Partida Rol por web

Desde el otro lado

4. La Ciudadela

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01/03/2011, 01:22
Director

La ciudad había cambiado y tuvieron la oportunidad de ver cuánto. La cuerda de presos (la cadena, precisando) necesitó de un largo paseo a lo largo del centro y luego a las afueras, bordeando el cementerio, antes de llegar a la Ciudadela. Pero de camino a ella sucedieron varias cosas que, por mucho que trataran de negárselo a sí mismos, demostraban en gran medida lo muertos que estaban. La ciudad no había cambiado, pero ellos sí. Parecía, a veces, que habían variado de época, pues los edificios antiguos se mantenían sobre los nuevos, o a veces constreñidos bajo ellos. También parecía que su visión había cambiado. La gente que los rodeaba era diferente. La kioskera a la que saludaban por las mañanas, el cartero de casa en casa, la anciana paseando al perro. Seguían siendo los mismos, pero... Sus pieles tenían un tono mortecino, sus ojos estaban hundidos en las cuencas. La ropa que vestían estaba deshilachada y sucia. Los coches iban camino del desguace. Los perros, las palomas y los gatos no tenían más que huesos bajo el pelaje, y sin embargo seguían orinando en los árboles, comiendo las migas de pan que podían encontrar entre los adoquines y corriendo bajo los coches con la misma alegría de siempre. Y todos tenían en sí mismos el brillo.

No importaba cómo de enfermos y moribundos parecieran, poseían una luz espectacular e innegable. A su alrededor, como la gasolina que flota en un charco, colores irisados, brillantes, cambiantes. Algunos relucían en rojo vivo, con algunas motas verdosas. Otros estaban algo más pálidos, como un azul grisáceo. Otros tenían amarillo y morado, rojo y rosa, marrón y negro. Pero todos se hallaban rodeados de eso, el brillo, la luz. Todos estaban vivos, tan vivos que era casi insoportable contemplarlos.

Y pese a que ellos, los prisioneros, no dejaran de mirarlos, ellos parecían seguir con sus vidas ajenos a este hecho. A veces la cadena se detenía y esquivaba por los pelos un transeunte apresurado. Otras no tenía tanta suerte y quien fuera se chocaba contra ellos. Cuando eso ocurría, algo parecido al dolor los asediaba. Los esclavistas soltaban una maldición y procuraban esperar a que su cuerpo volviese a la normalidad, mientras que los nuevos no sabían por qué su piel se volvía traslúcida y volátil. Al cabo de un momento todo volvía a la tétrica normalidad y podían seguir. No había modo de escapar de las cadenas, ni siquiera aunque quien te llevara se volviese incorpóreo. El metal negro no pensaba dejarlos escapar bajo ningún concepto.

Cuando llegaron a su destino, lo supieron sin que nadie se lo explicara. En mitad de una nave industrial abandonada de la que nunca habían oído hablar se alzaba lo que parecía una mezcla entre castillo y vieja iglesia. A su alrededor había gente, gente como ellos, sin el brillo. Los miraban y veían, no a través de ellos, sino reconociendo su presencia. Había niños, viejos y adultos, y soldados, muchos soldados. Algunos llevaban espadas y armaduras de épocas pasadas por encima de las ropas modernas. Había gente deforme y gente muy hermosa, gente de negro y de blanco, hasta gente con alas. Y todos vigilaban y trabajaban para reparar la Ciudadela.

La estructura del edificio había quedado desastrada, como si hubiese pasado un tornado por ella. Debía de ser reciente, porque parte de los escombros (escombros tangibles para ellos) aún se diseminaban por todas partes. La puerta de la Ciudadela se abrió, enorme y de hierro forjado y negro. Los soldados del otro lado permitieron que la cadena de presos pasara, con alegría. A lo lejos, sobre el cielo, se elevaba una columna de aire caliente, como humo transparente. Y había gritos y llantos, aunque ellos no podían descubrir de dónde provenían.

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02/03/2011, 14:59
Eduardo

A mi pesar observo con interés los cambios en el mundo a mi alrededor, todo esta definitivamente cambiado, y todo a peor. Excepto ese curioso color que tiene la gente con la que nos encontramos, los vivos supongo.

Pero nada de lo que veo me sirve para escapar de esta maldita cadena, nadie me ayuda, al ver como nos hacemos gaseosos cuando nos atraviesa algún vivo pongo la mano con la cadena en el paso de uno de ellos, la sensación es sumamente desagradable, incluso dolorosa, pero no me sirve para escapar

Con mis pensamientos cada vez mas sombrios llegamos a la ciudadela, un sitio horrible de veras, y esos gritos que se escuchan no me tranquilizan nada "¿para que nos quieren?"

se que no me responderán asi que me guardo la pregunta con inquietud

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03/03/2011, 09:01
Carlos

El trayecto hasta este lugar que llaman la ciudadela es como una pesadilla pero conforme caminamos me doy cuenta que esta pesadilla resulta muy real para nosotros. Las caras de asombro, sorpresa, incomprensión, ira, pena, ausencia, enfado y muchos otros sentimientos son constantes en los encadenados.

Vale, supongamos que estamos muertos. Y que la muerte no es para nada como pensábamos. Si esto es la muerte está mucho más organizado de lo que jamás hubiera supuesto. Demasiado organizado para mi gusto. Convertirme en esclavo a mi muerte no entra en ningún plan que tuviera hecho ni pensara hacer algún día.

No puedo por menos que murmurar al llegar al lugar en cuestión.

¿Pero qué es esto?

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03/03/2011, 09:19
Sombra de Carlos

La voz de Carlos volvió a sonar a su lado, esta vez su tono era suave, quebradizo, como si temblaran sus palabras a medida que salían y llegaban a los oídos de su destinatario.

-Convertirnos en esclavos en nuestra muerte no entra en ningún plan que tuviéramos hecho...- repite imitando a la perfección el tono de los pensamientos, con esas formas retorcidas que adicionaban un plural a donde los pensamientos apuntaban a un singular -Y aún así no estamos haciendo nada para evitarlo. Nuestras cadenas no se romperán con palabras... no- 

Y luego añade con una voz que parecía asustada

-Oímos los gritos, si, los oímos... nos harán bramar, llorar e implorar piedad, nos harán cosas peores que cuando estuvimos en prisión...- y luego añade con un susurro claro -... y esta vez tampoco podremos detenerlos con nuestros discursos...-

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03/03/2011, 10:04
Arturo

A medida que iban recorriendo la ciudad, el paisaje dantesco que aparecía ante sus ojos iba dejándolo más y más atemorizado. ¿Y si sí estaban muertos?. El cielo emitía luces mortecinas que parecían pálidos reflejos de la luz del sol y los edificios se alzaban como siniestras proyecciones de un pasado que no reconocía, y aunque las formas de los mismos correspondían por ocasiones a las que recordaba, otras veces solo parecían mezclas lúgubres de perfiles y esquinas de las viejas construcciones y las nuevas.

El espectáculo era sobrecogedor, el aire frío y pesado, y las sensaciones parecían atosigarle en aquella marcha forzada unido a la condenada cadena durante aquella travesía espectral.

Y luego la gente, aquello le causó aún más miedo cuando les observó más cerca de lo que había visto a los obreros: sus formas demacradas,  la piel con su aspecto arrugado, en algunos colgando de sus huesos, los ojos hundidos y profundos, como si la muerte se cerniera sobre ellos... y al mismo tiempo portadores de aquella refulgencia espectral que bullía de formas impredecibles y variaba de persona a persona. Reconoció a alguien tirado en una esquina, tirado cerca del callejón, el viejo Jose Antonio, un decrépito mendigo que aún tenía energías para seguir pidiendo limosna en la calle. Tenía un peor aspecto que la última vez que le viese. Era casi una calavera, sus ojos pestañeaban con lentitud y sus manos huesudas se estiraban mientras su boca murmuraba algunas peticiones, su barba grisácea y sucia, enmarañada, nacía caóticamente y daba la ilusión de flotar con cada movimiento lento de su cabeza, usaba ese abrigo marrón desgastado que parecía aún peor de este lado, pudriéndose de humedad y cayéndose a jirones, con una abertura que parecía enterrarse en la misma contextura del anciano, como si allí no hubiese ni cuerpo ni nada. Y a pesar de ello, poseía también la luminiscencia vívida que reconocía en otros, aunque algo más débil, el brillo vital se agitaba con tonos oscuros y apagados que al pasar junto a él, le hicieron vibrar con tristeza, desesperación y temor. Le hicieron recordar a la oscura cadena que le obligaba a caminar al paso incesante del anciano del tubo en la garganta.

Cuando atraviesan por el cementerio, experimenta una sensación que podría describir como un escalofrío, pues su cuerpo le transmite lentos espasmos que se traducen en ansiedad y angustia. Las lápidas oscuras y rocosas cambian muy poco, más mohosas quizás, son más tenebrosas ante la luz del día mortecino... y no obstante, algo dentro de él parecía decirle que debía detenerse y adentrarse, sentía la necesidad de internarse en la jungla de mausoleos y cruces. Tomó con su otra mano las cadenas, más el frío tacto la hizo retirarla de inmediato. Se mantuvo caminando, entrecerrando los ojos por momentos, tratando de acallar ese poderoso deseo de encaminarse al interior del camposanto.

De nuevo edificios, y gente viva. La primera vez que uno de los captores chocó y pareció desvanecerse y hacerse traslúcido, abrió la boca, sorprendido... empezó a entender que quizás no estaba tan vivo como hubiese pensado... y la segunda vez que sucedió, ahogó una risa burlona y ronca, mirando malamente a la víctima del accidente.

Al final de esta travesía sombría, se encontraba lo que los captores habían llamado "La Ciudadela". Aquel sitio era aún más siniestro e insólito que todos lo que había observado juntos en aquella travesía. Los vivos, aquellos con la luminosidad, caminaban aún, pero encontraba otros que como sus captores y sus compañeros capturados, se encontraban vacíos. Los guardias habrían sido un anacronismo gracioso y digno de alguna burla, de no ser por el sitio en el que se encontraban. Las paredes se alzaban como las murallas de una fortaleza, mientras las torres más altas le recordaban a una iglesia. La Ciudadela hervía con vida (o con muerte), otras espectrales presencias caminando, algunos deformes y espeluznantes, otros hermosos aunque lúgubres, todos se movían hormigueando en labores de reparación de lo que le recordaba algún desastre natural. De nuevo sintió ese estremecimiento escalofriante, pero esta vez cargado de un horror que no podía definir y que le hacía agitarse de forma alarmada. La columna de humo oscuro, como una aparición maligna, se alzaba mezclándose con el cielo, mientras los gritos y los llantos que creía escuchar solo reforzaban el desasosiego que sentía.

Sintió miedo.

-Esto es peor que una puta cárcel...- espetó sacando temeridad de donde no había -Seguro que el pijo y su comitiva han venido para besar algunos culos, y entregarnos por alguna pasta para que nos jodan bien jodidos...- dice temiendo que en muerte (en esta extraña muerte) tenga que pagar todos sus delitos en vida... y empezaba a dejarse aplastar por la inevitabilidad de su destino. Pánico le provocaba pensar en la prisión por todo el mal hecho... pero él mismo sentía como la culpa le pesaba más que el deseo de resistir hasta ese punto. Quizás sería la mejor manera de purgar sus infamias. él tenía razón. Si estaba muerto, se lo merecía.

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03/03/2011, 13:04
Jose Luis

Al franquear las puertas y escuchar los gritos, Jose Luis empezó a gritar también. Trató de arrancarse las cadenas sin lograrlo, y se retorció en lo posible con gran desesperación.

-¡¡¡NOO!!! ¡No, ahí no! ¡No quiero entrar! ¡No estoy muerto, no estoy muerto! Llamad al doctor Hernández, él os dirá... -Perdió la voz y siguió llorando ante la mirada de sus compañeros, de sus captores y de los otros fantasmas de la Ciudadela-. ¡¡NO ESTOY MUERTO!!

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03/03/2011, 13:17
Mujer joven

-Cierra la boca -espetó la chica de la extrema delgadez-. Cállate, ¿quieres?

Tiró de la cadena, pero no sirvió de nada. Jose Luis se hallaba en un momento de pánico extremo, en un ataque de ansiedad. De haber respirado, habría empezado a ahogarse. La joven miró a un lado y a otro, abochornada.

-¿Dónde los llevamos? ¿Al mercado? -preguntó al viejo, que asintió.

La cadena de esclavos continuó su camino en el interior de la fortaleza, que bullía de actividad. Se cruzaron con patrullas de soldados que se dirigían al exterior, con negocios de todo tipo (tiendas sobre todo, pero también algunos que nunca habían visto), con escombros y partidas de fantasmas que lo recogían. Vieron incluso a otros como ellos, esclavos, encadenados y trabajando. Algunos parecían contentos y silbaban mientras realizaban las tareas.

Pero de fondo, los gritos y los llantos. Y cuanto más se acercaban al dicho mercado, más se escuchaban.

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03/03/2011, 13:31
Anciana

El mercado era una plaza rodeada de comercios y viviendas, casi vacío en aquel momento. En el centro vieron una tarima de madera, con escaleras cortas del mismo material que servirían para subir a ella. La gente iba y venía, pero no se fijaban en ellos. Todo el mundo estaba muy ocupado.

Junto a la tarima había una mujer mayor sentada en una mesa baja. Tenía un cofre cerrado y un ábaco, y una tablilla de madera con palotes verticales sin sentido para ellos. La mujer sí que se dio cuenta de que estaban allí y se levantó para recibirlos, pero no para hablar con ellos, sino con el jefe de los esclavistas, el viejo del tubo.

-Hola, Martín. ¿Cuántos son?

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03/03/2011, 13:38
Viejo

-Son seis. Tenemos uno cada uno excepto Laura, que lleva dos -contestó señalando-. ¿No es día de mercado?

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03/03/2011, 13:42
Anciana

-El Anacreonte ha dado la orden de que se suspendan las ventas de esclavos. No se puede vender a particulares, sólo a la Necrópolis. Os pagaré el precio establecido por el Anacreonte. La estructura del edificio ha recibido muchos daños -dijo con algo de tristeza-, así que todos a la Forja. Necesitamos repararlo todo cuanto antes, por si hay réplicas.

Hubo protestas, sobre todo por parte del hombre de traje, pero con la anciana no fue despreciativo ni borde.

-Tienen el Corpus íntegro o casi, así que os daré dos óbolos por cada uno.

Escribió en la tablilla seis palotes y abrió el cofre con la llave que llevaba al cuello. Sacó monedas grandes y planas, algunas enteras y otras partidas por la mitad o en cuartos. Entregó a cada esclavista el pago acordado y cerró de nuevo el cofrecito.

-Llevadlos a la Antesala, allí se encargarán de ellos los encargados de la Forja.

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03/03/2011, 20:02
Clara

A Clara cada vez le era más difícil negar la evidencia, pero había que reconocerle a la chica que se esforzaba.

"A ver... joder, admito que me estoy asustando y mucho. Pero no puede ser que esté muerta. Los muertos no vagabundean por una versión pesadillesca de su ciudad. Los muertos no hacen nada, lo sé, no tengo dudas. Entonces, ¿qué coño es esto? Veamos... recuerdo la explosión, cuando iba en el coche. Recuerdo el traumatismo en el cráneo... eso debe ser. Estoy delirando, quizá incluso en coma. Quizá todo este largo paseo sólo está durando unos segundos en el mundo real, en los que me debo estar debatiendo entre la vida y la muerte... y pronto todo se apagará, y esta broma estúpida será lo último que haya pasado por mi cerebro."

...

...

"Y no volveré a ver a Cristóbal."

Esa súbita idea la sacudió. Recordó la conversación en el coche con Loreto, lo que ella le había preguntado. No había tenido tiempo de contestar, y quizá no hubiese sabido hacerlo, o no hubiese sido sincera... pero la respuesta era "sí". Sí, le quería. Como hacía tiempo que no quería a nadie, quizá como nunca había querido a nadie. Y no volvería a verlo.

Y entonces, ante ellos, la Ciudadela. Las puertas negras se abrieron, y la comitiva empezó a adentrarse en la devastada estructura. Sintió miedo, y de algún modo inconsciente supo que no debía ir allí. Allí acababa todo.

"Me estoy rindiendo", pensó mientras el tipo del traje la arrastraba - "mi cuerpo está cediendo, está muriéndose. Esto es como el túnel y la luz al final... sólo que mucho más siniestro y aterrador. Eso no me molesta, de todos modos la versión católica - new age tampoco me gustaba, pero... ¿de verdad debo hacerlo? ¿debo rendirme, dejarme llevar? ¿Don't fear the Reaper, como dice la canción?"

Apenas fue consciente de la conversación entre la anciana y los esclavistas, pero cogió al vuelo varios detalles. Las monedas, por ejemplo. Tampoco les dio mucha importancia, eran detalles que su inconsciente iba añadiendo sobre la marcha - y hasta ahora ignoraba tener un inconsciente tan creativo y macabro, podría haber hecho una fortuna vendiendo cuentos de miedo - pero su debate interno fue llevándola a una conclusión. Y con cada paso que daban, menos dudas tenía.

No podía dejarse llevar y desaparecer. Tenía que volver a ver a Cristóbal, tenía que arreglar las cosas con Isabel, tenía que terminar la carrera, tenía que saber si Loreto estaba bien, tenía que volver a tocar junto a su hermana. La lista que se formaba en su mente era cada vez mayor. Y eso que llevaba años mentalizada de que cualquier día podía ser su último día, de que su corazón podía traicionarla. Pero no así, no ahora. Tenía que hacer algo.

Trató de plantar sus pies con firmeza en el suelo, no dejarse arrastrar. Pero esa cadena ejercía una fuerza irresistible. Decidió probar por otra vía. Había escuchado retazos de las conversaciones en esa especie de "tráfico de almas" raro, y al parecer les querían para reparar los daños que esa "Ciudadela" había sufrido. Pensó que quizá podía lograr que su captor se detuviese, e incluso que se acercase a ella... y entonces se enteraría de cómo las gastaba. La forma no importaba: lo que importaba era resistirse. Luchar.

- ¿Nos váis a poner a trabajar en reparar todo esto? - preguntó en dirección al del traje - ¿Pero a ver, qué ha pasado? Esto no ha sido por la explosión, ¿no? Estamos demasiado lejos. ¿Es que los fantasmas también sufrís terremotos o algo así?

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04/03/2011, 08:50
Carlos

Información. Me falta información. No sé qué soy ahora, cuál es mi lugar, no tengo contactos ni recursos. No sé nada. Maldición, sin información tan vital como qué soy y qué hago aquí no puedo seguir adelante. Piensa maldita sea, piensa. Estos esclavistas respetan a la mujer, que representa a algún tipo de autoridad. O la temen. O ambas cosas. Me pregunto si tendrá algún sentimiento humano.

¡Ejem! ¿Podría por favor decirnos qué hacemos aquí? Me dirijo a la mujer con educación y en tono mesurado. Nos encontramos muy perdidos, ¿qué ha ocurrido? ¿Por qué nos han traído a este lugar y qué es este lugar?

Y si estoy muerto . . . ¿estos son muertos también? Entonces . . . ¿puedo conocer a alguno? ¿Todos los muertos están por aquí? No puede ser, habría millones. No, billones. Todos estos parecen relativamente "nuevos". Así que no todos los muertos están aquí . . . o no estamos muertos. Aún queda un resquicio de esperanza. Aún puedo volver a ti Claudia.

 

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04/03/2011, 08:58
Sombra de Miguel

 . . . nunca saldremos de aquí  . . .  nunca  . . .

 . . . nunca volveremos a ver a nuestro hijo . . .  nunca  . . .

 . . . nunca podremos reparar nuestro error . . .  nunca . . .

 

 

 . . .  a menos que  . . .  hagamos algo  . . .  ahora  . . . 

 . . .  a menos que  . . .  hagamos algo  . . .  por fin  . . .

 . . .  a menos que  . . .  hagamos algo  . . .  de una vez  . . .

 

 

 . . .  debemos buscar nuestro camino  . . .

 . . .  nuestro propio camino  . . .

 . . .  ¿vamos?  . . .

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04/03/2011, 10:06
Eduardo

 Llegamos a esa siniestra ciudadela y no me pierdo detalle, buscando algún modo para escapar, pero con tantos soldados no veo como. Me llaman la atención los esclavos que parecen felices "¿por que? tal vez tras un tiempo de esclavitud sean liberados"

Finalmente llegamos al mercado, desde mi punto de vista como comercial un autentico desastre, parece que al morir volvemos a la edad media. Es mi espíritu comercial el que me hace esbozar una sonrisa por la conversación entre la vieja y nuestros captores. La autoridad ha limitado el libre mercado quedándose con todos los recursos a un precio fijo, la pesadilla del comercial

Escucho las reacciones de mis compañeros de infortunio, están tan perdidos como yo

-¿entonces vamos a trabajar en la forja?¿los gritos salen de allí?¿que son?- procuro mantenerme calmado, ocultando mi inquietud lo mejor que puedo

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04/03/2011, 10:13
Sombra de Arturo

 La voz en tu cabeza suena mas aguda, casi histerica, furia y miedo parecen combinarse a partes iguales en ella

-no, no puedes dejar que te lleven a la forja, un momento de dolor y luego nada, una eternidad vacia. Has de escapar ¿me oyes? has de escapar para pagar por tus pecados-

 

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06/03/2011, 23:45
Miguel

A medida que caminaban, Miguel dejaba de estar tan convencido... Aquello iba más allá de ser un simple sueño, y por muy empeñado que estuviera en creer lo contrario, no pudo más que darse con la cruda realidad, literalmente, cuando uno de esas coloridas personas chocó -o más bien atravesó- la mano que tenía libre. Ignorando el dolor, Miguel levantó ese brazo y observó como las partículas que antes fueran su mano volvían a replegarse hasta formar cinco dedos.

Del resto del camino no recuerda nada más, pues su mente se colapsó en aquel instante convirtiénose en un zombie guiado por una cadena. Sin embargo, al llegar, los extraños ruidos que venian de la ciudadela volvieron a despertarle, pero sobretodo los gritos de Jose Luis. "¿Muerto? ¿De que habla ese loco? No estamos mu...". Entonces una voz, nítida y alta. Casi podia decir que la habia escuchado antes, pues le sonaba muchísimo, igual hasta era su propia voz y lo que pasaba es que se habia vuelto loco finalmente.

Fuera quien fuese, Miguel estaba deacuerdo con la voz. Siempre lo había estado. De hecho el mismo se dijo lo mismo años atrás, pero finalmente se dio por perdido. No estaba seguro de poder seguir su camino, no después de todo.

El hombre en bata miró a un lado y a otro antes de abrir la boca, la cual se le hacía ahora extraña.

-¡¿Quién me está hablando?! -dijo y volvió a tirar de la cadena con fuerza.

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07/03/2011, 00:11
Director

La anciana no les prestó mucha atención. Ya se estaban desmadrando mucho y haciendo preguntas, y ella no sería quien les contestase. Los esclavistas tiraron de ellos en dirección a la columna de humo transparente. Ninguno contestó preguntas ni atendió ruegos, ni siquiera para despreciarlos o mostrarse violentos. Era como si hubiesen decidido unánimemente que ninguno de ellos merecía la pena.

Los gritos se amplificaron conforme se acercaban a la Forja. También comenzaron a escuchar un martilleo rítmico de fondo, crispante y agudo. Desde fuera, el edificio era un almacén corriente, con una salida de humos en el tejado. La puerta era custodiada por dos soldados que, espada en mano, aguardaron a que el anciano líder les explicase lo que les había dicho la mujer del mercado.

Mientras hablaba, dobló la esquina otro soldado, aunque éste no llevaba en la mano una espada sino una correa. Atado a ella había un perro deforme con una mandíbula muy grande, enseñando los dientes y babeando. El soldado tiró de la correa y el perro obedeció. Era el primer animal que veían desde la explosión, al menos el primero que interactuaba con los fantasmas conscientemente... pero estaba claro que no era un perro normal.

Los tres soldados los acompañaron al interior, a una habitación cerrada con las mismas cadenas negras que los arrastraban a ellos. El pasillo continuaba hacia la derecha, hacia la zona de los gritos y los martilleos. El perro gruñó muy agresivo al grupo mientras uno de los soldados abría la puerta de la habitación.

-No nos quedan cadenas, así que hay que mantenerlos a raya por la fuerza -comentó uno de ellos al anciano del tubo, mientras su compañero quitaba el candado de la puerta.

Un griterío surgió del otro lado de la habitación y varias figuras hicieron ademán de salir, pero el perro ladró y trató de lanzarse de uno de ellos. Fue suficiente para que volviesen a sus sitios.

Uno a uno, fueron despojándolos de las cadenas y empujándolos al interior. Aterrizaban sobre el suelo duro o sobre otros fantasmas que no podían apartarse por culpa de las cadenas. A Carlos, su captora le quitó las gafas y se las guardó en un bolsillo. Cuando todos pasaron al otro lado, la puerta se cerró y se escuchó cómo el candado volvía a cerrarse.

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07/03/2011, 00:41
Director

La débil luz procedía de las rendijas de las paredes y de la puerta, pero era suficiente para ver lo que les rodeaba. Se trataba de una habitación pequeña con aire de celda, argollas de hierro negro clavadas en las paredes y cadenas aquí y allá que mantenían sujetos a otros prisioneros. Porque los había, y muchos. Eran dieciocho contándose a sí mismos. Arturo y Carlos podían recordar de pasada alguno de aquellos rostros. Eran las madres de los niños que jugaban a gritos en la cafetería, y también el camarero. Pero de los niños no había ningún rastro.

La mayoría estaban encadenados a la pared, pero unos cuantos estaban sueltos y nerviosos. Eran los que habían tratado de salir al abrirse la puerta. Había otro más en el suelo, sin cadenas. No se había puesto en pie como el resto sino que permanecía en el suelo lloriqueando. Le faltaba la pierna derecha desde la rodilla, aunque la herida no sangraba ni tenía aspecto de haberlo hecho nunca.

Casi todos lloraban o tenían un semblante angustiado. Algunos repetían frases inconexas, pero una de las mujeres no dejaba de decir "mi hijo, mi hijo", como una autómata, casi sin emoción.

Y los gritos continuaban de fondo, tan rítmicos como los martillazos.

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07/03/2011, 09:20
Carlos

Busco entre los presentes a alguien que estuviera antes aquí. Antes que nos trajeran a nosotros. Alguien que no parezca estar en shock ni conmocionado. Ni herido. Alguien capaz de hablar coherentemente o al menos que lo parezca.

Hola. ¿Cómo habéis llegado aquí? ¿Y cuándo os trajeron? ¿Quiénes os encerraron aquí? ¿Y que ha sucedido con los niños? ¿Dónde están?

Preguntas, dudas y mil cuestiones sin resolver. Tengo que enterarme que sucede aquí. Dudo que puedan decírmelo pero cualquier cosa me ayudará a componer una imagen más completa, llevan aquí más tiempo que yo.

Aunque dirijo mis preguntas a la persona que mejor parezca servir a mis expectativas también observo con curiosidad a quienes me han acompañado hasta aquí. José Luis estaba ahí conmigo. Puedo ver aquí a algunas mujeres que me suenan, estaban en el bar. Pero . . . ¿y el resto?

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07/03/2011, 10:46
Arturo

Negociaron con ellos. Observó como eran vendidos, como si estuviesen cobrando la recompensa por la captura de criminales peligrosos. ¿Y si aquella era la justicia divina? ya tenía varias pruebas que le revelaban aquel sitio como la verdadera muerte y no sabía exactamente como él mismo reaccionaba ante aquello, su cuerpo, su corpus, parecía vibrar con las emociones, con la angustia y el miedo al igual que con la rabia y la ira, todas en forma bruta, como si se extendieran de manera general y no como si las experimentara dentro de sí... como si ellas le sustentaran ahora.

Estuvo a punto de decir algo, estuvo a punto de lanzar otra protesta, pero... pero aquello cada vez parecía más un merecido castigo que tendría que sufrir. Quizás era el instante exacto para dejar de actuar, para afrontar su condena.

Y de nuevo la voz, su voz. Ese maldito. Apretó su puño mientras la escuchaba sin responder nada. Estaba en su cabeza, en su cabeza, solamente en su cabeza.

"Merezco mi castigo... ¿no es eso lo que querías?" piensa, mientras camina sin más opción. Aquello era un patíbulo improvisado, guardias, jueces y la prisión. Aquel enorme mastín infernal, que parecía un perro deforme logró hacer que de nuevo sintiera una siniestra agitación producto del terror, se sentía débil e indefenso. Él era el primero, halado por el anciano, el maldito anciano.

Y entonces la celda abre sus puertas y todos son empujados, él en primer lugar, da dos pasos apartando con las manos a quienes estaban muy cerca, y uno a uno, sus compañeros de captura fueron depositados allí. Observó el sitio, la celda, la prisión. Había escapado de ser enviado a la cárcel en vida, para ser enviado a una en la muerte... sólo que aquella era peor, más oscura, más tétrica, con el ruido de fondo de los golpes metálicos y los gritos llenando sus oídos. No le gustaba lo que oía, sentía terror...

Y observó a sus compañeros. Sus rostros, le eran familiares. Sintió una vibración, un recuerdo que pareció materializarse en fragmentos inconexos de un odio profundo, pues había visto esos rostros -o muy similares- observándole con desdén en la cafetería, hace unas...

¿unas horas, unos días, unas semanas?. No lo sabía.

No, eran la madre de aquellos hijos, ¿merecerían ellas también semejante trato? podría creérselo de sus compañeros, pero no de aquellas mujeres.

-¡Cállate, cegato de mierda...!- le dice explosivo, mientras ahora parecía experimentar rabia y frustración, extendiéndose lentamente por cada partícula de su ser. -No se que gilipollez es esto... no... no es una maldita cárcel, conozco bastardos como ellos, te venden al mejor postor, te llevan lejos para trabajar, prostituyen a las mujeres y ponen a los niños en adopción donde nadie les vea...- repetía entre dientes, pero el sonido de la forja le tenía nervioso.

-Tenemos que escapar de este maldito lugar... esto no es justicia, no voy a ser el negocio de nadie...- repite. No sería así como pagaría sus culpas, no siendo una mercancía, no siendo víctima de los tratantes, no, no iba a aceptar una justicia menor a la divina, si existía en alguna parte. Se lanzó contra la ventana, probando la firmeza de la puerta, más que por encontrar algo, por desespero.