Partida Rol por web

Kaleb saltó hacia un costado, en una maniobra de esgrima que había practicado muchas veces, pero no fue suficiente para esquivar el color abrasador que acompañó al conjuro con el que se inmoló el estudiante. Ya lo de gritar no le gustó tanto, y prefirió tomar una postura más eficiente.

De sus artes arcanas ni se quería acordar, que la última vez que lo había hecho había tenido que enfocar todo su esfuerzo en mitigar lo que había traído de vaya a saber de qué plano era, y encima tenía la leve sensación de que no había sido gratis, por más que ahora no lo notara.

El gnomo, como buen cronista, no se podía dar el lujo de no ser buen observador, o de no saber. Y ahora tenía que saber qué podía hacer para desbaratar ese pandemónium. Pero lo peor era esa criatura que no dejaba de molestarlo tanto a él como a Babaccar...

¿Dónde estaba Babaccar? ¡Se había ido! ¡Lo había abandonado! Entonces tenía que continuar...

El gnomo, de nuevo queriendo aprovechar su pequeño tamaño y agilidad, se intentó mover rápidamente hacia Marcel y cuando estuviera lo suficientemente cerca lanzar una estocada profunda, lanzada.

Tenían que terminar eso a como diera lugar. Sí, quería sobrevivir, pero si no lo detenían ninguno sobreviviría, y quién sabe de todo Montnoir. No siempre podía ser el que observara los actos heroicos, a veces, había que protagonizarlos...

—¿Don Hugo, no sois exorcista? ¡Pues haced algo, carajo! 

El brujo estaba frenético. Nunca se había enfrentado a nada parecido ni había luchado en serio, pero no estaba dispuesto a que el ritual se completase, y a la vez no estaba seguro de si interrumpirlo por las bravas sustrayendo los objetos rituales y borrando el círculo de convocación era buena idea. Podría pasar cualquier cosa. Si Hécate estuviese allí al menos podría ordenarle arañar la cara de Marcel. 

Arnault se vio de pronto rodeado y acuchillado. Habían flaqueado sus fuerzas en los últimos momentos y se había visto superado por sus rivales. Probablemente Tancredo le había robado su poder al transformarse en él o algo similar. Se notaba flojo y desanimado desde que la explosión de la criatura anterior le había afectado de una manera que no se explicaba todavía.

Le habían herido en varios sitios del cuerpo, aunque sus protecciones le habían salvado de mayores consecuencias, pero uno de los coristas logró clavar su acero en la pierna de modo más profundo y doloroso. Arnault basculó el cuerpo y liberó una estocada contra él al tiempo que daba un paso atrás para ganar distancia.

[Ambientación]

La estocada de Arnault alcanzó de pleno a uno de sus acosadores, dejándolo boca abajo y escupiendo sangre sobre el mosaico del suelo antes de caer para no volver a levantarse. Otra punzada de dolor. Los que seguían vivos buscaban cualquier oportunidad para reducirle. Arnault había pagado la potencia de su golpe quedándose expuesto, y los universitarios atacaron.

Una logró hacerle un corte peligrosamente cerca del costado*, y la última daga rebotó contra el escudo, saliendo disparada hacia el centro de la sala. Uno de sus adversarios estaba desprotegido.

La plegaria de Hugo no había pasado desapercibida para la mayoría de los cultistas. Atónitos, vieron cómo  volvía a entonar un salmo por Kaleb**. El exorcista había visto cómo su compañero era atravesado por un rayo que por poco calcina a Babaccar y, como era evidente, no iba a quedarse parado. Por desgracia, esto llevó a los universitarios a actuar. ¡Ese era el que amenazaba con sabotear el ritual! ¡No podían permitirlo!

Tancredo observó con horror cómo se le acercaban cuatro cultistas desenvainando sus dagas.

Un pequeño revuelo se formó entre los flautistas al ver aparecer a Kaleb entre sus túnicas. ¿De dónde había salido? ¡Condenado y escurridizo gnomo! Marcel seguía preparando varios elementos del ritual hasta una rata comenzó a derribar cirios, cuencos de latón y varitas de incienso por todas partes***. Los acólitos que no ayudaron a su "hermano mayor" a recogerlo todo, habían empezado a tocar con sus flautas una sucesión atropellada de notas desafinadas y estridentes****.

El altar de mármol blanco tembló como si la roca hubiese perdido toda su solidez, reflejando ondas como si se tratase de la superficie de un lago. El epicentro de las ondulaciones provenía de los glifos dibujados en su superficie, que parecían reaccionar a las flautas. La realidad volvió a vibrar.

Un racimo de extremidades amorfas surgió de la superficie del altar. Se agitaron en el aire con un repugnante murmullo húmedo, como un zarcillo de brazos y manos que todavía no estaban formados del todo. Un millar de venas azules latía bajo la piel gris y viscosa. Antes de que Kaleb pudiese abalanzarse al ataque contra Marcel, varias de las extremidades de la criatura le cortaron el paso. Y algo le dijo al cronista que tocar aquellas cosas no era muy buena idea.

A ver cómo su lider peligraba, los coristas se reunieron y se aproximaron al altar para terminar con el saboteador.

Después de tanto sufrimiento al fin había logrado librarse de uno de sus rivales con una buena estocada que había atravesado el vientre de uno de los coristas y lo había tumbado para morir desangrado en breves instantes. Arnault pensaba mandarlo con compañía, así que encaró a los otros enemigos que ya le estaban apuñalándo de nuevo. Recibió un nuevo golpe en el costado, lo había dejado desprotegido para poder alcanzar a su rival. Era el precio a pagar por luchar contra tres enemigos al mismo tiempo y salir con vida, había que descuidar la defensa para lograr un buen ataque. Afortunadamente el otro rival golpeó el escudo de Arnault, que éste alzó casi por inercia, y su daga salió despedida dejándolo desarmado.

Arnault tenía claro que debía acabar con el enemigo desarmado, no tendría una mejor opción que aquella. Así que lanzó una nueva estocada recta buscando clavar la punta de su espada en el pecho del corista. Pero en aquel preciso momento un temblor sacudió la sala y Arnault no puso realizar el ataque con toda la puntería que le hubiese gustado.

Babaccar se escabulló entre los cultistas antes de que se dieran cuenta de lo que había pasado. No había conseguido su objetivo de hacerse con otro de los objetos rituales pero al menos había interrumpido la convocación lo que las daba un poco más de margen de maniobra. Ahora el druida se encontraba cerca de uno de los flautistas que rodeaban a Marcel pero se estaba quedando sin ideas así que trató de pensar unos instantes.

De algún modo, aquellas criaturas del caos reaccionaban ante la música así que la clave podía estar precisamente en interrumpir la melodía que Marcel y los flautistas trataban de llevar a cabo. Babaccar se había autoimpuesto la tarea de frenar el ritual mientras sus compañeros se centraban en atacar a los cultistas aunque era evidente que estaban siendo ampliamente superados.

Apretando los dientes, el druida se coló entre las piernas del cultista que estaba a su lado y conjuró su poder animal para convertirse en un gran lobo típico de las regiones de tundra de los eriales para tratar de desequilibrarlo. Esperaba que gracias al factor sorpresa el hombre acabaría con sus huesos en el suelo y podría hacerse con uno de las flautas, hacerla trizas con sus fauces y escapar hacia el lateral de la sala para no verse tan expuesto a los ataques de sus compañeros.

Kaleb se encontró rodeado, pero con una sensación entre placentera y dolorosa. Las heridas que había sufrido las sentías más leves, pero a su vez era una especie de picor importante que acudía a ellas. Como cuando se cicatrizan las heridas... pero aceleradamente.

Y vio cómo Hubo comenzaba ser amenazado por más fanáticos, y sólo estaba Arnault para defenderlo... pero momento, había dos Arnault. ¿Qué estaba sucediendo allí abajo? El Caos se estaba apoderando de todos.

-¡Ahora Belún!- gritó dándose la vuelta, como si le diera la orden a un compañero imaginario detrás del sectario que se encontraba a su espalda, y cuando se dio vuelta, se escurrió retrocediendo para ir a defender al inquisidor.

Aprovechando la espalda, atacó al que se encontraba más alejado, lanzando una estocada que apenas hirió al sectario, y continuó para ayudar a Arnault... bueno, a uno de los dos.

El brujo polimorfado en Arnault cerró filas en torno al exorcista. Protegerlo debería de ser la principal prioridad del grupo. Sin él todo estaría perdido.

Los universitarios seguían acosando a Arnault. Lejos de amedrentarles, el ver cómo uno de sus compañeros caía atravesado por el acero parecía animarles todavía más. El joven guerrero empezaba a sentir el cansancio. Eran demasiados y muy rápidos, insistentes. La armadura cumplía un buen servicio bloqueando las cuchilladas, pero no sabía cuánto tiempo podría resistir antes de lograsen penetrar algún punto descubierto.

Sin previo aviso, uno de sus oponentes le señaló. Tras un instante en el que la realidad pareció vibrar con anticipación, un millar de afiladas estalagmitas de un acero oscuro brotaron del suelo. No logró apartar el brazo a tiempo. Su escudo cayó hecha trizas, y algunas esquirlas le rasgaron la piel. El emblema familiar, la marca gremial que representaba a los Dumont, reducido a astillas y metal retorcido[1].

Babaccar irrumpió de nuevo en el ritual, con fuerzas renovadas y dispuesto a desatar el caos para interrumpir aquel disparate. Marcel empezaba a impacientarse. Convertido en un lobo de la estepa, el druida derribó a uno de los universitarios, haciéndole perder su flauta de hueso y provocando un gran revuelo entre los cultistas que rodeaban al altar[2].

Kaleb aprovechó el revuelo para distraer a uno de los cultistas con el truco más viejo del manual —todavía más que el mono de tres cabezas—, y no perdió tiempo en ensartarle con su estoque. El flautista aulló y se dejó caer de rodillas mientras se cubría dolorosamente la herida. Aquel grito, sin embargo, pareció alertar a la criatura que se sacudía violentamente sobre el altar. Sus extremidades, como zarcillos de carne pálida, chasquearon en dirección al cronista y al lobo que acaba de aparecer[3].

Mientras Hugo salmodiaba a su espalda, preparando su incensario y sus filacterias[4], Tancredo mantenía a raya a los universitarios que se le acercaban con intenciones no demasiado amistosas. Sus dagas relucían como los puñales de los ladrones. La tensión estaba servida.

—Tu aspecto no nos engaña, brujo. Vas a caer como el resto de tus compañeros.

Tancredo no estaba para tonterías. En cuanto uno de aquellos imberbes se atrevió a dar un paso en su dirección, el brujo le arreó un bastonazo que le hizo retroceder dando un traspiés. Un hilillo de sangre se escurrió por su mejilla[5].

—Hijo de…

Antes de poder terminar de mentar a su madre, el universitario se quedó en silencio y miró al techo. Había oído algo. 

Pasos.

Algo se acercaba a toda velocidad. Pasos pesados y aparatosos, con el inconfundible tintineo de una armadura. ¡Pero no venía solo! Otras zancadas más ligeras le seguían el paso.

—¡Tengo más vareazos en el lugar del que salieron estos! ¡Venid aquí si os atrevéis!

Los cultistas intentaban rodear al brujo, que se revolvía y hacía molinetes con su bastón como un verdadero demonio. Como para acercarse. Mientras, el propio Tancredo se preguntaba cuanto faltaría para que aquellas salmodias que canturreaba Don Hugo hiciesen algún efecto.

Babaccar trató de desembarazarse de los zarcillos de la criatura del caos que trataban de atacarle justo en el momento en el que recuperaba su forma humana^[1], pero no se dejó engañar. Su objetivo era claro, interrumpir el ritual. Si se centraba en un combate, como sus compañeros, estarían perdidos. No tenían tiempo para ir matándolos uno por uno. El primer objetivo era interrumpir el ritual, como fuera, el segundo, derribar a Marcel. Sin su líder, los demás huirían como ratas.

El viejo respiraba con dificultad. Aquello se estaba alargando demasiado y ya no era un jovencito. Sobre su cabeza le pareció oír pisadas a toda velocidad. Si tenían suerte, sus amigos se unirían al combate. Si eran refuerzos de los cultistas, aquello se habría acabado para siempre. Estaban siendo claramente superados en número y lo único que estaban consiguiendo, de momento, era retrasar el ritual, pero aquello estaba muy lejos de llevarles a la victoria.

Decidido a cambiar ligeramente su curso de acción, Babaccar trató de cambiar de forma nuevamente pero esta vez algo no salió como estaba planeado. El caos empezaba a hacerse fuerte en aquella sala endiablada e interfería con sus poderes naturales.

El gnomo escuchó algo a su espalda, o más bien sintió. Era una sensación extraña: un vaho de tristeza y soledad acercándose un poco reptando, otro poco flotando, pero con un peso insondable... y eso se estaba acercando al Cronista. Le hizo acordar a una sensación que había enterrado en su alma, profundo, pero que al ser muy parecida a la que se percibía en el exterior, pugnaba por encontrarse.

Pero Kaleb se lanzó de espaldas alejándose de los zarcillos desesperadamente. Quedó en una posición que su maestro de esgrima habría castigado con varios puntazos de su espada de práctica. Así como estaba, lanzó una estocada al cultista que había herido antes para poder salir de allí lo más pronto posible, sin miramientos.

Y así como lo hizo, salió. Ni miró a dónde estaba lanzando la estocada. Sólo el aire se apartó de su camino.

-¡Ah!- Exclamó Arnault cuando sintió la punzada de dolor en el brazo después de haber interpuesto el escudo entre él y las estalagmitas de acero que brotaron del suelo sorpresivamente. -¡Que me aspen! 

Arnault sintió las púas atravesándole el escudo y dañando su brazo. No le quedó más opción que soltarlo e inmediatamente después su escudo quedó inutilizado e incluso los colores de su casa representados en el artilugio defensivo se perdieron. Arnault masculló una maldición y dio un paso lateral para coger algo de ángulo y contraatacar de nuevo blandiendo la espada con ambas manos a fin de darle mayor potencia al golpe.

Una estocada y un puntapié bastaron para que Arnaut se desembarazase del corista que había osado destrozar su escudo[1]. El universitario cayó inconsciente, y su compañero comenzó a retroceder. Al parecer, las ganas de sobrevivir eran mayores que la de vengar a sus hermanos.

Tancredo continuó repartiendo estopa entre los coristas que osaban acercarse demasiado. Uno de los universitarios, tratando de atacar a Hugo mediante una finta, fue interceptado por el bastón de brujo. Por desgracia, la cuchillada le rajó parte de la mano derecha[2]. Nada grave en aquel momento, pero podría tener problemas si seguía coleccionado cortes como aquel.

Kaleb agitó la espada en una desesperada floritura mientras trataba de retroceder. El flautista al que ya había herido con anterioridad puso de pronto los ojos en blanco y empezó a echar espumarajos por la boca. Algo en el ambiente había comenzado a cambiar. El cronista entendió de pronto lo que había pasado: su anterior estocada le había rajado también el hábito y su floritura había terminado de rematar la faena. La radiación del ritual había hecho el resto.

Marcel se puso en pie.

Marcel era un muchacho joven, apuesto y de mirada arrogante. El típico niño de familia bien. Su túnica, de hecho, era mucho más elegante y elaborada que la del resto de universitarios. Estaban ante el hermano mayor de Veritas Lux Mea: las cosas se ponían serias.

—Hasta ahora solo hemos logrado convocar una pequeña parte de La Boca del Pozo —dijo, mirando a los zarcillos que se revolvían confusamente sobre el altar—. Habéis cometido la desfachatez de intentar sabotear nuestro ritual, pero esto se acaba aquí.

Cuando alzó los brazos y las mangas cedieron, lograron ver por primera vez los extraños anillos que Marcel tenía en las manos. Mucho más ostentosos y brillantes que el que habían encontrado en el bosque. 

Marcel les dedicó una sonrisa sardónica antes de extender las palmas de las manos[1]. Una oleada de aire frío inundó la habitación, golpeando especialmente a Babaccar y a Kaleb.

El druida se percató entonces de un detalle preocupante: mientras trataba de retroceder a la desesperada de los zarcillos, el medallón de plata se había soltado. Quizá se había aflojado a causa de todas sus transformaciones o alguno de los ataques que le dieron de lleno. Era difícil saberlo con seguridad.

Pero cuando el aire vibró de pronto con una mayor intensidad, tanto el druida como el cronista comenzaron a notar un hormigueo por todo el cuerpo. Por desgracia, ya sabían cómo iba a terminar aquello.

Cuando Babaccar se levantó de nuevo, fue con cuatro patas robustas y cubiertas de pelaje negro. No recordaba haberse caído, pero ahora se sentía con energías renovadas y con ansias por saciar un hambre que no recordaba. La sangre iba a correr en aquel mausoleo.

Kaleb se sintió mucho más ligero. Toda aquella ropa y el pincho de metal le resultaban incómodas, por lo que se arrancó todo como pudo y lo apartó a un lado. Sus ojos veían mucho mejor, su oído se había aguzado y se sentía con más energía que nunca.

Los cultistas retrocedieron unos pasos al ver la transformación del gnomo. Su pelo se había enrojecido hasta tomar una tonalidad vermellón brillante. Los rasgos se le habían afilado y todo el cuerpo estaba adelgazando, sustituyendo lentamente grasa por músculo. Sus pupilas se dilataron y contrajeron hasta parecerse a los de un felino salvaje.

Babaccar, por su parte, había vuelto a convertirse en un lobo, pero esta vez era una bestia enorme y temible.

* * *

Mientras en el centro del ritual se desataba el caos, los pasos que provenían del piso de arriba se hicieron más notables. Dos personas se acercaban a las escaleras. Solo cuando sus siluetas aparecieron al inicio de las escaleras, hicieron verdadero acto de presencia.

[Ambientación: Aragorn's Return]

—¡QUE LA LUZ CAIGA Y ARDA SOBRE LOS IMPÍOS Y LOS TRAIDORES! —bramó Le Maison, bajando a toda prisa, espada en ristre.

—¡LO MISMO ACABA DE DECIR MI COMPAÑERO! —vociferó Volk, a pocos escalones detrás del caballero del Santo Pendiente.

Babaccar maldijo su suerte cuando comprobó que había perdido el medallón. Su habilidad de cambiaformas había sido vital para mantener el ritual a ralla durante todo este tiempo. ¿Qué haría ahora? Pero no había tiempo para lamentaciones, La Maison y Volk acababan de aparecer por las escaleras y eso, quizá, les daba alguna posibilidad... quizá.

Frente a él un corista se alzaba dudoso ante lo que se mostraba ante sus ojos, tal vez pensando si debía huir o atacar. El druida aulló generando una reverberación en la cámara que pilló a muchos desorientados. Tal vez pensaran que trataba de meter miedo a sus rivales pero ese era solo un efecto secundario^[1].

Gruñendo y sintiendo la furia desatada en su interior, la bestia en la que el druida se había convertido saltó directa al cuello del corista, dispuesta a despedazarlo y dejar de perder tiempo con subalternos. Marcel era su objetivo y no debía desviarse o Rimbrodrogg acabaría con ellos como se aplasta a una mosca^[2].

Arnault logró librarse del cultista que había destrozado su escudo con aquellos trucos de hechicería, una pequeña victoria para él. El que quedaba en pie, de aquellos con los que el joven Dumont había empezado a luchar, decidió que era mejor poner pies en polvorosa ahora que ya no contaba con la ventaja del número, pero Arnault no iba a permitirlo. Sobre todo por que podía acabar uniéndose a los demás que estaban en el lugar.

-¿Sin tus amigos no eres nadie o qué? - Le espetó antes de dar un par de zancadas cortándole la huida y propinarle un golpe recto con su espada.

Pero el ataque no fue tan fuerte como el anterior, Arnault comenzaba a sentir el peso del cansancio del combate y de las heridas que le habían propinado aquellos desgraciados. Por el rabillo del ojo vio que Babbacar tomaba forma de lobo nuevamente y que Kaleb se transformaba en... en algo extraño. Tal vez aquello fue demasiada distracción como para acertar el golpe.