Partida Rol por web

El primer golpe le toma por sorpresa, haciéndole retroceder. En ningún momento ha pensado en batirse contra ti, a pesar de ser enemigo, pero ahora se da cuenta de que no se trata solo de él, sino de ti. Tu honor y tu nobleza te obligan a luchar, del mismo modo que a él lo mueven sus propios deseos. Con un silbido, la hoja de los artilugios sale de sus fundas y corta el aire, amenazante.

-Si quieres luchar, así sea.

Con un fuerte impulso, se eleva hacia los cielos, más y más alto, hasta alcanzar el techo de nubes que hay arriba. Allí, donde las corrientes de aire son más fuertes, su pelo se agita de un lado a otro como si tuviera vida propia. Se posa en ellas y espera tu llegada. Aquí será donde debéis luchar hasta que solo quede uno.

Su hermano había esquivado el golpe con soltura, a pesar de que se había sorprendido por la osadía del mayor en atacar. Resoplando con fuerza, miró furioso a su hermano y como sacaba esas cuchillas suyas. El duelo iba a ser a muerte, si así tenía que ser, lucharía hasta el final.

Así que cuando el pegaso menor ascendió con velocidad, el pegaso rojo hizo lo propio, impulsándose con sus fuertes y grandes alas, hasta que llegaron al techo de nubes donde ambos aterrizaron. 

Sin darle tiempo a que soltase cualquier otra bravata, se lanzó a por él con furia reprimida. Se esforzó en no ver en él a su hermano menor, si no a un peón más de Sombra, así todo sería más fácil, así no vendrían recuerdos de quien consideraba su igual. 

Allí arriba, tan lejos del mundo, la luz de las llamas que envuelven el campamento se asemejan a pequeñas velas brillando por doquier. El silencio lo envuelve todo. La oscuridad es completa y a duras penas puedes ver unos metros más allá de ti. Pero nada de eso importa. Tu mente solo percibe la figura que tienes delante, el enemigo que se alza ante ti. Sientes el impulso de la batalla correr dentro de ti, pidiéndote que lo libres, pero esta vez contenido por otra voz, una que desearías no escuchar. Las risas del potro que era tu hermano menor, sus sensatos consejos, todo cuanto es bueno en él. Nunca imaginaste que tendrías ante ti alguien a quien no quisieras matar. Tu corazón sangra, esperando a cada instante que Pyros baje las armas y abandone esta locura. 

Entonces, como una sombra, viene el primer golpe. Rápido, certero y letal. Tu espada lo desvía trazando un arco, pero te contienes. Sí, era como lo suponías. El otro golpe viene por abajo, pero no encuentra otra cosa que aire. La danza de filos comienza. Cada choque es ensordecedor, como el tañido de un martillo en la fragua. Durante apenas unos segundos los filos chocan de tal manera que se arrancan chispas mutuamente y podéis veros las caras. La tuya, serena y decidida; la de Pyros, ardiente de ira.

Sin daros cuartel, el combate se prolonga. No es una batalla entre dos desconocidos que pueda zanjarse de un solo golpe; hou luchan dos hermanos que siempre han trabajado codo con codo, que se entrenaron juntos desde pequeños y cuyas habilidades se encuentran al mismo nivel tras años de práctica y meses en la guerra. Estocadas, tajos, golpes frontales, fintas, contraataques, todo se sucede cada vez más rápido sin que haya un claro ganador.

Y entonces lo ves. Una abertura en sus defensas. Perfecto para una estocada, para acabar con todo. Por Equestria, por las Princesas, por todo lo que Sombra quiere destruir en este bello mundo. ¿Serás capaz de lograrlo? ¿Serás capaz de matar a tu hermano?

La tenue voz le envolvía, pero Fair no perdió de vista el cual ahora era su objetivo. Su hermano, su compañero y amigo, ahora estaba en frente de él, ahora eran enemigos que de un momento a otro se iban a matar.

Y así el combate comenzó, sería como un entrenamiento más si no fuese porque esta vez los golpes iban a buscar sangre. Fair clavaba los ojos en los de su hermano el cual parecía arder en furia. Golpe, tras golpe, todo se repetía, hasta que encontró un hueco, era ahora o continuar hasta que alguno de los dos cayese exhausto. La espada de Fair fue directa a esa brecha, sin pensarlo, aunque en el proceso, en milésimas de segundos, recordó a quien atacaba y aunque la hoja siguió su curso, quizás no iba con la misma intensidad como para sesgar a alguien, quizás podría fallar esta oportunidad por ser demasiado sentimental.

Lo hizo.

La hoja de la espada atravesó piel, músculo y hueso, quedando incrustada en el pecho de Pyros. Este abrió mucho los ojos y miró el filo, que se iba empapando de cálida sangre, sin creerse lo que estaba sucediendo. Disipada la furia, parecía tan débil como un potrillo, tan indefenso y desvalido...

Y entonces cayó.

Su cuerpo sin fuerzas se derrumbó por el borde de la nube, dando vueltas y giros por el efecto de las alas extendidas, que aún sin voluntad parecían querer frenar la caída. Y así se hundió en la oscuridad, mientras tú, agotado por la lucha, solo puedes mirar. Él está muerto, pero te parece que eres tú el que tiene clavada una espada. Ni la más grave de las heridas del combate se compara a esta.

Y sabes que nunca se desvanecerá.