Partida Rol por web

Un hombre joven, pero desgastado por el cansancio y las jornadas extensas en el campo, se para al lado de Gastlod y saluda con una mano a los recién llegados.

-Soy Mirt, y debemos partir ahora mismo. -Dice secamente y emprende la marcha sin dar tiempo a presentaciones ni charlas banales, algo dice que será igual de sociable y carismático que el Enano del grupo.

Mientras se aleja, Gastlod los despide estrechando la mano de cada uno y deseándoles suerte -El señor Alba los esperará a su regreso para recompensarlos como lo merecen!

Y así, empieza el viaje hacia el Este, hacia las colinas de la daga. Colinas con la reputación de estar infestadas de goblins, orcos y cosas peores que se replegaron tras la expulsión de los Zhents.

El primer día de viaje dejó varias sensaciones: Por un lado, iba a ser dificil mantenerle el ritmo a ese muchacho que se movía siempre apresurado, y aún cuando en su cara expresaba cansancio, nunca se quejaba y poco se detuvo a descansar.

Por otro lado, mientras Codice, Ladfiena, Fewyhn, Beleg y Abrahel contaban historias y charlaban cosas de sus vidas; parecía una competencia del que menos palabras pronunciara entre Mirt y Klain, completamente metidos en su cuento: Mirt guiando y Klain con su ratón, su loro, su pony y sus inumerables objetos raros que tenía.

La noche pasó con los turnos de guardia establecidos, pero no pasó nada de extraño.

La mañana llega y con ella el afán de Mirt de continuar camino, pero algo llama la atención: Humo a lo lejos, humo de algo quemándose.

Un acercamiento a una distancia prudente, revela una casa de madera reducida casi a cenizas, ya no hay fuego, pero el humo aún brota de ella.

Como se evidenciaba desde un principio, el Enano no iba a ser una buena compañía de viaje y evidentemente así fue. Inmiscuido en sus propios asuntos y hablando con los suyos propios.

El viaje había sido largo y extenuante para sus cortas piernas, pero Klain era un tipo acostumbrado a este tipo de jornadas y al final del día apenas si sentía el cansancio. Lo curioso era que el Enano nunca montó su pony, su querido Kisslar. Siempre caminó y Kisslar lo seguía fielmente sin necesidad de lazos ni cuerdas.

En la noche se sentó cerca al fuego junto a los demás compañeros, pero no pronunció palabra alguna, salvo respuestas monosílabas a las preguntas que se dirigían a él. Se limitó a sacar del saco un libro de pasta de cuero y hueso, muy grueso y empezó a leer en susurros para si mismo en su propia lengua.

-Merodeadores de colinas -Se limitó a decir cuando se acercaron y vieron la casa en ruinas, era evidente que alguien había hecho tal estrago y seguramente serían incursores de las colinas que muy bien conocía.

-Seguir camino, nadie con vida. -Si realmente eran criaturas malignas, no habrían nadie allí, los pocos que no hubiesen sido asesinados, hubieran sido llevados como esclavos.

Estaba encantada, entre Códice, que al final no había mezclado la sangre con nadie si no que sus padres eran de razas diferentes, Beleg, Abrahel y Fewyhn también contaban sus propias historias, algo que me hacía querer ser aún mas una heroína.

No solo eso, Gastlod nos ha comprado cosas a todos, después de hablar sobre los esqueletos tenía claro lo que necesitaba, armas que golpearan, tras mucho mirar por el mercado al final cogí una maza de armas, una pieza preciosa con mango rojo y una cabeza a la que parecía que le habían clavado unas cuantas hachas, el mango de madera pulida y bruñida  terminada en un rebaje con cuero rojo enrollado y  rematado por una pieza de hierro, el próximo saco de huesos que se me acerque lo hago astillas, no solo eso, unos titiriteros estaban realizando una exhibición con unas bolas atadas a cintas de cuero, cuando pregunte las guardaron enseguida pero al ver a Gastlod fueron mucho mas amables explicándome como funcionaban, sencillamente me encantaron, me lleve cinco junto con un cinturón para llevarlo todo comodamente.

Entonces apareció el humo y con el la casa, totalmente quemada ¿cuando la atacaron? el enano hablo, por fin ¿porque han hecho eso? no sabía quienes eran los merodeadores esos pero intente ver mejor lo que había.

Con el corazón en un puño y la mandíbula en tensión, el hermano Códice fue de los primeros en llegar hasta la escena: pese a las experimentadas palabras del enano, se negaba a aceptar que todo estuviera perdido. ¿Merodeadores?, pensaba frenético el sacerdote. Le hervía la sangre. ¿Habría una casa aquí si este fuera territorio de merodeadores? ¡Tiene que haber sido esa mala planta orca y sus langostas putrefactas! Fuera como fuera, el grandullón mestizo se acercó hasta la casa hecha ceniza, tratando de descubrir si alguien se había salvado, aunque estuviera moribundo. Con sus grandes zarpas, trató de apartar los cascotes aún calientes. Y si no puedo salvarles, les daré una sepultura con estas mismas piedras... Por primera vez en mucho tiempo, el orco sintió que no tenía nada que decir.

A pesar del recelo que solía despertar en las personas que se cruzaban con ella, Abrahel se sentía a gusto en el templo. Salvo ciertas miradas y chismes susurrados, la paladina mostraba un sonrisa encantadora entre aquellos muros.

Sus compañeros parecían ansiosos por ir a cazar no muertos, y ella los secundaba, pero se jactaba de ser precavida, así que esperó la llegada del rastreador Mirt.

Todo parecía normal, en lo que cabe, mas pronto llegó la incertidumbre a sus filas al ver el humo aflorar sobre los restos llameantes de una casucha.

Fewyhn silencioso esperó la llegada de Mirt,le siguió y no hizo ademán por conocer al explorador. Cuando pudo aprovisionarse compró varias flechas y esperó tranquilo a que sus compañeros terminasen. De vez en cuando echaba un ojo a la mediana para que no se metiese en problemas, a una distancia lo suficientemente prudencial.

Beleg disfrutó del día de mercado y no abusó de la generosidad de su anfitrión, limitándose a comprar flechas para su arco largo. Tampoco es que la cosas materiales le importaran mucho, a parte de lo que necesitaba para viajar y protegerse.

La llegada del explorador fué como un soplo de aire fresco; el elfo no aguantaba mucho tiempo encerrado dentro de cuatro paredes o incluso en una ciudad, necesitaba salir a los caminos y a los bosques para volver a sentir esa libertad que tanto idolatraba. Después de guardar a buen recaudo la poción curativa que les proporcionaron a cada uno, y cediendo alegremente las otras dos a quién las desease más que él, siguió a Mirt de cerca, procurando detectar las huellas que él había seguido aunque ya no fueran tan recientes, incluso dificilmente detectables.

La casa en ruinas humeante no le dió buena espina, pero aunque el cazador insistió en seguir, Beleg no estaba tan seguro.

- Quizá tenga alguna relación con nuestro caso, creo que deberíamos acercarnos a echar una ojeada.

Al ver enojado a su compañero semiorco, y como éste se adentró con fervor entre las cenizas, la paladina se ciñó el escudo de madera que había conseguido gracias a la amabilidad de Tunfer y desenvainó la espada cuya empuñadura sobresalía por encima de su hombro. Llevaba ceñido en el cinto un martillo de guerra por si regresaban los esqueletos, pero por ahora le bastaba con su afilado acero. 

Abrahel sintió cierta emoción al ver las brasas a punto de morir, pero recuperó el raciocinio y buscó al clérigo, preparada para cualquier emboscada. Códice se afanaba por mover los escombros calcinados en busca de supervivientes, por lo que la paladina percibió las emociones del mestizo, ignorando cualquier atisbo demoníaco que latiera en su interior.

_Códice..._ murmuró con los ojos expresivos. Guardó su espada con decisión y ayudó al hombre de fe en su tarea.

Ahora sí. Fewyhn sonrió se colocó detrás de la paladina y sacó su arco. Caminaba a unos 5 pasos de ella cubriendo a Códice, esperando ver su caballo.
Miró hacia atrás a la mediana y como si fuese un juego le indicó donde posicionarse, por supuesto lanzó una mirada al resto del grupo, como diciendo empieza la fiesta y no quiso hacer ningún ruido. Seguramente por que sus eses bien podrían retumbar en esos muros y provocar un eco que llegase bien dentro del lugar.

El elfo lunar preparó una flecha en el arco y asintió al semidrow con una sonrisa traviesa. Se acercó a la casa dando un rodeo por uno de los laterales, atento a cualquier indicio de que aquella edificación calcinada fuera algo más que un desafortunado incidente... como por ejemplo una emboscada.

El grupo se acerca a los restos humeantes de lo que una vez fue una pequeña cabaña hecha completamente de madera. El fuego había consumido todas las paredes excepto por una pequeña chimenea hecha de bloques y argamasa que se utilizaba para cocinar.

Al llegar más cerca, toman posiciones de combate, como si de las cenizas fuera a surgir algun monstruo impredecible o como si llos causantes de tal infamia estuvieran esperando para realizar una emboscada. Códice, siendo el primero en avanzar más por esperanza que por valentía, se percató de 3 lanzas clavadas del suelo, cada una de ellas con la cabeza de un humano clavada en la punta: Un hombre, una mujer y un niño de unos diez años. No habría pasado mucho tiempo desde que hubiera ocurrido tan macabro evento, aún no estaban podridos los rostros y eran fácilmente identificables, quizá hubieran pasado uno o dos días.

Cerca de las lanzas, los tres cuerpos de las cabezas se apostaban en el suelo, completamente desnudos y con heridas profundas ocasionadas por objetos cortopunzantes.

Mirt alertó un hallazgo más: El cuerpo calcinado de una pequeña criatura, del tamaño de Ladfiena, pero con colmillos filudos y orificios nasales enormes.

Goblins! -Murmura Klain -Yo ver muchos rondar Colinas. Su mirada se entrecruza con las de Mirt, pero solo el silencio invade la escena.

Luego de permanecer alerta y buscar por los alrededores, no encuentran señales de actividad cercana, solo unas huellas de pequeños calzados (más goblins) y de unas botas mucho más grandes, se dirigían en la misma dirección a la cual Mirt los guía.

Al escuchar hablar al enano, un escalofrío recorre la espalda de la paladina.

<<Goblins... ¡Puag! Bichejos repugnantes...>> piensa mientras sigue los pasos de Códice, con su leal hoja apoyada sobre el hombro, desenfundada y lista para cualquier imprevisto.

Sentimientos contradictorios se debaten en su interior: por un lado, la cabaña calcinada la entristece en el fondo de su alma. Por otro, aquel desastre le resultaba terriblemente familiar... y fácil de asimilar.

Al fin y al cabo, la paladina descendía de un linaje infernal, por lo que el caos, por mucho que ella se empeñara en abrazar la ley, corría por sus venas. Sólo la palabra de su dios la mantenía por la senda correcta.

Me acerque a las tres picas los ojos sin vida de las tres cabezas parecían mirarme, no sé cuanto tiempo estuve mirando la rocambolesca escena antes de desviar la vista al cuerpo calcinado, por dentro me recorrían sentimientos nuevos que jamas había sentido, Gwroëw me había contado historias de ataques como el que estaba viendo en ese momento, pero por muy detallado que lo contase verlo era algo totalmente diferente, junto con la repugnancia una sensación de rabia invadía mis venas, quería cazar a los culpables y acabar con ellos para que no se volviera a repetir algo igual.

Alargue la mano y una tras otra lentamente cerré los ojos de las tres cabezas murmurando una plegaria en cada una, la primera a fuese cual fuera el dios que adoraban, la segunda una plegaria a Lurue para que les guiase en el otro mundo y por ultimo una plegaria a Eilistrae para que danzara con ellos haciendoles olvidar las penas y lo horrible de su muerte.

Cuando cerré los ojos de la tercera cabeza unas lagrimas recorrían mi cara mientras la mano permanecía en los parpados y la angustia alojada en mi garganta me impedía pronunciar palabra alguna.

Fewyhn desenfundó su arco al escuchar hablar sobre Goblins, puso una flecha y sin dejar de mirar a las tres cabezas. Le parecían tan bellas, una parte macabra y oscura dentro de si reclamaba probar la sangre que goteaba de las cabezas. Hasta que Ladfiena se cruzó en su camino, recordó donde estaba y quien era. Miró al suelo avergonzado y al ver que la mediana tocaba las cabezas, hizo lo propio. Era su oportunidad de tocar las cabezas. Se acercó a ellas y tocó la de la mujer muerta. Descansa, mujer dijo en un tono muy bajo. Había sido divertido lo que habían hecho aquellos Goblins y le habían dado muchas ideas de lo que él les haría...

Códice se había acercado corriendo a los restos de la casa con la esperanza de encontrar algún superviviente, pero a unos metros de lo que había sido la puerta redujo la carrera hasta detenerse, la mirada fija en aquellos tres grotescos postes cuyos remates acababa de identificar. Sus puños y su mandíbula se tensaron de tal forma que parecían a punto de reventar.

Así estuvo por un tiempo, mientras sus aliados investigaban el área, y sólo al cabo de un rato avanzó lentamente hasta donde estaban la mediana y el mediodrow con las cabezas, que desclavó con infinito mimo (y sin prestar atención a sus compañeros) de las estacas. Su cara era una máscara sin expresión. Cuando cogió la cabeza del pequeño, se la quedó mirando: apenas ocupaba su gran mano. No dijo nada.

Recuperados aquellos siniestros bultos, el hermano Códice los colocó entre los pliegues de sus sencillas ropas, que quedaron ensangrentadas, y los comenzó a conducir hacia donde yacían los cuerpos, profanados y dejados de cualquier manera. Sin embargo, por el camino algo golpeó su bota derecha: el cuerpo del goblin. Por un momento pareció que no diría nada y seguiría su camino, pero entonces, de repente, con un movimiento simiesco y brutal y un rugido inhumano, el mestizo sangreorca levantó su rotunda pierna y descargó todo su peso sobre el cráneo del cadáver, convirtiéndolo automáticamente en fosfatina.

Terminada la escena, el sacerdote de Chauntea centró su mirada perdida (casualmente) en el elfo Beleg, tragó saliva y añadió con un hilo de voz:

-No debemos dejarles al... al arbitrio de las bestias...

Aún con su actitud apática y desentendida, era imposible para el Enano ocultar su desprecio por la escena que tenía en frente, permanece algo distante del resto del grupo y empieza a buscar en los alrededores por alguna pista que pudiera determinar la naturaleza de dicho ataque.

Al regresar sin encontrar nada en particular, encuentra a códice destruyendo un cráneo calcinado con su pesada bota. Luego, ante la propuesta del semiorco, asiente con la cabeza y lanza un griñido casi inaudible.

Empieza a recoger los cuerpos y llevarlos a un lugar cercano, donde el terreno fuera suave. Luego se acerca a su preciado pony de nombre Kisslar y de sus alforjas saca una pequeña pala. El enano empieza a cavar un hueco poco profundo donde pudieran meter los cuerpos y sepultarlos.

Sin pronunciar palabra alguna, era la primera vez que el Enano hacía un gesto bondadoso desde que se unió a la comitiva, su bondadoso corazón empezaba a sobreponerse a su timidez y asperesa y poco a poco empezaba a entrar en confianza con el varipinto grupo que desde el inicio le causó tanta desconfianza.

- Malditas alimañas...- maldijo Beleg en susurros cargados de odio, con las facciones transifguradas por el asco- Una familia entera, incluso el crío... Ojalá demos con ellos... Ojalá...- añadió con una mirada que amenazaba venganza.

Captó la sutil mirada que le dirigió Códice, asintió y, sin dudar, se acercó a él y a Klain para ayudarles a trasladar los cuerpos y darles sepultura. Colaboró con el enano, en parte sorprendido por verlo tan implicado y en parte agradecido por su buena voluntad dada la cruel escena con que se habían topado.

Mientras Beleg cava un poco profundo agujero en la tierra blanda, Códice reune algunas rocas y escombros suficientemente pesados para que los animales carroñeros no pudieran moverlos.

El guía Mirt parece fastidiado, pero no se atreve a decir palabra, parecía acostumbrado o al menos no afectado por la escena que tenían enfrente y se limita a vigilar los alrededores mientras deja que los héroes hagan lo que tenían que hacer. El sol se alzaba en su máximo apogeo; habían perdido toda la mañana, pero al fin los cuerpos estaban enterrados bajo una capa de tierra y una pila de rocas, lejos de los carroñeros curiosos. Luego de unas oraciones de Códice y unas frases de Abrahel, el grupo prosigue su camino.

La tarde pasa sin contratiempos, el clima era aplacible y los pajaros cantaban al son de la marcha, incluso Ladfiena se atevió a bailar al son del sonido de la naturaleza. Poco a poco el terreno se iba poniendo más escabroso y las colinas verdes empezaban a tener menos árboles, pero igual seguian siendo ricas en vegetación plana. Era conocido por todos que las colinas de la daga, en su parte septentrional fueron una vez un lugar lleno de granjas y fincas, el suelo es fértil y el clima amable, pero desde la guerra de la ocupación de los Zhents, ya son pocos los valientes que se atreven a venir a explotar el rico suelo.

La segunda noche de viaje llegó rápido. Una casa de madera, con signos de abandono sirvió como el refugio perfecto para pasar la fría noche que se elevó con la luna creciente y las estrellas brillantes. Los turnos de guardia se hicieron como en la noche anterior, aprovechando la visión en la oscuridad del SemiDrow, el Enano y de Abrahel para resguardar durante lo más profundo de la noche; Nada fuera de lo normal sucedió, salvo algún animal curioso, atraído por el olor a la carne seca que habían cenado con poca emoción.
El Sol se asomó magestuosamente en el horizonte ondulante y salió con gran potencia, indicando sus deseos de terminar la temporada primaveral e iniciar la veraniega. La marcha inició temprano ese día, Mirt se encontraba preocupado por el ritmo de marcha que llevaban, ya habían perdido la mañana anterior y no avanzaban tan rápido como él quisiera.

El viaje siguió su curso normalmente bajo el sol fuerte, por momentos el Enano se separaba del grupo y volvía con algunas frutas de desayuno, lo mismo hacían por momentos Beleg, Ladfiena y Fewhyn. Fueron estos últimos dos, en la tarde, quienes volvieron con tres tiernas liebres de campo, la comida perfecta que los recargaría para pasar la noche con algo decente en el estómago.
La tercera noche llegó y esta vez no hubo tanta suerte para encontrar refugio, tocó acampar a campo abierto, protegidos en un flanco por una gran piedra maciza. Todos estuvieron deacuerdo en no encender una fogata, eso atraería compañia indeseable. Las liebres se comieron crudas y el té de hierbas aromáticas tuvo que ser pospuesto. De nuevo, la noche se alzó y los turnos de guardia se doblaron debido a la posición poco ventajosa en la que se encontraban. Afortunadamente los Dioses o el Destino estaban dándoles una mano, ningún ser indeseable se apareció durante la noche, aunque los aullidos lejanos de lobos ponían nerviosos a los que vigilaban.

El cuarto día de viaje desde que partieron de Cataratas de la daga iniciaba con un sol oculto entre las nubes, y algunos ya empezaban a sentir el rigor del fuerte viaje en las colinas, las piernas no respondían como al inicio del viaje y el entusiasmo poco a poco se fue disipando a medida que las largas horas de caminata llegaban. el día trascurrió normalmente, sin contratiempos hasta llegada la tarde, cuando el sol estaba a punto de ocultarse de nuevo.....

-Hemos llegado al fin! -Señala entusiasmado el explorador. habían pasado ya mucho tiempo desde la última vez que le escucharon la voz al guía.

Mirt señala el risco de una colina -A unos cien metros inicia un camino ascendente a través de ese risco, al final del camino, se encuentra la entrada a la caverna de este nigromante que ha aterrorizado la zona en las últimas Dekhanas, justo allí.... -Se queda en silencio unos instántes y entrecierra los ojos para ver mejor.

-Se ve algo de actividad allá arriba.... que extraño. - Efectivamente, hácia la mitad de altura del risco, se veían unas diminutas sombras caminando, luego de observar durante unos instántes, un fuego se encendió, una fogata y algunas sombras se reunian alrededor.

Desde la posición en que se encontraban esos vigilantes, era fácil ver el camino que ascendía y aún estaban demasiado lejos como para determinar el número exacto de individuos que se reunian alrededor del fuego.

-He cumplido con mi parte -Señala Mirt -Y ahora es turno de irme y resolver otros asuntos, que la gracia de Mielikki esté con ustedes. -Se despide y empieza a alejarse, pero frena y dice una cosa más: -Ahh! y guarden la cabeza de ese infame para poder verla clavada a una estaca!