Partida Rol por web

Luis sonrie. Primero a las murallas. Ahora al puerto. ¿Es realmente su ánimo tan liviano, o quiere más de mí de lo que parece? Bien. Sólo hay una forma de averiguarlo.

-Realmente estáis loco, amigo. Pero, a la fe, que me ahorquen si no lo están todos. Vayamos, pues a Lo Sarrai. Vos delante.

El hombre sonríe satisfecho a pesar del aire de desafío de Kamal. Los dos guardias parecen más nerviosos que el hombre de negro, quien los tranquiliza con un simple gesto.
-Eso espero, es lo mejor para todos.- Y parece dispuesto a dar la vuelta y marcharse, pero dando dos pasos gira la cabeza y mira a Kamal -Sin embargo tengo la sensación de que nos volveremos a ver. Depende de usted la forma y condiciones de ese encuentro. Dios esté con usted...-
Y dicho esto se marcha, en cuando la puerta se vuelve a cerrar la tensión que se palpaba en el ambiente se relaja y todo el mundo vuelve un poco a los quehaceres de antes.

Cesar, o Caesario, suelta una alegre carcajada.
- Cierto que estoy loco... ¡Pero a las mujeres les encanta! Es más, a veces lo que parece locura es simplemente fruto de una visión más amplia de las cosas.- Y le guiña de forma enigmatica mientras se encamina hacia el Barri de la Ribera, siguiendo el mismo camino que recorrió Luis pero a la inversa y a grandes zancadas.

Mi expresión no cambia, y lo veo salir. Cuando ya está a punto de cruzar el umbral para irse por fin, susurro, con un dejo de desagrado:

- wa`Alaykum As-Salaamu...

Por si las creencias cristianas nunca fueron de mi total agrado, ver cómo la Inquisición conseguía aberrar un dogma que al menos no era dañino me predisponía, sin poder evitarlo, contra todo representante de esa Iglesia a la que tantos adoraban, más que adorar al que se supone es su señor y dios.

No me extrañaría volver a verlo: cuando se le ocurra una excusa para ponerme en un aprieto, pero no le daré ese gusto, sea cuando sea tal encuentro.

Me doy la vuelta de nuevo y miro al tabernero, ahora algo más frío aún tras el desagradable momento con aquel supuesto mensajero del dios cristiano.

- ¿Al Conseller? ¿Y no se sabe cómo? ¿Por qué dicen que es tan extraño?

Aunque no trato de intimidarlo, sino todo lo contrario, no puedo retirarle la mirada inquisitoria al joven, esperando su respuesta con evidente curiosidad.

El tabernero deja la jarra sobre el mostrador y sonríe de una manera un tanto forzada.
-Bueno apareció degollado dicen... pero no se encontró ningún arma, ni sangre fuera de su cuello... además estaba encerrado en su torre, en su despacho y nadie vio salir o entrar a nadie de allí.-
Como un tick, como si eso le relajará vuelve a coger la jarra de antes y la frota con un trapo viejo. Habla en un tono más bajo ahora.
-Hay gente que habla de brujería, pero no lo dice muy alto ya que la posición oficial de la Inquisición es que eso solo son supersticiones y no quiere que cunda el pánico... o se desate una caza de brujas que se les vaya de las manos. Mejor dejarlo estar y que la gente que debe investigarlo lo investigue.-

Me acerco, para facilitar que me hable sin que demasiados oídos indiscretos puedan enterarse de lo que me dice, como él parece intentar al hablar más bajo.

- Vaya, brujería... Comprendo. ¿Y dónde decís que ocurrió tal cosa?

Al parecer, las líneas del destino finalmente sí están confluyendo en mi propio camino hacia el Monte Qaf, y que algo de estas características llegue a mis oídos seguramente acabará atrayéndome, quiera yo o no, por lo que cuanto más sepa, más preparado estaré.

-Pues... el Conseller muerto vivía en el Barri Honrat, como la gente de su ralea... pero no puede ir allí ahora que pienso.-

Asiento lentamente con la cabeza. Ya veremos si puedo o no.

- Ya, era sólo por saber. Gracias.

Me doy la vuelta y me dirijo hacia el exterior. Una vez el puerto me vuelve a recibir, busco con la mirada a alguien que pueda guiarme, y voy hasta un mozo de los que andan de aquí para allá:

- Perdonad, ¿sabéis cómo llegar al Barri Honrat desde aquí?

Miro alrededor, por si acaso el hombre de antes o alguno de sus guardias pueden estar intentando oír más de lo que deberían.

Justo al abrir la puerta, Kamal casi se topa con un hombre atlético y sonriente, viene acompañado de un hombre esbelto de corta barba que le sigue a corta distancia. Los dos vistes con colores vistosos, pero está claro que las ropas sientan mejor al primero que al segundo.

El primer hombre ante esto solo sonríe, con una sonrisa franca de amigo de toda la vida, y dice con voz potente pero amable:
-Vaya, perdón buen hombre. ¿No seréis por casualidad pariente mio? Es que veo muy raro ver a un joven sarraceno como usted saliendo de un antro de borrachos como este a menos que tengáis, como un servidor, predilección por la bebida.-

Luis hace un esfuerzo para no decir algo ingenioso y guarda silencio, expectante. Tiene mucha curiosidad por saber cómo reaccionará el sarraceno ante las palabras de Caesario.

Al topar, alzo una mano como para disculparme, pero noto que me hablan y presto atención. Frunzo el entrecejo, ¿era un insulto? ¿Una broma? Reconozco que mi sentido del humor nunca ha sido el mejor, pero si era una chanza, pues no me hace especial gracia, así que contesto como si me hubiera dado los buenos días:

- Lo dudo. Respeto las creencias que sigo y no salgo de este lugar tras haber tomado vino alguno.

Miro de arriba a abajo sus ropas llamativas. No me extrañaría que fueran artistas de la farándula o alguna de esas cosas, estando tan próximo el Carnaval.

- Además, me aventuraría a decir que no compartimos siquiera gustos o costumbres de otras clases. Disculpad mi torpeza. En fin, as-Salaamu Alaykum...

Inclino levemente la cabeza, a modo de despedida y me volteo, dispuesto a irme.

Luis mira al sarraceno con semblante serio.

-Si aventuraráis tal cosa, os equivocaríais, señor. Estos son tiempos duros y ni siquiera a los hombres nos es ya dado decidir con quien compartimos gustos o costumbres... Quizá algún día os déis cuenta de que todos somos actores, incluso los que no os ganáis el pan con muecas y canciones. -Y se acerca al sarraceno, sonriendo, para decir en un susurro-. Vos respetáis vuestra ley, y eso es bueno. En la ley de mis padres, yo también os digo: Shalom aleichem. Id en paz. Pero creedme: estos son malos tiempos, y esta no es la mejor ciudad para vos o para mí. Aceptad un consejo y procurad que lo que vuestra figura muestra no lo confirmen vuestras palabras.

Las palabras, herejes en esa tierra, que salieron de su boca, me hacen darme la vuelta. No compartimos exactamente las mismas creencias, pero ninguno de los dos es bienvenido, y casi menos él, visto que todos los suyos fueron expulsados cuando Isabel y Fernando se sintieron aún más grandes tras tirar por tierra siglos de esplendor traído por los míos. En un susurro, le respondo:

- En efecto, son tiempos difíciles, pero con la... voluntad apropiada y la fuerza del espíritu firme, las palabras no son más que humo de incienso: volátil. Confiad en vuestra voluntad más interior y trascenderéis los problemas mundanos.

Lo miro, como admirando su prudencia, pero preguntándome cosas sobre él, aventurando que seguramente, tan preocupado por su alrededor como está, no habrá trascendido más allá de lo que los ojos ven.

El hombre moreno intenta quitar hierro al asunto:
-Demonios, no pretendia ofenderos. Y de verdad hablais muy engolado... ¡Podriais ser comediante como nosotros! En todo caso me gustaría hablarlo todo dentro, ya que tengo mucha sed y el agua de mar es mala para mi garganta.-

Luis vuelve a sonreir con los ojos brillantes.

-¡A la fé que me place! Vamos, hay muchas cosas sobre la muerte de aquel hombre que quiero que me contéis, Caesario. -Mira al granadino mientras hace un gesto abarcador con sus brazos-. Mi nombre es Luis, Luis Osorio, y este es Caesario el loco. ¿Os uniréis ahora a nosotros?

La verdad es que volver a entrar, y menos a verlos beber, me hacía especial ilusión, pero las palabras de Osorio llaman mi atención y antes de aceptar su invitación, pregunto:

- Excusadme, ¿la muerte de aquel hombre? -con un poco de suerte y juegos en los caminos extraños de la voluntad de Alá, sabrán algo de lo que me ha comentado el tabernero.

Expectante, lo miro fijamente, con seriedad, pero dejando ver que tengo especial interés en saber sobre qué habla.

Luis responde rápidamente, guiñando un ojo.

-¿Veis? Debo beber para contaros que ha muerto un hombre: para beber necesito maravedíes. No tengo maravedíes porque no tengo trabajo. No tengo trabajo porque necesito un permiso. Y no tengo ese permiso porque el hombre que había de dármelo ha muerto... -Muestra sus dientes en una franca sonrisa hacia Caesario y el árabe-. ¿Se os ocurre, amigos, alguna manera de romper ese infernal ciclo de desdichas? ¡A mí sí: invitadme a una cerveza!

Frunzo el ceño. Obviamente, me ha molestado el juego del hombre, pero intento calmarme. No comparto ese sentido del humor. Lo miro con dureza y le espeto:

- ¿No decíais acaso que era vuestro amigo el loco quien debía contaros la historia? —mi expresión se hace menos dura—. Siendo así, ¿no sería él quien debería ser invitado?

Miro a Caesario y le pregunto:

- ¿Tenéis vos alguna condición como la de vuestro compañero o también debería transigir demasiado en mis creencias para que me contéis también la historia?

Mis palabras son lentas y educadas, aunque frías.

-No te preocupes por eso, si quieres tu copa me la bebo yo. Je-

Y seguidamente aparta la puerta de su frente de un manotazo y entra a la taberna. Al seguirlo Luis y Kamal adentro sus sentidos son invadidos por el olor a sudor y alcohol de dentro, y las risas y murmullos que como un run run siguen en el ambiente.

Luis se encoge de hombros y sigue a Caesario hasta el interior de la taberna. Una vez allí, dice:

-Y bien, contadnos. ¿Cómo murió el desdichado consejero?