Partida Rol por web

El silencio se podía cortar en el aire. El carro ya llevaba un buen rato subiendo y de pronto, entre altos riscos, pedruscos y acantilados se pudo observar la otrora magnífica ciudadela de Valyria. Inmensas y delgadas torres construidas con materiales más resistentes que la piedra, ornamentadas con cristales de llamativos colores allí donde los mercenarios y otros buscadores de tesoros no habían podido alcanzar. 

Dagon y su tripulación se fueron poco a poco haciendo la idea de lo que allí se estaba gestando. El carro, siguiendo su sinuoso camino por un desfiladero, dejó a su derecha una inmensa vista de la planicie que rodeaban las montañas en las que Valyria estaba situada: en aquel llano, centenares de tiendas perfectamente alineadas y organizadas estaban plantadas y, entre ellas, millares de hombres y mujeres que desde allí parecían hormigas. No sólo eran una compañía de mercenarios. Estaban construyendo un civilización. 

Sandor estaba distraido cuando llegaron a ver el principio de civilización que se estaba construyendo. Señalando al lugar, miró a Dagon y a sus hombres, a los cuales dijo:

-Bienvenidos a nuestro campamento. -miró al conductor y dijo- directamente a la tienda de Daario.

Hacía muchos años desde la última vez que estuvieron en aquel lugar, en aquel entonces su rostro estaba menos marcado y todos obedecían a otro hombre: Euron. Entre las ruinas de aquella fortaleza maldita varias décadas atrás encontraron el cuerno, en aquel entonces era un paisaje bastante árido y agreste que no transmitía ningún tipo de vida, ahora por el contrario había sido colonizado y la tierra yerma no parecía tal.

Mientras el carro avanzaba por el sendero pedregoso, entre traqueteos se fijó en las condiciones de vida del lugar. No eran las mejores pero estaban determinados, de alguna manera le recordó a Pyke...

-Ellos tampoco siembran. -Concluyó.

-Ya llegamos, caballeros.- avisó Sandor mientras subían la montaña. Miró con una sonrisa en la cara el campamento que se extendía allí abajo. Ahora esas gentes eran sus gentes, y ya llevaba mucho tiempo conviviendo con ellos.

-A ver si terminamos pronto y me da tiempo a tomar un trago y buscar una buena mujer.-pensó Sandor mientras llegaban a las ruinas de Valyria. La conversación con Dagon le vino a la mente y se preguntó sobre los asuntos que se traía entre manos el viejo Illyrio. Pronto obtendría respuestas....

Parecía que el espíritu del silencio seguía vivo, al margen del sonido de los guijarros bajo el peso del carro, todo su contenido estaba enmudecido, luchando por aparentar lo más orgullosos posible, dentro de lo que cabe en un espacio tan reducido. El carro seguía avanzando rumbo a lo alto de las ruinas...

Los primeros puestos de guardias fueron superados sin mediar palabra. Todos conocían allí a Sandor Maghallis. Dejando atrás las imponentes murallas oscuras con formas finas y punzantes; como si hubiesen sido construidas por millares de rayos solidificados. 

Ante todos se extendía una pequeña plaza rodeada al sur por establos y forjas, al norte por una especie de barracones que parecían haber sido construidos hace poco, pues no guardaban el mismo estilo que el resto de la fortaleza. Y, al oeste, el grandioso castillo de Valyria, otrora magnífico. Ahora sólo guardaba una pequeña parte de su esplendor. No obstante, las torres derruidas y cubiertas por plantas enredaderas otorgaban una belleza salvaje muy afín a la de Daario. 

El carro entró en los establos. 

Sandor bajó del carro y se reunió a los hombres que habían llegado con él a lo alto de la montaña. En sus miradas veía resquemor hacia él por no haberles dejado ir montados en el carro. A Sandor le daba igual, la verdad. Cuando estuvieron todos dijo:

-Bajad a los hombres del carro y agrupadlos en la plaza. Tú-señalando a uno de los mercenarios.-Ve a decirle a Daario que Sandor Maghallis pide una audiencia urgente con él. Vamos -se apresuró.

Junto con sus hombres empezó a descender del carro, sus piernas casi se doblaban bajo su peso, entumecidas por la falta del uso y la poca práctica, parecían niños que estaban dando sus primeros pasos. Además no sentían sus pies, dormidos por el constante meneo bajo un suelo tembloroso, nada que ver con la suavidad y la calma de la marea en su leve bamboleo sobre la cubierta del Silencio.

Aquellos tiempos habían quedado atrás, solitarios en lo más profundo de los agitados mares de uno de los numerosos cabos traicioneros de Valyria, aguardando... Aguardando la llamada del Dios Ahogado.

La marcha de uno de los hombres de Sandor le devolvió a la realidad, miró interrogante a su rescatador curioso por cuál sería el siguiente paso. La audiencia estaba clara, pero... ¿Cuándo sería?

Uno a uno y encadenados todos entre sí por una largísima soga bajaron del carromato hasta ser conducidos por un grupo de mercenarios hasta la plaza que existía entre los edificios de la fortaleza. Todos eran hombres rudos, fieros y desaliñados. Algunos llevaban petos de cuero tachonado, espadas largas y botas de viaje. Otros sólo unas vestimentas largas y sueltas con sandalias. Era una extraña combinación. 

Sandor entró en el castillo de Valyria con paso decidido mientras un guardia pretendía seguir el ritmo de sus grandes zancadas. 

Las ruinas permanecían mudas como si pretendieran respetar a uno de los primeros hombres en visitarlas tras siglos de soledad. La situación sin embargo no era la misma, el hombre aunque mantenía su porte orgulloso y su paso decidido ya no era aquel marino que caminaba al lado del que llamaban Ojo de Cuervo, había envejecido y madurado, sin embargo el tiempo no le había sonreído. Sin conformarse con marcar su cara con nuevas cicatrices y senderos de la vida en forma de arrugas, le habían añadido unas cadenas invisibles, ya no era un señor flanqueado por su escolta sino un preso conducido por sus captores.

La decoración del lugar, con cierta empatía, despertó la compasión del marino, las columnas las cuales mantenían su porte sujetando en algunas ocasiones no una techumbre abovedada, sino el firmamento estrellado tampoco eran las mismas. Todas se encontraban engalanadas de diferentes elementos decorativos, colores vívidos se sucedían en forma de largas banderolas la mayoría de las veces sin ningún critero.

Todo aquello llevaba la firma del amante de la reina el cual no parecía haber adquirido sobriedad en sus gustos con el paso del tiempo. Tras haber comprobado el estado del lugar Dagon decidió apretar aún más el paso, quería resolver su destino con la mayor premura posible.

Uno de los mercenarios se persona ante ti para decirte que Daario está esperándote. 

Observando al hombre y asintiendo satisfecho, Sandor apoyó su mano en el pomo de su arma, y se acercó a Dagon y sus hombres, pero no se dirigió a él, si no que mirando a sus hombres dijo:

-Vamos, Daario nos está esperando, andando.- girándose y yendo al lugar donde Daario normalmente concedía audiencias.Ya había estado alli anteriormente, hasta él había sido recibido en audiencia por Daario hacía mucho tiempo.

-Me pregunto como irá la cosa...- pensó.

El gran líder de la Gran Compañía de mercenarios estaba sentado en un trono realizado de acero valyrio. Su forma se asemejaba a la del trono de hierro de poniente pero Dagon se pudo fijar, cuanto estuvo más cerca, de que se trataba de mujeres desnudas con sinuosas curvas y no de espadas. 

La sala del trono tenía unos altos techos con numerosos agujeros y grietas. Dos hileras de columnas muy recargadas de adornos flanqueaban el camino que Sandor, Dagon y sus marineros recorrieron acompañados de media docena de mercenarios con capa azul marino. 

Era un hombre alto, fornido y con los ojos más penetrantes que jamás se hubieran visto. A su alrededor mantenía un halo de altanería y grandeza cuyas palabras se encargaron de derrumbar. Hablaba como cualquier granjero o soldado, hablaba como el huérfano más pobre del nido de pulgas o el mayor borracho de Pike. 

—¡Oh, oh, oh! Mirad lo que tenemos aquí —saltó como un resorte en cuanto distinguió el rostro de Dagon Harlaw—. El perro faldero del mismísimo Ojo de Cuervo —se acercó al marinero haciendo una ridícula reverencia—. ¿Qué te trae por aquí, Harlaw? Te veo muy mal. 

El rostro adusto del marino se endureció, no obstante tocaba hacer de alardes de buenas formas impropias de él.

-Cómo se encuentra Daario, cualquiera diría que el tiempo ha pasado en balde. Los rumores no eran infundados. Eres el vivo retrato de los tiempos de la guerra por el trono.- A continuación dedicó una nueva mirada por los alrededores y añadió con el fin de desviar un poco el tema-Parece que tienes planes de residencia por estos lares.

Sandor cruzó los brazos y se colocó en un lateral de la sala, observando en silencio como transcurría la audiencia.

Daario sonrió. 

—No me respondiste. ¿Qué te trae por aquí? —repitió, marcando profundamente cada una de las palabras de su pregunta. 

Directo al grano, cuando no era el quien tenía el poder gustaba de otras formas de acercamiento... Supongo que ya hemos llegado a este punto...

-No soy bueno con las palabras Daario, es algo bien sabido por todos. -Y tras un carraspeo nada ceremonioso añadió- Vengo persiguiendo mis propios intereses, algo que hacemos todos normalmente, espero recuperar algo que nos fue arrebatado y está en posesión del Magister, sin embargo el parece bastante interesado en algo que usted posee... Un tratamiento para mantenerse joven -Añadió por si aquello era asunto de privacidad, sin evidenciar que estaba en posesión de toda la información- Que lo obtenga o no no es de mi interés, sólo espero recibir lo que es mío y contaba con vuestra colaboración, puede que incluso persigamos objetivos similares.

—¿Y cuáles son, Dagon —el líder mascaba lentamente sus palabras, con prepotencia—, sus intereses?

-Ganar la guerra... Todo Poniente ansía lo mismo... ¿O me equivoco? ¿Para qué el ejército que vi fuera?