Partida Rol por web

Confuso, y de alguna forma contrariado, Rocco observó al tipo. Por su aspecto parecía bastante normal, más bajo que él, con un traje limpio pero corriente...lo más llamativo que el joven podía destacar era su sombrero. A pesar de ello, y aunque no supiera identificar la razón, el hombre no le causaba una mala impresión. Podía equivocarse, pero algo le daba la sensación de que aquel trajeado tenía agallas. Por otro lado, seguía sin tener nada con lo que distraerse para intentar olvidar el tedio y la falta de bebida, y ese camarero taimado claramente no planeaba colaborar en su búsqueda más allá de presentarle a un puto desconocido en un intento de quitárselo de en medio. Bueno, algo era algo.

-Carzo, ¿eh?-dijo, sin retirar su dura mirada de los ojos del hombre. Al poco, sonrió e hizo ademán de estrecharle la mano-. Rocco Auditore. Estoy seguro de que no me esperabas a mí, pero con esa jodida ley todos parecemos estar siempre esperando algo...-hizo un gesto con la cabeza hacia el fondo del local, donde un tiempo antes había estado apostando a los dados con sus compadres-. ¿Juegas?

―Mucho gusto. Y sí, si fueras a quien espero tú lo sabrías más que yo ―dijo Antonino devolviendo la sonrisa, aquél día parecía haber conocido a más gente que en todo el mes que llevaba en Creekville, y aunque no podía decirse que fuera del tipo sociable apreciaba la compañía―. No en realidad, la suerte no es lo mío, pero podría sentarme a beber un jugo de manzana o lo que sea que se nos permita tomar ahora ―guiñó un ojo y tomó su sombrero de la barra siguiendo al hombre a su mesa, pensando que quizá su empleador podría estar entre aquél grupo de estibadores. Dejó una propina más que razonable para Frank en la barra, el barman le caía bien, y le recordaba un poco a él mismo. Era una amistad que podría venirle bien y esperaba que el dinero fuera un incentivo suficiente.

Como cada jueves desde que abrí la consulta el día había sido relativamente tranquilo. Algunas torceduras y heridas producidas en el trabajo habían mantenido mis manos ocupadas mientras mi mente recordaba, con una extraña mezcla de fascinación y horror, las heridas que había atendido durante la guerra. Sin embargo, a punto ya de dar por concluida la jornada, el paciente que aún ahora me mantenía intranquilo había acudido a mi clínica.

El pequeño Tommy, quien era menudo para sus ocho años, parecía haber perdido aún más peso desde la última vez que lo había visto... su piel pálida remarcaba el efecto de unas bolsas oscuras bajo sus ojos... su pecho bamboleaba en una afanosa respiración y cada pocos minutos violentos accesos de tos sacudían su frágil cuerpo... Una rápida exploración me hizo sospechar el diagnóstico de tisis y en una estadio avanzado.

Sin atreverme a informar a la angustiada madre de la mala situación en la que se encontraba el pequeño y de las escasas esperanzas de curación que presentaba, me limité a recetarle un tónico y me comprometí en volver a Tommy pasados dos días. Después de eso cerré con llave la puerta de la clínica y me dirigí al Panepinto's con la necesidad de un buen trago que confortase mi espíritu. Tal era mi estado de turbación que hasta que no llegué al local no recordé la recientemente aprobada Ley Volstead que echaba por tierra mi ansía de alcohol.

No obstante, y ya que había llegado hasta allí, decidí pasar un rato en el local observando el ambiente que allí había en un intento de sacar de mi mente al pequeño Tommy...

Tomando asiento junto a los compañeros que aún se encontraban en el local, Rocco soltó una carcajada de complicidad.

-Sí, uno ya no sabe si nos toman por putos críos o qué...hoy en día no hay manera de echar un trago, a menos que seas lo bastante "hábil" para que los oficiales no te cojan...-comentó de forma casual, lanzando un rápido vistazo de reojo al barman mientras este se dedicaba a sus habituales tareas.

Rocco decidió pasar un rato más allí sentado, conversando con el trajeado y los otros estibadores, y marcharse a casa más tarde si el ambiente no se animaba...después de todo, parecía que en aquella ciudad siempre había una sutil corriente lista para detonar de un instante a otro.

En ese momento, vio que otro patrón mejor vestido que la gente con la que solía tratar atravesaba la puerta del bar. Por su semblante parecía angustiado por algo, cosa que, en otras circunstancias, a Rocco le traería sin cuidado. Supuso que el tipo debía estar afectado por lo mismo que causaba pesar a la mayoría de clientes, al menos desde la perspectiva del estibador, que era ni más ni menos que la maldita falta de alcohol. Aun así, parecía más apesadumbrado que los demás. Recordando las palabras de su recién conocido acompañante, hizo un leve gesto en dirección al recién llegado.

-¿Amigo tuyo?-preguntó.

Luca observaba el intercambio en silencio... Aquel estibador era probablemente uno de los que apoyaba la huelga, y el que lo acompañaba quizás sería lo mismo. A Luca le importaba bastante poco aquel estibador o alguno de ellos, a él le interesaba trabajar y cobrar, y si el trabajo venia de alguien que pudiese conectarlo a los Pezzonovantes mejor aún, no se llegaba a ser alguien solo descargando barcos, Luca era fuerte, pero no era una mula de carga.

Recordaría ese par de rostros, si eran simples estibadores no serían objetivos de nadie, pero si alguno de ellos era parte de los sindicatos que estaban promoviendo la huelga, quizás ellos fueran objetivos.

―Algo me dice que es más bien cuestión de pasta y no de habilidad ―contestó Antonino mirando de soslayo la puerta del privado muriéndose por un coctel como los de los bares a orillas del Mississipi, adornados con rodajas de naranja y limón, de vivos colores que volvían todo borroso antes de que te dieras cuenta. Se aclaró la garganta pasando saliva para mitigar las ansias de alcohol y salió de su ensimismamiento justo a tiempo para ver al recién llegado y escuchar la pregunta de su compañero―. ¿Amigo? No, no he tenido tiempo de hacer amigos en Creekville.
Antonino observó al hombre, era evidente el cansancio en su rostro y lo hizo suspirar, todos estaban teniendo un día de perros. La ley Volsted no era la causa, pero tampoco ayudaba a relajar los ánimos.

Me siento en una de las mesas que se encuentran en uno de los laterales del local cruzándome con bastantes habituales durante el trayecto. Deposito el sombrero en un lateral de la mesa y permanezco sentado con la mirada perdida hasta que el camarero se dirige a mi sacándome de mi ensimismamiento.

Superando la costumbre de pedir un vaso de licor, pido un café solo que el camarero no tarde en traerme.

Apartando el azúcar a un lado comienzo a revolver pausadamente el café con la cucharilla mientras continúo pensando en mi paciente y en su problema... tisis... tuberculosis... la enfermedad producida por el bacilo de koch... aunque la enfermedad se conoce desde muy antiguo, en los casos como los de Tommy suele ser mortal...

- Maldición - digo para mi mismo derramando parte del café por la impotencia que siento. Perdí a muchos pacientes y amigos en la guerra... no quiero perder también a un pobre niño...

Mientras el tipo que acababa de entrar se dirigía a una de las mesas, Rocco devolvió su atención a la que ocupaban.

-¿Así que no eres de por aquí?-preguntó distraidamente, tendiendo una mano al vacío para después apoyarla violentamente contra la superficie al tiempo que reprimía una maldición. El hábito aún le llevaba a buscar por instinto algo que ya nunca estaba ahí.

Al ver que el nuevo patrón tiraba parte de su café, una fugaz sonrisa se formó en sus labios. Al menos no soy el único que está a punto de perder los estribos... Por el momento, no parecía que el asunto fuera a "animarse", pero hallarse rodeado de otros que parecían estar tan frustrados como él suponía, en cierto modo, una especie de ayuda para rebajar su propio descontento.

―Nacido y criado en Nueva Orleans ―dijo Antonino con una sonrisa melancólica, el recién llegado que cada vez parecía más nervioso y agotado derramó su café. Antonino se preguntó si no sería él quien le había mandado aquella nota, ciertamente la tinta azul no era muy común y aquél hombre parecía de los que tenían buena letra―. Disculpe un momento... ―le dijo al estibador con un cortés movimiento de cabeza y se acercó al otro hombre con un pañuelo.
―¿Día difícil? ―preguntó extendiendo el pañuelo al otro.

- No se hace usted una idea - respondo amablemente al desconocido al tiempo que extiendo la mano aceptando su ofrecimiento de un pañuelo.

Afortunadamente la mayor parte del café se derramó por encima de la mesa y apenas unas gotas han manchado el puño de mi camisa y me dedico a frotarlas con el pañuelo.

- Me temo que le he manchado el pañuelo señor. Permita que le invite a un café - añado tendiendo la mano al hombre...

―Para eso es, no se preocupe. Además, ¿qué clase de caballero sería si no tuviera más de un pañuelo? ―respondió Antonino apretando la mano del hombre―. Antonino Carzo ―saludó―, me temo que ya estoy bebiendo algo por allá, es una mesa agradable tanto si le van los dados como si no, quizá un poco de compañía le haga olvidar sus problemas un momento.
Señaló la mesa de la que venía con un movimiento de cabeza, esperaba que a los chicos no les importara un miembro más, pero lo dudaba. Parecían más concentrados en las apuestas que en ellos, a excepción de Rocco.

El trío que apenas se conocía comenzó intercambiando unas pocas palabras, la conversación lejos de ser constante eran palabras sueltas que intercambiaban los hombres pretendiendo así sustituir las conversaciones filósóficas y llenas de sabiduría que frecuentemente que sucedían al abrigo de una copa.

Hace tiempo que el sol se ocultó en algún lugar del horizonte dejando así paso a las tinieblas. Las farolas repartidas a lo largo de la calle se afanan en su labor de mantener la calle tenuemente iluminado mientras en el Panepinto's va quedando poca gente en el restaurante.

Tras dedicarse unas cuantas palabras burlonas el silencio incómodo envolvió a aquél heterogéneo grupo de hombres del puerto. 

-Vámonos chaval, te presentaré a la tropa-. Dijo secamente Fazio, incapaz de aguantar aquel silencio incómodo, al hombre que le acompañaba al tiempo que se alejaba del lugar.

- Doctor Rossi, aunque puede llamarme Mauro - respondo estrechando la mano de Antonino.

Tras meditar unos segundos su invitación asiento con la cabeza y me levanto de la mesa donde me encuentro.

- Tiene razón, quizás algo de conversación y azar pueda mantener mi mente distraída...

Fedor se alejó de aquella pareja de matones introduciéndose más en la estancia mientras se dirigía a conocer a sus nuevos compañeros. Algo le hizo girarse, no recordaba el qué, tal vez la desconfianza hacia aquellos hombres, tal vez el instinto. Cuando se giró advirtió que un vehículo con tres ocupantes se detuvo frente al Panepinto's. Algo de ese grupo le atrajo que hizo que se quedase mirándolos.

-¿No vienes?- Preguntó Fazio -¿Vas a pedirte algo? Capito -Ignorando la respuesta siguió su camino.

Dos de los ocupantes del vehículo salieron de éste, el conductor se quedó al volante. Es entonces cuando pudo fijarse en el aspecto de estos, ambos llevaban el sombrero calado en sus cabezas y bajo este largas gabardinas cubrían su cuerpo. Lo que más llamaba la atención era la rigidez de su postura que no cambiaban a cada paso mientras mantenían las manos dentro de los bolsillos de sus gabardinas.

Aquella pareja de vagos se alejaba introduciéndose más en la estancia mientras se dirigía a conocer a sus nuevos compañeros. Uno de ellos pareció girarse, ¿tal vez quería quedarse con la cara del nuevo? Parecía que encontró algo en lo que fijar su atención más allá de las mesas. 

La curiosidad hizo que Luca le imitase. Cuando se giró advirtió que un vehículo con tres ocupantes se detuvo frente al Panepinto's. Algo de ese grupo le atrajo que hizo que se quedase mirándolos.

-¿Qué pasa?- Preguntó Ricci, no tardó en ignorarle para dar cuenta de su bebida.

Dos de los ocupantes del vehículo salieron de éste, el conductor se quedó al volante. Es entonces cuando pudo fijarse en el aspecto de estos, ambos llevaban el sombrero calado en sus cabezas y bajo este largas gabardinas cubrían su cuerpo. Lo que más llamaba la atención era la rigidez de su postura que no cambiaban a cada paso mientras mantenían las manos dentro de los bolsillos de sus gabardinas.

Antonino fue afortunado, en ese momento no lo sabía pero no tardaría en descubrirlo. Su posición respecto de la de sus compañeros le ponía de cara de la calle, escogió ese lugar por poder pasar el rato ante la ausencia del néctar del que Volstead les privó. Fue entonces cuando advirtió que un vehículo con tres ocupantes se detuvo frente al Panepinto's. Algo de ese grupo le atrajo que hizo que se quedase mirándolos. De fondo, se escuchaba a sus compañeros intercambiar algunas palabras más lo que estaba viendo atraía realmente su interés.

Dos de los ocupantes del vehículo salieron de éste, el conductor se quedó al volante. Es entonces cuando pudo fijarse en el aspecto de estos, ambos llevaban el sombrero calado en sus cabezas y bajo este largas gabardinas cubrían su cuerpo. Lo que más llamaba la atención era la rigidez de su postura que no cambiaban a cada paso mientras mantenían las manos dentro de los bolsillos de sus gabardinas.

―¡Frank! ―dijo Antonino con la voz elevada señalando la ventana y llamando la atención del barman y de toda la mesa, aunque intentó sonar normal, no le gustaban nada los tipos que estaban por entrar al bar, su experiencia de policía le decía que no llevaban flores bajo aquellas gabardinas. Pero podría ser que vinieran con el hombre del privado y de ser así no quería montar una escena, aunque si venían con él ¿por qué eran tantos? ¿y por qué el chofer se quedaba esperando? Antonino no lo sabía con certeza pero estaba casi seguro de que el motor seguía encendido.