Partida Rol por web

Altes Gestein

Escena I - Buscando la Vieja Roca

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17/03/2012, 13:31
Enelya

La arquera cayó de rodillas a causa del dolor que profanaban sus oídos, aunque no podía escuchar a sus compañeros, oía los gritos de dolor que emitían en su interior las sombras. La joven sentía el miedo poco a poco invadir su cuerpo, pero fue Nuruk con su templanza el que hizo volver su confianza, pedía al grupo que se marcharan, pero fue eso lo que le dio fuerzas a Enelya para levantarse  y luchar. La joven que siempre había seguido a su más fiel compañero, no le abandonaría en ese preciso instante. No había tiempo, cada vez estaban mas cerca las sombras a las que Nuruk se iba a enfrentar. Notó la presencia de Tadeus, pero no miró atrás, Se apoyó sobre su rodilla hasta que recobró sus sentidos en aquel malhadado sitió y de un salto se levantó. Junto a Ludwig se posicionó lo más cerca del precipicio y tensó su arco, que no había dejado de empuñar con dureza, y con su flecha apuntó a su objetivo: el corazón palpitante.  Con la mirada fija en el objetivo, dejó que desapareciera todo a su alrededor, solo sintió la respiración, ahora unísono a la de Ludwig para dar en el blanco. 

Notas de juego

La arquera recordó que las flechas atravesarían  las sombras sin cambiar su objetivo, por lo que no cesaría en su intento.

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17/03/2012, 18:43
Caduceo ex Jerbiton

Mucho tiempo había pasado desde que un joven caduceo superará el reto del aprendiz. En ese tiempo había tenido la oportunidad de disfrutar y vivir la vida con comodidad. Tal vez la mejor parte de ese tiempo hubiera tenido lugar bajo la protección de Altes Gestein, una alianza a la que podía llamar hogar. Pero las circunstancias habían provocado que ese lugar no existiera y si no reaccionaba pronto él tampoco. No estaba dispuesto a huír sino a plantar cara para defender aquello en lo que creía.

La enorme presencia que se alzaba sobre ellos por encima del mar de magma recibía el nombre de Tarhutis. Un nombre que le era desconocido pero si que podía identificar una emoción terriblemente poderosa en él: EL ODIO.
No había tiempo, esos corazones eran muy valiosos, muy poderosos. Y si el aviso de Bastet por una vez era sincero y directo significaba que era primordial acabar con él, pasará lo que pasará pero caduceo necesitaba relajarse empezando por dejarse llevar antes de iniciar el proceso de tranquilizarse.

A su lado el movimiento de las sombras y las voces ahogadas de sus compañeros le rodeaban.
- Maldición ¡Apenas queda tiempo para reaccionar!

Sin embargo caduceo cerró los ojos y recito unas frases que con anterioridad le habían ayudado a relajarse y era algo que necesitaba hacer en este momento antes de intervenir.

- Estas cayendo desde muy alto, el tiempo pasa y cada vez adquieres más velocidad. Pero por ahora todo va bien... por ahora todo va bien... por ahora todo va bien.. porque lo importante no es la caida... ¡SINO EL ATERRIZAJE!

Con precisión y teniendo claro lo que tenía que hacer pero a la vez confiando en sus compañeros y sodalis caduceo entono unas palabras muy conocidas para él pues se trataba de un hechizo que había realizado muchas veces aunque confiaba en que su magia flexible funcionará. Le iba la vida en el intento...

 

Notas de juego

Caduceo realiza el conjuro "El aliado ilocalizable" pero centrado en el otro corazón. Confía en poder engañar a la fuente de todo mal y que sus compañeros acaben con el corazón gracias a su distracción.
Si no fuera posible realizar el hechizo lo intentaría con un hechizo espontáneo.

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17/03/2012, 21:37
Yaun Elur

Yaun no esperaba salir de allí con vida. El tremendo dolor en los oidos, seguido de un atronador silencio que sólo las voces de aquellos seres casi demoniacos interrumpía, era, lo sabía, el preludio del terrible dolor de la muerte, a la que sólo seguiría el silencio posterior de la nada.

Y sin embargo... no pudo evitarlo. Se agachó y cogió al cuervo blanco herido, dispuesto a protegerlo, mientras usaba sus armas para tratar de hacer que las sombras no pudieran llegar hasta ellos. Las piedras caían alrededor. Pronto terminaría todo.

Pero el gigante era fiel a su viejo amigo. Y si había unido su destino a esos magos condenados, lo haría tan bien como fuera posible

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18/03/2012, 10:54
Director

La cueva tembló, iracunda ante la amenaza, ante una derrota que Él nunca había podido prever. Las rocas cayeron, golpearon, hirieron. Pero ningún compañero se rendía.

Las sombras tampoco. Entre gritos, percibidos incluso en aquel mundo sordo del que solo Tadeus se había librado, los engendros de la oscuridad embistieron, con garras, fauces y miedo. Dos flechas, de sencilla madera y afilada punta, surcaron el viciado aire, por encima de aquel terror deforme, cargadas de esperanza por Enelya, y por Ludwig.

Cristóbal cargó, con su pesada armadura, con su ancho escudo por delante, con su larga espada alzada. Sus pies, chirriando con metal, pisaron el irregular suelo de piedra en su carrera. Varias sombras se desviaron hacia el cruzado, y el frío de su infernal tacto laceró el cuerpo del veterano. Aquel sufrimiento, y el dolor de las piedras que caían sobre sus hombros, sobre su espalda, terminaron por derribar a Cristóbal. Pero el cruzado se levantó, con las sombras acosándolo, y se tambaleó hacia aquel último corazón.

Yaun Elur, el gigante del bosque, se agachó junto a su fiel cuervo blanco. Con una mano, lo meció suavemente, con cariño, mientras con la otra, blandía una de sus hachas negras, regalo de su amigo goblin. Sabía que no lo vería más, ni oiría su aguda voz. Su filo acabó con varias sombras, pero eran demasiadas. Cayeron sobre él, y la gigantesca figura desapareció bajo un mar de oscuridad y odio.

El corazón… era todo lo que importaba. Caduceo, rápidamente rodeado por aquellas sombras, descargó su hechizo sobre aquel órgano. Al mismo tiempo, Nuruk avanzó hacia él, lanzando todo su restante poder para destruirlo. Y ambos se dieron cuenta de que algo no iba bien. Cuando Bernardett corrió hacia el merinita, lo abrazó y convocó su propio conjuro, también lo supo… la magia había dejado de funcionar.

El Padre de toda la magia”, oyeron en sus mentes, con la femenina voz de la gata. “Él os la dio, y os la puede quitar”.

Más cerca de la salida, Tadeus observó aquel horrible espectáculo. Vio a las sombras malherir a sus compañeros, vio a las rocas caer sobre sus cabezas. Nuruk y Bernardett, con la maga aún abrazada al sarraceno, fueron rodeados por las sombras, cuyos largos brazos tomaron forma de crueles látigos, lacerando espaldas y torsos. Caduceo cayó al suelo al recibir un impacto de roca en su desprotegida cabeza, y la sangre nubló su vista. Derrotado, se vio cercado por aquellos seres oscuros. El monje movió la cabeza, justo para ver a Cristóbal caer sobre una de sus rodillas. Su cuerpo mostraba centenares de heridas, y una capa pesada de sudor. No podía seguir, supo Tadeus, al ver su rostro brillar ante el cercano magma. Cuando las sombras cayeron sobre él, supo que la larga vida de su amigo había llegado a su fin. Un agudo grito de rabia hizo que Tadeus se fijase ahora en Yaun Elur, que en un último esfuerzo titánico, se alzó en toda su estatura, saliendo de debajo de las sombras, destrozándolas con su hacha. Sus ropajes estaban hechos trizas, y su cuerpo marcado por el rojo de la sangre. Y aún mantenía al cuervo con él, ya muerto. Pero eran demasiadas sombras, y el gigante volvió a caer, entre engendros y rocas. Tadeus oyó los ladridos de la can de Ludwig, antes de que el animal saltara sobre uno de sus atacantes. Las garras oscuras desgarraron a la pobre sabuesa, que no pudo impedir que su amo fuera atravesado por infinidad de garras, largas como lanzas. A su lado, Enelya cayó, mordida por fauces de dientes incontables, y su pequeño cuerpo tembló, moribundo.

Pero las dos flechas aún volaban. Pues todo había ocurrido en apenas unos segundos. Tadeus las vio caer sobre el último corazón, antes de que la cueva se viniera abajo sobre él. Bajo una cortina de roca, el monje dejó el mundo. Pero su última visión, más allá de la muerte, fue la de un actor de infinito amor: Nuruk, dejándose caer al magma, con Bernardett aún abrazado a él.

El mundo se apagó, justo cuando las flechas se clavaron a la vez en aquel corazón…

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18/03/2012, 10:54
Director

En la isla, Tarhutis caminaba en soledad, a pesar de que Bastet lo acompañaba. Siempre era así, pues a pesar de que aquella mujer, de felinos ojos, nunca se separaba de él, Tarhutis se sentía solo. Era el único de su especie con la maldición y, a pesar de que Bastet lo amaba, algo corroía continuamente su interior. Los suyos, un pueblo de paz y bondad, no conocían el odio, pero Tarhutis ya sabía qué era.

No lo entienden, Bastet —se quejaba—. Lo que fluye en mí no es una maldición, es… —pensó la palabra—, un don. El Don.

Un Don que hacía que Tarhutis, en una raza poderosa, fuera capaz de realizar milagros con simples palabras y gestos. Pero el mismo Don parecía engendrar rechazo entre los suyos. Solo Bastet, a través del amor, parecía superar aquella barrera.

Pero más poderoso que el Don, estaba el Odio.

Carcomido por él, Tarhutis terminó volviéndose contra su gente. Convocó al mar, y éste devoró la isla de la omnipotente raza, en un torbellino de vientos huracanados y terremotos. En su huida, solo se llevó a Bastet. Alcanzaron el lugar que aquellos seres inferiores conocían como la tierra del Nilo, y sus caminos se separaron. Bastet no perdonó el genocidio cometido, y dejó a Tarhutis, pero su amor impidió que se alejara mucho de él. Tomando una forma aceptable para aquellos humanos, convivió entre ellos. Observó como el Don de Tarhutis se extendía entre ellos, elevándolos sobre el resto de los mortales. Cómo Tarhutis, henchido de orgullo y poder, se encumbraba como un dios.

Pero la historia tiende a repetirse. Aquellos magos, hijos del Don, se rebelaron contra Tarhutis como Tarhutis se había rebelado contra los suyos. La historia ha olvidado qué fue de aquella batalla, pero finalmente el Padre fue derrotado. Su cuerpo, inmortal, fue amputado, y sus restos se enterraron en distintos lugares para evitar que regresara, y que se vengara de sus Hijos.

Bastet lloró su pérdida. Pronto abandonó aquellas tierras, peregrinando por las tierras donde los restos de su amado descansaban. Tomó diversos nombres entre los pueblos que visitaba, y vigiló. Siempre vigiló.

Pues sabía que al final la leyenda de Tarhutis renacería. La tentación ante el poder del Padre de todos los magos sería demasiado grande para algunos. Y si Tarhutis regresaba…

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18/03/2012, 10:55
Director

Caduceo ex Jerbiton despertó, sudoroso. Nuevamente, había tenido aquel extraño sueño, el que todos habían tenido una y otra vez. La luz que entraba por la vidriera iluminó su rostro, y lo calmó. Se vistió, alegre por vivir un nuevo día.

Descendió por los pétreos escalones de Altes Gestein, y se cruzó con Cristóbal y Tadeus. Los cristianos se habían quedado a vivir en la Alianza, al menos por ahora. Cuando sus ojos se cruzaron, volvieron a rememorar… aquello, fuera lo que fuera. Todavía ese día, sentían aquella extraña aventura como… no sabían definirlo. Había sido real, creían, pero al mismo tiempo, un velo de ensoñación rodeaba el recuerdo de la destrucción de Altes Gestein, del viaje a ese inexplicable tiempo, de la propia muerte de todos…

Unos pasos apresurados anunciaron la aparición de Enelya, que corría desde lo alto de la torre. Una sonrisa iluminaba su bello rostro.

¡Ha llegado! —gritó—. ¡Al fin ha llegado!

Los cuatro se apresuraron en su descenso, pues sabían que quién hablaba la exploradora. Por el camino, fueron avisando a sus compañeros. A Otto lo encontraron rodeados de sus plantas, y de Klara. Nuruk y Bernardett compartían en silencio la bella vista del amanecer en una de las salas comunes de la torre. Yaun Elur reía ruidosamente en el comedor, rodeado de los Defensores y de sus mejores amigos: el escandaloso goblin, el blanco cuervo y la comida; a su lado, Johann, el Capitán, lo miraba divertido, palmeándole la espalda al oír otra de sus batallitas. A Khalek, el joven hechicero, lo encontraron en la biblioteca, inmersos en uno de los tomos de Ignem; sus ojos se iluminaron del mismo modo que hacían siempre que veían a Enelya. Gloria y Kuanstor, como siempre, estaban en la Sala del Consejo.

Todos los aventureros salieron al exterior, al tiempo que él llegaba a las puertas de la Alianza, en el corazón de la Selva Negra. Los perros saludaron con sus ladridos, y el cazador sonrió.

Al fin os he encontrado —dijo. Su rostro mostraba el paso de loa años, igual que su cabellera, llena de canas—. Siempre supe que aquel sueño había sido real y, ahora, por fin…

Por fin estás en casa, mi querido Ludwig —acabó Gloria ex Tremere—. Como siempre debió ser.

FIN