Partida Rol por web

André dirige una mirada hacia el posadero cuando ve brillar los aceros de aquellos malnacidos. No tanto en señal de auxilio, sino como una manera silenciosa de pedir disculpas por lo que estaba a punto de ocurrir.  Había dirigido su mano para sujetar a uno de los sucios individuos, pero al ver lo ocurrido, se suelta violentamente, pues necesita de ambas manos para blandir su espadón. El movimiento hace trastabillar al hombre que ahora es libre de desenvainar su arma. Su tamaño, sin embargo, palidece ante el del arma de André. Apoyando su palma sobre la hoja, el joven heredero descarga un sonoro golpe sobre la cabeza de su rival usando sólo el canto de la hoja.

Pese a las órdenes de Krentz, sus esbirros no han terminado de prepararse cuando André se revuelve y hace volar por los aires a aquel desgraciado. El pobre diablo cae contra la barra, y queda tendido como un trapo roto. Los dos que quedan y su jefe parecen dudar durante un instante, pero siguen siendo, ante sus ojos, tres contra tres. Uno de ellos se abalanza con su sable contra Amelia, rabioso, lanzando estocadas hacia la ágil dama. Esta esquiva la mayoría de embites, pero acaba llevándose un suave corte en un costado.

El otro lacayo decide atacar a André, que está justo a su lado, y es mucho más preciso en su estocada que su compañero. Antes de que André pueda reponerse y recuperar la postura tras derribar a uno de los esbirros, por su espalda y descarga un corte en ella, que hace trastabillar unos pasos al noble y hacerle gemir de dolor.

A un lado de cada uno de sus chicos, Krentz se vuelve hacia Yagra y trata de golpearla con su espada, pero tropieza con una de las banquetas y no consigue hacer más que un golpe al aire. Al hacerlo levanta la vista, solo para ver como Sihq se ha puesto en pie y ha concentrado su poder mágico. De sus manos surge entonces un rayo arcano disparado contra el matón tatuado, pero pasa bastante lejos de su objetivo, iluminando el suelo del Portal Bostezante, y acaba golpeando el borde del pozo de Bajomontaña, salpicando esquirlas de ladrillo. Krentz suspira aliviado, incrédulo al ver allí agrupados a tantos enemigos, pero apenas puede tomar aire porque su verdadera enemiga, la semiorca, ruge, agarra una maza que lleva enganchada en su cadera y descarga un fuerte golpe en sus costillas

–¡¿CUANTOS SOIS, CABRONES?! –maldice, gimiendo tras el ataque, antes de volverse hacia los suyos–. ¡RETROCEDED, RETROCEDED!

De lo alto, una jarra de cerveza cae a sus pies, aunque nadie parece percatarse excepto el entablado empapado.

El único que ve lo que ha ocurrido es Raynard, que observa a Darkomin asomado a su lado, en la barandilla de la primera planta, lanzar la jarra de cerveza en un intento de... ¿distraer? Porque si fuese golpear ha caído bastante lejos.

El mago ha tomado una decisión. Se acabó, aquella gente había juzgado mal la situación y había transformado lo que podría haber sido una simple pelea de bar en una sangrienta escaramuza. Y ahora se disponían a huir. Raynard no va a permitir que se diera el caso. Pagarían por haber puesto en peligro a sus amigos y responderían por sus acciones, de una u otra manera. Concentrando sus energías místicas el mago humano da forma a tres proyectiles que vuelan, infalibles, hacia cada uno de los matones que aún siguen conscientes. El impacto hiere al trío en sus pechos y espaldas haciéndoles lanzar un rugido de dolor, aunque ni uno solo de ellos muere a causa del ataque, quizás por suerte: matarlos no sería algo que quedase impune de aparecer la guardia de la ciudad.

El mancebo se apoya sobre la hoja de su arma al recibir un feo corte en la espalda. Sabía dónde se metía, por lo que sólo masculla una breve maldición chondathana antes de volverse hacia su atacante, que parece haber recibido alguna herida mágica. El esbirro retrocede con la espada aún en alto, pero con claras intenciones de poner tierra de por medio, mirando a uno de sus cercanos compañeros inconscientes. André sostiene la mirada y el espadón extendido hacia el grupo de matones a modo de advertencia.

–Volved por donde habéis venido. No sois bienvenidos aquí –advierte.

Y dicho esto se deja caer sobre un taburete cercano palpándose la herida.

Los tres matones recogen como pueden a sus los dos esbirros caídos y salen a toda prisa de la taberna mientras algunos de los clientes les abuchean y otros os aplauden. Yagra escupe sangre causada por alguno de los golpes, pero se deja caer en el taburete, cansada. Amelia da unos pasos para atrás para dejarlos pasar, mientras se sacude la herida que tiene en el costado, que ha empapado de sangre sus ropas.

—Has algo para ayudar el lugar de quejarte —había replicado Oki a las protestas de Siqh—. Que nos vamos a quedar sin esas ronda gratis.

Levantó las manos para usar su magia de alguna manera que le diera una ventaja sutil a la semiorca, pero todo se desmadró rápidamente con la intervención de sus compañeros de amnesia y casi estuvo a punto de degenerar en una pelea a muerte. Precisamente el tipo de situaciones que no le resultaban muy atractivas a Oki.

Por suerte los atacantes decidieron huir y Oki, bajó las manos aliviada de que todo hubiese terminado.

—Uf!! Eso sí que dio miedo. ¿Todo el mundo está bien? ¿Alguien necesita curación?

Bajé con gran rapidez. En cuanto llegué abajo arroje una de las jarras a la refriega.

   - Para asustarles, - comenté a uno de los parroquianos que están a mi lado. Y para camuflar mi pobre lanzamiento apoyé con mis palabras cuando corrieron, - ¿Ve como les asusté, que huyen del lugar? -

   Visto que esto se acababa y no va a ser necesaria mi atención, les dejo marchar... pero antes...

   ... antes memorizo todo lo que pueda de ellos, sus gestos... caras... si tienen alguna marca de banda...

Lo único reconocible que ves es el tatuaje de flores en la cabeza del calvo. Podrías reconocerle si le vieras, pero dudas que el resto de esbirros te acuerdes entre el caos y sus caras mas bien... Simplonas.

–¡Joder, me cago en sus muertos! –maldice la semiorca, mirando a Durnan con expresión avergonzada–. ¡Por Beshaba que no ha sido culpa mía, Dur! ¿Me viste o no? Yo solo estaba aquí tomando algo y esos ojos de los cojones... Agg. En fin, yo pago los desperfectos, sabes que estoy cubierta.

El tabernero suspira, largo y tendido pero asiente y vuelve a servir a la gente de la barra. La clientela, que estaba bastante atenta a todo lo que estaba pasando, vuelve a centrarse en sus asuntos. Yagra observa a André y Amelia, y a la pequeña Oki ofrecer su ayuda pero la mercenaria niega.

–¡Lo que me faltaba, no, no! –dice, y llama hacia una de las mesas cercanas a una mujer de piel de ébano. Obaya–. ¡Sacerdotisa! ¿Tu eras curandera de Waukin no? Trata sus heridas, queda a cuenta de tu ya sabes. 

–Por supuesto –asiente, poniéndose en pies y remangándose, mientras acerca sus manos hacia Amelia y al posarlas, una suave luz azulada emana de su palma y la herida se cierra con suavidad. La muchacha asiente agradecida, y Obaya camina hacia André con una sonrisa, ofreciendo el mismo servicio.

–Coño, era lo menos que podía hacer –reconoce la mercenaria, amagando una sonrisa–. Os debo una de verdad, tenéis aquí a una amiga, mis amigos durmientes.

Tras el incidente, los seis estáis reunidos en una mesa, aprovechando que Yagra ha insistido en que os inviten a la mejor comida y lo que queráis de beber. La mujer sin embargo, ha tenido que salir al cabo de unos minutos, pero os ha recordado que os debe una y que ella no olvida sus deudas.

La mesa comienza a llenarse de viandas y bebida, que podéis disfrutar con toda la tranquilidad del mundo. La taberna ha vuelto a la normalidad, y nadie ha llamado a la guardia, visto que no ha habido heridas serias de las que preocuparse. Mientras estáis reunidos, Raynard os explica que ha averiguado algo, más de lo que los demás podéis presumir.

Según os cuenta, uno de los amigos de Floon Blagmaar está arriba, rodeado de libros. Es el escritor Volothamp Geddarm, aunque todos lo llaman Volo. Cuando le preguntó por vosotros, Volo le contó que no sabía mucho. Que os habían encontrado allí cerca, y que Floon había jurado no rebelar quien le había pagado para cuidaros. Al preguntar por el tal Floon, Volo le explicó que él también le estaba buscando. Le explicó que hacía dos noches había estado de fiesta con el muchacho en el Dragón Ensartado, una taberna del distrito del Puerto. Volo había dejado allí a Floon, y desde entonces no había vuelto a verle lo que, en opinión de Volo era una cosa muy extraña. En estos momentos había una guerra en las calles entre el Ojo del Xanathar y la Red Negra, y temía que Floon hubiese caído en medio de alguna trifulca.

16 de Eleasis del 1490 DR - Afueras de Aguasprofundas 

Es un día caluroso en la ciudad de los esplendores, y tu caminas al lado de una caravana que se dirige hacia la infame ciudad de Luskan. Es un trabajo honrado, proteger a un mercader llamado Forcrant que parte con sus hijos con mercancías hacia el norte. El mercader suele hacer siempre la misma ruta: Aguasprofundas, Luskan y finalmente, al Valle del Viento Helado donde suele vender casi todo en busca de beneficios. Su empresa se afinca en la propia Luskan, un sitio frío y húmedo que te recuerda a tu hogar.

El viaje solo acaba de comenzar, cuando observas unos jinetes acercándose... A toda velocidad. El mercader alza la voz y señala hacia el horizonte.

–Bandios, puta que's parió... ¡Desenvainar, hay refriega! –gruñe hacia sus hijos, hacia ti y hacia los cuatro guardias mercenarios que acaba de contratar.

Te preparas para dejar que Tempus te guíe hacia la gloria cuando... Un momento.

No son bandidos, ¿no?

Oscuridad. De pronto, sin más. Estabas viendo cabalgar a aquellos jinetes y... Espera, ¿tienes los ojos cerrados? Sí, los tienes. Porqué, no lo sabes, así que te decides a abrirlos. 

Ves el techo de un cuarto mohoso, de madera con vigas medio agrietadas. Estás en una habitación, un cuartucho parece, pero… No entiendes nada. Te tocas la cabeza, preguntándote que acaba de ocurrir, pero no, no te han dado un golpe. No te duele nada. No ha habido lapso, ni dolor, ni molestias. Estabas marchando hacia Luskan y ahora, ahora estás… ¿Dónde estás? 

Estás tumbado en una catre viejo y extraño. Hay moho por todas partes y ninguna luz, aunque tus ojos se adapten a las sombras tenues. Al alzar la vista, ves que la habitación es diminuta y que hay... ¿Hay una puerta de metal? Está claro, eso parece lo más parecido a una celda que has visto en tu vida.

Estás en una pequeña celda, un cuartucho de mala muerte. Eso es. ¿Qué haces aquí? Te levantas y golpeas la puerta un par de veces, unos sonoros mamporros que casi la tiran abajo, hasta que alguien abre una mirilla. Ves a un hombre viejo mirando al otro lado.

–A ver, tranquilo fiera –niega, disfrutando de su pipa–. Si te calmas, saldrás en unos minutos. ¿Cómo lo ves?

Te cueste o no calmarte, al final no tienes otra opción. Al cabo de un rato ves que la puerta se abre y te sacan para fuera, conducido por cuatro guardias y desarmado. No tienes ninguna de tus posesiones. Te dejan caer en una silla de madera en una sala pequeña y el mismo tipo de antes le dice a los otros que se vayan. Cuando te quedas a solas el tipo habla.

–Te cuento. Llevas tres días durmiendo la mona ahí tirado. Hace varias noches apareciste en un callejón de la nada. Según cuentan los testigos hubo un estallido de luz y varias personas aparecisteis en el suelo. Por desgracia tu no estabas exactamente junto a ellos. Cuando la guardia llegó ya se habían llevado a la mayoría de los inconscientes a una posada, y un viandante nos dijo que había visto correr a unos ladrones que les habían robado todas sus pertenencias. Explorando hacia donde nos indicó te encontramos a ti. Por tus pintas asumimos que eras uno de aquellos ladrones y te trajimos para acá... Pero resulta que al parecer eres una víctima. O yo que sé. Tus cosas, se las habían llevado todas, la verdad es que te encontramos con lo puesto...

El viejo parece importarle todo una mierda, y suelta todo ignorando cualquier pregunta.

–Ayer nos vino a visitar un tipo... Un viejo. Traía unas armaduras y armas nuevas, decían que eran para ti. Nos dijo que te las diésemos cuando despertases y nos explicó la situación –hace un gesto torcido cuando dice "explicó". Probablemente "sobornó" sea más adecuado–. Nos dijo que el resto de personas inconscientes son tus compañeros y que se hospedan en el Portal Bostezante, así que... Yo te diría que vayas hasta allá. Si alguien sabe que haces aquí, aparte de Oghma, serán ellos. En cualquier caso tu suerte es tuya. Lárgate. Eres libre.

Una hora después estás en la calle, y sin saber que más hacer, sigues el consejo del maldito guardia. Mientras avanzas hacia la posada, en una avenida, ves pasar a tres tipos, arrastrando a dos hombres inconscientes. Uno de ellos, calvo y con flores tatuadas en la cabeza, parece furioso y no para de gritar improperios.

Poco más adelante, un chico gritaba las noticias mientras agitaba una hoja de un periódico.

"¡Sangre en las calles! ¡La guerra de las bandas sigue mancillando Aguasprofundas! ¡Compre, compre!"

Y más allá, varios viandantes rodean una tienda. Parece que alguien ha lanzado un hechizo contra el escaparate y lo ha destrozado por completo. Oyes voces entre el gentío... Algunos afirman que es un mensaje del Xanathar, dicen. "No habían pagado los impuestos, ya sabeis".

Está claro que algo se cuece en la ciudad. Y te extraña. Cuando tu marchabas con Forcrant la cosa estaba bastante tranquila, o eso te pareció.

Unos minutos después estás delante del Portal Bostezante. La taberna más famosa de la ciudad, por lo que te han dicho... La verdad es que jamás has oído hablar de ella.

Todo el equipo que tienes es nuevo. Esas armas jamás han probado sangre y esa armadura jamás ha protegido de nada. Todo es nuevo, y no es tuyo, y falta tu yelmo, tu símbolo sagrado... Y faltan tus recuerdos. ¿Qué ha podido pasarte? ¿Por qué no recuerdas nada desde que aquellos jinetes...? Bien es cierto que estabas en Aguasprofundas, pero algo raro ha tenido que ocurrir contigo. 

Todo era aún confuso para el semiorco, además de que había pasado demasiado deprisa. Normalmente no solía plantearse las cosas y actuaba más bien por impulsos, pero esta vez era diferente. Su instinto, además de los tipos que le habían soltado le habian dicho que debía ir a esa taberna, pero ¿por qué?

Por más que lo intentaba, el siervo de Tempus no era capaz de recordar más allá del ataque de los jinetes. ¿Qué clase de magia habían usado para derribarle sin que pudiese presentar batalla? Cuando tuviese tiempo, o al menos las ideas más claras, tendría que averiguarlo.

Mientras se aproximaba a la taberna, Brogtah escuchó ruidos de una pelea. No tenía claro de dónde venían, pero podría ser del lugar al que se dirigía. Eso le hizo sonreir un poco en medio de tanta confusión. Una pelea sería una buena forma de calentar y empezar a centrarse, por la gloria de su dios.

Pero entonces miro las armas que le habían dado al soltarle de aquella celda. Eran nuevas, brillantes. Sin muescas ni abolladuras. Una vergüenza para un clérigo de Tempus, pero era lo que había. Aunque sin lugar a dudas su mayor vergüenza era haber perdido su yelmo. Si caía en la batalla, ¿qué iban a poner en su tumba?

Además, ¿quién sería su benefactor? ¿por qué alguien le daría unas armas y una armadura? Algo turbio pasaba, y el clérigo no tenía claro qué era.

Parecía que los ruidos que escuchó mientras recorría las calles habían cesado. Igual también tendría que ver con los hombres que corrían desparavoridos con los que se cruzó, pues tenían pinta de matones a los que les habían dado una paliza. O eso esperaba, porque no le sonanban lo suficiente como para considerar que fuesen las personas con las que se tenía que reunir.

Mientras seguía sumido en sus pensamientos, llegó al lugar. O al menos, eso ponía en el cartel de la entrada. Dentro no se escuchaban ruidos de pelea, solo el murmullo típico de las tabernas. Una pena, sus armas tendrían que seguir inmaculadas por el momento.

Con decisión, el semiorco empujó la puerta. Si sus supuestos compañeros estaban ahí, prontro lo descubriría...

─Creo, pues, que se impone una visita al Dragón Ensartado para seguir la pista de Floon. ¿Estamos de acuerdo? ─dijo el arcanista humano.

Al parecer Raynard había sido el único capaz de conseguir algo de información útil en relación a su amnesia y (re)aparición en la ciudad, aunque aquella pequeña escaramuza que acababan de vivir tal vez les hubiera granjeado a una amiga que más adelante pudiera resultar significativa. La vida da muchas vueltas.

Ahora quedaba aventurarse a las calles, hacia el distrito del puerto, mientras una guerra entre Ojos de Xanathar y Redes Negras les dificultaban la tarea. Pero, como acababan de demostrar, aquel era un grupo con agallas, sin duda se aventurarían en pos de su destino, fuera el que fuera, superando cualquier obstáculo que se les pusiera por delante. Al menos esa era la impresión que tenía Raynard. Y le fastidiaba muchísimo no tener ningún recuerdo que avalase esa sensación.

Oki estaba terminando lo que le quedaba de la pinta de cerveza que le había pagado la semiorca, cuando escuchó mencionar a Xanathar y a la Red Negra.

Se le fue la cerveza por la vía equivocada y tuvo un ataque de tos.

Cuando se recuperó miró a sus compañeros con los ojos bien abiertos.

—Esos dos grupos no son damas de la caridad, precisamente. Pensé que nos íbamos a codear con la aristocracia, pero esos "buenos chicos" son todo lo contrario. ¿No podríamos esperar a que ese Glun vuelva aquí? Creedme, la gente del Xanathar y los Zhents, no son de los que quieras ir a buscar o que quieras que ellos te busquen a ti.