Partida Rol por web

Jueves, 7 de febrero de 1920. Hora 19:15

Creekville. Distrito Portuario

Panepinto´s Bar
 
El Panepinto's se encontraba en el distrito portuario de Creekville. Al entrar, lo primero que advertía el visitante era el olor al queso y el orégano de las pizzas que se horneaban en sus cocinas. Cuando las fosas nasales dejaban de reaccionar ante tal cúmulo de excitaciones que recordaban a la la tierra, la mirada del visitante se posa en el variopinto número de personas que se encontraban apostadas en la barra dando cuenta de sus bebidas.

Las conversaciones transcurrían en un tono animado y bastante jovial. Numerosas risas salpicaban de vez en cuando subrayando la camaradería que existía entre aquellas almas que habían llevado sus huesos a aquel lugar con el fin de darles la paz que necesitaban tras una dura jornada laboral.

Algunas quejas se escuchaban en un rincón de la barra, el origen estaba en la ley Volstead aprobada hacía apenas un par de meses. Todo el mundo sabía que un mal día, en especial un mal día desempleado se lleva mejor con unos cuantos grados recorriendo las gargantas. Era la ley promulgada por una pandilla de mojigatos y aquel lugar no se jugaba su licencia por aquella ley.

Las mesas se encontraban repartidas de una manera que parecía azarosa a un primer vistazo. Los parroquianos que llevaban más tiempo en aquel lugar percibían un orden implícito en aquel lugar mientras los diferentes grupos iban ocupando sus lugares desde los estribadores del puerto se situaban al fondo y en la barra hasta los que parecían pandilleros con ganas de pelea quienes se situaban cerca de la puerta.

Hacia el fondo de la barra podía verse a Luca.

Y vaya que se veía, era alto, bastante mas alto que la mayoría de los que estaban en el local, con sus 2 metros y 140 kilos; con una musculatura gigantesca gracias a los años como jugador de fútbol americano en el colegio y un año de universidad. No se podía decir que por haber llegado a la universidad aquel gigante era alguien muy culto, todos sabían que llegó allí por el deporte y que de los libros había recibido bastante poco.

Su saco reposaba en sus piernas y en algún lugar de este, su corbata. Su camisa lucía llena hasta reventar de aquella masa de músculos, más cercana a una nevera de dos puertas que a un hombre del montón. Sus zapatos pulidos, pulcramente pulidos, decían de un pasado como policía o militar, o ambos tal vez, en aquel gigante.

Barba bien cuidada en su rostro y el cabello engominado hacia atrás completaban la estampa de Luca, quien disfrutaba un vaso, callado, en la barra.

Aquel no había sido un buen día... Desde que lo echaron de la policía le había costado encontrar trabajo, algunas veces cuidaba algunos bares, pero no duraba mucho, pues nunca faltaba un borracho con ganas de tocarle los cojones a aquel oso y al final siempre era botado por apalear a los clientes. Aquel no era un buen día, y los ahorros ya escaseaban...

Al entrar siento por un momento que estoy en la cocina de mi viejo apartamento en Orleans, y Malena prepara la cena para mí y Toni, nuestro pequeño, pero aquellos años han quedado atrás desde que ella falleció. Ahora el único que cocina en casa soy yo, y por desgracia no heredé los talentos culinarios de mis padres así que la mayoría de las veces ordenamos de lugares como éste, quizás lleve hoy a casa una de estas pizzas.
Alejo estos pensamientos rápidamente al ver la barra llena de comensales y frunzo el ceño preguntándome quién demonios me ha llamado aquí y por qué.
Camino hacia la barra con una mano en el bolsillo, sacando el papel que he encontrado en mi escritorio esta mañana. "Hoy en Panepinto's" escrito en tinta azul con una letra pulcra, educada. Nada más, sólo la hora aproximada y una firma inteligible, de no ser el único trabajo que he recibido esta semana ni siquiera me habría dignado a venir.
Me siento en la barra y estoy a punto de pedir un Barbary Coast cuando recuerdo la prohibición y simplemente suspiro resignado, dejando mi sombrero en la barra sin más. Estoy atento, esperando a que alguien se me acerque y que el cantinero no quiera que consuma o me vaya, no se me ocurre nada que pedir que no contenga alcohol, ha sido uno de esos días.

Desde que había llegado al local, Rocco permanecía en el fondo junto a algunos compadres, apostando y maldiciendo de vez en cuando. Llevaba una mala racha, lo que no ayudaba a endulzar su humor agriado ya a raíz de esa condenada ley.

Finalmente, con el entrecejo fruncido, arrojó a un lado los dados y se dirigió hacia la barra, donde se sentó y comenzó a increpar al barman como venía haciendo desde hacía un tiempo. ¡Aún no me creo que nos hagáis esto! ¡Se inventan esa mierda de ley para maricones y vosotros nos cortáis el grifo! ¡Tantos putos años gastándome el jornal aquí para que os acojonéis y nos dejéis sin alcohol!

Sabiendo que era preferible no contestar, el hombre se encogió de hombros y continuó frotando vasos con el húmedo trapo. Rocco le clavó una mirada acusadora, pero al comprobar que no sería correspondida de forma alguna, dio un sonoro golpe sobre la barra y dirigió su atención hacia los muchachos que vagueaban cerca de la puerta.

Como si respondiera a su implícita intención, uno de ellos no tardó en salirle al paso, estando aún el joven estibador a varios metros de la salida. No fue necesaria palabra alguna, ambos salieron al exterior y se dispusieron a intentar romper la crisma de su adversario, posiblemente para acto seguido comprobar si llevaba algo de valor encima. Un par más hizo ademán de seguirles, aunque parecieron optar por permanecer en el interior, cuanto menos, por el momento. 

Fedor se encuentra sentado en la barra del Panepinto´s, no es que sea su bar favorito, y mucho menos desde que respeta la Ley Volstead.

Mira la única bebida que podra permitirse hoy, un cafe que parece que nunca vaya a acabarse. El bar en si no llega a ser especialmente agradable pero es verdad que muchos de sus paisanos se reunen alli tras trabajar, o en casos como el suyo, por no hacerlo.

-Espero que entre alguien ofreciendo algun curro. Otra semana mas sin que me acepten para algún trabajo en el puerto y la visita a la beneficiencia tendrá que aumentar.

Suspiro y observó el interior, esperando ver alguna cara conocida.

El camarero le dedicó una mirada analítica mientras sostenía su trapo sucio entre las manos... Escrutando al hombre que pegó las voces. No le gustaba mucho que cualquier capullo jodiese en su local. Podía ser incluso un reclamo para tener una redada y finiquitar el negocio. Aquello era malo.

Optó por ignorarle lo que calmó las miradas inquisitivas del resto de clientes, frotó la barra poco a poco, a veces se entretenía en algún punto que parecía requerir más mimo, después continuaba. La rutina duró unos segundos hasta que se puso a la altura del que había gritado.

-Está prohibido. ¿Es que no lo sabes?.- Pareció conformarse con aquella respuesta, tras pensárselo un poco añadió. -No jodas en mi local como si fueses un maldito pezzonovante. No creo que a mis amigos les guste que interrumpas su paz, no creo que quieras dormir con los peces. ¿Capisci?

No esperó a ver si lo había entendido, consideró aquel aviso como suficiente y se dispuso a hablar con otro de sus clientes.

-Eso sí que son músculos. ¿Buscas trabajo?- Aquella voz distaba bastante de ser aguda, con un acento italiano disimulado. El origen de aquella voz estaba en un hombre que no era menudo en comparación con un hombre normal, de hecho unos hombros anchos destacaban bajo su cómoda vestimenta.

-Terry Ricci. -Se presentó al tiempo que le tendía una mano gruesa, la mano de un hombre que las ha dado mucho uso.

En el otro extremo de la barra, se escuchó una maldición exclamada a viva voz:

-¡Aún no me creo que nos hagáis esto! ¡Se inventan esa mierda de ley para maricones y vosotros nos cortáis el grifo! ¡Tantos putos años gastándome el jornal aquí para que os acojonéis y nos dejéis sin alcohol!

El camarero por su parte optó por ignorarle al tiempo que Terry sujetó a su compañero del brazo. Ante aquella respuesta del camarero, la curiosidad de los hombres del lugar se disipó.

-¡Aún no me creo que nos hagáis esto! ¡Se inventan esa mierda de ley para maricones y vosotros nos cortáis el grifo! ¡Tantos putos años gastándome el jornal aquí para que os acojonéis y nos dejéis sin alcohol!- Un indeseable decidió dejar claro su propio pensamiento. Unos cuantos se revolvieron incómodos. Otros optaron por dedicar una mirada de desaprobación, al tiempo que una minoría sonreía como viendo la ironía en aquello.

El barman que parecía ser el propietario del lugar limpió la encimera, acercándose de manera casual al autor de aquellas palabras, apenas un susurro bastó para silenciarle. A continuación oteó el resto del lugar y se fijó en el recién llegado, más perdido que una puta en un convento de monjas.

-¿Te has perdido? ¿Buscas a alguien?

-Bufff tienes cara de necesitar ayuda. ¿Buscas curro?-. Preguntó una voz que le sacó de su ensimismamiento.

-Soy Fazio, Fazio Rossini de Palermo. -Se presentó al tiempo que tendía la mano, aunque de aspecto envejecido, su mano era fuerte y ancha, fruto del trabajo prolongado con las mismas. -Es bastante común ver caras nuevas y todos buscáis lo mismo... El puerto. ¿Me equivoco?

En la barra se escuchó una maldición exclamada a viva voz que atrajo a todos los interlocutores:

-¡Aún no me creo que nos hagáis esto! ¡Se inventan esa mierda de ley para maricones y vosotros nos cortáis el grifo! ¡Tantos putos años gastándome el jornal aquí para que os acojonéis y nos dejéis sin alcohol!.

El camarero y dueño del lugar, Frank. Optó por ignorarle lo que hizo que la curiosidad de los hombres de alrededor se disipase, Fazio decidió devolver su atención a su interlocutor.

Rocco permaneció unos instantes clavado en el sitio, mirando fijamente al camarero. Acto seguido se incorporó con expresión molesta y cansada, y dio una palmada sobre la barra.

Joder, Frank...¡Deberías ser tan valiente con los cabrones de arriba como lo eres conmigo! Voy a tomar un poco el aire.

Sin decir más se encaminó hacia la puerta, dirigiendo miradas desafiantes a algunos de los posibles camorristas situados cerca de esta, aunque procurando ser selectivo y centrar su atención en los que no tenían aspecto de ser muy influyentes o contar con demasiados amigos en el lugar. Después de todo, no buscaba más problemas que los habituales.

Más te vale que no te coja con la guardia baja, jodido montón de mierda...o me las pagarás por hacerte el gallito.

Emergiendo del local, decidió tomar unos minutos para relajarse...más tarde vería si probar suerte de nuevo con los dados, buscar alguien con quien descargar su enfado o dirigirse a casa y ver cómo estaban sus hermanos, Gina y Dante.

- Que día tan extraño es este no... Tengo todo el día recorriendo la ciudad en busca de empleo y en ningún lugar lo encuentro... Para terminar el día vengo a por un trago a un lugar donde ya no me quieren servir alcohol, pero alguien viene a ofrecerme trabajo.

Luca se giró hacia aquel sujeto.

- Mi nombre es Luca Di Serna, usted dirá para que puedo ser bueno... 

Qué carajo, ya los bares no lo contrataban, muchos conocían lo violento que se ponía Luca cuando lo molestaban...

Al fondo de la barra alguien expresaba en palabras lo que todos o casi todos allí sentían, aquella nueva ley era una mierda... ojala durara poco.

De entre todas las quejas del bar, una voz destacó entre las demás pero Antonino no volteó su banco; había aprendido su lección acerca de pelear contra la ley seca de frente, estaba aquí por negocios y unirse a una pandilla de borrachos no le iba a dejar plata. El barman caminó hacia el hombre y con un susurro lo hizo callar, entonces Antonino sí que volteó, estaba algo impresionado de su habilidad para calmar los ánimos, algo no muy común entre los italianos que están acostumbrados a decir lo que piensan y decirlo fuerte.
Sus miradas se cruzaron y el barman notó su presencia, caminó hacia él y le preguntó:
―¿Te has perdido? ¿Buscas a alguien?
Pensó por un segundo antes de responder.
―Creo que alguien podría estar buscándome a mí ―contestó con una sonrisa―. Antonino, Antonino Carzo ―añadió ofreciéndole al dueño del bar la mano derecha.

Fedor escupio al suelo y murmuro entre dientes "Puta ley seca". Luego miró a su interlocutor, dejó escapar un suspiro y dijo:

-Si, el puerto... O cualquier otra cosa. Se conducir ¿Sabe?

El aire frío de invierno golpeó su cara al salir del lugar. El contraste con el interior caldeado era más que evidente como bien podía atestiguar su rostro que empezaba a tornarse violáceo. 

Apenas unos instantes después, como si su salida fuese una señal de algún tipo, un flamante vehículo apareció desde el otro lado de la calle deteniéndose enfrente del Panepinto's. El motor del Ford T negro ronroneaba caldeando el ambiente frío de la calle bajo la sorprendida mirada de Rocco. En el interior se veían algunos movimientos del conductor hasta que el vehículo quedó silenciado. A continuación el ocupante salió exhibiendo así un traje impecable y aspecto sonriente.

No tardó en desaparecer en el interior del Bar. Fuera, el aire pareció tornarse más frío, como si al apagar el motor del vehículo, éste hubiese absorbido el calor del lugar.

Con una seña le indicó que se sentase en una de las mesas, ésta se encontraba hacia la zona de los estibadores pero convenientemente alejada. Se sentó de cara a los estibadores pero manteniendo también la entrada del bar en su rango de vista. 

-Sí ¡Qué cosas tiene la vida!. - Terry dedicó en aquel instante una mirada en derredor para a continuación bajar el tono de voz. -No sé si conoces a los estibadores. Son buena gente, no lo dudo, algunos de ellos de la tierra... El problema es que en América hay tantas oportunidades que incluso la escoria prueba fortuna. Hablan de derechos, del derecho a la huelga, de cobrar por estar enfermo. Sandeces... No viene al caso mi opinión, lo que sí viene es que trabajo para el patrón del Distrito Portuario, él es un pezzonovante y tiene sus propias ideas. Es malo para el negocio especialmente porque debe responder ante "los amigos de los amigos". ¿Capisci?

Admirando el coche, el joven meditó sobre si regresar al interior del local podría merecer la pena.

Ahí tienes un verdadero pezzonovante, Frankie...¿va a pasar algo interesante?

Hiciera lo hiciera, quedarse ahí parado, en medio de la calle helada y solitaria, no le resultaba una opción atractiva. Rocco se encogió de hombros, consciente de cómo su curiosidad lograba imponerse al orgullo, y dio media vuelta.

Procurando mantener una expresión neutral, empleó toda su fuerza de voluntad en controlar la habitual violencia de sus gestos, y abrió "suavemente" (al menos, menos bruscamente de lo normal en él) la puerta del bar. Con algo de suerte, podría tomar asiento y enterarse de algo provechoso sin que se armara un gran revuelo. Y si no, al menos podría matar un poco del tiempo libre de que disponía por culpa de aquella ley del demonio.

El hombre tras la barra se limpió la mano con el trapo, no estaba precisamente muy limpio pero la intención estaba ahí. A continuación estrechó la mano.

-Puedes llamarme Frank. -Se presentó con una sonrisa.

-Como no me des más pistas... Nadie ha preguntado por ti, aunque aquí hay de todo, comida, juego, negocios, trabajo... De hecho por allí están los estibadores, si buscas curro en el puerto. Es lo más fácil por aquí. -Entonces su sonrisa desapareció antes de añadir algo más en un tono de susurro:

-Si buscas otro tipo de cosas... Ahí no entro, no me importa lo que pase aquí mientras no lo sepa. No es bueno para el negocio.

-Amico no te ofendas. -Respondió secamente el siciliano. Su reacción evidenciaba su carácter siciliano al adoptar un tono no muy conciliador y poco diplomático.

- El puerto es lo lógico, al final cabo estamos por aquí. Si buscas curro como estibador te puedo echar una mano. Si buscas otra cosa, tsk poco puedo hacer por ti. -Añadió tras un chasquido con la lengua.

- Cobrar sin trabajar… Donde se ha visto eso jajaja.

A Luca nadie le había regalado nada en la vida, de ser muy humilde a al menos tener lo poco que hoy tenia lo había logrado esforzándose, en el deporte siendo el mejor, en la policía siendo duro y en el ejército matando por su país… Nunca nadie le regalo un centavo por quedarse un dia en su casa a descansar.

- Te entiendo, con la huelga tu patrón pierde dinero y se cabrea, sus patrones pierden dinero y se cabrean mas aun e imagino que tu también lo pierdes… La pregunta es, donde entro yo en el asunto, como puedo ayudarte a ti, a tu jefe y a los amigos que están por encima?

Seguro que no querían que usase dotes de oratoria con los estibadores, pero quería saber por donde había que repartir los palos… y a quienes en especifico.