalario, pero que se movía con una naturalidad manifiesta que no hacia envidiar al propio capadocio. Al cruzarse con vosotros, ensanchó la sonrisa de lado a lado, os abordó con amplia reverencia.

—Y véase aquí, que en estos caminos oscuros, dama y paliducho encuentro —dijo con tono jubiloso. Sí, tenía la pinta de que tu sorna se había hecho carne —. Aunque el anciano charlamuertos me conoce, permitid que tan excelsa y fruncida dama conozca mi insignificante nombre. Me llamo Chrétien du Lac, juglar y peregrino soy para su servicio y disfrute.

Dominic increpó a Chrétien brevemente preguntando cuando había llegado, y el juglar repuso que no hacia más que unos minutos había arribado y tuvo que pedir amablemente que lo dejaran pasar. Por alguna razón Dominic no presionó al recién llegado, no era miedo por su figura, pero sí una suerte de respeto.

—¿Puedo preguntar por el regalo de su nombre, mi dama del ceño fruncido?

El caballero te observó con detenimiento, parecía reflexionar, pero intuías que no necesitaba reflexión alguna para encomendar respuesta a tu pregunta.

—Apoyo al honor y a la justicia, bayan —fue la respuesta del ventrue —. Huelga decir que sea Dios o el Diablo quien gobierne los caminos estas noches que mi compromiso sigue siendo el mismo. Así lo juré hasta el día que vuelva a ver el sol —asintió dando a entender que tal juramento no era baladí. Dirigió una mirada al Ankou, frunció el ceño, y luego volvió a ti.

—¿Adónde os dirigíais? Si puedo saber —preguntó intrigado.

En mi rostro se perfila un mohín de disgusto y sorpresa cuando el sirviente me da los dos frascos con vitae. ¿Qué se ha pensado? ¿Que voy a llevarlos yo misma como si fuera una vulgar criada? 

Pero antes de poder emitir una justa queja, el Capadocio interrumpe el flujo de mis pensamientos con una curiosa intervención.

Dominic: Han sido las primeras en llegar, comunicaré la predisposición tanto de su persona como de Madame Lagadec a compartir un rato de distracción. Aunque en mi caso, tengo muchas cosas a las que atender, se avecinan tiempos inciertos. Permitid que os acompañe en vuestro camino de regreso.

-¿Las primeras en llegar? Pensaba que había más refugiados en esta corte... -parafraseo sus palabras de hace tan sólo unos instantes. O este hombre está empezando a mostrar síntomas de senilidad, o le he descubierto en una mentira.

Medito sobre ambas posibilidades mientras observo la parte trasera de su nuca cambiando de tonalidad conforme nos adentramos por los pasillos, cada vez mejor iluminados. Qué desagradable, la piel flácida y amarillenta de un Capadocio. Asemeja a una vela derretida. 

Concentrada en esa hipnótica visión, estoy muy cerca de pasar de largo junto al malkavian, sin apenas reparar en él.

Chrétien: Y véase aquí, que en estos caminos oscuros, dama y paliducho encuentro. Aunque el anciano charlamuertos me conoce, permitid que tan excelsa y fruncida dama conozca mi insignificante nombre. Me llamo Chrétien du Lac, juglar y peregrino soy para su servicio y disfrute.

 Oh, uno de esos cochambrosos chiquillos de la demente de la cueva. Maravilloso. Pongo los ojos en blanco, mientras ambos cainitas intercambian unas palabras que me interesan más bien poco.

Chrétien: ¿Puedo preguntar por el regalo de su nombre, mi dama del ceño fruncido?

 Le dirijo una mirada ceñuda, apretando los labios hasta convertirlos en una fina línea.

-Podéis preguntar, sí. De hecho, podéis preguntarle a vuestra sire. Tuve un poco agradable encuentro con ella hace unos días.

Con un suspiro de resignación, ensayo una breve reverencia hacia ambos varones.

-Si me lo permitís, debo retirarme. La sangre -con cuidado, alzo los recipientes carmesí ante mí-, si se enfría, se echa a perder. Y no quiero desperdiciar los dones que nos ha otorgado nuestra anfitriona.

La respuesta del caballero, aunque esperada, me resulta grata. —Un juramento así debe ser difícil de mantener, son noches oscuras— comento interesada en dicha promesa—. También yo lucho por la justicia— digo inspirada por sus palabras a pesar de seguir pensado que he fallado.

Al escuchar la pregunta del Ventrue me doy cuenta que ni yo misma lo sé, estaba recorriendo los caminos cuando apareció el Ankou, y ahora no conozco mi destino. —No me dirigía a ningún sitio en concreto, solo observaba la noche hasta que me encontré con el Ankou— tras decir su nombre me giro hacia él—. Y ahora desconozco a dónde vamos.—

—Yo me dirigía hasta este lugar, y a este momento —respondió de forma enigmática el capadocio, silbó entonces provocando que todo su carruaje crujiera y no te fue difícil imaginar que era a causa de las almas que envolvían el transporte. La respuesta no se hizo esperar, un relinchar lejano al principio, el trote de un caballo acercándose.

—Y para ti.. también. Debes ser realmente intrigante.. para que mi abad Jermaine me pidiera este.. favor —dijo con lentitud mientras miraba a continuación a Aethelstan.

—Caminos separados, ahora unidos. No hace falta ver al otro lado para comprender que hay momentos en los que los destinos se tocan —dijo enigmáticamente —. Supongo que mi papel en todo esto.. terminará por ahora. Yo he cumplido. Si gustas, joven. Creo que tu nueva montura te será más.. útil.. que un viejo carro.

Aethelstan no hizo ningún ademán de guardia, aunque por su expresión tampoco revelaba que estuviera comprendiendo del todo lo que estaba sucediendo. Por su lado, Bohort, escondido tras su eterna sonrisa, seguía siendo un misterio tratar de discernir sus pensamientos. Un caballo negro acabó llegando a vuestra posición, poseía un brillo rojizo muy tenue en la mirada y una musculatura potente. Reconocías los efectos que la vitae vampírica ejercía en los caballos, este era un claro ejemplo.

—Se llama Veloscuro, considéralo un regalo de Nemain de Gales, su montura que dice que te servirá mejor a ti que a ella en estos tiempos inciertos.

El caballero ventrue frunció por un instante el ceño, pero no dijo nada, asintió al final asumiendo de que se trataba de algo que no le concernía. Pero a pesar de ello entendió que, de alguna forma, su camino parecía compartido con el tuyo habiéndose sido dispuesto por los capadocios.

—Nos dirigíamos a Rennes, a la corte de las gaitas, a presencia de la Príncipe Margawse Menguy —dijo al final, miró al Ankou, pero no encontró ninguna respuesta.

—Si tan importante es libraros de este mal.. y restaurar la justicia.. os ofrezco compañía para el camino hacia ese lugar —sugirió.

—¿Refugiadas? Las primeras, sin duda. Pero, una vez más, disponed de vuestras disculpas hacia mi persona. No tengo permiso para revelar la identidad de terceros aun —respondió Dominic con tranquilidad.

Tu brusca respuesta a Chrétien fue recibida por el juglar con una mirada suspicaz, pero que no repuso en nada, puede que incluso tal reacción fuera más inquietante que una respuesta sutil e ingeniosa. Dominic torció un poco el morro, pero no reprendió a Chrétien ni a tu persona manteniéndose en una estricta neutralidad vigilante.

Cuando te despediste, Dominic y Chrétien hicieron lo propio quedándose a conversar en el pasillo. Lo último que llegaste a escuchar fue una charla insustancial acerca de la peligrosidad de los caminos y la proliferación de bandidos en ellos.

- No, mi señora.-respondió, tras unos instantes de silencio- Me preocupa, volver a verlo, después de todo este tiempo, pero, asumo que tal cosa debía ocurrir en algún momento. -admitió, observando brevemente la expresión de Margawse- No soy la misma cría ingenua que él conoció en su día. Y tengo entendido que él tampoco es el mismo. Será, entonces, y espero, como vislumbrar a un extraño. 

Toda mi atención se centro en el Ankou tras las enigmáticas palabras que acaba de mencionar. Todo acontece rápidamente y no sé realmente en que centrarme, algo confundida miro a mi alrededor hasta que mis ojos ven una figura negra y robusta que resalta sobre la oscuridad nocturna. No aparto la mirada del caballo hasta que de nuevo el Capadocio revela que su trabajo ha terminado, me giro hacia él y asiento.

«Veloscuro» repito en mi cabeza intentando recordar el complicado nombre. —Gracias— digo inclinándome hacia viejo vástago—. Les agradezco su ayuda— añado sin realmente saber que esperan ellos de mí.

—¿Cómo puedo agradecerle esto?— pregunto al Ankou, no solo refiriéndome al corcel, sino también a toda la ayuda que me había prestado hasta el momento. Espero a escuchar su respuesta antes de descender del carro.

Camino con lentitud hacia el caballo y alzo la mano para acariciar su frente, se puede apreciar cierto temblor al posarla sobre el animal. —Tranquilo— murmuro moviendo mi mano por el grueso pelaje, siendo yo posiblemente la que esté más nerviosa de los dos. Al quedarme convencida de que el animal no muerde y no va a hacer ningún movimiento brusco, camino a su alrededor por situarme a su lado.

—No sé montar— confieso—. Intentaré aprender.— Y es que el temor que he tenido siempre a los caballos no ha desaparecido con el paso del tiempo, acercarme tanto a ellos me incomoda más de lo que me gustaría.

Luego subo con más torpeza de la que sería normal y me quedo agarrada al lomo, con el pecho pegado al animal, lentamente me yergo y vuelvo a acariciar al caballo. —Tranquilo— vuelvo a decirle, esperando que siga siendo así, después miro a los dos jinetes algo avergonzada por el espectáculo que acababa de dar.

—Gracias maestre, desconocía esa reunión y aceptaré de buen grado vuestra guía hasta la corte del Príncipe— le digo. Después me vuelvo hacia el Capadocio—. Gracias de nuevo, espero que nuestros caminos vuelvan a encontrarse y pueda disfrutar de su compañía de nuevo y por favor si se encuentra a Nemain de Gales, agradézcale que me haya confiado a Veloscuro— le comento, hago una inclinación de cabeza hacia él despidiéndome mientras pienso en que más adelante deberé agradecerle personalmente este presente a la vampiresa.

Observo detenidamente a la Príncipe, sus palabras aunque sabias, dejaban una pequeña semilla de duda en ella. No estaba segura de que su presencia en los dominios de Margawse fuera a ser muy bien recibida y mucho menos que fuera a ser tan comprensiva como lo estaba siendo Noella.

Pues claro que lo hare. Respondió pronta a las palabras de la condesa. Necesitamos saber cuáles serán los próximos movimientos de la Príncipe Margawse. Lo que temo es lo “bien” que le pueda parecer mi presencia allí. Teniendo en cuenta que fui parte de quienes permitieron a Morgaine apoderarse del trono de Brest. Sabía que tarde o temprano llegaría el momento que tuviera que enfrentarse a las consecuencias lo sucedido frente a la sire de Gevrog. Aunque en su interior hubiera preferido que fuera lo más tarde posible, algo que no iba a poder ser. Partiré lo más pronto posible y os mantendré informada en la medida de lo posible.

La inescrutable mirada de Margawse te miró con detenimiento, movió la copa de plata en su mano como si aun contuviera líquido como si imaginar el propio mover del líquido la pudiera ayudar a pensar.

—¿No lo eres? —te miró con detenimiento, con un análisis avasallador —. Ya lo veremos eso, Sybilla, ya lo veremos. Ahora retírate. Quiero escuchar mis pensamientos, y los temblequeos de tu cuerpo pensando en ese amargado de Guiscard me perturban. No dejes que me haga preguntar si tiemblas de emoción o de temor. Prepárate, porque recibiremos visitas a no muy tardar.

Margawse se quedó sentada esperando a que marcharas, pero su atención ya no se centraba en ti, tenía la mirada perdida en algún lugar y pensando en Dios sabía cuantas cosas más.

—¡Es fácil! —exclamó Bohort junto a su perenne sonrisa —. Solo hay que mantenerse sobre el caballo y no pegarse demasiado al lomo al trotar. Como dama, aunque no tengáis nada entre las piernas, creedme que molesta igual.

El comentario en clave burlona del malkavian se encontró con la resignada mirada de Aethelstan. El maestre asintió a que aceptaras su propuesta poniéndose en camino, ambos caballeros se despidieron del Ankou. Por su parte, el  antiguo capadocio solo os dirigió un somero asentimiento, ya daba marcha al traqueteo de su carruaje despidiéndose de vosotros. Había camino por recorrer, y el ventrue Aethelstan apremió la velocidad una vez que te hubieras acostumbrado a su nuevo.. ¿ghoul?