Partida Rol por web

Un esbozo de sonrisa se dibujó en el rostro de Rudar. El maldito ladrón tenía razón.

—Me sorprende la temeridad de Rathikus, ¿qué querrá demostrar? Gromenauer es temerario, de él si me espero cualquier cosa. Pero del mago... va a acabar muerto por intentar demostrar lo que sea que quiere demostrar.

La cabeza del mediano acababa de viajar al odre de Gromenauer. Una acampada si ese odre no era igual. Y sonrió, una carcajada resonó en la noche.

—¿Habéis probado el brebaje de Gromenauer? Creo que lo hecho de menos... ese maldito enano debe de usar algo que me hace tener la necesidad de probarlo. ¿Cómo lo llamaba? —dijo mirando a Dworkin.

Mientras hablaba empezó a encender el fuego con el material que Roark traía.

—Será mejor que descanséis... mañana debemos partir pronto. Yo hago el primer turno... estoy demasiado enfadado para dormir.

- Juega con seres que le superan- añadió Dworkin, asintiendo al comentario de Rudar- acabaremos todos muertos- puntualizó.

El enano tampoco estaba contento. Esperaba encontrar un sitio tranquilo donde pasar la noche bajo techo y reponer fuerzas y al final Rathikus había vuelto a conseguir convertir aquello en un peligro.

- No sé lo que bebe Gromenauer- gruñó- pero te aseguro que no puede ser nada bueno si ese enano cabezota está hablando con un espíritu. ¿Qué clase de enano hace esas cosas? Debería estar aquí, con nosotros, y dejar a ese mago con sus locuras. Si tantas ganas tiene de adentrarse en el más allá que lo haga él solito.

Roark entre dos cargas de leña y hojas se llevó el índice a la sien y lo giró -Rathikus está mal del sombrero en mi opinión pero claro, casi todos los magos que he conocido están igual, así que no sé si es condición normal en ellos o no. Recuerdo a uno llamado X que estaba obsesionado con encontrar un conjuro que hiciera aparecer mágicamente un yunque gigante sobre la cabeza de alguien*. Decía que sería el conjuro de ataque de-fi-ni-ti-vo. Pffffffff- y volvió a girar el dedo antes de ir a por otra carga...

Una vez terminado el trabajo se acercó a la hoguera y se preparó para pasar la noche mientras sacaba sus raciones de viaje -Si queréis hago yo el segundo turno. Pero si vuelve Sibila mientras duermo avisad, que eso puede ser interesante...

La hoguera empezaba a dar sus primeras llamas cuando Gromenauer y Rathikus se asomaron procedentes de las tierras de la granja. Su paso era tranquilo y nada en sus rostros mostraba que hubieran tenido alguna dificultad. Cualquiera diría que en lugar de haber estado charlando con un espectro no vinieran de tomar una cerveza en una taberna cercana.

Por su parte Rudar, Roark y Dworkin habían montado el campamento a la vera del camino.

El enano volvía junto al mago, triunfante, al lugar donde se había asentado ya el "campamento". Por supuesto, venía con su odre enano en la mano, como si nada hubiese pasado.

—Veo que se os ha dado bien la espera —comentó haciéndose un hueco junto al mediano, para pasarle el odre y dejar la mochila. Cuando se acomodó, recuperó el odre, echó un trago de él, y añadió—. Bueno, ¿habéis cazado algo para cenar?

Ese odre era más que mágico. Había sido hablar de él y, de repente, Gromenauer apareció con él y se lo ofreció al mediano. Rápidamente Rudar lo cogió y le dio un largo trago.

—Pensé que íbamos a tener una noche tranquila —dijo mientras le devolvía el odre al enano—. ¿Cazar dices? Hemos perdido demasiado tiempo hablando con esqueletos repelentes como para poder gastarlo ahora cazando. Además, estaba convencido de que le sacariais algo de comer a ese malencarado.

El mediano señaló a las raciones de Roark invitando a Gromenauer a hacer lo mismo.

Roark masticó su cecina y un poco de queso mientras se preguntaba qué habría pasado con el muerto y colocaba sus mantas a modo de cama y el carcaj como si fuera una almohada. Luego se echó contemplando el fuego y cerciorándose de que el arco estaba a mano y la espada estaba desenvainada dentro de las mantas. -Los muertos no dan comida. Después de todo, no la necesitan.

Dworkin masticaba algunas raciones de carne seca mientras apuraba un odre de agua. La cúpula celeste permanecía salpicada de estrellas y una luna menguante ayudaba a mantener una tenue luz sobre el entorno apoyando las chisporroteantes llamas que había prendido Roark.

- No vale la pena cazar cuando estamos tan cerca de Sarem- añadió- probablemente la caza salvaje esté adentrándose en el bosque y, al fin y al cabo, mañana podremos reponer nuestras provisiones cuando alcancemos la ciudad.

Un nuevo bocado hizo que se atragantase ligeramente, y tuvo que volver a hacer uso del odre de agua que escurrió algunas gotas por las barbas del enano.

- Espero que no hicieseis ninguna tontería con ese espectro- gruñó mientras se secaba las barbas con la manga.

—Pero sí dan de beber. Aunque salía muy caro y declinamos la oferta— respondió Rathikus —. Hemos llegado a una especie de trato, pero básicamente le vamos a colgar el muerto a otro, no os preocupéis.

El mago se había sentado junto a Roark y Dworkin para seguir picoteando de su bolsa de frutos secos. También decidió sacarse una manzana y algo de carne seca que acompañó de la infusión de hierbas.

—¿A alguno le suena un tan Jingel? Dicen que es un elfo que se dedica a cantar por Sarem.

—Bueno, al menos tú si quieres beber, cosa que no quiso hacer el esqueleto —comentó el enano tras la alusión a su odre—. Y... ¿Quién dice que no sea mágica? ¿Acaso habías visto un odre así antes? —terminó de decir para echarse un trago y compartirlo de nuevo con el mediano.

Tras esto, el mago preguntó por el elfo que el esqueleto había mencionado, por lo que solo pudo añadir—. Bah, un comeflores, como todos. Seguramente tenga una fachada de "soy más duro que un enano y os lo voy a demostrar", pero en el fondo estará deseando abrazarse al primer árbol que pase o copular con la primera ardilla que vea.

Hecho esto, buscó en su mochila algo de carne seca, para añadir—. Y por si os lo preguntáis, el esqueleto solo quería jugar una partida de cartas, si le ganábamos sería libre. Pero como tenía mucho vicio, en realidad quería jugar a cualquier cosa. Como a un juego de beber. Solo que quería que bebiese de ese sucio licor galisiano, y para beber eso bebo agua. No quiso jugar con cerveza enana, por lo que nos mandó encontrar al elfo.

Roark, que ya empezaba a domrirse, se puso alerta al oír hablar del elfo y enarcó las cejas -¿Y qué pinta un elfo en todo esto?

—Que es el mejor jugador del juego ridículo al que jugaba el esqueleto. Y es el único que es posible que le gane. No entiendo mucho de estos juegos, pero quien le ganase al esqueleto le liberaría.

—Creo que la moraleja que sacamos de todo esto— dijo Rathikus, entre bocado y bocado—, es que no hay que fiarse de las apuestas con demonios de otros planos y que los espíritus ludópatas tienen muy mal perder. Eso, y que Gromenauer solo tiene paladar para la cerveza de los enanos.

No quiso hacer comentarios acerca de las posibles propiedades mágicas del odre del enano. Había tenido ocasión de examinarla concienzudamente y había descubierto, grabadas a fuego arcano, las "runas secretas de los maestros cerveceros". Por supuesto, desconocía sus efectos, pero podía intuirlos por las capacidades de aquel recipiente. También ignoraba el origen de aquel artefacto y cómo había caído en las manos como jamones de aquel gruñón.
Gracias a sus estudios acerca de sistemas rúnicos para crear portales y círculos de protección, había descubierto algunas de las marcas gremiales de los enanos. Normalmente eran guardadas con celo, pero la vanidad de los maestros cerveceros llevaba a que sus símbolos no fuesen demasiado complicados de encontrar. Sin embargo, esto no quería decir que no fuese casi imposible descifrarlas si no se era un "orgulloso" miembro de la raza enana.

—¡Bah!— dijo, pensando en voz alta.

- Bueno- Dworkin se levantó con pesadez del suelo mientras se sacudía los pantalones- al menos parece que esta vez habéis tenido un poco más de sesera- celebró- debo celebrar mis oraciones. Repartid las guardias como buenamente, queráis, a mí me gusta la última, justo antes del amanecer, pero me da igual. Gromenauer, si deseas acompañarme, Hammarragh estará encantado de recibir a uno más de sus hijos.

Personalmente, yo estoy bastante cansado— dijo el mago —, pero prefiero la primera guardia para así dormir luego del tirón. Si no os importa, claro.

Roark volvió a cerrar los ojos mientras pensaba en qué pintaría el dichoso elfo en todo esto. Luego se encogió de hombros mentalmente y bostezó, total, qué más daba... -Despertadme para la segunda- se tapó con la manta y se durmió.

En vista de que todo el mundo se iba a dormir, y ante la proposición de Dworkin, el enano añadió—. No, creo que me perderé los rezos. Si Hammarragh quiere que le diga algo, que comience él la conversación.

—En fin, me voy a dormir. Si queréis que haga una guardia, decidlo ahora —terminó de decir el enano mientras recogía sus cosas. Cuando iba a guardar su odre, le miró fijamente, se chupó la yema del pulgar y frotó en uno de los lados, para comentar—. Qué mancha más curiosa. Esto lo ve un prestamista que no sea enano, y te lo compra por una millonada pensando que es una runa de esos pomposos maestros cerveceros. Claro que eso no quita que valga más de una millonada.

Dicho todo esto, el enano guardó su posible pero incierto mágico odre, para acurrucarse y decir—. Buenas noches. No soñéis con esqueletos.

Los aventureros repartieron las guardias y se dispusieron a pasar la noche. Y la noche pasó tranquila y sin incidentes. A veces incluso los dioses de Zork deciden que ya basta, que hay suficientes emociones para unos aventureros. O quizás es que estén entretenidos machando aventureros en otro lugar del mundo. ¿Quién sabe? 

El caso es que a la mañana siguiente recogieron el campamento y se pusieron nuevamente en camino. Tal y como estaba previsto sólo les separaban unas cuantas horas de Sarem y, a mediodía, atravesaban sus puertas amuralladas.

Sarem no era una gran ciudad. En realidad era un pueblo con ínfulas. Crecía despreocupadamente en una zona fértil y segura, lejos de fronteras problemáticas, y servía de punto de paso para diversas caravanas que cruzaban el ducado. Eso hacía que fuera bastante más grande que una aldea pero algo más pequeña que una ciudad. Tenía una pequeña guardia a cargo del alguacil Hum, una guardia formada normalmente por milicianos o por individuos que estaban prestando un servicio social para pagar por pequeños delitos en la comunidad. Lo cual era curioso porque dejaba la protección de la ciudad en las manos de la gente que delinquía habitualmente. También había una guarnición permanente de hombres del ducado, pero estos se dedicaban más bien a la vigilancia de los caminos, interviniendo en la ciudad solo cuando las cosas se desmadraban de verdad.

Y allí llegaban nuestros héroes. Rodeados de campesinos que salían o entraban de la ciudad, sin que nadie les prestase especial atención, en dirección a la taberna de Shem.

Roark se desperezó mientras caminaba hacia la entrada de Sarem -No sé vosotros pero yo me voy directo a comer en la taberna de Shen.- de repente frunció el ceño -¿Hoy hay mercado o algo? Porque tanto trasiego de gente no es normal...

La mano del ladrón cayó sobre el pomo de la espada mientras revisaba a la multitud con una mirada casual.

- Es temprano, sí, para tanto movimiento- asintió Dworkin.

El enano se detuvo un instante, oteando a su alrededor. De repente, soltó una risotada y soltó un manotazo en la espalda del ladrón con tal ímpetu que a punto estuvo este de perder el equilibrio.

- O igual es que estamos ya tan paranoicos que vemos fantasmas por todas partes- rió- vamos a por una buena jarra de cerveza y a comer algo en condiciones. Estoy harto de carne seca y bayas. Un enano necesita comida de verdad para mantenerse sano.

El clérigo se había levantado de excelente humor. Casi se diría que se alegraba de abandonar los peligros del camino y llegar a los muros protectores de la ciudad. Era algo absurdo, claro. Muchas ciudades eran más peligrosas que cualquier bosque o camino. No obstante, los episodios del elemental, el golem y el esqueleto habían sido demasiado. Dworkin, al fin y al cabo, no dejaba de ser un enano. Tanta mística le hacía sentir que no dominaba el mundo que se movía. Peor, que ni siquiera lo entendía. Así que llegar a una ciudad como Sarem, con sus tabernas y sus miserias, era un poco como volver a un territorio conocido.