Partida Rol por web

El resto del día lo ocuparon atravesando las fértiles tierras que rodeaban Sarem. Había granjas y zonas de cultivo, y el camino estaba atestado de viajeros que iban hacia uno u otro lado: mercaderes en tránsito, campesinos que iban o volvían de Sarem, patrullas del duque que vigilaban la zona para evitar merodeadores.

Empezaba a caer la noche. Al día siguiente, si nada se torcía, alcanzarían la pequeña aldea y quizás encontrasen algunas respuestas. Pero ahora era el momento de montar un campamento. 

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—Bueno, parece que volvemos a estar en camino— dijo, con un ligero acento de resentimiento hacia Gromenauer —. Si ese es todo el peligro que alberga esta parte del bosque, creo que nos manejaremos bastante bien. Siempre que no le demos coba, claro.

Los árboles que bordeaban el camino eran cada vez más raquíticos. No es que fuesen especialmente delgados y jóvenes, pero comparados con los retorcidos y ancianos colosos de más al norte, los del camino principal parecían ridículos.

***

Pronto dejaron los lindes de Seedwood para toparse de frente con las cercanías de Sarem, con campos de cultivo hasta donde alcanza la vista. Las diferentes parcelas ocupaban algunas colinas, creando cuadrículas de diferentes tonalidades como en un campo de Squatel. Aquel rural y bucólico paisaje parecía sacado de una de esas repipis églogas de los bardos cortesanos. Normalmente, a Rathikus le habría importado poco qué suelo pisase o se extendiese ante sus ojos mientras no fuese peligroso. Sin embargo, y dados los sucesos pretéritos, recibió aquella visión como un regalo de los dioses.
Casi podía saborear las sábanas de un catre bajo techo y algo de descanso. Además, era obvio que necesitaba asearse.

***

Cuando sus sombras empezaron a alargarse y las nubes comenzaban a teñirse de rojo, Rathikus miró inquisitivo al resto del grupo. Debían escoger un sitio donde pasar la noche, pero dudaba que los granjeros de los alrededores acogiesen de buena gana a un puñado de aventureros andrajosos.
Estuvo a punto de decir algo cuando lo interrumpió una voz melodiosa que se acercaba por el camino en dirección contraria. La canción parecía estar acompañada por el menos acompasado ruido de los cascos de dos caballos y el ligero estrépito de las ruedas de un carro.
Cuando estuvo a su altura, vieron que quizá debía tratarse de una compañía ambulante de actores, bardos y ministriles. Al frente, dirigiendo el carro, había una mujer de llamativas ropas que iba tocando un curioso instrumento de percusión.

Los árboles se fueron espaciando cada vez más, dejando atrás las profundidades del bosque para dar paso a una suave campiña salpicada por campos de cultivo y las granjas de los aldeanos que anunciaban la cercanía de Sarem.

No obstante, el sol empezaba a ocultarse por el horizonte y parecía evidente que, pese a sus intenciones de llegar cuanto antes al Rincón de Shem, se habían entretenido demasiado en su travesía y no llegarían a tiempo para acceder a la ciudad antes de que llegase la noche. Así, deberían buscar un lugar en el que acampar o guarecerse.

Dworkin era partidario de tratar de entablar amistad con alguno de los lugareños. Al fin y al cabo, no faltaban graneros por los alrededores. Pero antes de que pudiera sugerir su idea, giró por el camino una carreta de esas que solían llevar las compañías ambulantes y no debía estar equivocado puesto que a los mandos se encontraba una mujer de curioso aspecto acariciando un instrumento con sus manos del que emanaba un sencillo tamborileo.

Pensó entonces dos cosas el clérigo. La compañía, como ellos, debería buscar un lugar en el que pasar la noche pero, era bastante extraño que una compañía como aquella hubiera decidido abandonar la seguridad de la ciudad justo al caer la noche en lugar de esperar la luz de la mañana.

- Salud, mi dama- saludó el enano con la mano en alto, tratando de llamar la atención de la mujer para que detuviese la carreta.

Roark agradeció salir del bosque y dejar atrás al cazador, aunque el repiqueteo de su voz le siguió resonando dentro de la cabeza durante unos cuantos kilómetros. Las tierras que rodeaban Sarem eran ciertamente hermosas. Hileras e hileras de cultivos y prados donde el ganado pastaba se intercalaban sin fin en todas direcciones. Por un momento suspiró y se imaginó comprando una de las granjas y retirándose de la vida de aventurero...

Por un momento. Luego se estremeció solo de pensarlo, ¿Madrugar para trabajar de sol a sol limpiando mierda de vaca o plantando maíz o trigo? ¿Sin la emoción de entrar en una mazmorra para ver qué tesoros escondía? ¿Sin el cosquilleo en las yemas de los dedos al robarle la bolsa a un incauto? Ni hablar. La vida de granjero no era para él.

Iba tan sumido en esos pensamientos que no se dio cuenta de que se habían cruzado con un grupo de cómicos ambulantes hasta que casi se dio de bruces contra el carromato. Subió la vista y se fijó incrédulo en la mujer que llevaba las riendas. -¿¡Sibila!? ¿¡Tú aquí!? ¿Pero qué...? ¿Como? Digoo... ¡Hola!

El carro se detuvo a unos metros. El hombre que llevaba las riendas era un tipo enorme cuyos hombros no podían ocultar el peso de muchas batallas pasadas. Pese a ir vestido al estilo de los músicos itinerantes se movía con la precisión del que ha sido un mercenario curtido. Sus numerosas cicatrices daban fe de su anterior vida y la manera con la que miraba a su alrededor demostraba que un buen soldado nunca baja la guardia. Su mano dejó las riendas para apoyarse en el regazo, no lejos de la funda de espada que colgaba de su cinto. 

La mujer había dejado de tocar el extraño instrumento pero, en contraste a su compañero, sonreía alegre. Había algo en ella perturbador. No es que la mujer no fuera bella, que lo era, sino que más bien transmitía un encanto animal difícil de determinar, de ese que hace que la sangre hierva con más facilidad. 

Sin embargo la sonrisa de la mujer no duró mucho en sus labios. En el momento que Roark abrió la boca su mirada se cruzó con la del aventurero y su rostro se tornó ceniciento, como una nube que tapara repentinamente el sol.

- ¿Raimundo? ¿Eres tú? - la chica se levantó dejando su instrumento a un lado - ¡Tú! ¡Maldito bastardo monte de mierda cagado por un troll! ¡Siendo tan grande Zork tenía que encontrarme contigo otra vez! 

El hombre que la acompañaba echó la mano al puño de su espada, calculando probablemente cuantas dificultades le supondría salir vivo de un enfrentamiento. Atrás, en el interior del carromato se escucharon dos voces masculinas que preguntaban: '¿por qué coño nos hemos parado?' y '¿os queda más vino ahí delante?'.

Roark levantó las manos mientras sonreía al tiempo que pensaba ¡mierda! Maldita sea mi estampa. ¡Mira que es grande Zork! Donde está Arsenius cuando se le necesita. Piensa algo rápido etcetc... Por suerte su boca ya estaba hablando -¡EH! ¡EH! ¡EEEEEEEEEEEEEEEEEEEH! Vamos a calmarnos todos un momento Sibila, preciosa, que no fue culpa mía te lo juro, reina. Aquellos tipos de la guardia ducal, ¿los recuerdas? Pues querían mi pellejo y no me quedó otra que salir corriendo de allí sin mirar atrás. Si hubiera ido a verte ahora estaría muerto. ¡Los dos estaríamos muertos! Esos tipos tenían la absurda idea de que alguien debía haberme ayudado a colarme en el palacio. ¡Podrían haber pensado que tú lo hiciste! Y no es cierto. Fue una casualidad que les robara aquel cofre la noche en la que tú tocabas allí. ¡Lo juro! Fue totalmente casual.

Mientras hablaba, el ladrón retrocedía y se apartaba hacia un maizal cercano calculando su ruta de escape por si era necesaria. -Total si solo les libré de un peso muerto, que no veas lo que me costó venderlo. De hecho me deberían estar agradecidos, pero el caso es que intentaban matarme... Maldita sea, no es que te dejara tirada por gusto, ¿Quién en su sano juicio querría dejarte tirada? Ya sé, ya sé que estuvo muy feo no acudir a la cena, pero es que sabes que soy alérgico al acero. Y luego, bueno, la cosa se complicó, una cosa llevó a la otra y ya sabes como es eso: empiezas aquí y acabas allí aunque no era tu intención y cuando pude volver ya te habías ido y nadie sabía nada de ti. Además, francamente, pensé que tú también creerías que me había acercado a ti solo para poder colarme en el Palacio aprovechando vuestra actuación.- estiró el cuello para mirar hacia el carromato -Por cierto, ¿Donde están los otros de la orquesta? ¿Ahora la Orquesta Real Premiana viaja en carromato y da conciertos ambulantes? ¿No es un poco vulgar para vuestro nivel?- cuando el ladrón quiso pensar en que una sonrisa vendría de perlas justo en ese instante para rematar la parrafada, su boca ya llevaba sonriendo cinco o seis excusas. 

¿Habría colado? En caso negativo no había más de dos pasos hasta el maizal...

El enano no pudo evitar sonreir al ver como el ladrón intentaba dar unas explicaciones que nadie creía. La verdad es que para ser un ladrón, era igual de convincente que un enano. Solo que sin tener el porte y habilidades de uno de estos.

Gromenauer ya sabía qué, como siempre, le tocaría salvar el pellejo al ladrón. Pero todo esto le divertía mucho. Así que decidió ver hasta dónde se podían apretar las tuercas.

Con esto en mente, el guerrero se apoyó en su martillo, para ver hacia dónde fluía todo.

Con la túnica hecha unos zorros y cada centímetro de sus pies suplicando clemencia, Rathikus avanzó unos pasos para interponerse entre Roark y la tal Sibila; carraspeando para llamar la atención. 

—Como podrán ver, somos viajeros cansados. Solo queremos buscar un sitio medianamente agradable donde poder acampar, no queremos problemas. Respecto a "Raimundo", joven dama— dijo, señalando con un gesto al ladrón —, es ahora mi aprendiz. Si en el pasado os causó molestias, yo responderé por él. Sé que puede ser un zoquete, pero créame cuando le digo que ha cambiado mucho y va camino de convertirse en estudiante modelo.

Rudar se colocó junto a Gromenauer, por alguna razón el pesado martillo del enano le daba tranquilidad en momentos de desasosiego, casi tanto como una buena conversación con Sojr, el espíritu de tierra de confianza del mediano.

—¿Cómo crees que acabará esto? —susurró acercando la cabeza a la del enano—. Apostaría a que esta vez nuestro amigo va a tener problemas... he visto más de una vez a las hembras humanas enfadadas y son realmente temibles. ¿Las mujeres enanas tienen también ese carácter?

—Depende de lo que hayas hecho —dijo el enano—. Por lo general son menos enreversadas que las humanas. Si quieren algo lo dicen, no se andan con rodeos. Claro que, para alguien que no sea un enano, seguramente una enana sea más hombre que el más hombre de los humanos. Pero es que los humanos son muy blandurrios. Eso sí, es mejor enfrentarse a la Tarasca que a una enana enfada. Pero mucho tienes que hacer para enfadar de verdad a una enana. Por muy refunfuñona que pueda parecer.

Dicho esto, sacó de nuevo su odre enano, y se lo ofreció al mediano—. Bebe, que lo estás deseando. Y esto habría terminado como siempre, pero el mago nos ha fastidiado la diversión. Aunque aún hay esperanza.

- ¡Valiente aprendiz te has buscado!- dijo la mujer con el mismo tono glacial - Probablemente te utilizará para conseguir sus fines, cualesquiera que sean ahora, para luego dejarte tirado y rodeado de problemas. Porque esa es la especialidad de Raimundo: pasarle sus marrones a otro. ¿Sabes como acabó todo? Con mi expulsión de la Orquesta Real y la confiscación de todos mis bienes. Y doy gracias por mi suerte porque en un primer momento las opciones fueron mucho más oscuras. Si no fuera por Horus - dijo mirando al hombre que la acompañaba - habría acabado con mi cabeza en una pica. Claro que Horus es un hombre de verdad. Pero no te preocupes. No te guardo rencor. Ahora que no me culpes si le digo al próximo cazarecompensas que encontremos que Raiumundo Trovador, el ladrón por cuya cabeza se pagan mil coronas premianas, está por los alrededores de Sarem.

- Porque supongo que tus amigos no querrán cobrar esa recompensa ¿no? - dijo el mercenario abriendo la boca por primera vez - Es una bonita suma, aún dividiéndola entre cinco. 

Tanto su tono de voz como sus gestos eran totalmente neutros, resultando imposible saber si lo decía en broma o en serio. Aquel tío podía ganar un concurso de gárgolas.

En algún sitio detrás del carro se oyeron susurros, pero nadie salió del interior.

Roark contuvo el aliento. Parecía que se está librando. El problema ahora era el mercenario. Decidió ignorarle y centrarse en la mujer con su sonrisa torcida y su mirada más sincera. -Ooooooooooooooooh vamos Sibila, ¿por qué culparme a mí cuando la culpa la tiene la guardia ducal? Yo no te confisqué nada ni te metí en ningún lío. En todo caso fue el inútil que lo pagó contigo sin pruebas ninguna. Piensa que, si quieres venganza, contar con un ladrón de mi nivel sería de lo más valioso. Además, dado que me indigna tanto que te hayan expropiado tus bienes, estaría dispuesto a ayudarte por una tarifa reducida. ¿Qué digo reducida? ¡Gratis! Tú dime quién ordenó confiscarte tus cosas y le dejo en calzas.

Viendo que Roark parecía estar estropeando más las cosas con su preocupante caso de incontinencia verbal, Rathikus se le acercó para propinarle un golpe en la cabeza (del mismo modo que alguno de sus padres o profesores había hecho con él cuando no levantaba ni un palmo del suelo).

—¡Haz el favor de dejar de decir sandeces y disculparte con la señorita!— le espetó —¿Cuántas veces tengo que decirte que un hechicero debe aprender el valor del silencio? Lo lamento mucho, mi señora. Si hay algo que podamos hacer por ustedes en pago por la insensatez de mi pupilo, estaremos encantados de trabajar para resarcirle. ¿Verdad, tonto del capirote?

El mago no era demasiado buen actor, pero llevaba tanto tiempo queriendo echarle un sermón a Roark que no le hizo falta fingir.

La escena era una tragicomedia en toda regla. Por un lado estaba Roark empeorando la situación a cada palabra que decía y por otra Rathikus demostraba que incluso el arte de dar una colleja era eso: un arte. Porque al intentar zurrarle a su 'aprendiz' casi se disloca la muñeca. Sin embargo el humor de la muchacha no había mejorado. Más bien al contrario:

- ¡Cierra la boca bastardo hijo de mil penes purulentos! Escúchame bien Raimundo Trovador: sabes que por mis venas corre sangre gitana y que nuestra raza tiene un pacto con la Parca que nos permite maldecir a alguien en nuestro lecho de muerte. Pues reza a tu maldito dios de los traidores que tenga una vida larga y que te sobreviva porque si muero antes juro ante lo más sagrado que tú has de sufrir mi maldición. Que sean testigos tus amigos de que yo te maldigo y que tu carne se desprenderá de tus huesos poco a poco, con dolor y sufrimiento, que nadie podrá ayudarte y que no tendrás una muerte rápida sino que sufrirás el escarnio y el miedo, el dolor y el sufrimiento, hasta que no seas más una sombra de ti mismo. Y en ese momento, cuando ya no quede en ti más que un hálito de podredumbre, te acordarás de quien fuiste y todo el daño que causaste, y ese daño te mantendrá muerto en vida, sufriendo por toda la eternidad. Este es mi regalo de despedida Raimundo. 

Dicho lo cual escupió a un lado del camino y le hizo una seña a su acompañante.

- En marcha Horus. Su mera visión me repugna. No temas: no te delataré a los cazarecompensas. Quiero que me sobrevivas. Lo deseo fervientemente, porque cuando yo muera lo haré con una sonrisa en los labios sabiendo lo que te espera.

Un chasquido de las riendas hizo que los caballos se pusieran en marcha de nuevo. En ese momento, con el cloqueteo de los cascos, todos se dieron cuenta de que la noche había quedado en total silencio tras las palabras de Sibila. Y es que las maldiciones gitanas suelen tener ese efecto: hasta el mundo aguanta la respiración cuando una es invocada. 

Gromenauer iba a contestar al humano sobre las recompensas, pero tenía la boca llena de cerveza cuando preguntó. Y parecía que el grupo llevaba prisa, porque no fue capaz de contestar antes de que se marchasen. Una pena. Ahora nadie sabría la respuesta a esa pregunta. Que aunque no era la gran pregunta, también era un pregunta muy interesante.

En cualquier caso, cuando el carromato se alejó lo suficiente, el enano dijo—. ¡Enhorabuena! ¡Ahora vas a adquirir los poderes de un liche de forma gratuita! ¡JAJAJAJAJAJAJAJA! —terminó de decir con una gran risotada.

Tras esto, añadió—. Bueno, "Raimundo". Va siendo hora de acampar. Ya puedes contarnos esa historia a la luz de la hoguera...

Dworkin había observado toda la escena desde la distancia. Primero negando con la cabeza, ante el nuevo desbarajuste que el ladrón parecía haber provocado. Roark no era alguien de fiar, lo había tenido claro desde el principio y cada paso que daba parecía reafirmar esa convicción. No obstante, la maldición de la mujer le hizo dar un respingo mientras los pelos se le ponían como escarpias.

Roark parecía suspirar aliviado mientras la carreta se alejaba elevando el polvo del sendero pero Dworkin estaba de todo menos tranquilo.

- No deberías estar contento, botarate- le espetó a Roark no bien el carro se hubo distanciado lo suficiente- las maldiciones de los gitanos no son algo para tomarse a la ligera. Y más si esas maldiciones pueden arrastrarnos a los demás contigo- añadió.

El sol seguía descendiendo en el horizonte y un tono rojizo empezaba a iluminar el cielo, anunciando que en pocos minutos la noche sería total.

- Grmrfff- gruñó- deberíamos ponernos en marcha y buscar un lugar en el que guarecernos. Parece que hoy las cosas sólo podrían empeorar. Iré a preguntar en aquella granja si pueden dejarnos dormir en su granero.

Dworkin se alejó, todavía maldiciendo y refunfuñando, en dirección a una granja de no pequeño tamaño que parecía haber vivido tiempos mejores. Sin duda necesitaba una buena mano de pintura y algunos parches en las maderas pero pensó que sería más fácil conseguir alojamiento si la familia no era acomodada. Todo el mundo sabe que los más pobres son los más solidarios.

- Ha de la granja!!- llamó- Mi nombre es Dworkin, clérigo de Hammarragh, ¿hay alguien en casa?

Roark se encogió de hombros sin darle importancia -¡Buen viaje Sibila espero volver a verte en mejores circunstancias!- Luego se giró a sus compañeros desechando el tema con la mano -Bah, será por maldiciones. Por otra más. Además en caso de emergencia conozco a un tipo en Kerwik que las rompe. Aunque las tarifas son caras. Es sacerdote del dios ese del destino... ¿Como era?- chascaba los dedos -Sí hombre, ese que si lo nombras te fulmina con un rayo... Lo tengo en la punta de la lengua. 

A pesar de que el cielo estaba totalmente despejado, en algún lugar sonó un trueno que fue ganando en intensidad -Bueno, como sea, ese.- concedió Roark sin acordarse del nombre al tiempo que el trueno se desvanecía. Luego echó un vistazo a la granja -Aquí no he robado nada nunca así que...