Partida Rol por web

Pocoi después estas desfilando por la planta baja junto a Neus, Andreu y tus tíos. Cogéis el carruaje familiar y os dirigís, todos en un silencio incomodo solo roto por el inevitable traqueteo del vehículo en este viaje compartido, hacía la fiesta y un destino desconocido para Patricia.

Patrícia toma asiento silenciosamente en el amplio carruaje de los Fontana, entrelazando las manos sobre el regazo de su nuevo vestido de color dorado hecho a medida. Observa a su prima con una pequeña sonrisa, obviamente su ropa es más ostentosa y llamativa, al fin y al cabo es la verdadera hija de Enric y eso se nota. Para Patrícia resulta un auténtico alivio darse cuenta de que Neus conseguirá eclipsarla totalmente y seguro que muchas de las damas que habrán sido invitadas también. Ella nunca ha sido gran cosa pero le gusta así, tener que mostrarse agradable con gente que no conoce no se le da demasiado bien en estos contextos.

El carruaje se acerca inexorablemente hasta el destino de la familia mientras Patrícia mira con interés y curiosidad las calles de Barcelona a través de la ventana.
Mira por un momento a sus primos dispuesta a decir algo, pero ante la mirada de su tío se lo piensa mejor y sigue silenciosa. Quizá en al fiesta, cuando pueda escabullirse un poco y pasar desapercibida entre el bullicio.

Aunque Belasko no tiene la más mínima noción de las complicadas normas de la etiqueta, sí tiene un considerable sentido común. Aunque no le tenga el más mínimo respeto a la señora, que por noble que sea no ha demostrado nada ante Belasko, ni educación, para el caso, sabe que esa gente es peligrosa, soberbia y poderosa en cuanto a poder mundano se refiere, por lo que permanece con la cabeza gacha y tratando de parecer intimidado procurando no tener que intervenir en nada de lo que haga su "señor" Van Curie. Sube y trata de pasar todo lo desapercibido que puede en un entorno tan reducido, pero sin dejar de prestar atención a la conversación que sabe se desarrollará y que puede que revele datos interesantes. Una vez más el adolescente Belasko se traga su soberbia.

A la tarde del doce os acercáis a la mansión de Occand, esperáis llegar antes que todos los invitados. Os abre el mismo gigantón de entonces, pero esta vez os deja pasar sin dirigiros una palabra. Entráis por la puerta de los sirvientes y podéis ver en primera persona el nerviosismo en los sirvientes, veis ir de un lado a otro a criadas con las manos llenas y en vuestra nariz se confunden miles de olores, que a buen seguro por separado son edificantes, pero todos a la vez resultan cuanto menos mareantes.

Dario os recibe vestido con un traje muy lujoso para lo acostumbrado a los sirvientes, casi parece un paje de los Reyes Magos de Oriente.

-No os quedéis aquí. Venid por aquí. No, no, por ahí no... al escenario.- Os guía por un par de pasillos y puertas en una sucesión que os confunde, y de repente estáis en una gran salón, con largas mesas con el mantel dispuesto y un escenario magníficamente montado que os señala Dario -Bien, allí. Preguntad a los músicos si necesitáis que toquen alguna pieza. Marcho, nos veremos después.- Y seguidamente os deja allí, tal cual.

La algarabía en la casa de Occand me agobia ligeramente, y trato de fijarme en todo lo que mis ojos alcanzan a ver, analizando lo que pudiera ser útil. Una vez Darío nos deja en el escenario, me dirijo a Luis y Caesario.

—¿Habéis pensado en alguna pieza de música?

Mi mano, ya instintivamente y más aún por la inquietud que me causa el noble en cuya casa estamos, se posa en mi cintura, cerca de la empuñadura de mi alfanje.

Estás un breve tiempo en casa de la dama Castellbó, lo justo para que te pongan un traje de sirviente con una librea extraña. Es un pongo incomodo y extraño comparado con el sencillo hábito de fraile, con muchas capas de ropa que parecen inútiles y adornos superficiales. Luego te rocían generosamente con una extraña mezcla olorosa, que hiede como si mil cogieras mil flores y las machacaras junto con su savia y alcohol, un olor a la vez artificial y omnipresente, que camufla tus propios efluvios y no te deja oler nada más.

Poco después partís tú y Joseph en el carruaje del a viuda Castellbó hacía la fiesta.

Me pregunto que habré hecho para merecer que maltraten mi aguda nariz con semejante mejunje. Creo que es lo que más me molesta de todo. La librea me resulta incómoda, pero dadas las circunstancias es comprensible, al fin y al cabo no necesitaré pasar desaparecibido en un bosque, sino en un gran grupo de hombres que vestirán de manera parecida. Llamaría más la atención si fuera vestido sin esa librea. Eso sí lo puedo entender.

Por supuesto, sigo sin abrir la boca a menos que se dirijan a mi, en cuyo caso contestaré de manera sumisa. También había entendido que no era prudente hacer otra cosa. Que no me gustara y que no sintiera ningún complejo de inferioridad ante ese tipo de personas no significaba que no hubiera aprendido a adaptarme para poder beneficiarme.

Esta fiesta será un gran ejercicio de aprendizaje. Había que estar preparado. Traté de relajarme y limpiar mi mente de temores y dudas.

Veis que sobre el escenario han construido una especie de embarcación de mentirijillas, o carro adornado hasta lo indecible que no parece muy dispuesto a moverse del sitio, para tener a la orquesta agrupada. Ahora mismo están ensayando sus instrumentos en una cacofonía extraña y confusa. No parecen haberse dado cuenta de vuestra presencia.

Luis se acerca a los músicos en compañía de Kamal.

-Mmm. Sí... creo que unas fanfarrias para cuando salga a escena representando al antepasado del señor Occand serán necesarias... -le dice a su compañero, dando algunas instrucciones a los músicos-. Bien, Kamal, Caesario, esto será bien sencillo. Tal y como hemos ensayado: yo representaré el linaje de Occand: vos, Kamal, sus enemigos, las adversidades, y Caesario, vos seréis el gracioso. Todo está ensayado, así que no tendremos problema: si os olvidáis de vuestro papel, improvisad, que yo vendré en vuestro rescate. Y sonreid, sonreid mucho, cuando hayamos acabado.

No has tenido mucho tiempo para prepararlo, y se nota, has cogido de aquí y allá diversas obras que te resultaban familiares junto a otras que estas harto de ensayarlas y has cogido tópicos comunes de una y otra para hacer algo agradable a la concurrencia. Sin embargo temes que quizá los espectadores tengan el gusto demasiado exquisito para una obra hecha de retazos de obras populares entre la plebe.

Pero no dejas que ninguna de estas preocupaciones salga a la luz, no quieres poner nerviosos a tus compañeros de reparto.

¿Sonreír? Sí, bueno, trataré de hacerlo. Después de todo es un trabajo al que me he comprometido.

—Entiendo, espero también que os hayan quedado claros los movimientos para que no os dañe con la hoja. Avisadme si no recordáis y trataré de modificar los mandobles.

Asiento al terminar de hablar, esperando que todo esté ya preparado para la función y así podamos seguir en busca de las rarezas de Occand con respecto a la muerte del Conseller.

Dicho y hecho, os enfundáis en los disfraces y os escondéis entre bambalinas, esperando a que los invitados entren. Dario viene a veros y os saluda, añadiendo una escueta frase:

-A vosotros no os toca sino cuando acaben de comer, yo os daré el aviso.-

Los que si empiezan a tocar son los músicos que empiezan a tocar música suave pra facilitar la digestión de los próximos comensales.

Al poco tiempo, aunque vosotros os parece una eternidad, empiezan a entrar invitados al gran salón. Hombres y mujeres con recargadas vestimentas de seda y lino, elaborados tocados y caras y relucientes joyas. Empiezan a ser recibidos por Dario que los va colocando a cada uno en sus puestos.

Entráis en la casa, flanqueados por los guardias de Occand y entráis en un gran salón, que posee un escenario y largas mesas con candelabros de plata iluminándolas. En gran salón está adornado por luengos tapices con el escudo familiar, una oca con las alas extendidas sobre un mar embravecido.

Os recibe un sirviente larguirucho pero por supuesto con un buen vestido (aunque sin llegar a hacer sombra a los invitados) lleva un cetro plateado con joyas engarzadas que llega su mango hasta el suelo. Os hace una reverencia y expone:

-Bienvenidos sean señoras y señores, a la gran fiesta que da hoy nuestro señor Occand. Hoy llega Carnaval y dicen que casi todo está permitido. Disfrutad de l comida y la bebida y de una gran obra para digerir la comida.-

Con curiosidad, recorro a los presentes con la mirada. ¿Tendría Occand alguna cábala de otros Iluminados en busca de satisfacer los objetivos personales del noble o incluso cosas más allá? Respiro hondamente, centrándome en sentir lo etéreo, buscando lo mágico, o cualquier otra forma de ser más allá de la mera Realidad.

Al percibir a la chica del hospital Belasko automáticamente rehuyó su mirada, mostrándose ocupado atendiendo a su señor, un hombre de porte arrogante y aspecto extranjero. Parece también un tanto desconcertado por el lugar y no se mueve con nada de soltura en este ambiente. Sólo su librea de colores no le hace desentonar demasiado.

"Casi todo está permitido... para algunos" piensa Patrícia para sus adentros sin hacer comentarios al respecto. Su cara se vuelve la viva imagen de la sorpresa al encontrarse a Belasko en dicha fiesta. Le alegra ver que según parece se ha recuperado satisfactoriamente, pero él parece querer disimular. Quizá por vergüenza o quizá por otro motivo... De todos modos ella tampoco puede permitirse el "lujo" de dejar ver que le conoce, pero por suerte su reacción pasará algo más inadvertida, pues parecerá debido a la presencia de Míriam.

-Qué honor verla de nuevo, dama Castellbó- acaba por admitir a modo de saludo mientras sujeta la extensa falda de su vestido aterciopelado nuevo para efectuar una educado reverencia.

Castellbó sonríe de manera enigmática y responde:

-Me alegro de veros de nuevo joven damisela. Veremos a ver que nos depara la noche. Promete ser interesante.-