Partida Rol por web

Otro estupendo día en Corantt.

Como siempre, la gente se mueve de un lado a otro haciendo lo que más le interesa. El mercado está a rebosar, y en la plaza hay un grupo de músicos animando la mañana. La luz de las enormes luces mágicas iluminan la ciudad, alejando cualquier sombra de las cavernas. Cualquiera diría que el Sol del exterior estaba brillando si no fuera porque... bueno, estáis en una ciudad subterránea.

Tu padre ha salido a presentarse ante el capitán de la guardia y obedecer órdenes. Has notado que últimamente tus padres sonríen más, y que él va a trabajar de muy buen humor. Aunque sigue bastante decepcionado por tu interés nulo en el mundo militar, ya no saca el tema tan a menudo. Quizá ha llegado el día en que admita que no estás hecho para ello.

Tu madre te ha pedido que te quedes un rato con ella y la ayudes. Lo de siempre: coser algunas prendas, traerle herramientas, hacer recados. Hoy se ha vestido con ropas elegantes por alguna razón. Parece risueña y canturrea mientras trabaja.

- ¿Cómo va todo, hijo?- pregunta tu madre.- ¿Tienes algún plan?- está cosiendo una prenda a mano con una destreza admirable, y casi ni siquiera necesita mirarla para hacerlo a la perfección.- Y me refiero a planes de futuro, no a ir a dar un paseo ahora mismo.- ríe quedamente y te mira, esperando una respuesta.

Estaba siendo un día como cualquier otro, bastante bueno eso sí, llevaba unos días en los que notaba a mis padres distintos, para bien por suerte, se les notaba muy risueños me gustaba, no sé porqué mi padre no se podía estar así siempre, ahora se le hacía muy fácil aguantarle.

Acababa de llegar de uno de los sitios a los que mi madre me había mandando no hace mucho, esto era lo que me gustaba, la libertad y pasear por mis calles favoritas. –Todo va bien madre, ya he hecho lo que me has encargado, sin problema alguno– le sonreí y me puse a su lado. –Deja que te ayude te vendrá bien– al sentarme a su lado escucho su segunda pregunta y mientras ríe, no hago otra cosa que mirarle.

–Pues...– comienzo dudando –no lo había pensado, hay cosas que me gustan como ya sabes, pero pensar en un plan– me llevé mis dos manos a las rodillas mientras seguía pensando. –Aunque últimamente la idea de dedicarme al comercio me atrae, con mi propio negocio al principio y después tener mi propia red de carretas, algo así, pero son sueños muy lejanos– mientras dije eso no pude hacer otra cosa que sonreír, era algo que quería hacer de verdad.

Zifa te mira con curiosidad y ternura.

- No creas que son sueños lejanos. Todo empieza con un deseo, y luego...- mira la pieza que está cosiendo y le da la vuelta para seguir trabajando.- ... luego sólo tienes que esforzarte para encajar las piezas. Además, ya tienes una edad.- te mira y vuelve a sonreír fingiendo una mirada severa.- ¿Qué dirá la gente si se enteran de que mi hijo aún está haciendo el vago en casa?

Se levanta y deja la ropa que acaba de coser en un cajón, doblándola con cuidado. Luego se dirige a una habitación contigua y oyes cómo abre y cierra cajones. Al mismo tiempo, llaman a la puerta de la tienda.

- ¡Ghorim, abre la puerta, por favor!- oyes su voz desde la otra habitación, mientras vuelven a llamar a la puerta con insistencia.

–Esforzarme para cambiar las cosas– repito tan solo unos segundos después que mi madre. –Dicho así suena muy fácil, quizás sea solo eso, gracias madre, tus palabras siempre ayudan– una sonrisa sincera acompaña mis últimas palabras. –La gente no sabe que hago tanto el vago– replico. –Si seguro que más de un vez se pelean porque les ayude algún día, y al final salgo muy beneficiado con eso, que he aprendido de todo un poco– guardo silencio y me quedo mirando a mi madre, esperando alguna de sus órdenes.

Al verla marchar aprovecho para ordenar mis ideas, pero me veo interrumpido por la puerta, alguien está llamando y me parece que me toca a mí, me levanto y voy directo a la puerta, no sé quién podrá ser.

Al abrir la puerta, te encuentras con una chica. Está haciendo el ademán de llamar a la puerta, pero al encontrarse con aire vacío simplemente baja la mano, reflejando la vergüenza en su rostro. La reconoces: es Aynila, una chica joven, quizá de tu edad, que trabaja como repartidora. En realidad, hace muchos trabajos para sacarse unas monedas extra. Siempre está animada y dispuesta a esforzarse.

Al verte se sorprende y se queda sin palabras. Te mira a los ojos hasta que el silencio empieza a ser incómodo, y entonces se ríe nerviosamente y da un paso atrás.

- Hola.- dice.- Venía a... venía a darle esto a Zifa.- te ofrece una pequeña bolsa de tela, no demasiado grande.- Tú eres... eres su hijo, ¿verdad? He oído hablar de ti. Cosas buenas, claro. Osea, que le caes bien a la gente. Te llamas Ghorim, ¿verdad? Encantada de conocerte, soy Aynila.- sonríe y juguetea con las manos.

Al abrir me quedo mirando a la chica, nunca está de más alegrar la vista y esta es una buena ocasión para ello. 

–Hola, Aynila si no recuerdo mal ¿verdad?– digo devolviéndole el saludo. –Sí, soy su hijo, el mismo, y me llamo Ghorim has acertado, me alegra que se hable bien de mí como dices, cuesta lo suyo pero es bonito, me consta que de ti también se habla muy bien, sobre todo por lo trabajadora que eres– le sonrío y estiro la mano para recoger lo que me da.

–Le entregaré la bolsa tranquila, si mi madre está por aquí en casa– le digo cuando tengo la bolsa. –¿Te ayudo en algo más Aynila?– me quedo en la puerta sin dejar de mirarla y esperando su respuesta.

Aynila se pone colorada al oír tus cumplidos, y se queda callada unos instantes como pensando qué decir.

- Bueno...- señala hacia atrás con el pulgar.- Creo que tengo que... ya sabes... hacer cosas. Em... Si quieres... bueno...- mira hacia el suelo y niega la cabeza con nerviosismo.- Iba a ayudar a Orren a hacer un encargo. Si quieres, luego... Bueno, da igual. Mejor me voy, que me está esperando. ¡Adiós!- se gira y echa a correr deprisa.

Oyes a tu madre desde la otra habitación.

- ¿Quién es, Ghorim?- parece ser que está moviendo cacharros y herramientas.

Observo como el nerviosismo de Aynila va en aumento y no puedo hacer otra cosa que sonreír, me parece gracioso que se ponga así por nada. –¡Adiós! ¡Que te vaya bien!– la despido, al final es lo único que me ha dejado decir, paquete en mano cierro la puerta y escucho a mi madre preguntar, parece que sigue entretenida.

Guiándome por los sonidos voy en su búsqueda, mientras ando contesto a su pregunta. –Era Aynila madre, ya se ha ido– cuando la encuentro me acerco hasta ponerme a su altura. –Me ha dicho que te dé esto– le tiendo el paquete y curioso me quedo mirando esperando que lo abra. 

Encuentras a tu madre abriendo un cajón y ordenando sus herramientas y algunas piezas de ropa que tiene que entregar hoy mismo. Cuando le ofreces la bolsa, la coge y mira en su interior discretamente. Luego te observa con los ojos entrecerrados y una sonrisa maliciosa en su rostro.

- ¿No estarás esperando a que te enseñe lo que hay dentro, verdad?- se guarda la bolsa en un bolsillo y coge una capa bordada y unos pantalones elegantes.- Coge esta ropa y llévasela a un hombre llamado Kelin, en el barrio rico. Ten mucho cuidado, porque le gusta mucho esta capa, ¿de acuerdo?- cierra el cajón y va hacia su lugar de trabajo.- Si no lo encuentras merodeando por las tiendas caras, encontrarás a alguno de sus siervos. Es un tipo muy importante, ¿sabes?- luego te mira y te anima a irte con las manos.- ¡Venga!

Miro como mi madre guarda la bolsa, parece que me voy a quedar sin saber que contenía en su interior, por lo que intentando mentir niego con la cabeza, aunque ya se sabían mis intenciones.

–Entregar la ropa a alguien llamado Kelin en el barrio rico, descuida madre, lo haré, sabes que siempre cumplo– con el encargo en las manos busco alguna bolsa con la que llevarlo, mucho más seguro para evitar manchas y así conseguir que la ropa llegue entera y reluciente, otra cosa que busco es mi bolsa para guardar las monedas, por si me hace falta.

Con todo en orden me acerco a la puerta. –¡Hasta luego!– me despido alzando la voz, abro la puerta, salgo y la cierro, respiro hondo y comienzo a caminar.

Caminas por el barrio mercantil y te empapas del habitual ajetreo que lo define. Gritos de júbilo, mercaderes ofreciendo sus productos, vecinos chismosos que aprovechan la ocasión para cotillear... pero también oyes el silencio de aquellos que se esconden en las sombras de las esquinas: enanos a los que la suerte no ha sonreído y que ahora viven en las calles, siendo despreciados por muchos y viviendo a base de hogazas de pan que han robado o recibido en caridad.

Tardas unos diez minutos en llegar a las puertas del barrio rico de la ciudad de Corantt, conocido por sus lujos y por la cantidad de dinero que se esconde ahí. Los guardias te miran al principio con suspicacia, pero luego deciden que no supones ningún peligro. Te abren las puertas y lo primero que ves es una pareja de nobles hablando a escondidas y riendo. No hace falta esforzarse para notar la diferencia entre este barrio y los demás: la calidad de los edificios es considerablemente superior y casi todo el mundo ahí dentro va vestido con lo que para alguien como tú serían sus mejores galas, pero que para ellos es la ropa de cada día, incluso la vieja.

Ahora, a ver dónde estará ese tal Kelin...

No puedo evitar quitarme la sonrisa de la cara al pasar por el barrio mercantil, excepto puntuales momentos en que mi expresión cambia por una de pena al ver a aquellos enanos sin suerte en la vida, poco puedo hacer por ellos, de eso se deberían encargar quién gobierna la ciudad, por lo que aparto la mirada de los pobres infelices rápidamente y continuo con la vista al frente mientras el barullo de voces y ruidos de este barrio entra en mis oídos como si de una buena canción se tratara.

Al llegar a las puertas del barrio rico me tomo un momento para observarlo desde fuera, estoy convencido de que algún día mi casa estará entre estos muros, pero ahora no es momento de pensar en ello, ahora toca entregar la ropa. Tras poner una de mis mejores caras para convencer a los guardias de la entrada consigo pasar. Lo primero que hago es quedarme embobado mirando todo aquello, es tan diferente a lo que estoy acostumbrado, aunque la magia del mercado no está por ningún lado, pero igualmente tiene algo que me maravilla.

Tras un par de minutos de corto turismo en el que no hago otra cosa que mirar lo que me rodea caigo en la cuenta de que no tengo dirección a la que ir, toca buscar a Keilin desde cero, me rasco la barba suavemente pensando que hacer, y mi respuesta aparece en forma de dos nobles riendo, con cara de buenos amigos me voy acerco a ellos.

–Disculpad– carraspeo un momento para aclarar la voz. –Siento interrumpiros, pero estoy buscando a alguien que me han dicho vive por aquí, se llama Keilin, ¿le conocéis?– me cruzo de brazos y espero su respuesta con una media sonrisa, después de varios años de práctica he aprendido que sonreír puede abrir muchas puertas.

Los nobles se giran y cambian rápidamente de expresión para demostrarte su desdén. Te miran de arriba abajo y fruncen el ceño, casi ofendidos.

- Si, no sé, ve por ahí.- dice un haciéndote un gesto ambiguo hacia una pequeña plaza donde hay una docena de enanos. Luego te ignoran y siguen hablando, y no tienen reparo alguno en quejarse de tu poco tacto estando aún tu delante.

–Entendido, gracias por vuestra ayuda– era el momento ideal para decirlo con ironía, pero reprimí mi impulso, desde luego menos mal que no todas las personas son así, estaríamos apañados, sin decir nada más me separo de ellos. Camino hacia la plaza que me han dicho y busco entre ellos alguien a quien a simple vista no parezca molestarle mi presencia, eso sería un avance respecto a los dos que he dejado atrás, cuando consigo encontrarlo me dirijo hasta él.

–Saludos, estoy buscando a alguien, se llama Keilin, ¿lo conoce? ¿Si es así me podría decir dónde vive? Lo agradecería mucho– esta vez espero tener cierto éxito, al menos he saludo, que comparado con lo anterior es un avance, aunque esos dos no se merecen cualquier saludo.

Encuentras un hombre de avanzada edad que parece estar merodeando por las tiendas comprando túnicas bonitas. Cuando le hablas, tarda un poco en darse cuenta de que te estás dirigiendo a él, y se sorprende al ver que no eres un vecino del barrio. Aún así, sonríe y te escucha asintiendo, y luego te responde:

- Está cerca de aquí. Sólo tienes que ir por el camino principal y encontrarás su mansión. No tiene pérdida. Tiene el nombre grabado en la entrada y todo.- ríe y se acerca discretamente hacia ti.- Si pudiera, pondría carteles enormes por todo el barrio para darse a conocer.- te explica susurrando.- Pero tienes que ser muy educado cuando entres. Tiene poca paciencia. Ah, por cierto, no te asustes si alguien te fulmina con la mirada. Es por...- te señala de arriba abajo con un dedo.- Ya sabes, no están acostumbrados a tratar con gente de fuera del barrio.- dicho esto sonríe de nuevo y se gira para seguir ojeando los productos a la venta.

Tras mirar a los presentes en la plaza me acerco a un enano de avanzada edad, esta vez no me he equivocado y resulta ser muy amable, al igual que hace él sonrío a la vez que hago notas mentales de lo que me está diciendo, excepto de lo último, de eso ya me he dado cuenta, pero poco puedo hacer yo.

–Ya me he dado cuenta de ello, pero que voy a hacer– me encojo de hombros. –Aún así gracias por el aviso, y la información, ha sido muy amable, hasta pronto– le despido con mi gesto habitual y busco la calle principal para encontrar la mansión de Keilin, que según las indicaciones no debe ser muy difícil.

No es difícil encontrar esa gran mansión. Destaca entre todas las demás por su hermoso color blanco y su fachada decorada con exquisitas incripciones. Al lado de la puerta principal hay un cartel donde pone el nombre del propietario. Delante hay un guardia que parece no hacer nada específico. Te mira fugazmente y luego te ignora. No parece muy dispuesto a hablar. Parece incluso temeroso de decir algo.

Si algo me ha quedado claro desde mi entrado al barrio rico es que el lujo está al orden del día, pero lo veo mucho más claro al encontrar la casa del enano al que busco, desde luego tengo la impresión de que vivir así debe ser muy fácil, no tengo quejas sobre mi vida, pero desde luego tampoco rechazaría vivir a tal nivel como hacen los ricos.

Observo como el guardia que custodia la entrada de la mansión que busco me ignora, pero no le queda más remedio que aguantarme. –Buenos días soldado, estoy buscando al señor Keilin, tengo algo que entregarle, ¿podría pasar?– sonrío como suelo hacer siempre para intentar caerle en gracia al guardia.