Partida Rol por web

Roark era un desconfiado nato. Es normal: cuando te pasas la vida intentando timar a los demás estás en todo momento pendiente de no ser tú el pardillo de la mesa. Pero no. Nada raro sucedía. Sarem era una aldea-ciudad próspera, era un día de labor, y había mercado.

A veces, sólo a veces, las cosas eran simplemente así: triviales.

—Yo iré luego a la taberna —sentenció el enano, sin darle mayor importancia al mercado—. Tengo que ir a ver a Jander, el herrero. Estoy desando ver qué puede hacer con toda esta chatarra. Si él no puede hacer nada, nadie podrá. ¡Y hasta un elfo podría convertir todo esto en una armadura!

Y dicho esto, el enano se encaminó a las afueras del pueblo, donde el herrero tenía su herrería. Hacía mucho que no pasaba a ver a ese gnomo con ínfulas de inventor, que no dejaba de ser un buen herrero, pero nada más, por mucho que él quisiese. O al menos, que Gromenauer hubiese visto. Ninguno de sus inventos funcionaba nunca, aunque el enano pensaba que era porque siempre apuntaba demasiado alto.

Aunque con todo, lo mejor que tenía aquel pequeño es que disfrutaba más que nadie de la cerveza enana. Y tenía todo un odre para que probase.

En cuanto entraron en la ciudad, Rathikus comenzó a otear las calles de Sarem con la esperanza de reconocer al buhonero del gabinete de curiosidades ambulante que le había vendido las pociones. Maldijo en voz baja al ver que la ciudad parecía abarrotada y que no había rastro de aquel anciano.

Consideró un momento acompañar en Gromenauer, pero probablemente encontraría más información en la taberna. Además, estaba hambriento y deseoso de probar algo que no fuese carne seca. Suspiró. A veces añoraba sus años de estudiante en los que solo visitaba una ciudad para estudiar en su biblioteca, seleccionar materiales para sortilegios o degustar los manjares locales.

—Bueno— dijo el mago —, tenemos que encontrar a un bardo y reencontrarnos con Zamatayid para sonsacarle todo lo que sepa sobre el peligroso artefacto que se aleja hasta la herrería. ¿Empezamos por un buen plato de comida caliente?

- Por fin algo sensato- sonrió Dworkin- a la taberna pues. Por cierto, ¿qué le diremos a Zalatayid? Deberíamos ponernos de acuerdo en la historia. ¿Estamos, tal vez, preparando un segundo asalto a la guarida después de que las fuerzas que aún lo guardan rechazasen el primer intento?

Roark siguió andando hacia la taberna de Shen y despidió con la mano a Gromenauer -Ten cuidado que los gnomos son unos liantes.- Luego miró hacia Dworkin -Yo apoyo esa idea. Fuimos, era más complicado que lo que nos dijo y queremos más dinero para volver a ir y traerle la caja. Importante lo de más dinero o no se lo creerá.

Aquella caja parecía tener, entre otras propiedades evidentemente mágicas, la de cambiar de mochila en el momento más inesperado^[1]. De hecho Rathikus se la encontró entre sus pertenencias cuando estaba revisando sus monedas por si de un casual encontraba al buhonero de las pociones. Estaba seguro de no haber guardado allí la caja y, de hecho, creía que era el enano quien estaba guardándola la última vez. Pero allí estaba, entre el resto de sus cosas.

Así que Gromenauer se fue en dirección al herrero^[2] mientras los demás se encaminaban hacia la taberna de Shem. Taberna que también hacía de posada, donde se habían encontrado con Zalatayid, por lo que probablemente sería el lugar donde estaría ahora el individuo^[3].

Tras despedirse de Gromenauer el resto del grupo avanzó por las calles en dirección a la taberna de Shem. 

Gromenauer era un enano y para los enanos, a veces, resultaba incomprensible que los herreros de profesión no pudieran hacer cualquier cosa que se pueda hacer con un trozo de metal. Era como pensar en un guerrero que no fuera capaz de luchar con cualquier arma. Incomprensible. Aún así mientras recorría el camino hasta la herrería no dejaba de pensar: ¿será tan inútil un herrero humano como para no saber convertir estas magníficas piezas de metal en una fabulosa armadura?

—¿Adónde vas, Raimundo, mentecato? ¿Acaso quieres que nos las veamos con Zalatayid en ayunas? La de Shem no es la única taberna donde podemos reponer fuerzas. ¿Qué opinas, Dworkin? ¿No crees que es mejor que es mejor que nos tengamos una pequeña reunión antes de ir directamente a la boca del lobo?— preguntó Rathikus, a quién el estómago le hacía ruidos como de comadreja agonizando.

Roark negó testarudamente mientras seguía avanzando hacia la taberna -Yo quiero un rosbeef de Shen, no un sucedáneo. El maldito amarillo tiene la mejor cocina de esta parte de Zork, así que por mí como si tengo que entrar por detrás a uno de los reservados, pero yo voy a comer en la taberna de Shen.

- Creo que sería mejor comer algo tranquilamente primero- se encogió de hombros- pero como queráis. Si las cosas con Zalatayid no van como esperamos quizá no tengamos la oportunidad de descansar como queremos.

El enano caminaba sin prisa, no como Roark que parecía ciertamente hechizado por el maldito Rosbeef y hacía que permaneciese constantemente tres o cuatro pasos por delante del grupo.

Rathikus dejó caer los brazos, derrotado. Con irritación, dio una parada a uno de los adoquines sueltos de la calle. Empezaba a darse por vencido con aquel joven y pensaba que quizá era mejor así: un mago sin sentido común como Roark podría haberse convertido en uno de los seres más peligrosos de todo Zork (y no precisamente por su poder).

—Está bien— dijo, con voz cansina e intentando destilar todo su amargo sarcasmo —, vayamos a degustar ese exquisito rosbif.

Gromenauer avanzaba por la calle sumido en sus pensamientos, sin notar como la caja había desaparecido de su bolsa. ¡Y él que pensaba que así no empezaría la fiesta sin él! Pero por supuesto, el enano no sabía eso, así que seguía sumido en sus pensamientos, sin romper ninguna pared (como la cuarta) ni destruir leyes universales.

Pero... ¿En qué piensan los enanos? Esa es una buena pregunta. Los enanos piensan en muchas cosas. O tal vez en ninguna en concreto. Principalmente, los enanos son monotarea, y si hacen una cosa, no les pidas que piensen en la siguiente. Eso tiene su parte buena, como que un enano no se quejará de dolor cuando está haciendo otra cosa, porque... ¡Está demasiado concentrado como para perder el tiempo sintiendo algo!

Y luego a los elfos les gusta decir que son mejores que las demás razas. ¡JA! Bastante tienen con pensar en como aliñar sus geranios para el almuerzo. Un enano le da mil vueltas cuando se propone hacer algo, porque no ceja en su empeño nunca, mientras que un elfo se pierde a la primera de cambio con el aleteo de una ardilla.

Pero realmente no estamos aquí para hablar de los elfos, o incluso de los enanos (de los cuales se podría hablar largo y tendido). Estamos para saber en qué iba pensando Gromenauer en este momento. Y eso no es, ni más ni menos, que en la armadura que Jander le iba a preparar al enano con las piezas del gólem. Porque Jander lo valía, porque era así de bueno, y porque si alguien hubiese leído lo que pensó el guerrero con anterioridad sabría que Jander era un gnomo y no un humano.

Y ahora es cuando la voz que tengo en la cabeza, pregunta "¿Y quién es Jander y porque vive en un pueblo de mala muerte si puede hacer armaduras con gólems?". Bueno, Gromenauer hubiese contestado "Puede porque es un herrero del copón" y "vive donde quiere porque es un gnomo". Porque todos sabemos que ser un gnomo justifica todo lo demás.

Pero por suerte para la voz en nuestras cabezas, quien firma estas palabras no es el peculiar enano. En realidad, la historia de Jander es curiosa, porque no todos los días un gnomo se asienta en un pueblo perdido. Pese a que el gnomo mantiene que este lugar será muy importante para lo que queda por venir. Realmente nadie debería de intentar entender a un gnomo, por su salud mental. Porque igual tiene razón y acierta, como puede acertar ese tío que corre todos los días desnudo por Sarem gritando "hoy es el fin, vamos a morir". Si igual algún día acierta.

Pues lo que esté por venir, solo el gnomo sabe qué será, pero cuando pasé, irá a la taberna y dira "veis, os lo dije, que Sarem sería el centro de algo importante". Solo que viniendo de un gnomo, eso puede ser desde que el Velo se rompa hasta que las gallinas pongan huevos con tres yemas. Pero claro, para un gnomo, la cantidad de yemas que tienen los huevos es mucho más importante que lo que les ocurra a los dioses.

En cualquier caso, y dejando de lado las reflexiones de los gnomos, Jander está en Sarem por voluntad propia, porque el terreno estaba mucho más barato que en la ciudad más cercana, y porque nadie quiere tener cerca a un gnomo con ínfulas de inventor.

Porque Jander posiblemente sea un herrero que pueda mirar por encima del hombro a un herrero enano (que no por el tamaño, claro), pero a él no le interesa mucho la herrería, a menos que sea algo muy raro o vistoso. Pídele que te forje una espada, y te mandará a freir espárragos. Pídele que haga que tu espada eche fuero por el mango, o que tenga un gancho en la punta o un telescopio en el mango, y tendrás unos de los mejores trabajos que existen. Cuanto más absurdo e inútil la petición, mejor.

Y esto es porque Jander no se define como herrero. Se define como inventor. Él está en Sarem para no ser molestado mientras crea... ¿Cosas? Lo cierto es que es difícil definir lo que el gnomo dice que inventa. Y, el pobre Gromenauer, del cual parece que nos hayamos olvidado después de escribir todo esto, no le hace mucho caso cuando le cuenta el porque y para qué de sus creaciones. Él solo ve engranajes, tornillos, tuercas y cosas que explotan, pero no por donde sería lo deseable.

En cualquier caso, el gnomo sabe lo que hace (o no) pero el enano le conoce de hace mucho, incluso de antes de que se mudase a Sarem. Y sabe que cuando necesita algún trabajo relacionado con su equipo, no hay mejor herrero en toda la zona. Aunque después tenga que arrancar un par de incómodos muelles de su escudo, repetir que quiere su casco con cuernos y no con almácigas o que su martillo está muy bien siendo escabroso y contundente.

Y el enano, cuando se quiso dar cuenta, había llegado a la casa del gnomo...

Roark asintió acercándose a la taberna de Shen por el callejón de atrás. La taberna tenía varios accesos de los cuales tres eran para los clientes. De esos tres uno era para los clientes "especiales": la puerta del callejón de atrás. Allí estaría uno de los tipos de Grunt, el viejo mercenario retirado que se aseguraba de que nadie montaba jaleo en el local. Por suerte, Roark era uno de los clientes habituales y con Shen y Grunt se llevaba bien. Porque  ¿quién no quiere llevarse bien con un ladrón que no te ha robado nunca?

Roark saludó al guardia con su mejor sonrisa torcida. Era un humano enorme con cara de pocos amigos, ¿como se llamaba? ¿Womak? ¿Wolak? Wutak? -Hola...- ¿Wodak? -... Grandullón. ¡Cuanto tiempo! Mis amigos y yo venimos a comer y preferimos un reservado discreto, ¿hay alguno libre?

El tipejo miró a Roark con gesto malencarado. No era porque no lo reconociese, era porque Woshak no tenía otro repertorio de gestos. Las malas lenguas decían que era un semi-troll porque su madre había sido violada por troll de los pantanos. Pocos se reían de ese rumor porque decir 'semi-troll' sin dientes era muy difícil. Y todas las malas lenguas acababan, tarde o temprano, comiendo papilla el resto de sus días por cortesía Woshak.

- Sí.- contestó en un derroche de verborrea para ser él.

Y abrió la puerta para indicar a los otros que lo siguieran.

El interior de la taberna olía a una mezcla de salsas y asados que hicieron gruñir las tripas de Roark. Habían accedido a un pasillo de madera que iba por detrás de la sala principal de la taberna y en el que se podían ver varias puertas que conducían a los correspondientes reservados. Woshak abrió la primera de ellas para que los aventureros pudieran sentarse cómodamente alrededor de una amplia mesa.

Woshak estaba especialmente hablador aquella mañana porque añadió:

- Shem vendrá enseguida.

Cerró la puerta tras él y los aventureros pudieron dejar sus pertrechos y pensar en lo que iban a comer.

La herrería de Jander no era como las demás herrerías de Zork. De hecho era complicado para un zorkiano medio averiguar que aquello era una herrería. En realidad las cosas normales de herrero - hacer herraduras, aperos de granja y templar espadas - las hacía Clander, el aprendiz de Jander. El gnomo se dedicaba a las cosas interesantes. Esas cosas por las que la gente de la capital hacía un considerable desvío para acudir a Sarem y solicitarlas. 

Resulta complicado describir un laboratorio de gnomo. Digamos que es un lugar lleno de tuberías, palancas, engranajes y cosas humeantes. Que normalmente parece a punto de estallar en cualquier momento - y a veces estalla - y que cualquier cosa que toques puede ponerse en movimiento, emitir ruidos o intentar matarte. O todo a la vez. En la parte exterior estaba la forja donde Clander hacía las cosas más normales, pero Gromenauer entró hasta el fondo para encontrarse con el viejo gnomo. Su encargo no tenía nada de normal.

Cuando el enano depositó las piezas en medio del laboratorio captó la atención inmediata de Jander. El gnomo iba ataviado como siempre: un delantal cubierto de manchones de grasa y una curiosa diadema con una lente incorporada, además de varios destornilladores sobre su casco. Sí. Los gnomos habían desarrollado el arte de crear tornillos, algo que para otras razas constructoras seguía siendo un misterio, sometidos al uso ineficiente de los clavos.

- ¡Por las barbas de tu madre! ¡Eso son piezas de golem! ¡Oh! ¡OH! ¡OOOOOH!

Por un momento Gromenauer se sintió un tanto incómodo pensando que el gnomo estaba a punto de tener un orgasmo allí mismo ante sus propias barbas.

- ¿¿CUANTO PIDES POR ELLAS?? ¡Oh! ¿Dónde las encontraste? ¿Tienes más?

Estaba realmente emocionado y desbocado.